Harry Potter. La colección completa (270 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—¡Es una repugnante, mentirosa y retorcida gárgola! —vociferaba Hermione media hora más tarde cuando regresaban al castillo por los senderos que habían abierto en la nieve a la ida—. Habéis visto lo que pretende, ¿no? Es esa fobia que les tiene a los híbridos. Intenta que parezca que Hagrid es una especie de trol idiota, y sólo porque tenía una madre giganta. ¡No hay derecho! La clase no ha estado nada mal. De acuerdo, si hubiera vuelto a traernos
escregutos
de cola explosiva… Pero los
thestrals
son prácticamente inofensivos; de hecho, tratándose de Hagrid, están muy bien.

—La profesora Umbridge dice que son peligrosos —apuntó Ron.

—Bueno, ya lo ha dicho Hagrid, saben cuidarse ellos solitos —repuso Hermione, impaciente—, y supongo que alguien como la profesora Grubbly-Plank no nos los enseñaría hasta que preparáramos los ÉXTASIS, pero lo cierto es que son interesantes, ¿verdad? Eso de que algunas personas puedan verlos y otras no… Me encantaría poder verlos.

—¿Ah, sí? —dijo Harry en voz baja.

Hermione comprendió que había metido la pata.

—Perdona, Harry… Lo siento mucho… No, claro que no… Qué estupidez acabo de decir.

—No pasa nada —replicó él—, no te preocupes.

—A mí me ha sorprendido que pudiera verlos tanta gente —comentó Ron—. Tres personas en una clase…

—Sí, Weasley, ¿y sabes qué hemos pensado nosotros? —preguntó una sarcástica voz. Malfoy, Crabbe y Goyle caminaban detrás de ellos, pero la nieve amortiguaba el ruido de sus pasos y no se habían dado cuenta—. Que, a lo mejor, si contemplaras cómo alguien estira la pata, podrías ver mejor la
quaffle
. ¿Qué te parece?

Malfoy, Crabbe y Goyle rieron a carcajadas y se separaron de ellos, encaminándose hacia el castillo. Cuando ya se habían alejado un poco se pusieron a cantar «A Weasley vamos a coronar». A Ron se le pusieron las orejas coloradas.

—No les hagáis caso. Ignoradlos —les aconsejó Hermione; a continuación, sacó su varita mágica y volvió a hacer el encantamiento que producía aire caliente para abrir con él un camino en la capa de nieve intacta que los separaba de los invernaderos.

Llegó diciembre, y dejó más nieve y un verdadero alud de deberes para los alumnos de quinto año. Las obligaciones como prefectos de Ron y Hermione también se hacían más pesadas a medida que se aproximaba la Navidad. Los llamaron para que supervisaran la decoración del castillo («Intenta colgar una tira de espumillón por una punta cuando Peeves sujeta la otra y pretende estrangularte con ella», contó Ron), para que vigilaran a los de primero y a los de segundo, que tenían que quedarse dentro del colegio a la hora del recreo porque fuera hacía demasiado frío («Hay que ver lo descarados que son esos mocosos; nosotros no éramos tan maleducados cuando íbamos a primero», aseguró Ron), y para turnarse con Argus Filch para patrullar por los pasillos, pues el conserje sospechaba que el espíritu navideño podía traducirse en un brote de duelos de magos («Tiene estiércol en lugar de cerebro», dijo Ron, furioso). Estaban tan ocupados que Hermione tuvo que dejar de tejer gorros de elfo, y estaba muy nerviosa porque sólo le quedaba lana para hacer otros tres.

—¡No soporto pensar en esos pobres elfos a los que todavía no he liberado y que tendrán que quedarse aquí en Navidad porque no hay suficientes gorros!

Harry, que no había tenido valor para explicarle que Dobby cogía todas las prendas que ella hacía, se inclinó aún más sobre su redacción de Historia de la Magia. De todos modos, no le apetecía pensar en la Navidad. Por primera vez desde que estudiaba en Hogwarts, le habría encantado pasar las vacaciones lejos del colegio. Entre la prohibición de jugar al
quidditch
y lo preocupado que estaba por si ponían a Hagrid en periodo de prueba, le estaba cogiendo manía al colegio. Lo único que de verdad le hacía ilusión eran las reuniones del
ED
, y durante las vacaciones tendrían que suspenderlas, pues casi todos los miembros del grupo pasarían las Navidades con sus familias. Hermione se iba a esquiar con sus padres, lo cual a Ron le hizo mucha gracia, porque no sabía que los
muggles
se atan unas estrechas tiras de madera a los pies para deslizarse por las montañas. Ron se iba a La Madriguera. Harry pasó varios días tragándose la envidia que sentía, hasta que, cuando le preguntó cómo iría a su casa aquella Navidad, su amigo exclamó: «Pero ¡si tú también vienes! ¿No te lo había dicho? ¡Mi madre me escribió hace semanas y me dijo que te invitara!»

Hermione puso los ojos en blanco, pero a Harry la noticia le levantó mucho los ánimos. La perspectiva de pasar aquellos días en La Madriguera era verdaderamente maravillosa, aunque la estropeaba un poco el sentimiento de culpa que tenía por no poder pasar las vacaciones con Sirius. Se preguntaba si conseguiría convencer a la señora Weasley de que invitara a su padrino durante las fiestas. Sin embargo, había demasiados factores adversos: dudaba que Dumbledore permitiera a Sirius salir de Grimmauld Place, y no estaba seguro de que la señora Weasley quisiera invitar a su padrino porque ellos dos siempre estaban en desacuerdo. Sirius no había vuelto a comunicarse con Harry desde su última aparición en la chimenea, y a pesar de que el chico sabía que habría sido una imprudencia intentar ponerse en contacto con él, ya que la profesora Umbridge vigilaba constantemente, no le hacía ninguna gracia imaginar que Sirius estaría solo en la vieja casa de su madre, quién sabe si tirando del extremo de uno de esos regalos sorpresa que estallan al abrirlos, mientras Kreacher tiraba del otro.

Harry llegó con tiempo a la Sala de los Menesteres para la última reunión del
ED
antes de las vacaciones, y se alegró de ello porque, cuando las antorchas se encendieron, vio que Dobby se había tomado la libertad de decorar la sala con motivo de las Navidades; y se dio cuenta de que lo había hecho el elfo porque a nadie más se le habría ocurrido colgar un centenar de adornos dorados del techo, cada uno de los cuales iba acompañado de una fotografía de la cara de Harry y la leyenda «
¡FELICES HARRY-NAVIDADES!
».

Cuando Harry descolgó el último adorno, la puerta se abrió con un chirrido y entró Luna Lovegood con su aire soñador de siempre.

—¡Hola! —dijo distraídamente, y echó una ojeada a lo que quedaba de la decoración—. Qué adornos tan bonitos. ¿Los has puesto tú?

—No —contestó Harry—, ha sido Dobby, el elfo doméstico.

—Muérdago —comentó Luna en el mismo tono soñador, señalando un ramito lleno de bayas blancas que Harry tenía casi encima de la cabeza. Él se apartó enseguida—. Bien hecho —comentó Luna muy seria—. Suele estar infestado de
nargles
.

Harry se libró de tener que preguntar a Luna qué eran los
nargles
porque en ese momento llegaron Angelina, Katie y Alicia. Las tres jadeaban y estaban muertas de frío.

—Bueno —dijo la primera sin mucho ánimo, quitándose la capa y dejándola en un rincón—, por fin os hemos reemplazado.

—¿Reemplazado? —inquirió Harry sin comprender.

—A ti, a Fred y a George —aclaró Angelina, impaciente—. ¡Tenemos otro buscador!

—¿Quién es?

—Ginny Weasley —dijo Katie.

Harry la miró boquiabierto.

—Sí, ya… —comentó Angelina, que luego sacó su varita y flexionó el brazo—, pero es muy buena, la verdad. No es que tenga nada contra ti, desde luego —añadió lanzándole una mirada asesina—, pero como tú no puedes jugar…

Harry se calló la respuesta que estaba deseando darle: ¿acaso se imaginaba que él no lamentaba su expulsión del equipo cien veces más que ella?

—¿Y los golpeadores? —preguntó intentando controlar su voz.

—Andrew Kirke y Jack Sloper —dijo Alicia sin entusiasmo—. No es que sean muy buenos, pero comparados con el resto de inútiles que se han presentado…

La llegada de Ron, Hermione y Neville puso fin a aquella deprimente conversación, y unos minutos más tarde la sala estaba lo bastante llena para impedir que Harry recibiera las incendiarias miradas de reproche de Angelina.

—Bueno —dijo Harry, y llamó a sus compañeros al orden—. He pensado que esta noche podríamos repasar lo que hemos hecho hasta ahora, porque ésta es la última reunión antes de las vacaciones, y no tiene sentido empezar nada nuevo antes de un descanso de tres semanas…

—¿No vamos a hacer nada nuevo? —preguntó Zacharias Smith en un contrariado susurro, aunque lo bastante alto para que lo oyeran todos—. Si lo llego a saber, no vengo.

—Pues mira, es una lástima que Harry no te lo haya dicho antes —replicó Fred.

Varios estudiantes rieron por lo bajo. Harry observó que Cho también reía y volvió a notar aquella sensación de vacío en el estómago, como si se hubiera saltado un escalón al bajar por una escalera.

—Practicaremos por parejas —siguió—. Empezaremos con el embrujo paralizante durante diez minutos; luego nos sentaremos en los cojines y volveremos a practicar los hechizos aturdidores.

Los alumnos, obedientes, se agruparon de dos en dos; Harry volvió a formar pareja con Neville. La sala se llenó enseguida de gritos intermitentes de
¡Impedimenta!
Uno de los integrantes de cada pareja se quedaba paralizado un minuto, y durante ese tiempo el compañero miraba alrededor para ver lo que hacían las otras parejas; luego recuperaban el movimiento y les tocaba a ellos practicar el embrujo.

Neville había mejorado hasta límites insospechables. Al cabo de un rato, Harry, después de recuperar la movilidad tres veces seguidas, le pidió a Neville que practicara con Ron y Hermione para que él pudiera pasearse por la sala y observar cómo lo hacían los demás. Al pasar junto a Cho, ella le sonrió; Harry resistió la tentación de pasar por su lado más veces.

Tras diez minutos de practicar el embrujo paralizante, esparcieron los cojines por el suelo y se dedicaron al hechizo aturdidor. Como no había suficiente espacio para que todos practicaran a la vez, la mitad del grupo estuvo observando a la otra un rato, y luego cambiaron. Harry se sentía muy orgulloso mientras los contemplaba. Ciertamente, Neville aturdió a Padma Patil en lugar de a Dean, al que estaba apuntando, pero tratándose de Neville podía considerarse un fallo menor, y todos los demás habían mejorado muchísimo.

Al cabo de una hora, Harry les dijo que pararan.

—Lo estáis haciendo muy bien —comentó, sonriente—. Cuando volvamos de las vacaciones, empezaremos a hacer cosas más serias; quizá el encantamiento
patronus
.

Hubo un murmullo de emoción y luego la sala empezó a quedarse vacía; los estudiantes se marchaban en grupos de dos y de tres, como de costumbre, y al salir por la puerta deseaban a Harry feliz Navidad. Éste, muy animado, ayudó a Ron y a Hermione a recoger los cojines, que amontonaron en un rincón. Ron y Hermione se fueron antes que Harry, que se rezagó un poco porque Cho todavía no se había ido, y él suponía que también le desearía unas felices fiestas.

—No, ve tú primero —oyó que le decía a su amiga Marietta, y el corazón le dio tal vuelco que pareció que se lo enviaba a la altura de la nuez.

Harry fingió que enderezaba el montón de cojines. Estaba casi seguro de que se habían quedado solos, y esperó a que Cho dijera algo. Pero lo que oyó fue un fuerte sollozo.

Se dio la vuelta y vio a Cho, plantada en medio de la sala, con lágrimas en los ojos.

—¿Qué…? —No sabía qué hacer. Cho estaba de pie y lloraba en silencio—. ¿Qué te pasa? —le preguntó Harry débilmente.

Cho movió la cabeza y se secó las lágrimas con la manga.

—Lo siento… —se excusó—. Supongo que… es que… aprender todas estas cosas… Me imagino… que si él las hubiera sabido… todavía estaría vivo.

El corazón de Harry volvió a dar un vuelco más violento de lo habitual, y fue a parar a un punto situado más o menos a la altura de su ombligo. Debió haberlo supuesto. Cho sólo quería hablar de Cedric.

—Él sabía hacer estas cosas —comentó Harry con aplomo—. Era muy bueno en defensa; si no, no habría llegado al centro de aquel laberinto. Pero si Voldemort se propone matarte, lo tienes muy difícil.

Al oír el nombre de Voldemort, Cho hipó bruscamente, pero siguió mirando a Harry a los ojos, sin pestañear.

—Tú sobreviviste cuando sólo eras un crío —dijo con un hilo de voz.

—Sí, tienes razón —admitió Harry cansinamente, y fue hacia la puerta—. Pero no sé por qué, no lo sabe nadie, de modo que no es nada de lo que pueda estar orgulloso.

—¡No, no te vayas! —exclamó Cho adoptando de nuevo una expresión llorosa—. Perdona que me haya puesto así… No me lo esperaba… —Volvió a hipar. Estaba muy guapa pese a que tenía los ojos rojos e hinchados. Harry se sentía inmensamente desgraciado. Se habría contentado con un simple «Feliz Navidad»—. Ya sé que tiene que ser horrible para ti que yo mencione a Cedric, porque tú lo viste morir… —continuó Cho, y volvió a secarse las lágrimas con la manga de la túnica—. Supongo que te gustaría olvidarlo. —Harry no dijo nada; Cho tenía razón, pero le parecía cruel confirmárselo—. Eres un profesor estupendo, Harry —añadió ella forzando una débil sonrisa—. Yo nunca había podido aturdir a nadie.

—Gracias —dijo él, abochornado.

Se miraron el uno al otro largo rato. Harry sentía un deseo incontrolable de salir corriendo de la sala, y al mismo tiempo era incapaz de mover los pies.

—Mira, muérdago —dijo Cho con voz queda, y señaló el techo.

—Sí —afirmó Harry. Tenía la boca seca—. Pero debe de estar lleno de
nargles
.

—¿Qué son
nargles
?

—No tengo ni idea —confesó Harry. Cho se le había acercado un poco más, y él sintió como si tuviera el cerebro bajo los efectos de un hechizo aturdidor—. Tendrás que preguntárselo a Luna.

Cho hizo un ruidito raro, entre un sollozo y una risa. Se había acercado todavía un poco más a él. Harry habría podido contar las pecas que tenía en la nariz.

—Me gustas mucho, Harry.

Él no podía pensar. Un cosquilleo se extendía por todo su cuerpo, paralizándole los brazos, las piernas y el cerebro.

Cho estaba demasiado cerca, y Harry veía las lágrimas que pendían de sus pestañas…

···

Media hora más tarde, Harry entró en la sala común y encontró a Hermione y a Ron en los mejores sitios junto a la chimenea; casi todos los demás se habían acostado. Hermione estaba escribiendo una carta larguísima; ya había llenado medio rollo de pergamino, que colgaba por el borde de la mesa. Ron estaba tumbado sobre la alfombrilla de la chimenea intentando terminar sus deberes de Transformaciones.

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