Harry Potter. La colección completa (265 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—Tampoco pudimos incluir «pobre perdedor» para referirnos a su padre, claro…

Entonces Fred y George oyeron lo que estaba diciendo Malfoy. Le estaban estrechando la mano a Harry y, de pronto, se pusieron muy rígidos y se volvieron para mirar a Malfoy.

—¡No le hagáis caso! —exclamó Angelina sujetando a Fred por el brazo—. No le hagas caso, Fred, deja que grite todo lo que quiera. Lo que ocurre es que no sabe perder, el muy creído…

—Pero a ti te caen muy bien los Weasley, ¿verdad, Potter? —continuó Malfoy con una sonrisa burlona—. Hasta pasas las vacaciones en su casa, ¿no es cierto? No entiendo cómo soportas el hedor, aunque supongo que cuando te has criado con
muggles
, hasta ese tugurio de los Weasley debe de oler bien…

Harry sujetó a George. Entre tanto, Angelina, Alicia y Katie habían unido sus fuerzas para impedir que Fred se abalanzara sobre Malfoy, que se reía a carcajadas. Harry buscó con la mirada a la señora Hooch, pero vio que todavía estaba amonestando a Crabbe por aquel ataque ilegal con la
bludger
.

—A lo mejor —añadió Malfoy lanzando a Harry una mirada de asco antes de darse la vuelta— es que todavía te acuerdas de cómo apestaba la casa de tu madre, Potter, y la pocilga de los Weasley te lo recuerda…

Harry no se enteró de que había soltado a George, pero un segundo más tarde ambos corrían a toda velocidad hacia Malfoy. Harry no se detuvo a pensar que los profesores lo estaban mirando: lo único que quería era hacerle a Draco todo el daño que pudiera; no le dio tiempo a sacar la varita mágica, así que echó hacia atrás el puño en el que tenía la
snitch
y se lo hundió a Malfoy con todas sus fuerzas en el estómago…

—¡Harry!
¡HARRY! ¡GEORGE! ¡NO!

Oía chillidos de chicas, los gritos de dolor de Malfoy, a George, que maldecía, un silbato y el bramido del público a su alrededor, pero nada de eso le importaba. Hasta que alguien que estaba cerca gritó
«¡Impedimenta!»
y Harry cayó hacia atrás por la fuerza del hechizo, no abandonó su propósito de machacar a puñetazos a Malfoy.

—¿Qué demonios te pasa? —gritó la señora Hooch cuando Harry se puso en pie.

Por lo visto, había sido ella quien le había lanzado el embrujo paralizante; llevaba el silbato en una mano y la varita mágica en la otra, y había dejado abandonada su escoba a unos metros de allí. Malfoy estaba acurrucado en el suelo, gimiendo y lloriqueando, y sangraba por la nariz. George tenía un labio partido; las tres cazadoras todavía sujetaban con dificultad a Fred, y Crabbe reía socarronamente un poco más allá.

—¡Nunca había visto un comportamiento como éste! ¡Al castillo, los dos, y directamente al despacho del jefe de vuestra casa! ¡Ahora mismo!

Harry y George salieron del campo, jadeantes y sin decirse nada. Los pitidos y los abucheos del público se debilitaron gradualmente hasta que ambos llegaron al vestíbulo, donde ya no se oía nada más que sus propios pasos. Harry se dio cuenta de que todavía había algo que se movía en su mano derecha, cuyos nudillos se había lastimado al golpear a Malfoy en la mandíbula. Miró hacia abajo y vio las plateadas alas de la
snitch
, que sobresalían entre sus dedos con la intención de liberarse.

Tan pronto como llegaron a la puerta del despacho de la profesora McGonagall, ésta apareció en el pasillo, caminando a grandes zancadas hacia ellos. Llevaba una bufanda de Gryffindor, pero se la quitó del cuello con manos temblorosas antes de llegar a donde estaban Harry y George. Estaba furiosa.

—¡Adentro! —les ordenó, y señaló la puerta. Harry y George entraron en el despacho. La profesora McGonagall se colocó detrás de su mesa, frente a los muchachos, temblando de ira mientras tiraba la bufanda de Gryffindor al suelo—. ¿Y bien? Jamás había visto una exhibición tan vergonzosa. ¡Dos contra uno! ¡Explicaos ahora mismo!

—Malfoy nos provocó —respondió Harry fríamente.

—¿Que os provocó? —gritó la profesora McGonagall golpeando la mesa con el puño. La lata de cuadros escoceses dio tal bote que cayó, se abrió y cubrió el suelo de tritones de jengibre—. El acababa de perder el partido, ¿no? ¡Claro que quería provocaros! Pero ¿qué demonios ha dicho que pueda justificar que vosotros dos…?

—Ha insultado a mis padres —gruñó George—. Y a la madre de Harry.

—Y en lugar de dejar que lo solucionara la señora Hooch, vosotros dos decidís hacer una exhibición de duelo
muggle
, ¿verdad? —bramó la profesora McGonagall— ¿Tenéis idea de lo que…?

—Ejem, ejem.

Harry y George giraron rápidamente la cabeza. Dolores Umbridge estaba plantada en el umbral, envuelta en una capa verde de tweed que acentuaba aún más su parecido con un sapo gigantesco, y sonreía de aquella forma asquerosa, forzada y siniestra que Harry había acabado por asociar con un desastre inminente.

—¿Necesita ayuda, profesora McGonagall? —preguntó la profesora Umbridge con su dulce y venenosa voz.

La sangre se agolpó en la cara de la profesora McGonagall.

—¿Ayuda? —repitió, controlando la voz—. ¿Qué clase de ayuda?

La profesora Umbridge entró en el despacho exhibiendo su repugnante sonrisa y se situó junto a la mesa de la profesora McGonagall.

—Verá, me ha parecido que agradecería la intervención de alguien con autoridad.

A Harry no le habría sorprendido ver salir chispas por las aletas de la nariz de la profesora McGonagall.

—Pues se ha equivocado —replicó ésta, y siguió hablando con los chicos como si la profesora Umbridge no estuviera allí—. Y vosotros dos a ver si me escucháis bien. ¡No me importa que Malfoy os haya provocado, por mí puede haber insultado a todos los miembros de vuestras respectivas familias; vuestro comportamiento ha sido lamentable y voy a poneros a los dos una semana de castigos! ¡No me mires así, Potter, tú te lo has buscado! ¡Y si me entero de que alguno de los dos vuelve a…!

—Ejem, ejem.

La profesora McGonagall cerró los ojos, como si estuviera haciendo un esfuerzo para no perder la paciencia, y volvió a mirar a la profesora Umbridge.

—¿Sí?

—Creo que merecen algo más que castigos —apuntó Dolores Umbridge, y su sonrisa se hizo más amplia.

La profesora McGonagall abrió mucho los ojos.

—Pero por desgracia es más importante lo que yo crea, porque estos dos alumnos están en mi casa, Dolores —dijo forzando una sonrisa que pretendía imitar a la de su interlocutora y que le produjo una rigidez total en el rostro.

—Perdone, Minerva —replicó la profesora Umbridge con una sonrisa tonta—, pero ahora comprobará que mi opinión importa más de lo que usted cree. A ver, ¿dónde está? Cornelius acaba de enviármelo… Bueno —soltó una risita falsa mientras hurgaba en su bolso—, el ministro acaba de enviármelo… ¡Ah, sí…, aquí está! —Sacó un trozo de pergamino y lo desenrolló, aclarándose la garganta remilgadamente antes de empezar a leer lo que había escrito en él—. Ejem, ejem… «Decreto de Enseñanza Número Veinticinco.»

—¡Otro decreto! —exclamó la profesora McGonagall con violencia.

—Pues sí —repuso Dolores Umbridge sin dejar de sonreír—. De hecho, Minerva, fue usted quien me hizo ver que necesitábamos una enmienda… ¿Recuerda que invalidó mi orden cuando no quise permitir que se volviera a formar el equipo de
quidditch
de Gryffindor? Usted le presentó el caso a Dumbledore, quien insistió en que se permitiera jugar al equipo, ¿verdad? Pues bien, yo no podía tolerar eso. Hablé inmediatamente con el ministro, y coincidió conmigo en que la Suma Inquisidora debe tener poder para retirar privilegios a los alumnos, porque de no ser así, ella, es decir, yo, tendría menos autoridad que los simples profesores. Y supongo, Minerva, que ahora entenderá que yo tenía mucha razón cuando intenté impedir que se volviera a formar el equipo de Gryffindor. ¡Qué genio tan espantoso! En fin, estaba leyendo nuestra enmienda… Ejem, ejem… «En lo sucesivo, la Suma Inquisidora tendrá autoridad absoluta sobre los castigos, las sanciones y la supresión de privilegios de los estudiantes de Hogwarts, y podrá modificar los castigos, las sanciones y la supresión de privilegios que hayan podido ordenar otros miembros del profesorado. Firmado, Cornelius Fudge, ministro de Magia, Orden de Merlín, Primera Clase, etc., etc.» —Enrolló el pergamino y lo guardó en su bolso con la sonrisa en los labios—. Así pues… Me veo obligada a suspender a estos dos alumnos de por vida —sentenció, mirando primero a Harry y luego a George.

Harry notó que la
snitch
se agitaba furiosa en su mano.

—¿Suspendernos? —repitió, y su voz sonó extrañamente distante—. ¿No podremos volver a jugar al
quidditch
… nunca más?

—En efecto, señor Potter, creo que una suspensión de por vida conseguirá su propósito —confirmó la profesora Umbridge, y su sonrisa se ensanchó aún más mientras observaba a Harry, que intentaba asimilar lo que ella acababa de decir—. Tanto a usted como a su amigo, el señor Weasley. Y creo que, para estar seguros, deberíamos suspender también al gemelo de este joven. Si sus compañeros no lo hubieran sujetado, estoy convencida de que también habría atacado al señor Malfoy. Les confiscaré las escobas, por descontado; las guardaré en mi despacho para asegurarme de que se cumpla mi prohibición. Pero seré razonable, profesora McGonagall —prosiguió, volviéndose de nuevo hacia ésta, que estaba de pie y la miraba fijamente, tan quieta como si fuera una estatua de hielo—. El resto del equipo puede seguir jugando, pues no he detectado señales de violencia en ningún otro jugador. Buenas tardes.

Y con un aire de máxima satisfacción, la profesora Umbridge salió del despacho dejando tras ella un silencio espeluznante.

—Suspendidos —dijo Angelina con voz apagada aquella noche en la sala común—. Suspendidos de por vida… Nos hemos quedado sin buscador y sin golpeadores. ¿Qué vamos a hacer ahora?

No tenían la sensación de haber ganado el partido. Allá donde mirara, Harry sólo veía caras de desconsuelo y de enfado; los miembros del equipo estaban repantigados alrededor de la chimenea; todos excepto Ron, al que nadie había visto desde que había finalizado el partido.

—Es una injusticia —declaró Alicia, como atontada—. ¿Qué ha pasado con Crabbe y con esa
bludger
que te lanzó después de que sonara el silbato? ¿Acaso a él lo han suspendido?

—No —contestó Ginny con tristeza; ella y Hermione estaban sentadas a ambos lados de Harry—. Sólo tiene que copiar algo, he oído a Montague reírse de eso en la cena.

—¡Y suspender a Fred, cuando él no ha hecho nada! —añadió Alicia, furiosa, golpeándose la rodilla con el puño.

—No he hecho nada porque no me habéis dejado —intervino él con una expresión muy desagradable en la cara—. Si no me hubierais sujetado, habría hecho puré a ese cerdo.

Harry, abatido, se quedó mirando la oscura ventana. Estaba nevando. La
snitch
que había atrapado en el partido volaba en esos momentos describiendo círculos por la sala común; los estudiantes la miraban como hipnotizados, y
Crookshanks
saltaba de una butaca a otra intentando cogerla.

—Voy a acostarme —anunció Angelina, y se puso lentamente en pie—. A lo mejor resulta que todo esto no es más que una pesadilla… A lo mejor mañana me despierto y me doy cuenta de que todavía no hemos jugado el partido…

Alicia y Katie no tardaron en seguirla. Fred y George se fueron a la cama poco después y fulminaron con la mirada a todo aquel con el que se cruzaron; Ginny también se marchó enseguida. Harry y Hermione fueron los únicos que se quedaron junto al fuego.

—¿Has visto a Ron? —le preguntó Hermione con voz queda. Harry negó con la cabeza—. Creo que nos evita. ¿Dónde crees que…?

Pero en aquel preciso momento oyeron un crujido detrás de ellos. El retrato de la Señora Gorda se abrió y por el hueco entró Ron. Estaba tremendamente pálido y tenía nieve en el pelo. Al ver a Harry y a Hermione, se quedó paralizado.

—¿Dónde has estado? —le preguntó ésta con inquietud levantándose de un brinco.

—Paseando —balbuceó Ron. Todavía llevaba puesto el uniforme de
quidditch
.

—Debes de estar congelado —observó Hermione—. ¡Ven y siéntate aquí!

Ron se acercó a la chimenea, se dejó caer en la butaca más alejada de Harry y esquivó su mirada. La
snitch
robada seguía volando por encima de sus cabezas.

—Perdóname —murmuró Ron mirándose los pies.

—¿Por qué tengo que perdonarte? —preguntó Harry.

—Por creer que podía jugar al
quidditch
—respondió Ron—. Voy a renunciar mañana por la mañana.

—Si renuncias —repuso Harry con fastidio— sólo quedarán tres jugadores en el equipo. —Como Ron lo miraba con extrañeza, Harry añadió—: Me han suspendido de por vida. Y también a Fred y a George.

—¿Qué? —gritó Ron.

Hermione le contó la historia con todo detalle porque Harry se sentía incapaz de volver a explicarla. Cuando hubo terminado, Ron parecía aún más angustiado.

—Todo ha sido culpa mía…

—Tú no me hiciste pegar a Malfoy —dijo Harry con enfado.

—Si no fuera tan malo jugando al
quidditch

—Eso no tiene nada que ver…

—Es que esa canción me puso histérico…

—Habría puesto histérico a cualquiera… —Hermione se levantó, fue hasta la ventana para retirarse de la discusión y contempló la nieve que caía formando remolinos detrás del cristal—. Basta, ¿me oyes? —estalló Harry—. ¡Ya estamos bastante fastidiados, y sólo falta que tú te eches la culpa de todo!

Ron se calló y se quedó mirando, muy triste, el empapado dobladillo de su túnica. Al cabo de un rato, dijo con un hilo de voz:

—Nunca me había sentido tan mal.

—Ya somos dos —contestó Harry con amargura.

—Bueno —empezó a decir Hermione con voz ligeramente temblorosa—, se me ha ocurrido una cosa que a lo mejor os anima un poco a los dos.

—No me digas —dijo Harry, escéptico.

—Sí —afirmó Hermione, y se apartó del negro cristal de la ventana salpicado de nieve. Una amplia sonrisa iluminaba su rostro—. Hagrid ha vuelto.

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