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Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
Desgraciadamente, éste no veía que Hagrid lo estuviera haciendo mejor que la profesora Trelawney. Desde antes de Navidad, él también parecía haber perdido los nervios, pese a que por lo visto seguía los consejos de Hermione y no les había enseñado nada más peligroso que un
crup
(una criatura indistinguible de un Jack Russell terrier, salvo por la cola bífida). Durante las clases, Hagrid parecía enajenado y nervioso, perdía continuamente el hilo de lo que estaba diciendo, se equivocaba al formular las preguntas y no paraba de mirar, angustiado, a la profesora Umbridge. Además, se mostraba más distante que nunca con Harry, Ron y Hermione, y les había prohibido explícitamente que fueran a visitarlo después del anochecer.
—Si os pilla, nos colgarán a todos —les advirtió de forma terminante, y como no querían hacer nada que pudiera poner en peligro su empleo, ellos se abstuvieron de bajar a la cabaña por la noche.
Harry tenía la impresión de que la profesora Umbridge lo estaba privando metódicamente de todo lo que hacía que su vida en Hogwarts resultara agradable: las visitas a la cabaña de Hagrid, las cartas de Sirius, su Saeta de Fuego y el
quidditch
. Y él se vengaba de la única forma en que podía: redoblando sus esfuerzos con el
ED
.
A Harry le alegró comprobar que la noticia de que otros diez
mortífagos
andaban sueltos había estimulado a los que participaban en las reuniones, incluso a Zacharias Smith, a esforzarse más que nunca, pero en quien más se notaba esa mejora era en Neville. La noticia de la fuga de la agresora de sus padres había operado en él un cambio extraño y hasta un poco alarmante. No había mencionado ni una sola vez su encuentro con Harry, Ron y Hermione en la sala reservada de San Mungo, y ellos, siguiendo su ejemplo, tampoco habían hecho ningún comentario al respecto. Tampoco había dicho nada sobre la fuga de Bellatrix y los otros
mortífagos
. De hecho, Neville casi nunca hablaba durante las reuniones del
ED
, pero trabajaba sin tregua en cada nuevo embrujo y contramaldición que Harry les enseñaba; arrugaba la regordeta cara en una mueca de concentración, en apariencia indiferente a las heridas o a los accidentes, y trabajaba más duro que ningún otro compañero. Mejoraba tan deprisa que resultaba desconcertante, y cuando Harry les enseñó el encantamiento escudo (un método para desviar pequeños embrujos y que rebotaran sobre el agresor), sólo Hermione consiguió ejecutarlo más deprisa que Neville.
A Harry le habría gustado progresar en Oclumancia tanto como Neville en las reuniones del
ED
. Las clases particulares de Harry con Snape, que habían empezado con mal pie, no habían mejorado nada. Más bien al contrario: Harry creía que cada vez lo hacía peor.
Antes de empezar a estudiar Oclumancia, la cicatriz le dolía ocasionalmente, la mayoría de las veces por la noche, o después de una de aquellas extrañas percepciones de los pensamientos o del estado anímico de Voldemort que experimentaba de cuando en cuando. Ahora, en cambio, la cicatriz le dolía casi constantemente, y muy a menudo sentía arrebatos de fastidio o de alegría que no estaban relacionados con lo que le estaba ocurriendo en ese momento, y siempre iban acompañados de una punzada especialmente dolorosa en la frente. Tenía la horrible sensación de que poco a poco se estaba convirtiendo en una especie de antena sintonizada para detectar las más leves fluctuaciones del humor de Voldemort, y estaba seguro de que podía determinar, sin equivocarse, que aquel aumento de su sensibilidad se había iniciado en la primera clase de Oclumancia con Snape. Es más, ahora, casi todas las noches soñaba que iba por el pasillo hacia la entrada del Departamento de Misterios, y en el sueño siempre acababa de pie, ansioso, ante la sencilla puerta negra.
—A lo mejor es como una enfermedad —sugirió Hermione, un tanto preocupada, cuando Harry se sinceró con ella y con Ron—. Un virus o algo así. Tiene que empeorar antes de empezar a mejorar.
—Las clases con Snape lo están agravando —aseguró Harry con rotundidad—. Estoy harto de que me duela la cicatriz y de recorrer ese pasillo todas las noches. —Se frotó la frente con fastidio—. ¡Ojalá se abriera esa puerta porque estoy hasta la coronilla de quedarme allí plantado mirándola!
—No tiene ninguna gracia —opinó Hermione con aspereza—. Dumbledore no quiere que sueñes con ese pasillo; si no, no le habría pedido a Snape que te enseñara Oclumancia. Lo que tienes que hacer es esforzarte un poco más en las clases.
—¡Ya me esfuerzo! —protestó Harry, molesto—. Pruébalo un día y verás. A ver si a ti te gusta que Snape se meta dentro de tu cabeza… ¡Te aseguro que no es nada divertido!
—A lo mejor… —intervino Ron.
—A lo mejor ¿qué? —dijo Hermione con brusquedad.
—A lo mejor Harry no tiene la culpa de no poder cerrar su mente —repuso Ron, misterioso.
—¿Qué quieres decir? —le preguntó la chica.
—Pues que… quizá Snape en realidad no intente ayudar a Harry… —Éste y Hermione lo miraron con fijeza. Ron, por su parte, miraba elocuentemente a sus amigos—. Tal vez —prosiguió bajando un poco la voz— lo que intenta es abrir un poco más la mente de Harry… Ponérselo más fácil a Quien-vosotros-sabéis…
—Cállate, Ron —le espetó Hermione—. ¿Cuántas veces has sospechado de Snape y cuándo has tenido razón? Dumbledore confía en él, trabaja para la Orden, con eso tendría que bastarte.
—Era un
mortífago
—afirmó Ron con testarudez—. Y no tenemos pruebas de que verdaderamente se cambiara de bando.
—Dumbledore confía en él —repitió Hermione—. Y si nosotros no confiamos en Dumbledore, no podemos confiar en nadie.
Había tantas cosas por las que preocuparse y tanto que hacer (una cantidad asombrosa de deberes que muchas veces tenía a los estudiantes de quinto curso trabajando hasta pasada la medianoche, las sesiones secretas del
ED
y las clases particulares con Snape) que el mes de enero estaba pasando a una velocidad alarmante. Antes de que Harry se diera cuenta, había llegado febrero, con un tiempo más húmedo pero menos frío, y la perspectiva de la segunda excursión del año a Hogsmeade. Harry había tenido muy poco tiempo para conversar con Cho desde que acordaron ir juntos al pueblo, y de pronto se enfrentaba a la idea de pasar todo el día de San Valentín con ella.
La mañana del día 14 se vistió con especial esmero. Ron y él entraron a desayunar en el mismo momento en que llegaban las lechuzas con el correo.
Hedwig
no estaba allí (aunque Harry no la esperaba), pero Hermione estaba cogiendo una carta del pico de una desconocida lechuza marrón cuando ellos se sentaron.
—¡Ya era hora! Si no hubiera llegado hoy… —comentó; a continuación, abrió con ansiedad el sobre y extrajo un pequeño trozo de pergamino. Leyó el mensaje a toda velocidad, y una expresión de triste placer apareció en su cara—. Oye, Harry —dijo, levantando la cabeza—, esto es muy importante. ¿Crees que podrías reunirte conmigo en Las Tres Escobas hacia mediodía?
—Pues… no lo sé —contestó Harry, vacilante—. A lo mejor Cho espera que pase todo el día con ella. Nunca hemos hablado de lo que íbamos a hacer.
—Bueno, si es necesario ven con ella —concedió Hermione con gravedad—. Pero ¿irás?
—Sí, pero ¿por qué?
—Ahora no tengo tiempo para contártelo. Tengo que contestar cuanto antes esta carta.
Y sin dar más explicaciones, salió a toda prisa del Gran Comedor, con la carta en una mano y una tostada en la otra.
—¿Vienes? —le preguntó Harry a Ron, pero éste movió negativamente la cabeza con gesto tristón.
—No puedo ir a Hogsmeade; Angelina quiere entrenar todo el día. Como si fuera a servir para algo; somos el peor equipo que he visto en mi vida. Tendrías que ver a Sloper y a Kirke; son patéticos, incluso peores que yo. —Exhaló un hondo suspiro y agregó—: No sé por qué Angelina no me deja renunciar.
—Porque cuando estás en forma eres bueno —repuso Harry con irritación.
Le resultaba muy difícil mostrarse comprensivo con Ron, porque él habría dado cualquier cosa por jugar el siguiente partido contra Hufflepuff. Ron debió de intuirlo por el tono de voz de Harry, porque no volvió a mencionar el
quidditch
durante el desayuno, y cuando poco después se despidieron, lo hicieron con cierta frialdad. Ron se marchó al campo de
quidditch
, y Harry, tras intentar aplastarse el pelo mirándose en la parte de atrás de una cucharilla, salió al vestíbulo para reunirse con Cho, lleno de aprensión, y se preguntó de qué demonios iban a hablar.
Cho lo esperaba cerca de las puertas de roble del castillo. Estaba muy guapa, con el cabello recogido en una larga cola de caballo. Cuando caminaba hacia ella, Harry tuvo la impresión de que sus pies eran enormes comparados con el resto de su cuerpo, y de pronto no supo qué hacer con los brazos, que oscilaban estúpidamente a sus costados.
—¡Hola! —lo saludó Cho entrecortadamente.
—¡Hola! —repuso Harry. Se miraron un momento, y entonces él dijo—: Bueno…, pues…, ¿vamos?
—Sí, sí…
Se pusieron en la fila de estudiantes que esperaban la autorización de Filch para salir del castillo, mirándose de vez en cuando y sonriendo furtivamente, pero sin decirse nada. Harry notó un gran alivio cuando salieron al exterior; se sentía mucho más cómodo andando en silencio que allí plantado sin saber qué cara poner. Hacía un día fresco y ventoso, y al pasar junto al estadio de
quidditch
, Harry vio a Ron y a Ginny, que volaban casi rozando las tribunas, y le dio una rabia tremenda no estar allí arriba con ellos.
—Lo echas mucho de menos, ¿verdad? —comentó Cho.
Harry giró la cabeza y vio que ella lo observaba.
—Sí —contestó Harry con un suspiro.
—¿Recuerdas la primera vez que nos enfrentamos, en tercero? —le preguntó Cho.
—Sí —respondió Harry sonriendo—. Me bloqueabas el paso continuamente.
—Y Wood te dijo que no fueras tan caballeroso y me derribaras de la escoba si era necesario —añadió Cho con una sonrisa en los labios—. Me han dicho que lo ha fichado el Pride of Portree, ¿es cierto?
—No, lo ha fichado el Puddlemere United; lo vi el año pasado en la Copa del Mundo.
—Ah, yo también te vi allí, ¿te acuerdas? Estábamos en el mismo campamento. Fue genial, ¿verdad?
Siguieron hablando de la Copa del Mundo de
quidditch
por el camino y después de cruzar las verjas. Harry no podía creer lo fácil que estaba resultando hablar con Cho (de hecho, no le costaba más que hablar con Ron o con Hermione), y cuando empezaba a sentirse alegre y seguro de sí mismo, un nutrido grupo de chicas de Slytherin, entre las que iba Pansy Parkinson, pasaron por su lado.
—¡Potter y Chang! —gritó Pansy entre un coro de risitas maliciosas—. Qué mal gusto tienes, Chang. ¡Al menos Diggory era guapo!
Las chicas aceleraron el paso, chillando y hablando en tono mordaz al mismo tiempo que dirigían exageradas miradas a Harry y a Cho, y dejaron un rastro de incómodo silencio. A Harry no se le ocurría nada más que decir sobre
quidditch
, y Cho, que se había ruborizado, se miraba los pies.
—¿Y… adónde quieres ir? —preguntó él cuando llegaron a Hogsmeade.
La calle principal estaba llena de estudiantes que paseaban tranquilamente por las aceras y contemplaban los escaparates de las tiendas.
—Ah, me da igual —dijo Cho encogiéndose de hombros—. Humm… ¿Y si echamos un vistazo por las tiendas o algo así?
Se encaminaron hacia Dervish y Banges. Habían colgado un gran letrero en el escaparate, y unos cuantos vecinos de Hogsmeade lo estaban leyendo. Se apartaron cuando se acercaron Harry y Cho, y él volvió a encontrarse ante las fotografías de los diez
mortífagos
fugados. «Por orden del Ministerio de Magia», según rezaba el cartel, se ofrecía una recompensa de mil galeones a cualquier mago o bruja que pudiera aportar alguna información que sirviera para capturar a alguno de los reclusos fotografiados.
—Qué raro —dijo Cho en voz baja mientras observaba las fotografías de los
mortífagos
—. ¿Te acuerdas de cuando se fugó Sirius Black? Había
dementores
buscándolo por todo Hogsmeade. Y ahora que se han escapado diez
mortífagos
, no hay
dementores
por ninguna parte…
—Sí —contestó Harry, y apartó la vista de la cara de Bellatrix Lestrange para echar una ojeada a ambos lados de la calle principal—. Sí, es muy raro.
No lamentaba que no hubiera
dementores
por allí cerca, pero, pensándolo bien, su ausencia era francamente significativa. No sólo habían dejado que se fugaran los
mortífagos
, sino que no se estaban tomando la molestia de buscarlos… Todo parecía indicar que era cierto que estaban fuera del control del Ministerio.
Las fotografías de los diez
mortífagos
fugados estaban colgadas en todos los escaparates por los que pasaron Harry y Cho. Cuando llegaron a La Casa de las Plumas, empezó a llover; unas frías y gruesas gotas de lluvia golpeaban a Harry en la cara y en la nuca.
—Humm…, ¿te apetece tomar un café? —propuso Cho con vacilación cuando la lluvia empezó a intensificarse.
—Sí —respondió Harry, y miró alrededor—. ¿Adónde vamos?
—Cerca de aquí hay un sitio muy agradable. ¿Nunca has oído hablar del salón de té de Madame Pudipié? —dijo con tono jovial, guiando a Harry por una calle lateral hasta llegar a un local que él no había visto hasta entonces.
Era un sitio pequeño y caluroso, donde todo parecía estar decorado con flecos y lazos. Harry se acordó del despacho de la profesora Umbridge y sintió un escalofrío.
—¿Verdad que es mono? —comentó Cho muy contenta.
—Humm…, sí… —mintió Harry.
—¡Mira, lo ha adornado con motivo del día de San Valentín! —observó Cho, y señaló unos querubines dorados, suspendidos sobre cada una de las mesitas redondas, que de vez en cuando lanzaban confeti de color rosa sobre sus ocupantes.
—¡Ah!
Se sentaron a la única mesa libre que quedaba, junto a la empañada ventana. Roger Davies, el capitán del equipo de
quidditch
de Ravenclaw, estaba sentado al lado de ellos con una chica rubia muy guapa. Estaban cogidos de la mano. Aquella imagen hizo que Harry se sintiera incómodo, sobre todo cuando, al echar un vistazo al salón de té, reparó en que estaba lleno de parejas, y todas se cogían de la mano. A lo mejor Cho esperaba que él hiciera lo mismo.