Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—Harry —dijo una voz ronca al oído del chico—. Hermione…
Harry giró la cabeza y vio la enorme y barbuda cara de Hagrid, que asomaba entre los asientos. Por lo visto, había recorrido toda la hilera, porque los alumnos de primero y de segundo curso, que estaban sentados detrás de Harry y Hermione, parecían aplastados y despeinados. Por algún extraño motivo, Hagrid estaba doblado por la cintura, como si no quisiera que alguien lo viera, aunque de cualquier modo sobresalía más de un metro entre los demás.
—Escuchad —susurró—, ¿podéis venir conmigo? Ahora, mientras todos ven el partido.
—¿Tan urgente es? —preguntó Harry—. ¿No puedes esperar a que acabe el encuentro?
—No. No, Harry, tiene que ser ahora, mientras todo el mundo mira hacia el otro lado. Por favor.
A Hagrid le sangraba un poco la nariz y tenía ambos ojos amoratados. Harry no lo había visto tan de cerca desde que regresó al colegio, y le pareció que estaba sumamente angustiado.
—Claro —repuso Harry al momento—. Claro que vamos contigo.
Hermione y él recorrieron su hilera de asientos provocando las protestas de los estudiantes que tuvieron que levantarse para dejarlos pasar. Los de la fila de Hagrid no se quejaban: sólo intentaban ocupar el mínimo espacio posible.
—Os lo agradezco mucho, de verdad —dijo Hagrid cuando llegaron a la escalera. Siguió mirando alrededor, nervioso, mientras bajaban hacia el jardín—. Espero que no hayan visto que nos marchamos.
—¿Te refieres a la profesora Umbridge? —le preguntó Harry—. Tranquilo, seguro que no nos ha visto. Está sentada con toda su brigada, ¿no te has fijado? Debe de imaginarse que pasará algo durante el partido.
—Ya, bueno, un poco de jaleo no nos vendría mal —comentó Hagrid, y se detuvo al llegar al pie de las gradas para asegurarse de que la extensión de césped que las separaba de su cabaña estaba desierta—. Así dispondríamos de más tiempo.
—¿Qué ocurre, Hagrid? —inquirió Hermione mirándolo con cara de preocupación mientras corrían por la hierba hacia la linde del bosque.
—Bueno, enseguida lo verás —contestó él, y miró hacia atrás cuando estalló una gran ovación en el estadio—. Eh, acaba de marcar alguien, ¿no?
—Seguro que ha sido Ravenclaw —afirmó Harry, apesadumbrado.
—Estupendo…, estupendo —murmuró Hagrid, distraído—. Me alegro…
Harry y Hermione tuvieron que correr para alcanzar a su amigo, que avanzaba por la ladera a grandes zancadas y de vez en cuando miraba hacia atrás. Cuando llegaron a su cabaña, Hermione torció automáticamente hacia la izquierda, donde estaba la puerta. Pero Hagrid pasó de largo y siguió hasta la linde del bosque, y una vez allí cogió una ballesta que estaba apoyada en el tronco de un árbol.
Cuando se dio cuenta de que los chicos ya no estaban a su lado, se dio la vuelta.
—Hemos de entrar ahí —dijo, e hizo una seña con la enmarañada cabeza.
—¿En el bosque? —se extrañó Hermione, atónita.
—Sí —confirmó Hagrid—. ¡Vamos, deprisa, antes de que nos vean!
Harry y Hermione se miraron y se pusieron a cubierto entre los árboles, detrás de Hagrid, que seguía adentrándose en la verde penumbra con la ballesta al hombro. Los chicos corrieron para alcanzarlo.
—¿Por qué vas armado, Hagrid? —le preguntó Harry.
—Sólo es por precaución —respondió, encogiendo sus fornidos hombros.
—El día que nos enseñaste los
thestrals
no llevabas la ballesta —observó tímidamente Hermione.
—Ya, bueno, porque aquel día no íbamos a adentrarnos tanto —explicó Hagrid—. Además, eso fue antes de que Firenze se marchara del bosque, ¿verdad?
—¿Qué tiene que ver que Firenze se haya marchado? —preguntó Hermione con curiosidad.
—Que ahora los otros centauros están furiosos conmigo —repuso Hagrid en voz baja, y miró alrededor—. Antes éramos…, bueno, no diré que amigos, pero nos llevábamos bien. Ellos se ocupaban de sus asuntos y yo de los míos, pero siempre venían si yo quería hablar con ellos. Ahora todo ha cambiado. —Y dio un profundo suspiro.
—Firenze dijo que están enfadados porque él aceptó trabajar para Dumbledore —comentó Harry, y tropezó con una raíz que sobresalía del suelo, pues iba distraído observando el perfil de su amigo.
—Sí —asintió Hagrid con pesar—. Bueno, enfadados es poco. Yo diría condenadamente rabiosos. Creo que si no llego a intervenir habrían matado a coces a Firenze.
—¿Lo atacaron? —se sorprendió Hermione.
—Sí —afirmó Hagrid con brusquedad al mismo tiempo que apartaba unas ramas bajas para abrirse paso—. Se le echó encima la mitad de la manada.
—¿Y tú los paraste? —quiso saber Harry, asombrado e impresionado—. ¿Tú solo?
—Pues claro, no podía quedarme allí plantado viendo cómo lo mataban, ¿no? Fue una suerte que pasara por allí, la verdad… ¡Y Firenze debería haberlo recordado antes de enviarme estúpidas advertencias! —añadió acalorada e inesperadamente. Harry y Hermione se miraron con cara de susto, pero Hagrid frunció el entrecejo y no dio más explicaciones—. En fin —prosiguió, respirando más ruidosamente de lo habitual—, desde aquel día los otros centauros están furiosos conmigo, y lo malo es que tienen mucha influencia en el bosque. Son las criaturas más astutas que hay por aquí.
—¿Por eso hemos venido, Hagrid? —inquirió Hermione—. ¿Por los centauros?
—¡Ah, no! —respondió él, y negó con la cabeza—. No, no es por ellos. Bueno, ellos podrían complicar aún más las cosas, desde luego, pero esperad un poco y me entenderéis.
Dejó aquel indescifrable comentario en el aire y siguió adelante; cada paso que daba Hagrid equivalía a tres pasos de los chicos, de modo que les costaba trabajo seguirlo.
A medida que se adentraban en el Bosque Prohibido la maleza iba invadiendo el camino y los árboles cada vez crecían más juntos, así que estaba tan oscuro como al anochecer. Habían llegado mucho más allá del claro donde Hagrid les había enseñado los
thestrals
, pero Harry no empezó a inquietarse hasta que de pronto Hagrid se apartó de la senda y comenzó a caminar entre los árboles hacia el tenebroso corazón del bosque.
—¡Hagrid! —exclamó el muchacho mientras atravesaba unas zarzas llenas de pinchos por las que su amigo había pasado sin grandes dificultades, al mismo tiempo que recordaba claramente lo que le había pasado una vez que se apartó del camino del bosque—. ¿Adónde vamos?
—Un poco más allá —contestó él mirándolo por encima del hombro—. Vamos, Harry, ahora hemos de avanzar juntos.
Costaba mucho trabajo seguir el ritmo de Hagrid al haber tantas ramas y tantos espinos por entre los que él pasaba sin inmutarse, como si fueran telarañas, pero en cambio a Harry y a Hermione se les enganchaban en las túnicas, y a veces se les enredaban hasta tal punto que tenían que parar varios minutos para soltárselos. Al poco rato, Harry tenía la zona descubierta de brazos y piernas llena de pequeños cortes y rasguños. Se habían adentrado tanto en el bosque que, de vez en cuando, lo único que Harry veía de Hagrid en la penumbra era una inmensa silueta negra delante de él. En medio de aquel denso silencio, cualquier sonido parecía amenazador. El crujido de una ramita al partirse resonaba con intensidad, y hasta el más débil susurro, aunque lo hubiera hecho un inocente gorrión, conseguía que Harry escudriñara la oscuridad tratando de descubrir a un enemigo. De pronto reparó en que era la primera vez que se alejaba tanto por el bosque sin encontrar ningún tipo de criatura, e interpretó esa ausencia como un mal presagio.
—Hagrid, ¿no podríamos encender las varitas? —propuso Hermione en voz baja.
—Bueno, vale —susurró Hagrid—. En realidad… —Entonces paró en seco y se dio la vuelta; Hermione chocó contra él y cayó hacia atrás. Harry la sujetó justo antes de que diera contra el suelo—. Quizá sería conveniente que nos detuviéramos un momento, para que pueda… poneros al corriente —sugirió—. Antes de que lleguemos a donde vamos.
—¡Genial! —exclamó Hermione mientras Harry la ayudaba a enderezarse.
Ambos murmuraron:
¡Lumos!
, y las puntas de sus varitas se encendieron. El rostro de Hagrid surgió de la penumbra, entre los dos vacilantes haces de luz, y Harry comprobó una vez más que su amigo estaba nervioso y afligido.
—Bueno —empezó Hagrid—, veamos… El caso es que… —Inspiró hondo—. Bueno, hay muchas posibilidades de que me despidan cualquier día de éstos —expuso. Harry y Hermione se miraron y luego miraron a Hagrid.
—Pero si has aguantado hasta ahora —comentó Hermione tímidamente—, ¿qué te hace pensar que…?
—La profesora Umbridge cree que fui yo quien metió ese
escarbato
en su despacho.
—¿Lo hiciste? —le preguntó Harry sin poder contenerse.
—¡No, claro que no! —contestó Hagrid, indignado—. Pero ella cree que cualquier cosa relacionada con criaturas mágicas tiene que ver conmigo. Ya sabéis que ha estado buscando una excusa para librarse de mí desde que regresé a Hogwarts. Yo no quiero marcharme, por supuesto, pero si no fuera por…, bueno, el carácter excepcional de lo que estoy a punto de revelaros, me marcharía ahora mismo, antes de que a ella se le presente la ocasión de echarme delante de todo el colegio, como hizo con la profesora Trelawney.
Harry y Hermione hicieron signos de protesta, pero Hagrid los desechó agitando una de sus enormes manos.
—No es el fin del mundo; cuando salga de aquí, tendré ocasión de ayudar a Dumbledore y puedo resultarle muy útil a la Orden. Y vosotros contáis con la profesora Grubbly-Plank, así que no tendréis problemas para… para aprobar los exámenes. —La voz le tembló hasta quebrarse—. No os preocupéis por mí —se apresuró a añadir cuando Hermione le hizo una caricia en un brazo. Luego Hagrid sacó su inmenso pañuelo de lunares del bolsillo de su chaleco y se enjugó las lágrimas con él—. Mirad, no os estaría soltando este sermón si no fuera necesario. Veréis, si me voy…, bueno, no puedo marcharme sin… sin contárselo a alguien… porque… porque necesito que me ayudéis. Y Ron también, si quiere.
—Pues claro que te ayudaremos —soltó Harry enseguida—. ¿Qué quieres que hagamos?
Hagrid se sorbió la nariz y dio unas palmadas a Harry en el hombro, con tanta fuerza que el chico salió impulsado hacia un lado y chocó contra un árbol.
—Ya sabía que diríais que sí —comentó Hagrid tapándose la cara con el pañuelo—, pero no…, nunca… olvidaré… Bueno, vamos… Ya falta poco… Tened cuidado porque por aquí hay ortigas…
Continuaron andando en silencio otros cinco minutos; cuando Harry abrió la boca para preguntar si faltaba mucho, Hagrid extendió el brazo derecho indicándoles que debían parar.
—Muy despacito —indicó con voz queda—. Sin hacer ruido…
Avanzaron con sigilo y de pronto Harry vio que se encontraban frente a un gran y liso montículo de tierra, tan alto como Hagrid; sintió terror al comprender que debía de ser la guarida de algún animal gigantesco. El montículo, a cuyo alrededor los árboles habían sido arrancados de raíz, se alzaba sobre un terreno desprovisto de vegetación y rodeado de montones de troncos y de ramas que formaban una especie de valla o barricada detrás de la cual se hallaban los tres amigos.
—Duerme —dijo Hagrid en voz baja.
Harry oyó claramente un ruido sordo, rítmico, que parecía el de un par de inmensos pulmones en funcionamiento. Miró de reojo a Hermione, que contemplaba el montículo con la boca entreabierta; era evidente que estaba muerta de miedo.
—Hagrid —dijo la chica en un susurro apenas audible por encima del ruido que hacía la criatura durmiente—, ¿quién es? —A Harry le sorprendió aquella pregunta. Si la hubiera formulado él, habría dicho «¿Qué es?»—. Hagrid, nos dijiste… —continuó Hermione, cuya varita mágica temblaba en su mano—, ¡nos dijiste que ninguno quiso venir contigo!
Harry miró a Hagrid y de repente lo entendió todo; luego dirigió de nuevo la mirada hacia el montículo al mismo tiempo que soltaba un ahogado grito de horror.
El montículo de tierra, al que habrían podido subir fácilmente los tres, ascendía y descendía lentamente al compás de la profunda y resoplante respiración. Aquella masa informe no era ningún montículo. No podía ser más que la curvada espalda de…
—Bueno, no, él no quería venir —aclaró Hagrid, presa de la desesperación—. Pero ¡tenía que traerlo conmigo, Hermione, tenía que traerlo!
—Pero ¿por qué? —preguntó Hermione, que parecía a punto de llorar—. ¿Por qué…, qué…? ¡Oh, Hagrid!
—Pensé que si lo traía aquí —continuó el guardabosques, que también parecía al borde de las lágrimas— y le enseñaba buenos modales… podría presentárselo a todo el mundo y demostrar que es inofensivo.
—¿Inofensivo, dices? —chilló Hermione, y Hagrid se puso a hacer frenéticos ademanes para que se callase, pues la enorme criatura que tenían ante ellos, aún dormida, había soltado un fuerte gruñido y había cambiado de postura—. Ha sido él quien te ha hecho esas heridas, ¿verdad? ¡Te ha estado pegando todo este tiempo!
—¡No es consciente de la fuerza que tiene! —aseguró Hagrid muy convencido—. Y está mejorando, ya no pelea tanto como antes…
—¡Ahora lo entiendo! ¡Por eso tardaste dos meses en llegar a casa! —comentó Hermione—. Oh, Hagrid, ¿por qué lo trajiste si él no quería venir? ¿No habría sido más feliz si se hubiera quedado con su gente?
—No lo dejaban vivir, Hermione, se metían con él por lo pequeño que es.
—¿Pequeño? —se extrañó la chica—. ¿Has dicho pequeño?
—No podía dejarlo allí, Hermione —afirmó Hagrid. Las lágrimas resbalaban por su magullada cara y se perdían entre los pelos de su barba—. Es que… ¡es mi hermano!
Hermione se quedó mirando a Hagrid, boquiabierta.
—Cuando dices «hermano» —intervino Harry—, ¿quieres decir…?
—Bueno, hermanastro —se corrigió—. Resulta que cuando dejó a mi padre, mi madre estuvo con otro gigante y tuvo a Grawp…
—¿Grawp? —repitió Harry.
—Sí…, bueno, así es como suena cuando él pronuncia su nombre —explicó Hagrid con nerviosismo—. No sabe mucho nuestra lengua… He intentado enseñarle un poco, pero… En fin, por lo visto mi madre no le tenía más cariño del que me tenía a mí. Veréis, para las gigantas lo más importante es tener hijos grandotes, y él siempre ha sido tirando a canijo, para ser un gigante. Sólo mide cinco metros.
—¡Sí, pequeñísimo! —opinó Hermione con sarcasmo y un deje de histeria—. ¡Minúsculo!
—Todo el mundo lo maltrataba; comprenderéis que no podía abandonarlo…