Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—¿Cuáles fueron las últimas palabras que nos dijo Albus Dumbledore?
—«Harry es nuestra única esperanza. Confiad en él» —respondió Lupin con serenidad.
Acto seguido, Kingsley apuntó con la varita a Harry, pero Lupin dijo:
—Es él. Ya lo he comprobado.
—De acuerdo —aceptó Kingsley, y se guardó la varita bajo la capa—. Pero alguien nos ha traicionado. ¡Lo sabían! ¡Sabían que iba a ser esta noche!
—Eso parece —concedió Lupin—, pero por lo visto no sabían que habría siete Harrys.
—¡Qué gran consuelo! —gruñó Kingsley—. ¿Quién más ha vuelto?
—Sólo Harry, Hagrid, George y yo.
Hermione ahogó un grito tapándose la boca con una mano.
—¿Qué os ha pasado? —le preguntó Lupin a Kingsley.
—Nos siguieron cinco, logramos herir a dos y creo que maté a uno —recitó Kingsley de un tirón—. Y también vimos a Quien-tú-sabes. Se unió a la persecución hacia la mitad, pero no tardó mucho en esfumarse. Remus, él puede…
—… volar —intervino Harry—. Yo también lo vi. También nos persiguió a Hagrid y a mí.
—¡Por eso se marchó! ¡Para seguirte a ti! —exclamó Kingsley—. No entendí por qué se había esfumado. Pero ¿por qué cambió de objetivo?
—Harry fue demasiado considerado con Stan Shunpike —explicó Lupin.
—¿Stan? —se extrañó Hermione—. ¿No estaba en Azkaban?
—Hermione, es obvio que se ha producido una fuga masiva que el ministerio ha preferido no divulgar —replicó Kingsley y soltó una amarga risotada—. A Travers se le resbaló la capucha cuando le lancé una maldición, y se supone que él también estaba en Azkaban. ¿Y a ti, Remus, qué te ha pasado? ¿Dónde está George?
—Ha perdido una oreja —dijo Lupin.
—¿Que ha perdido…? —terció Hermione con voz chillona.
—Ha sido Snape —explicó Lupin.
—¿Snape? —saltó Harry—. No sabía que…
—También se le cayó la capucha durante la persecución. A Snape siempre se le dio bien el
Sectumsempra
. Me gustaría poder decir que le he pagado con la misma moneda, pero tenía que sujetar a George para que no cayera de la escoba, pues estaba perdiendo mucha sangre.
Los cuatro guardaron silencio y miraron el cielo. No había ni rastro de movimiento; las estrellas brillaban en lo alto, impasibles, indiferentes, pero no vieron a ninguno de sus amigos. ¿Dónde estaba Ron? ¿Dónde Fred y el señor Weasley, y Bill, Fleur, Tonks,
Ojoloco
y Mundungus?
—¡Échame una mano, Harry! —pidió Hagrid con voz ronca desde la puerta, donde había vuelto a quedar atascado.
El muchacho se alegró de tener algo que hacer y lo ayudó a pasar. Luego cruzó la cocina y regresó al salón, donde la señora Weasley y Ginny seguían ocupándose de George. Molly ya había controlado la hemorragia, y la luz de la lámpara permitió a Harry ver un limpio agujero en el sitio donde antes George tenía la oreja.
—¿Cómo está?
La señora Weasley volvió la cabeza y contestó:
—No puedo hacérsela crecer otra vez, porque se la han arrancado mediante magia oscura. Pero habría podido ser mucho peor… Al menos está vivo.
—Sí —coincidió Harry—. Por suerte.
—Me ha parecido oír a alguien más en el patio —dijo Ginny.
—Sí, Hermione y Kingsley —confirmó Harry.
—Menos mal… —susurró Ginny.
Se miraron. A Harry le dieron ganas de abrazarla; ni siquiera le importaba mucho que la señora Weasley estuviera allí, pero antes de dejarse llevar por el impulso se oyó un fuerte estruendo proveniente de la cocina.
—¡Te demostraré quién soy cuando haya visto a mi hijo, Kingsley! ¡Y ahora te aconsejo que te apartes!
Harry jamás había oído gritar de esa forma al señor Weasley, que irrumpió en el salón con la calva perlada de sudor y las gafas torcidas. Fred iba detrás de él y ambos estaban pálidos pero ilesos.
—¡Arthur! —sollozó la señora Weasley—. ¡Por fin!
—¿Cómo está?
El señor Weasley se arrodilló junto a George. Por primera vez desde que Harry lo conocía, Fred no supo qué decir; miraba boquiabierto la herida de su hermano gemelo por encima del respaldo del sofá, como si no pudiera creer lo que veían sus ojos.
George se movió un poco, despertado quizá por la llegada de Fred y su padre.
—¿Cómo te encuentras, Georgie? —susurró su madre.
George se palpó la cabeza con la yema de los dedos.
—Echo de menos mi lenteja —murmuró.
—¿Qué le pasa? —preguntó Fred con voz ronca, al parecer profundamente consternado—. ¿Tiene afectado el cerebro?
—Lenteja, oreja… —explicó George abriendo los ojos y mirando a su hermano—. ¿No lo pillas, Fred?
Los sollozos de la señora Weasley se intensificaron, mientras el color volvía al pálido rostro de Fred, que dijo:
—Patético. ¡Patético! Con el amplio abanico de posibilidades que ofrece la palabra «oreja», ¿tú vas y eliges «lenteja»?
—Bueno —dijo George sonriéndole a su llorosa madre—. Ahora ya podrás distinguirnos, mamá. —Volvió la cabeza y añadió—: Hola, Harry. Porque eres Harry, ¿no?
—Sí, soy yo.
—
Y se acercó más al sofá.
—Bueno, al menos hemos logrado traerte sano y salvo —dijo George—. ¿Cómo es que ni Ron ni Bill han acudido a mi lecho de convaleciente?
—Todavía no han vuelto, George —repuso su madre. La sonrisa del chico se borró de sus labios.
Harry miró a Ginny y le indicó que lo acompañara fuera. Cuando atravesaban la cocina, Ginny dijo en voz baja:
—Ron y Tonks ya deberían haber regresado. Su trayecto no era muy largo; la casa de tía Muriel no está lejos de aquí.
Harry no contestó. Desde que llegara a La Madriguera había intentado mantener su miedo a raya, pero ahora éste lo invadía: lo sentía trepar por la piel, vibrarle en el pecho y atascarle la garganta. Bajaron los escalones de la puerta trasera y salieron al oscuro patio. Ginny le cogió la mano.
Kingsley iba de un lado para otro a grandes zancadas y miraba el cielo cada vez que daba media vuelta. Harry se acordó de tío Vernon paseándose por el salón y tuvo la sensación de que esa imagen pertenecía a un pasado muy remoto. Hagrid, Hermione y Lupin estaban de pie, hombro con hombro, mirando también el cielo. Ninguno de ellos se volvió cuando Harry y Ginny se les unieron en esa muda vigilancia.
Los minutos transcurrían con una lentitud insoportable. De repente, un leve susurro los sobresaltó, y todos se giraron para comprobar si se había movido algún arbusto o un árbol, con la esperanza de ver asomar entre su follaje, ileso, a otro miembro de la Orden.
De pronto, justo encima de sus cabezas se materializó una escoba y descendió como una centella.
—¡Son ellos! —exclamó Hermione.
Tonks aterrizó con un prolongado derrape, salpicando tierra y guijarros en todas direcciones.
—¡Remus! —gritó la bruja al mismo tiempo que se apeaba de la escoba. Tambaleándose, fue a abrazar a Lupin, quien, pálido y serio, era incapaz de articular palabra.
Ron fue dando trompicones hacia Harry y Hermione.
—¡Estás sana y salva! —farfulló antes de que Hermione se abalanzara sobre él y lo abrazara con fuerza.
—Creí… creí…
—Estoy bien —dijo Ron dándole unas palmaditas en la espalda—. Estoy bien.
—Ron se ha comportado de una manera espectacular —explicó Tonks con entusiasmo, y soltó a Lupin—. Impresionante. Le ha lanzado un hechizo aturdidor a un
mortífago
, directo a la cabeza, y ya sabéis que apuntar a un objetivo en movimiento desde una escoba en vuelo…
—¿Eso has hecho? —se asombró Hermione mirando a Ron, a quien todavía tenía abrazado por el cuello.
—Siempre ese tono de sorpresa —refunfuñó él soltándose—. ¿Somos los últimos?
—No —respondió Ginny—. Todavía estamos esperando a Bill y Fleur y a
Ojoloco
y Mundungus. Voy a decirles a mamá y papá que estás bien, Ron. —Y entró corriendo en la casa.
—¿Qué ha pasado? ¿Qué os ha retenido? —preguntó Lupin a Tonks, casi con enfado.
—Bellatrix, ni más ni menos —contestó ella—. Me odia tanto como a Harry; ha hecho todo lo posible por matarme. Ojalá la hubiera pillado, porque se la debo. Pero al menos herimos a Rodolphus. Luego fuimos a casa de la tía de Ron, pero se nos escapó el traslador; tía Muriel estaba muy preocupada por nosotros…
Lupin, a quien le temblaba un músculo del mentón, sólo consiguió asentir.
—Y a vosotros ¿qué os ha ocurrido? —preguntó Tonks volviéndose hacia Harry, Hermione y Kingsley.
Cada uno relató su historia, pero daba la impresión de que la tardanza de Bill, Fleur,
Ojoloco
y Mundungus los había recubierto de una especie de escarcha, y cada vez les costaba más ignorar el frío que les imbuía.
—Tengo que volver a Downing Street; hace una hora que debería estar allí —dijo Kingsley tras echar un último vistazo al cielo—. Avisadme cuando vuelvan.
Lupin asintió. Kingsley se despidió de los demás con un ademán y echó a andar hacia la verja del oscuro patio. A Harry le pareció oír un débil ¡paf! cuando el mago se desapareció, justo detrás de las lindes de La Madriguera.
Los Weasley bajaron corriendo los escalones de la puerta trasera, seguidos por Ginny. Abrazaron a Ron y luego se dirigieron a Lupin y Tonks.
—Gracias por devolvernos a nuestros hijos —dijo la señora Weasley.
—No digas tonterías, Molly —replicó Tonks.
—¿Cómo se encuentra George? —preguntó Lupin.
—¿Qué le pasa a George? —inquirió Ron.
—Ha perdido…
Pero unos repentinos gritos de júbilo ahogaron la respuesta de la señora Weasley, porque un thestral acababa de aparecer en el cielo. Tras descender a gran velocidad, se posó a escasa distancia del reducido grupo. Bill y Fleur, despeinados pero ilesos, se apearon del animal.
—¡Bill! ¡Menos mal! ¡Benditos los ojos que te ven!
La señora Weasley fue hacia ellos, pero Bill sólo la abrazó de pasada. Miró a su padre y anunció:
—
Ojoloco
ha muerto.
Nadie dijo nada, nadie se movió. Harry notó que algo se desplomaba en su interior, como si algo se le cayera y, atravesando el suelo, lo abandonara para siempre.
—Lo hemos visto con nuestros propios ojos —explicó Bill. Fleur asintió; la luz proveniente de la cocina iluminaba los surcos que las lágrimas le dejaban en las mejillas—. Ocurrió justo después de que saliéramos del círculo;
Ojoloco
y Dung estaban cerca de nosotros y también iban hacia el norte. Voldemort puede volar, ¿sabéis?, y fue derecho hacia ellos. Oí gritar a Dung, que se dejó dominar por el pánico;
Ojoloco
intentó detenerlo, pero se desapareció. Entonces la maldición de Voldemort le dio a
Ojoloco
en pleno rostro; cayó hacia atrás y… No pudimos hacer nada, nada. Nos perseguían una docena de
mortífagos
… —Se le quebró la voz.
—Claro que no pudisteis hacer nada —lo consoló Lupin.
Se quedaron todos allí plantados, mirándose. Harry no era capaz de asimilarlo:
Ojoloco
, muerto; no podía ser.
Ojoloco
, tan fuerte, tan valiente, el superviviente por excelencia…
Al final todos cayeron en la cuenta, aunque nadie lo dijera, de que ya no tenía sentido seguir esperando en el patio, de modo que siguieron en silencio a los Weasley y fueron al salón de La Madriguera, donde encontraron a Fred y George riendo.
—¿Qué ocurre? —preguntó Fred escudriñando sus rostros—. ¿Qué ha pasado? ¿Quién…?
—Se trata de… de
Ojoloco
—dijo su padre—. Ha muerto.
Las sonrisas de los gemelos se convirtieron en muecas de conmoción; parecía que nadie sabía qué hacer. Tonks lloraba en silencio tapándose la cara con un pañuelo (Harry sabía que la bruja estaba muy unida al mago, pues era su favorita y su protegida en el Ministerio de Magia), y Hagrid, que se había sentado en el rincón más despejado del suelo, se enjugaba las lágrimas con un pañuelo del tamaño de un mantel.
Bill fue al aparador y sacó una botella de whisky de fuego y unos vasos pequeños.
—Brindemos —propuso, y con una sacudida de la varita hizo volar los doce vasos llenos por la habitación hasta cada uno de los presentes; cogió el suyo y lo levantó—. ¡Por
Ojoloco
!
—¡Por
Ojoloco
! —repitieron todos, y bebieron.
—¡Por
Ojoloco
! —brindó Hagrid con retraso, hipando.
El whisky de fuego le abrasó la garganta a Harry, pero fue como si le devolviera la sensibilidad, disipando el entumecimiento y la sensación de irrealidad e infundiéndole algo similar al coraje.
—Conque Mundungus ha desaparecido, ¿eh? —masculló Lupin, que había vaciado su vaso de un trago.
El ambiente cambió de inmediato: todos se pusieron tensos, observándolo. A Harry le pareció que querían oír más pero, al mismo tiempo, temían escuchar lo que Lupin opinase al respecto.
—Sé lo que piensas —dijo Bill—, y yo también me lo he preguntado cuando venía hacia aquí, porque pareció ciertamente que los
mortífagos
nos estaban esperando. Pero Mundungus no puede habernos traicionado. No sabían que habría siete Harrys y eso los desconcertó cuando nos vieron aparecer. Por si lo has olvidado, fue Mundungus quien propuso nuestro ardid. Así que, dime, ¿por qué no iba a revelarles el dato más importante? Lo que pasa es que a Dung le entró pánico, así de sencillo. Él no quería venir, pero
Ojoloco
lo obligó, y Quien-tú-sabes fue directo hacia ellos; eso habría bastado para aterrorizar a cualquiera.
—Quien-tú-sabes ha actuado exactamente como
Ojoloco
previo que haría —repuso Tonks con desdén—. Moody nos dijo que El-que-no-debe-ser-nombrado supondría que el Harry auténtico iría con los aurores más fuertes y expertos. Así que primero persiguió a
Ojoloco
y, cuando Mundungus se delató, fue a buscar a Kingsley.
—Sí, todo eso está muy bien —intervino Fleur—,
pego
no explica cómo sabían que íbamos a
tgasladag
a
Hagy
esta noche, ¿no? Alguien debe de
habeg
tenido algún descuido. A alguien se le ha debido
escapag
la fecha hablando con algún
intguso
. Es la única explicación de que los
mogtífagos supiegan
la fecha del plan.
Los miró uno por uno a la cara —todavía conservaba el rastro de las lágrimas en sus hermosas mejillas—, desafiándolos en silencio a contradecirla. Nadie lo hizo. El único sonido que interrumpió el silencio fue el de los hipidos de Hagrid, que seguía tapándose la cara con el pañuelo. Harry lo miró; Hagrid era quien acababa de arriesgar su vida para salvarlo; Hagrid, a quien quería y en quien confiaba, aquel al que en una ocasión habían engañado para que le diera a Voldemort una información crucial a cambio de un huevo de dragón…