Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—Eres un cielo —replicó ella; le sonrió y salió del lavadero.
A partir de ese momento, la señora Weasley mantuvo a Harry, Ron y Hermione tan ocupados con los preparativos de la boda que los chicos casi no tuvieron tiempo ni para pensar. La explicación más benévola de ese comportamiento habría sido que quería distraerlos para que no pensaran en
Ojoloco
ni en los terrores de su reciente aventura. Sin embargo, cuando ya llevaban dos días limpiando cuberterías, agrupando por colores un montón de adornos, lazos y flores, desgnomizando el jardín y ayudándola a preparar grandes bandejas de canapés, Harry sospechó que la madre de Ron tenía otras motivaciones, ya que todas las tareas que les asignaba los mantenían separados. Tanto fue así que Harry no tuvo ocasión de volver a hablar con sus dos amigos a solas desde la primera noche, después de contarles que había visto cómo Voldemort torturaba a Ollivander.
—Me parece que mi madre confía en que si consigue impedir que estéis juntos y hagáis planes, podrá retrasar vuestra partida —comentó Ginny en voz baja mientras preparaban la mesa para cenar la tercera noche después de su llegada.
—¿Y qué cree que va a pasar entonces? —murmuró Harry—. ¿Que alguien matará a Voldemort mientras ella nos tiene aquí preparando volovanes? —Lo dijo sin pensar y vio que Ginny palidecía.
—Entonces, ¿es verdad? ¿Es eso lo que pretendéis hacer?
—Yo no… Lo he dicho en broma —rectificó, evasivo.
Sus miradas se cruzaron y Harry detectó algo más que sorpresa en el rostro de Ginny. De pronto él cayó en la cuenta de que era la primera vez que estaba a solas con ella desde aquellos momentos robados en rincones apartados de los jardines de Hogwarts, y tuvo la certeza de que Ginny también lo estaba pensando. Ambos dieron un respingo cuando se abrió la puerta y entraron el señor Weasley, Kingsley y Bill.
Esos días solían ir otros miembros de la Orden a cenar con ellos, ya que La Madriguera había sustituido al número 12 de Grimmauld Place como cuartel general. El señor Weasley les había explicado que, después de la muerte de Dumbledore —Guardián de los Secretos de la Orden—, cada una de las personas a quienes el anciano profesor revelara la ubicación de Grimmauld Place se había convertido a su vez en Guardián de los Secretos.
—Y como somos unos veinte, eso reduce mucho el poder del encantamiento
Fidelio
. Los
mortífagos
tienen veinte veces más posibilidades de sonsacarle el secreto a alguno de nosotros. Por eso, no podemos esperar que el encantamiento aguante mucho más tiempo.
—Pero si a estas alturas Snape ya les habrá revelado la dirección a los
mortífagos
, ¿no? —comentó Harry.
—Verás,
Ojoloco
puso un par de maldiciones contra Snape por si volvía a aparecer por allí. Suponemos que serán lo bastante poderosas para no dejarlo entrar y amarrarle la lengua si intenta hablar de la casa, pero no podemos estar seguros. Habría sido una locura seguir utilizando la casa como cuartel general ahora que sus defensas están tan mermadas.
Esa noche había tanta gente en la cocina que resultaba difícil manipular los tenedores y cuchillos. Harry se encontraba apretujado al lado de Ginny, y todo aquello que no habían llegado a decirse mientras preparaban la mesa le hizo desear que hubiera varios comensales entre ambos. Tenía que esforzarse tanto para no rozarle el brazo, que apenas podía cortar el pollo.
—¿No se sabe nada de
Ojoloco
? —le preguntó a Bill.
—No, nada.
No se había celebrado ningún funeral por Moody, porque Bill y Lupin no habían recuperado el cadáver. Además, debido a la oscuridad y la violencia de la batalla, les costó mucho determinar dónde podría haber caído.
—
El Profeta
no ha dicho ni mu acerca de su muerte, ni de que hayan encontrado su cadáver —continuó Bill—. Pero eso no significa nada, porque últimamente no explica gran cosa.
—¿Todavía no han fijado una vista por la magia que utilicé al escapar de los
mortífagos
siendo todavía menor de edad? —le preguntó Harry desde el otro extremo de la mesa al señor Weasley, y éste negó con la cabeza—. ¿Será porque saben que fue un caso de legítima defensa, o porque no desean que todo el mundo mágico se entere de que Voldemort me atacó?
—Supongo que por lo segundo. Scrimgeour no quiere reconocer que Quien-tú-sabes es tan poderoso como en realidad es, ni que ha habido una fuga masiva en Azkaban.
—Ya. Total, ¿para qué contarle la verdad a la gente? —musitó Harry, aferrando el cuchillo con tanta fuerza que las finas cicatrices del dorso de la mano derecha se le destacaron sobre la piel: «No debo decir mentiras.»
—¿Es que no hay nadie en el ministerio dispuesto a plantarle cara? —refunfuñó Ron.
—Claro que sí, Ron, pero la gente está muerta de miedo —respondió su padre—. Temen ser los siguientes en desaparecer, o que sus hijos sean atacados. Circulan rumores muy desagradables. Yo, por ejemplo, no creo que la profesora de Estudios
Muggles
de Hogwarts haya dimitido, pero hace semanas que nadie la ve. Entretanto, Scrimgeour continúa encerrado todo el día en su despacho; espero que esté elaborando algún plan.
Hubo una pausa. La señora Weasley, mediante magia, recogió los platos sucios y sirvió la tarta de manzana.
—Hemos de
pensag
cómo vamos a
disfgazagte
,
Hagy
—dijo Fleur cuando todos tuvieron el postre—.
Paga
la boda —explicó al ver el desconcierto del chico—. No hemos invitado a ningún
mogtífago
,
pog supuesto
,
pego
tampoco podemos
gagantizag
que a algún invitado no se le escape algo después de
bebegse
unas copas de
champagne
.
Harry comprendió que Fleur todavía sospechaba de Hagrid.
—Sí, tienes razón —corroboró la señora Weasley mientras, sentada a la cabecera de la mesa con las gafas en la punta de la nariz, repasaba la interminable lista de tareas que había anotado en un largo pergamino—. A ver, Ron, ¿ya has limpiado a fondo tu habitación?
—¿Por qué? —exclamó éste y, dejando bruscamente la cuchara en el plato, miró a su madre—. ¿Por qué tengo que limpiar a fondo mi habitación? ¡A Harry y a mí nos gusta como está!
—Dentro de unos días, jovencito, tu hermano va a casarse en esta casa…
—¡Por el pellejo de Merlín! ¿Acaso va a casarse en mi habitación? —se soliviantó el chico—. ¡Pues no! Entonces ¿por qué…?
—No le hables así a tu madre —zanjó el señor Weasley con firmeza—. Y haz lo que te ordenan.
Ron miró ceñudo a sus padres y luego atacó el resto de su tarta de manzana.
—Ya te ayudaré. Yo también la he ensuciado —le comentó Harry, pero la señora Weasley lo oyó y dijo:
—No, Harry, querido. Prefiero que ayudes a Arthur a limpiar el gallinero. Y a ti, Hermione, te estaría muy agradecida si cambiaras las sábanas para monsieur y madame Delacour; ya sabes que llegan por la mañana, a las once.
Pero resultó que en el gallinero no había mucho trabajo.
—Preferiría que no se lo comentaras a Molly —le dijo el señor Weasley antes de entrar en el gallinero—, pero… Ted Tonks me ha enviado los restos de la motocicleta de Sirius y… la tengo escondida… es decir, la tengo guardada aquí. Es fantástica: tiene una cañería de escape (creo que se llama así), una batería magnífica y me ofrecerá una gran oportunidad de averiguar cómo funcionan los frenos. Quiero ver si puedo montarla otra vez cuando Molly no esté… bueno, cuando tenga tiempo.
Cuando volvieron a la casa, Harry no encontró a la señora Weasley por ninguna parte, así que subió al dormitorio de Ron, en el desván.
—¡Estoy en ello! ¡Estoy en ello!… Ah, eres tú —resopló Ron, aliviado al ver que era su amigo, y volvió a tumbarse en la cama de la que acababa de levantarse.
El cuarto continuaba tan desordenado como lo había estado toda la semana; el único cambio era que Hermione se hallaba sentada en un rincón, con su suave y sedoso gato de pelaje anaranjado,
Crookshanks
, a sus pies, separando libros en dos montones enormes. Harry observó que algunos ejemplares eran suyos.
—¡Hola, Harry! —lo saludó Hermione, y él se sentó en su cama plegable.
—¿Cómo has conseguido escapar?
—Es que la madre de Ron no se ha acordado de que ayer nos pidió a Ginny y a mí que cambiáramos las sábanas —explicó Hermione, y puso
Numerología y gramática
en un montón y
Auge y caída de las artes oscuras
en el otro.
—Estábamos hablando de
Ojoloco
—dijo Ron—. Yo opino que podría haber sobrevivido.
—Pero si Bill vio cómo lo alcanzaba una maldición asesina —repuso Harry.
—Sí, pero a Bill también lo estaban atacando. ¿Cómo puede estar tan seguro de lo que vio?
—Aunque esa maldición asesina no diera en el blanco,
Ojoloco
cayó desde una altura de unos trescientos metros —razonó Hermione mientras sopesaba con una mano
Equipos de quidditch de Gran Bretaña e Irlanda
.
—A lo mejor utilizó un encantamiento escudo.
—Fleur afirma que la varita se le cayó de la mano —comentó Harry.
—Está bien, si preferís que esté muerto… —gruñó Ron, y palmeó su almohada para darle forma.
—¡Claro que no preferimos que esté muerto! —saltó Hermione con súbita consternación—. ¡Es terrible que haya muerto! Pero hemos de ser realistas.
Por primera vez, Harry imaginó el cuerpo sin vida de
Ojoloco
, inerte como el de Dumbledore, aunque con el ojo mágico todavía girando velozmente en su cuenca. Sintió una punzada de repugnancia mezclada con unas extrañas ganas de reír.
—Seguramente los
mortífagos
lo recogieron antes de irse, y por eso no lo han encontrado —conjeturó Ron.
—Sí —coincidió Harry—. Como hicieron con Barty Crouch, a quien convirtieron en hueso y enterraron en el jardín de la cabaña de Hagrid. Lo más probable es que a
Ojoloco
lo hayan transfigurado, disecado y luego…
—¡Basta! —chilló Hermione y rompió a llorar sobre un ejemplar del
Silabario del hechicero
.
Harry dio un respingo.
—¡Oh, no! —exclamó levantándose con esfuerzo de la vieja cama plegable—. Hermione, no quería disgustarte.
Con un sonoro chirrido de muelles oxidados, Ron bajó de un salto de la cama y llegó antes que Harry. Rodeó con un brazo a Hermione, rebuscó en el bolsillo de sus vaqueros y sacó un asqueroso pañuelo que había utilizado para limpiar el horno. Pero cogió rápidamente su varita, apuntó al pañuelo y dijo:
«¡Tergeo!»
La varita absorbió casi toda la grasa. Satisfecho, Ron le ofreció el humeante pañuelo a su amiga.
—¡Ay, gracias, Ron! Lo siento… —Se sonó la nariz e hipó un poco—. Es que es te… terrible, ¿no? Ju… justo después de lo de Dumbledore. Ja… jamás imaginé que
Ojoloco
llegara a morir. ¡Parecía tan fuerte!
—Sí, lo sé —replicó Ron, y le dio un achuchón—. Pero ¿sabes qué nos diría si estuviera aquí?
—«¡A… alerta permanente!» —balbuceó Hermione mientras se enjugaba las lágrimas.
—Exacto —asintió Ron—. Nos diría que aprendiéramos de su propia experiencia. Y lo que yo he aprendido es que no tenemos que confiar en ese cobarde asqueroso de Mundungus.
Hermione soltó una débil risita y se inclinó para coger dos libros más. Un segundo después,
El monstruoso libro de los monstruos
cayó sobre un pie de Ron. Al libro se le soltó la cinta que lo mantenía cerrado y le dio un fuerte mordisco en el tobillo.
—¡Ay, cuánto lo siento! ¡Perdóname! —exclamó Hermione mientras Harry lo arrancaba de un tirón de la pierna de Ron y volvía a cerrarlo.
—Por cierto, ¿qué estás haciendo con todos esos libros? —preguntó Ron, y volvió cojeando a su cama.
—Intento decidir cuáles nos llevaremos cuando vayamos a buscar los
Horrocruxes
.
—Ah, claro —replicó Ron, y se dio una palmada en la frente—. Olvidaba que iremos a dar caza a Voldemort en una biblioteca móvil.
—Muy gracioso —refunfuñó Hermione contemplando la portada del
Silabario del hechicero
—. No sé si… ¿Creéis que necesitaremos traducir runas? Es posible. Creo que será mejor que nos lo llevemos, por si acaso.
Puso el silabario en el montón más grande y cogió
Historia de Hogwarts
.
—Escuchad… —dijo Harry, que se había enderezado. Ron y Hermione lo miraron con una mezcla de resignación y desafío—. Ya sé que después del funeral de Dumbledore dijisteis que queríais acompañarme, pero…
—Ya empezamos —le dijo Ron a Hermione, y puso los ojos en blanco.
—Tal como temíamos —suspiró ella, y siguió con los libros—. Mirad, creo que sí me llevaré
Historia de Hogwarts
. Aunque no vayamos al colegio, me sentiría muy rara si no lo…
—¡Escuchad! —insistió Harry.
—No, Harry, escucha tú —replicó Hermione—. Vamos a ir contigo. Eso lo decidimos hace meses. Bueno, en realidad hace años.
—Pero es que…
—Cierra el pico, Harry —le aconsejó Ron.
—¿Estáis seguros de que lo habéis pensado bien? —perseveró Harry.
—Mira —replicó Hermione, y lanzó
Recorridos con los trols
al montón de libros descartados al tiempo que le echaba una mirada furibunda—, llevo días preparando el equipaje, así que estamos listos para marcharnos en cuanto nos lo digas. Pero has de saber que, para conseguirlo, he tenido que hacer magia muy difícil, por no mencionar que he robado todas las existencias de poción
multijugos
pertenecientes a
Ojoloco
delante de las narices de la señora Weasley.
»También les he modificado la memoria a mis padres, para convencerlos de que se llaman Wendell y Monica Wilkins y que su mayor sueño era irse a vivir a Australia, lo cual ya han hecho. Así Voldemort lo tendrá más difícil para encontrarlos e interrogarlos sobre mí… o sobre ti, ya que, desgraciadamente, les he hablado mucho de ti.
»Si salgo con vida de nuestra caza de los
Horrocruxes
, iré a buscarlos y anularé el sortilegio. De lo contrario… bueno, creo que el encantamiento que les he hecho los mantendrá seguros y felices. Porque Wendell y Monica Wilkins no saben que tienen una hija.
Las lágrimas volvieron a los ojos de la chica. Ron se levantó, la abrazó de nuevo y miró a Harry con ceño, como reprochándole su falta de tacto, y éste no supo qué decir, en parte porque era muy inusual que su amigo le diera lecciones de diplomacia.