Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—No, no puede ser —dijo Harry con decisión, y todos lo miraron sorprendidos. El whisky de fuego parecía amplificarle la voz—. Es decir… si alguien ha cometido algún error y revelado algún detalle del plan, estoy convencido de que no fue su intención. No es culpa de nadie —aseguró con un tono más fuerte del que habría empleado normalmente—. Tenemos que confiar los unos en los otros. Yo confío en todos vosotros y no creo que ninguno fuera capaz de venderme a Voldemort.
Se produjo otro silencio. Todos contemplaron a Harry, que, acalorado, bebió otro sorbo de whisky de fuego sólo por hacer algo. Entonces pensó en
Ojoloco
, que siempre había sido muy mordaz respecto a la buena disposición de Dumbledore a confiar en la gente.
—Bien dicho, Harry —soltó de pronto Fred.
—¡Eso! ¿Lo habéis oído todos? Yo sólo a medias —bromeó George mirando de soslayo a Fred, que tuvo que contener una sonrisa.
Lupin miró a Harry con una extraña expresión de desdén, casi de lástima.
—¿Crees que estoy loco? —le preguntó Harry.
—No, lo que creo es que eres igual que James, que habría considerado que desconfiar de sus amigos era la peor deshonra.
Harry sabía a qué se refería Lupin: a su padre lo había traicionado uno de sus amigos, Peter Pettigrew. Sintió una rabia irracional. Quiso discutir, pero Lupin, que ya no lo miraba, dejó su vaso en una mesita y le dijo a Bill:
—Tenemos trabajo. Puedo pedirle a Kingsley que…
—No —lo interrumpió Bill—. Iré yo.
—¿Adónde? —preguntaron Tonks y Fleur a la vez.
—A buscar el cadáver de
Ojoloco
—contestó Lupin—. Debemos recuperarlo.
—Pero ¿eso no puede…? —musitó la señora Weasley mirando suplicante a su hijo Bill.
—¿Esperar? No, madre, a menos que prefieras que se lo lleven los
mortífagos
.
Nadie replicó. Lupin y Bill se despidieron y salieron de la habitación.
Los demás se dejaron caer en las sillas, todos excepto Harry que permaneció de pie. Lo repentino e irremediable de la muerte los acompañaba como una presencia.
—Yo también tengo que marcharme —anunció.
Diez pares de ojos se clavaron en él.
—No digas tonterías, Harry —dijo la señora Weasley—. ¿De qué estás hablando?
—No puedo quedarme aquí. —El muchacho se frotó la frente; volvía a sentir pinchazos en la cicatriz; no le dolía tanto desde hacía más de un año—. Mientras yo esté aquí, todos correréis peligro. No quiero que…
—¡No seas tonto! —saltó la señora Weasley—. El principal objetivo de esta noche era traerte aquí sano y salvo, y por suerte lo hemos logrado. Y como Fleur ha decidido casarse aquí en vez de en Francia, lo hemos organizado todo para estar juntos y vigilarte…
Molly no entendía que con esas palabras sólo conseguía que Harry se sintiera aún peor.
—Si Voldemort descubre que estoy aquí…
—Pero ¿cómo va a descubrirlo? —replicó ella.
—Podrías estar en un montón de sitios, Harry —arguyó su marido—. Él no tiene manera de saber en qué casa protegida te hemos escondido.
—¡No estoy preocupado por mí! —protestó Harry.
—Ya lo imaginamos —repuso el señor Weasley con calma—, pero, si te marchas, todo el esfuerzo que hemos hecho esta noche habrá sido en vano.
—Tú no vas a ninguna parte —gruñó Hagrid—. ¡Jo, Harry! ¡Con lo que nos ha costado traerte aquí!
—Sí, ¿qué me dices de mi oreja? —intervino George incorporándose un poco.
—Ya sé que…
—A
Ojoloco
no le habría gustado que…
—
¡YA LO SÉ!
—bramó Harry.
Se sentía acosado y chantajeado. ¿Acaso pensaban que no era consciente de lo que habían hecho por él? ¿No comprendían que precisamente por eso quería marcharse, para que no tuvieran que sufrir más por su culpa? Hubo un largo e incómodo silencio (durante el cual siguió notando punzadas en la cicatriz) que por fin rompió la señora Weasley preguntándole con diplomacia:
—¿Dónde está
Hedwig
, Harry? Si quieres, podemos llevarla con
Pigwidgeon
y darle algo de comer.
El estómago se le cerró como un puño. No era capaz de decir la verdad, de modo que se bebió el resto del whisky de fuego para no tener que contestar.
—Ya verás cuando se sepa que has vuelto a conseguirlo, Harry —dijo Hagrid—. ¡Espera a que todo el mundo se entere de que lo rechazaste cuando ya casi te tenía!
—No fui yo —replicó Harry con voz cansina—. Fue mi varita mágica; actuó por su cuenta.
Al cabo de unos instantes, Hermione dijo con dulzura:
—Eso es imposible. Querrás decir que hiciste magia sin proponértelo, o que reaccionaste de forma instintiva.
—No, no —insistió Harry—. La motocicleta estaba cayendo en picado y yo no sabía dónde estaba Voldemort, pero mi varita giró en mi mano, lo encontró y le lanzó un hechizo, un hechizo que ni siquiera reconocí. Yo nunca he hecho aparecer llamas doradas.
—A veces —explicó el señor Weasley—, cuando uno se encuentra en una situación muy comprometida, hace una magia con la que nunca había soñado. Los niños pequeños, por ejemplo, antes de recibir formación…
—No, no fue eso —masculló Harry apretando los dientes. Le dolía mucho la cicatriz, y le costaba disimular su enfado y frustración; detestaba la idea de que todos estuvieran imaginando que él tenía un poder comparable al de Voldemort.
Nadie insistió, pero Harry sabía que no le creían. Y la verdad era que nunca había oído decir que una varita hiciera magia por su cuenta.
El dolor de la cicatriz era cada vez más intenso y ya apenas podía contener los gemidos. Dijo que necesitaba tomar el aire, dejó su vaso y salió de la habitación.
Cuando cruzó el oscuro patio, el enorme y esquelético thestral levantó la cabeza, agitó sus inmensas alas de murciélago y continuó paciendo. Harry se detuvo ante la verja que daba al jardín y contempló la maleza mientras se frotaba la dolorida frente y pensaba en Dumbledore.
Estaba convencido de que éste le habría creído. Él habría sabido cómo y por qué la varita de Harry había actuado por sí sola, porque él tenía respuestas para todo; además, entendía mucho de varitas y le había explicado a Harry la extraña relación que existía entre su varita y la de Voldemort… Pero Dumbledore —como
Ojoloco
, Sirius, sus padres y su pobre lechuza— se había marchado y Harry nunca volvería a hablar con él. Entonces notó un ardor en la garganta que no tenía nada que ver con el whisky de fuego.
Y de pronto el dolor de la cicatriz alcanzó su punto álgido. Harry se llevó las manos a la frente y cerró los ojos, mientras una voz le gritaba en la cabeza:
—¡Me aseguraste que el problema se solucionaría si se empleaba la varita de otro!
En su mente surgió la imagen de un anciano escuálido que, envuelto en harapos, yacía en un suelo de piedra; el anciano soltó un grito horrible y prolongado, un grito de insoportable agonía…
—¡No! ¡No! Se lo suplico, se lo suplico…
—¡Mentiste a lord Voldemort, Ollivander!
—No, yo no… Juro que no…
—¡Querías ayudar a Potter, ayudarlo a huir de mí!
—Juro que yo no… Creí que si utilizaba otra varita…
—Entonces explícame qué ha pasado. ¡La varita de Lucius ha quedado destruida!
—No lo entiendo. La conexión… sólo existe… entre esas dos varitas…
—¡Mientes!
—Por favor… se lo suplico…
Harry vio cómo la blanca mano levantaba la varita, sintió brotar el odio de Voldemort y vio cómo el frágil anciano que yacía en el suelo se retorcía de dolor…
—¡Harry!
Las imágenes desaparecieron con la misma rapidez con que habían aparecido. El muchacho estaba plantado en la oscuridad, temblando, aferrado a la verja del jardín; el corazón le palpitaba y todavía notaba un hormigueo en la cicatriz. Tardó un poco en darse cuenta de que Ron y Hermione estaban a su lado.
—Volvamos dentro, Harry —le susurró Hermione—. Supongo que no seguirás pensando en marcharte, ¿verdad?
—Tienes que quedarte, colega —dijo Ron dándole una fuerte palmada en la espalda.
—¿Te encuentras bien? —preguntó Hermione, que se había acercado para verle la cara—. ¡Tienes muy mal aspecto!
—Bueno —repuso Harry con voz temblorosa—, seguro que tengo mejor aspecto que Ollivander.
Cuando terminó de contarles lo que acababa de ver, Ron se quedó consternado, pero Hermione, completamente aterrada, exclamó:
—¡Pero si eso había dejado de pasarte! La cicatriz… ¡se suponía que no te sucedería nunca más! No debes permitir que vuelva a abrirse esa conexión, Harry. ¡Dumbledore quería que cerraras tu mente! —Y como él no contestaba, lo agarró por el brazo y le advirtió—: ¡Se está apoderando del ministerio, de los periódicos y de medio mundo mágico, Harry! ¡No permitas que invada también tu mente!
En La Madriguera todos estaban muy afectados por la muerte de
Ojoloco
. Harry creía que en cualquier momento lo vería irrumpir por la puerta trasera como hacían los otros miembros de la Orden, que entraban y salían continuamente para transmitir o recibir noticias. Del mismo modo, creía que sólo pasando a la acción aliviaría su dolor y su sentimiento de culpabilidad, de manera que tenía que emprender cuanto antes la misión de encontrar y destruir los
Horrocruxes
.
—Bueno, no puedes hacer nada respecto a los… —Ron articuló la palabra «
Horrocruxes
» sin pronunciarla— hasta que cumplas diecisiete años. Todavía tienes activado el Detector. Y aquí podemos diseñar nuestro plan igual que en cualquier otro sitio, ¿no? —Bajó la voz y susurró—: ¿O crees que ya sabes dónde están las cosas ésas?
—No, no lo sé —admitió Harry.
—Me parece que Hermione ha hecho algunas indagaciones. Me dijo que reservaba los resultados para cuando llegaras.
Ambos estaban sentados a la mesa del desayuno; el señor Weasley y Bill acababan de marcharse al trabajo, la señora Weasley había ido al piso de arriba a despertar a Hermione y Ginny, y Fleur se estaba dando un baño.
—El Detector dejará de funcionar el día treinta —dijo Harry—. Eso significa que sólo necesito esperar aquí cuatro días más. Después podré…
—Cinco días —lo corrigió Ron—. Tenemos que quedarnos para la boda. Si no asistimos, nos matarán. —Harry dedujo que ese plural se refería a Fleur y la señora Weasley—. Sólo es un día más —añadió al ver que Harry ponía cara de contrariedad.
—¿Es que no se dan cuenta de lo importante que…?
—Claro que no se dan cuenta; no tienen ni idea. Y ahora que lo mencionas, quería hablar contigo de eso. —Miró hacia la puerta del recibidor para comprobar que su madre todavía no había bajado, y luego se acercó más a su amigo—. Mi madre ha intentado hacernos hablar a mí y a Hermione; pretendía sonsacarnos qué estábamos tramando. Ahora lo intentará contigo, así que prepárate. Mi padre y Lupin también nos lo preguntaron, pero cuando respondimos que Dumbledore te había pedido que no lo contaras a nadie más que a nosotros, dejaron de insistir. Pero mi madre no; ella está decidida a descubrir de qué se trata.
La predicción de Ron se confirmó unas horas más tarde. Poco antes de la comida, la señora Weasley pidió a Harry que la ayudara a identificar un calcetín de hombre desparejado que tal vez había caído de su mochila. Una vez en el lavadero, lo miró con fijeza y, con tono despreocupado, le dijo:
—Por lo visto, Ron y Hermione creen que ninguno de vosotros tres irá a Hogwarts este año.
—Hum… Bueno, sí. Es verdad.
El rodillo de escurrir la ropa giró espontáneamente y arrojó una camiseta del señor Weasley.
—¿Te importa decirme por qué habéis decidido abandonar los estudios?
—Verá, señora, Dumbledore me dejó… trabajo —masculló Harry—. Ron y Hermione lo saben, y quieren ayudarme.
—¿Qué clase de «trabajo»?
—Lo siento, pero no puedo…
—¡Pues creo que Arthur y yo tenemos derecho a saberlo, y estoy segura de que los señores Granger estarán de acuerdo conmigo!
Su reacción sorprendió a Harry, que se esperaba un ataque estilo «madre preocupada». Se esforzó en mirarla a los ojos y se percató de que eran exactamente del mismo color castaño que los de Ginny. Pero esa constatación no lo ayudó a concentrarse.
—Dumbledore no quería que lo supiera nadie más, señora Weasley. Lo siento. Pero su hijo y Hermione no están obligados a acompañarme, son libres de decidir…
—¡Pues no sé por qué tienes que ir tú! —le espetó ella—. ¡Apenas habéis alcanzado la mayoría de edad! ¡Es una estupidez! Si Dumbledore necesitaba que le hicieran algún trabajo, tenía a toda la Orden a su disposición. Seguramente lo entendiste mal, Harry. Lo más probable es que te dijera que había que hacer algo, y que tú interpretaras que quería que lo hicieras…
—No, no lo entendí mal. He de hacerlo yo. —Harry le devolvió el calcetín desparejado (de juncos dorados estampados) que supuestamente tenía que identificar—. Y el calcetín no es mío. Yo no soy seguidor del Puddlemere United.
—No, claro que no —repuso Molly recuperando con asombrosa facilidad un tono afable y despreocupado—. Debí imaginarlo. Bueno, Harry, mientras todavía estés en casa, no te importará ayudarme con los preparativos de la boda de Bill y Fleur, ¿verdad? Todavía quedan muchas cosas por hacer.
—Por supuesto, con mucho gusto —dijo Harry, desconcertado por ese repentino cambio de tema.