Harry Potter. La colección completa (464 page)

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Authors: J.K. Rowling

Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga

BOOK: Harry Potter. La colección completa
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—¡Quedaos quietos, no os mováis! —gritó Hermione agarrándose a Ron.

—¡Limitaos a mirar! —pidió Harry—. Recordad que es una copa pequeña, de oro. Tiene grabado un tejón, dos asas… Y si no, a ver si veis el símbolo de Ravenclaw por algún sitio, el águila…

Dirigieron las varitas hacia todos los recovecos, girando con cuidado sobre sí mismos. Era imposible no rozar nada. Harry provocó una cascada de galeones falsos que se amontonaron junto con los cálices. Apenas les quedaba espacio; el oro despedía mucho calor y la cámara parecía un horno. La varita de Harry iluminó escudos y cascos hechos por duendes y depositados en unos estantes que llegaban al techo; dirigió la luz un poco más arriba, y de pronto le dio un vuelco el corazón y le tembló la mano.

—¡Ya la tengo! ¡Está ahí arriba!

Ron y Hermione apuntaron también con sus varitas en esa dirección, y la pequeña copa de oro destelló bajo los tres haces de luz: era la copa que había pertenecido a Helga Hufflepuff y luego pasado a ser propiedad de Hepzibah Smith, a quien se la había robado Tom Ryddle.

—¿Y cómo demonios vamos a subir hasta ahí sin tocar nada? —preguntó Ron.


¡Accio copa!
—gritó Hermione, que en su desesperación había olvidado las explicaciones de Griphook durante las sesiones preparatorias.

—¡Eso no sirve de nada! —gruñó el duende.

—Entonces ¿qué hacemos? —preguntó Harry fulminándolo con la mirada—. Si quieres la espada, Griphook, tendrás que ayudarnos un poco… ¡Eh, espera! Puedo tocar las cosas con la espada, ¿verdad? ¡Dámela, Hermione!

Ella sacó el bolsito de cuentas, revolvió en su interior unos segundos y extrajo la reluciente espada. Harry la asió por la empuñadura de rubíes, y cuando tocó con la punta de la hoja una jarra de plata que había allí cerca, no se multiplicó.

—Perfecto —dijo—. Ahora debería meter la espada por un asa… Pero ¿cómo voy a llegar tan arriba?

El estante en que se hallaba la copa quedaba fuera del alcance de todos, incluso de Ron, que era el más alto, y el calor que desprendía aquel tesoro encantado ascendía en oleadas. El sudor le resbalaba a Harry por la cara y la espalda. Tenía que hallar la manera de alcanzar la copa.

El dragón rugía tras la puerta de la cámara, y los ruidos metálicos de los cachivaches se oían cada vez más fuertes. Estaban atrapados; no había forma de salir de allí salvo por la puerta, pero, a juzgar por el ruido, al otro lado había una horda de duendes. Harry miró a sus amigos y vio el terror reflejado en sus rostros.

—Hermione —dijo mientras el ruido metálico seguía intensificándose—, tengo que subir ahí, tenemos que deshacernos del…

La chica alzó la varita, apuntó a Harry y susurró:


¡Levicorpus!

Harry se elevó como si lo tiraran de un tobillo y chocó contra una armadura de la que empezaron a salir réplicas, como cuerpos al rojo, que llenaron aún más la abarrotada estancia. Derribados por la avalancha de armaduras y gritando de dolor, Ron, Hermione y los dos duendes chocaron contra otros objetos que al punto se multiplicaban. Medio enterrados en una marea cada vez mayor de tesoros candentes, forcejearon y chillaron mientras Harry metía la punta de la espada por el asa de la copa de Hufflepuff y lograba ensartarla en la hoja.


¡Impervius!
—chilló Hermione en un intento de protegerse y proteger a Ron y los duendes del ardiente metal.

Entonces, un grito aún más fuerte obligó a Harry a bajar la vista: sus amigos estaban hundidos hasta la cintura en los tesoros, luchando para impedir que Bogrod quedara completamente sumergido, pero Griphook ya estaba enterrado del todo, y lo único que se veía de él eran sus largos dedos.

Harry los agarró como pudo y tiró de ellos. El duende emergió poco a poco, aullando de dolor y cubierto de ampollas.


¡Liberacorpus!
—gritó Harry y, con gran estrépito, el duende y él aterrizaron en la superficie de la montaña de tesoros, cada vez más alta, y a Harry se le cayó la espada de las manos—. ¡Cogedla! —gritó, soportando el dolor que le producía el contacto con el ardiente metal. Griphook volvió a subírsele a los hombros, decidido a alejarse cuanto pudiera de aquella creciente masa de objetos candentes—. ¿Dónde está la espada? ¡Tenía la copa ensartada!

Los ruidos metálicos al otro lado de la puerta se volvían ensordecedores. Era demasiado tarde…

—¡Ahí está!

Fue Griphook quien la vio y quien se lanzó por ella, y en ese instante Harry comprendió que el duende nunca había confiado en que los chicos cumplieran su palabra. Sujetándose fuertemente al cabello de Harry para no precipitarse en aquel hirviente mar de oro, Griphook cogió el puño de la espada y la levantó manteniéndola fuera del alcance de Harry.

La pequeña copa de oro, aún ensartada en la hoja, voló por los aires. Con el duende a cuestas, Harry se lanzó y logró atraparla. Aunque le abrasó la mano, no la soltó ni siquiera cuando un sinfín de copas de Hufflepuff empezaron a salir de su puño y le cayeron encima, al mismo tiempo que la puerta de la cámara se abría y él resbalaba por una creciente avalancha de oro y plata ardiente que los empujó a todos hacia el exterior.

Ignorando el dolor de las quemaduras que le cubrían el cuerpo y montado todavía en la inmensa ola de tesoros que no cesaban de multiplicarse, Harry se metió la copa en un bolsillo y estiró un brazo para recuperar la espada, pero demasiado tarde: Griphook se había bajado de sus hombros y, blandiendo la espada y chillando «¡Ladrones! ¡Ladrones! ¡Auxilio! ¡Ladrones!», había corrido a ponerse a cubierto entre los duendes que los rodeaban. De ese modo se perdió entre el tropel de hombrecillos que entraban en la cámara, todos provistos de dagas, y a nadie le extrañó.

Harry resbaló por el ardiente metal, se puso trabajosamente en pie y comprendió que la única forma de salir de allí era a través del tumulto.

—¡
Desmaius
! —bramó, y Ron y Hermione lo imitaron.

Las tres varitas despidieron chorros de luz roja contra la marabunta de duendes; algunos cayeron al suelo, pero otros siguieron avanzando, y Harry vio llegar a varios magos guardianes.

En ese momento, el dragón, que todavía estaba atado, rugió y lanzó una llamarada que pasó rozando las cabezas de los duendes; los magos dieron media vuelta y huyeron por donde habían venido, y Harry tuvo una inspiración, o una idea de locura. Apuntando con la varita a las gruesas argollas que sujetaban a la bestia, gritó:


¡Relashio!

Las argollas se rompieron con un fuerte estallido.

—¡Por aquí! —gritó el muchacho y, sin parar de lanzar hechizos aturdidores a los duendes que seguían avanzando, corrió hacia el dragón ciego.

—¡Harry! ¿Qué haces, Harry? —gritó Hermione.

—¡Subid! ¡Rápido, montad!

Aprovechando que el dragón no se había percatado de su repentina liberación, Harry buscó con el pie el pliegue de la articulación de una de las patas traseras y se montó en el lomo. Las escamas eran duras como el acero y el dragón ni siquiera notó al muchacho, que le dio la mano a Hermione para ayudarla a subir. Ron se montó detrás de ellos. Un segundo más tarde, el dragón se dio cuenta de que ya no estaba atado.

La bestia emitió otro rugido y se encabritó. Harry le hincó las rodillas y se aferró a las recortadas escamas mientras el dragón, derribando duendes como si fueran bolos, desplegaba las alas y levantaba el vuelo. Los tres jóvenes, pegados al lomo, rozaron el techo cuando el animal se lanzó hacia la abertura del pasillo, al tiempo que los duendes, sin parar de chillar, los perseguían y les lanzaban dagas que rebotaban en las ijadas de la fiera.

—¡No podremos salir, este dragón es demasiado grande! —gritó Hermione.

El monstruo abrió la boca y volvió a escupir llamas, abriendo un boquete en el túnel, de manera que el suelo y el techo crujieron y se desmoronaron. El animal empleaba todas sus fuerzas en abrirse paso por el pasillo. Harry cerraba firmemente los ojos para protegerse del calor y el polvo; ensordecido por el ruido de las rocas al caer y los rugidos del dragón, no podía hacer otra cosa que aferrarse al lomo, aunque temía salir despedido en cualquier momento; entonces oyó a Hermione gritar:


¡Defodio!

La chica ayudaba al dragón a agrandar el pasillo minando el techo, y el animal luchaba por ascender buscando aire puro y alejarse de los duendes, que chillaban y agitaban los cachivaches sin cesar. Harry y Ron imitaron a Hermione y destrozaron el techo con otros hechizos excavadores. Fueron dejando atrás el lago subterráneo, y la enorme bestia, que avanzaba lentamente, gruñendo, parecía intuir que cada vez estaba más cerca de la libertad. Detrás de ellos, en el pasillo, la cola provista de púas se sacudía entre las rocas y los trozos de gigantescas estalactitas desprendidas del techo y las paredes, y el estruendo de los duendes se oía cada vez más lejos; mientras que, por delante, el dragón seguía abriendo camino con sus llamaradas.

Al fin, gracias a la combinación de los hechizos y la fuerza bruta de la bestia, los chicos consiguieron salir del destrozado pasillo y llegaron al vestíbulo de mármol. Los duendes y magos que estaban en esa zona corrieron a guarecerse, y el dragón tuvo, por fin, espacio suficiente para desplegar las alas. Entonces giró la astada cabeza hacia la entrada, olfateando el aire fresco del exterior, y con Harry, Ron y Hermione todavía aferrados al lomo, atravesó las puertas metálicas, que se doblaron y quedaron colgando de los goznes, salió tambaleándose al callejón Diagon y echó a volar.

27
El último escondite

No había forma de guiar al dragón, porque éste no veía adonde se dirigía; además, Harry estaba convencido de que no podrían seguir agarrados a su ancho lomo si el animal daba un viraje brusco o se giraba en el aire. Con todo, mientras se elevaban cada vez más y Londres se extendía a sus pies como un gran mapa gris y verde, el chico sintió una abrumadora sensación de gratitud por haber logrado huir, cosa que a priori parecía imposible. Agachado sobre el cuello de la bestia, cuyas alas se agitaban como aspas de molino, Harry se aferraba con firmeza a las escamas de textura metálica, al mismo tiempo que el frío viento le aliviaba el dolor de las quemaduras y las ampollas. Detrás de él, Ron berreaba sin cesar y soltaba improperios (Harry no sabía si estaba muerto de miedo o loco de alegría), y Hermione, en cambio, sollozaba.

Pasados unos cinco minutos, Harry fue perdiendo el miedo a que el dragón los arrojara del lomo, porque daba la impresión de que lo único que le importaba era alejarse cuanto pudiera de su prisión subterránea; sin embargo, la pregunta de cómo y cuándo podrían desmontar se convirtió en un enigma inquietante. El muchacho desconocía cuánto rato podían volar aquellas bestias sin detenerse a descansar, ni cómo ese dragón en particular, que apenas veía, iba a localizar un buen sitio para posarse, de modo que miraba constantemente hacia abajo temiendo el momento en que volviera a notar pinchazos en la cicatriz…

¿Cuánto tardaría Voldemort en enterarse de que habían entrado en la cámara de los Lestrange? ¿Cuánto tardarían los duendes de Gringotts en notificárselo a Bellatrix? ¿Cuánto tardarían en comprobar qué se habían llevado de allí? ¿Y qué pasaría después, cuando descubrieran que había desaparecido la copa de oro? Voldemort sabría, por fin, que estaban buscando los
Horrocruxes

El dragón parecía decidido a encontrar una zona aún más fría, porque inició un pronunciado y continuado ascenso a través de jirones de gélidas nubes, de tal manera que Harry ya no logró distinguir los puntitos de colores de los coches que entraban y salían de la capital. Sobrevolaron campos divididos en parcelas verde y marrón, carreteras y ríos que discurrían por el paisaje como cintas, unas mates y otras satinadas.

—¿Qué crees que busca? —gritó Ron al ver que se encaminaban hacia el norte.

—¡No tengo ni idea! —contestó Harry. Aunque tenía las manos entumecidas de frío, no se atrevía a moverlas por temor a caerse y llevaba un rato preguntándose qué harían si veían la costa allá abajo, en caso de que el dragón se dirigiera hacia alta mar. Estaba congelado y agarrotado, y, por si eso fuera poco, muerto de hambre y sed. Se preguntó cuándo habría comido la bestia por última vez; probablemente pronto necesitaría alimentarse. Y si entonces reparaba en que llevaba tres humanos comestibles sentados en el lomo, ¿qué ocurriría?

El sol descendía poco a poco en un cielo que iba tiñéndose de añil; y sin embargo, el dragón no se detenía, continuaba sobrevolando ciudades y pueblos que los chicos veían pasar y perderse de vista sucesivamente, mientras su enorme sombra se deslizaba por el suelo como una nube oscura. A Harry le dolía todo el cuerpo del esfuerzo que le requería sujetarse al animal.

—¿Me lo estoy imaginando —gritó Ron tras un rato de silencio— o estamos descendiendo?

Harry entornó los ojos y vio montañas verde oscuro y lagos cobrizos a la luz del ocaso. El paisaje se vislumbraba más amplio y más detallado, y el muchacho se preguntó si el dragón habría adivinado la presencia de agua por los destellos que producía el sol en los lagos.

En efecto, la bestia volaba cada vez más bajo, describiendo una amplia espiral y encaminándose, al parecer, hacia uno de los lagos más pequeños.

—¡Saltemos cuando haya descendido lo suficiente! —propuso Harry—. ¡Lancémonos al agua antes de que nos descubra!

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