Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
Con todo, Harry no se hacía muchas ilusiones, y éstas se esfumaron aún más al día siguiente, tras soportar una clase de Transformaciones con sus dos amigos. Acababan de empezar con el dificilísimo tema de la transformación humana; trabajaban delante de espejos y se suponía que tenían que cambiar el color de sus cejas. Hermione rió con crueldad ante el desastroso primer intento de Ron, con el que sólo consiguió que le apareciera en la cara un espectacular bigote con forma de manillar. Él se tomó la revancha realizando una maliciosa pero acertada imitación de los brincos que ella daba en la silla cada vez que la profesora McGonagall formulaba una pregunta. Lavender y Parvati lo encontraron divertidísimo, pero Hermione acabó al borde de las lágrimas y, apenas sonó el timbre, salió corriendo del aula, dejándose la mitad de las cosas en el pupitre. Harry, tras decidir que en esa ocasión ella estaba más necesitada que Ron, se lo recogió todo y la siguió.
La encontró cuando salía de un lavabo de chicas, un piso más abajo. Luna Lovegood la acompañaba y le daba palmaditas en la espalda.
—¡Hola, Harry! —dijo Luna—. ¿Sabías que tienes una ceja amarilla?
—Hola, Luna. Hermione, te has dejado esto en… —Se lo entregó.
—¡Ah, sí! —balbuceó ella, y se dio rápidamente la vuelta para disimular que se estaba secando las lágrimas—. Gracias, Harry. Bueno, tengo que irme…
Y se marchó tan deprisa que él no tuvo tiempo de decirle nada que la consolara, aunque en realidad no se le ocurría qué.
—Está un poco disgustada —comentó Luna—. Al principio creí que era Myrtle
la Llorona
la que estaba ahí dentro, pero ya ves. Ha dicho no sé qué sobre ese Ron Weasley…
—Ya, es que se han peleado.
—A veces Ron dice cosas muy graciosas, ¿verdad? —comentó Luna mientras recorrían el pasillo—. Pero otras veces es un poco cruel. Ya me fijé en eso el año pasado.
—Puede ser —admitió Harry. Luna exhibía una vez más su habilidad para decir las verdades aunque molestaran; Harry nunca había conocido a nadie como ella—. ¿Qué tal te ha ido el trimestre?
—No ha estado mal. Sin el
ED
me he sentido un poco sola. Pero Ginny ha sido muy simpática conmigo. El otro día, en la clase de Transformaciones, hizo callar a dos chicos que me estaban llamando «Lunática»…
—¿Te gustaría venir a la fiesta que ofrece Slughorn esta noche? —Harry lo dijo sin pensar, e incluso creyó que salía de unos labios ajenos.
Luna, sorprendida, lo miró con sus ojos saltones.
—¿A la fiesta de Slughorn? ¿Contigo?
—Pues sí… Nos permiten llevar invitados, y he pensado que a lo mejor te apetecía… Bueno, entiéndeme… —Quería dejar muy claras sus intenciones—. Me refiero a sólo como amigos, ¿entiendes? Pero si no quieres… —El pobre no estaba nada convencido de aquello, y no le habría importado que la chica rechazara su invitación.
—¡Qué va, me encantaría ir contigo sólo como amigos! —exclamó Luna, que sonreía como Harry nunca la había visto sonreír—. ¡Es la primera vez que alguien me invita a ir a una fiesta como amigos! ¿Te has teñido la ceja para la fiesta? ¿Quieres que yo también me tiña una?
—No, esto ha sido un error. Le pediré a Hermione que lo arregle. Bueno, nos vemos en el vestíbulo a las ocho en punto, ¿vale?
—¡Aaajá! —bramó una voz desde lo alto, y ambos dieron un respingo; sin saberlo, se habían detenido debajo de Peeves, que estaba colgado cabeza abajo de una lámpara de cristal y les sonreía con malicia—. ¡Pipipote ha invitado a Lunática a la fiesta! ¡Pipipote y Lunática son novios! ¡Pipipote y Lunática son novios! —Y salió disparado riendo a carcajadas y chillando—: ¡Pipipote y Lunática son novios!
—Es imposible mantener un secreto —se lamentó Harry.
Y tenía razón: minutos más tarde, el colegio entero sabía que Harry Potter asistiría a la fiesta de Slughorn con Luna Lovegood.
—¡Pero si podías invitar a cualquiera! —dijo Ron, incrédulo, durante la cena—. ¡A cualquiera! ¿Cómo se te ocurre elegir a Lunática Lovegood?
—No la llames así —lo reprendió Ginny, deteniéndose detrás de Harry—. Me alegro de que la hayas invitado, Harry. Está emocionadísima. —Y se fue a buscar a Dean.
Harry intentó animarse pensando que a Ginny le parecía bien que llevara a Luna a la fiesta, pero no lo consiguió del todo. Por su parte, Hermione estaba sentada al otro extremo de la mesa, sola, removiendo el estofado de su plato. Harry se fijó en que Ron la miraba con disimulo.
—Podrías pedirle perdón —sugirió Harry sin rodeos.
—¡Sí, hombre! ¡Y que me ataque otra bandada de canarios asesinos!
—¿Por qué tuviste que imitarla en son de burla?
—¡Ella se rió de mi bigote!
—Y yo también. Era lo más ridículo que he visto en mi vida.
Pero Ron no lo escuchó, porque Lavender, que acababa de llegar con Parvati, se apretujó entre ambos amigos y, sin perder un segundo, le echó los brazos al cuello a Ron.
—¡Hola, Harry! —dijo Parvati, que, al igual que él, parecía un poco molesta y harta por el comportamiento de aquellos dos tortolitos.
—¡Hola! ¿Cómo estás? Veo que te has quedado en Hogwarts. Me dijeron que tus padres querían que volvieras a casa.
—De momento he conseguido persuadirlos. Se asustaron mucho cuando supieron lo que le había pasado a Katie, pero como desde entonces no ha habido más accidentes… ¡Ah, hola, Hermione! —Parvati le sonrió alegremente.
Harry se dio cuenta de que la chica se sentía culpable por haberse reído de Hermione en la clase de Transformaciones, pero ésta le devolvió una sonrisa aún más radiante. A veces no había manera de entender a las chicas.
—¡Hola, Parvati! —le dijo, ignorando a Ron y Lavender—. ¿Vas a la fiesta de Slughorn esta noche?
—No me han invitado —respondió Parvati con tristeza—. Pero me encantaría ir. Por lo visto va a estar muy bien… Tú irás, ¿verdad, Hermione?
—Sí, he quedado con Cormac a las ocho y… —Se oyó un ruido parecido al de una ventosa despegándose de un sumidero obstruido y Ron levantó la cabeza. Hermione prosiguió como si nada—. Iremos juntos a la fiesta.
—¿Con Cormac? —se extrañó Parvati—. ¿Cormac McLaggen?
—Exacto —confirmó Hermione con voz dulzona—. El que casi —enfatizó— consiguió la plaza de guardián de Gryffindor.
—¿Sales con él? —preguntó Parvati, asombradísima.
—Sí. ¿No lo sabías? —Y soltó una risita nada propia de ella.
—¡Caramba! —exclamó Parvati, muy impresionada con aquel cotilleo—. Ya veo que tienes debilidad por los jugadores de
quidditch
, ¿no? Primero Krum y ahora McLaggen…
—Me gustan los jugadores de
quidditch
buenos de verdad —puntualizó Hermione sin dejar de sonreír—. Bueno, hasta luego. Tengo que ir a arreglarme para la fiesta.
Se levantó del banco y se marchó. Inmediatamente, Lavender y Parvati juntaron las cabezas para analizar aquella primicia y poner en común lo que habían oído acerca de McLaggen y lo que sabían acerca de Hermione. Ron guardó silencio con la mirada perdida, y Harry se puso a reflexionar sobre lo que eran capaces de hacer las mujeres para vengarse.
A las ocho en punto, cuando Harry llegó al vestíbulo, había más chicas de lo habitual merodeando por allí, y al dirigirse hacia Luna tuvo la impresión de que las demás lo miraban con rencor. Luna llevaba una túnica plateada con lentejuelas que provocó algunas risitas entre los curiosos, pero por lo demás estaba muy guapa. No obstante, Harry se alegró de que no se hubiera puesto los pendientes de rábanos, el collar de corchos de cerveza de mantequilla ni las
espectrogafas
.
—¡Hola! —la saludó—. ¿Nos vamos?
—Sí, sí —dijo ella alegremente—. ¿Dónde es la fiesta?
—En el despacho de Slughorn —contestó Harry, guiándola por la escalinata de mármol, y se alejaron de miradas y murmuraciones—. ¿Sabías que vendrá un vampiro?
—¿Rufus Scrimgeour?
—¿Quién? ¿Te refieres al ministro de Magia?
—Sí; es vampiro —dijo Luna con naturalidad—. Mi padre escribió un artículo larguísimo sobre él cuando Scrimgeour relevó a Cornelius Fudge, pero alguien del ministerio le prohibió publicarlo. Por lo visto no querían que se supiera la verdad.
Harry, que consideraba muy improbable que Rufus Scrimgeour fuera un vampiro, pero que estaba acostumbrado a que Luna repitiera las estrambóticas opiniones de su padre como si fueran hechos comprobados, no hizo ningún comentario. Ya estaban llegando al despacho de Slughorn y el rumor de risas, música y conversaciones iba creciendo.
El despacho era mucho más amplio que los de los otros profesores, bien porque lo habían construido así, bien porque Slughorn lo había ampliado mediante algún truco mágico. Tanto el techo como las paredes estaban adornados con colgaduras verde esmeralda, carmesí y dorado, lo que daba la impresión de estar en una tienda. La habitación, abarrotada y con un ambiente muy cargado, estaba bañada por la luz rojiza que proyectaba una barroca lámpara dorada, colgada del centro del techo, en la que aleteaban hadas de verdad que, vistas desde abajo, parecían relucientes motas de luz. Desde un rincón apartado llegaban cánticos acompañados por instrumentos que recordaban las mandolinas; una nube de humo de pipa flotaba suspendida sobre las cabezas de unos magos ancianos que conversaban animadamente, y, dando chillidos, varios elfos domésticos intentaban abrirse paso entre un bosque de rodillas, pero, como quedaban ocultos por las pesadas bandejas de plata llenas de comida que transportaban, tenían el aspecto de mesitas móviles.
—¡Harry, amigo mío! —exclamó Slughorn en cuanto el muchacho y Luna entraron—. ¡Pasa, pasa! ¡Hay un montón de gente que quiero presentarte!
Slughorn llevaba un sombrero de terciopelo adornado con borlas haciendo juego con su batín. Agarró con fuerza a Harry por el brazo, como si quisiera desaparecerse con él, y lo guió resueltamente hacia el centro de la fiesta; Harry tiró de la mano de Luna.
—Te presento a Eldred Worple, un antiguo alumno mío, autor de
Hermanos de sangre: mi vida entre los vampiros.
Y a su amigo Sanguini, por supuesto.
Worple, un individuo menudo y con gafas, le estrechó la mano con entusiasmo. El vampiro Sanguini, alto, demacrado y con marcadas ojeras, se limitó a hacer un movimiento con la cabeza; parecía aburrido. Cerca de él había un grupo de chicas que lo miraban con curiosidad y emoción.
—¡Harry Potter! ¡Encantado de conocerte! —exclamó Worple mirándolo con ojos de miope—. Precisamente, hace poco le preguntaba al profesor Slughorn cuándo saldría la biografía de Harry Potter que todos estamos esperando.
—¿Ah… sí? —dijo Harry.
—¡Ya veo que Horace no exageraba cuando elogiaba tu modestia! —se admiró Worple—. Pero de verdad —prosiguió, ahora con tono más serio—, me encantaría escribirla yo mismo. La gente está deseando saber más cosas de ti, querido amigo, ¡se mueren de curiosidad! Si me concedieras unas entrevistas, en sesiones de cuatro o cinco horas, por decir algo, podríamos terminar el libro en unos meses. Y requeriría muy poco esfuerzo por tu parte, te lo aseguro. Ya verás, pregúntale a Sanguini si no es… ¡Sanguini, quédate aquí! —ordenó endureciendo el semblante, pues poco a poco el vampiro se había ido acercando con cara de avidez al grupito de niñas—. Toma, cómete un pastelito —añadió, cogiéndolo de la bandeja de un elfo que pasaba por allí, y se lo puso en la mano antes de volver a dirigirse a Harry—. Amigo mío, no te imaginas la cantidad de oro que podrías llegar a ganar…
—No me interesa, de verdad —respondió el muchacho—. Y perdone, pero acabo de ver a una amiga.
Tiró del brazo de Luna y se metió entre el gentío; acababa de atisbar una larga melena castaña que desaparecía entre dos integrantes del grupo Las Brujas de Macbeth.
—¡Hermione! ¡Hermione!
—¡Harry! ¡Por fin te encuentro! ¡Hola, Luna!
—¿Qué te ha pasado? —preguntó Harry, porque se la veía muy despeinada, como si acabara de salir de un matorral de lazo del diablo.
—Verás, es que acabo de escaparme… Bueno, acabo de dejar a Cormac —se corrigió—. Debajo del muérdago —precisó, pues su amigo seguía mirándola sin comprender.
—Te está bien empleado por venir con él —repuso Harry con aspereza.
—No se me ocurrió nada que pudiera fastidiar más a Ron —admitió Hermione—. Estuve planteándome venir con Zacharias Smith, pero al final decidí que…
—¿Te planteaste venir con Smith? —se sublevó Harry.
—Sí, y lamento no haberlo hecho, porque, al lado de McLaggen, Grawp es todo un caballero. Vamos por aquí, así lo veremos venir. Es tan alto…
Cogieron tres copas de hidromiel y se dirigieron hacia el otro lado de la sala, sin advertir a tiempo que la profesora Trelawney estaba allí de pie, sola.
—Buenas noches, profesora —la saludó Luna.
—Buenas noches, querida —repuso ella, enfocándola con cierta dificultad. Harry volvió a percibir olor a jerez para cocinar—. Hace tiempo que no te veo en mis clases.
—No, este año tengo a Firenze —explicó Luna.
—¡Ah, claro! —dijo la profesora con una risita que delataba su embriaguez—. O Borrico, como yo prefiero llamarlo. Lo lógico habría sido que, ya que he vuelto al colegio, el profesor Dumbledore se hubiera librado de ese caballo, ¿no te parece? Pues no. Ahora nos repartimos las clases. Es un insulto, francamente. Un insulto. ¿Sabías que…?
Por lo visto, Trelawney estaba tan borracha que no había reconocido a Harry, así que, aprovechando las furibundas críticas a Firenze, él se acercó más a Hermione y le dijo:
—Aclaremos una cosa. ¿Piensas decirle a Ron que amañaste las pruebas de selección del guardián?
—¿De verdad me consideras capaz de caer tan bajo?
—Mira, Hermione, si eres capaz de invitar a salir a McLaggen… —repuso él mirándola con ironía.
—Eso es muy diferente —se defendió la chica—. No tengo intención de decirle a Ron nada de lo que pudo haber pasado o no en esas pruebas.
—Me alegro, porque volvería a derrumbarse y perderíamos el próximo partido.
—¡Dichoso
quidditch
! —se encendió Hermione—. ¿Es que a los chicos no os importa nada más? Cormac no me ha hecho ni una sola pregunta sobre mí. Qué va, sólo me ha soltado un discursito sobre «las cien mejores paradas de Cormac McLaggen». ¡Oh, no! ¡Viene hacia aquí!
Se esfumó tan deprisa como si se hubiera desaparecido: sólo necesitó una milésima de segundo para colarse entre dos brujas que reían a carcajadas.