Read Harry Potter. La colección completa Online
Authors: J.K. Rowling
Tags: #Aventuras, Fantástico, Infantil y Juvenil, Intriga
—¿Cómo puedes saber tú, Muriel, si…?
—Por si no lo sabías, Elphias, mi primo Lancelot era sanador de San Mungo en esa época, y le dijo a mi familia (en la más estricta confidencialidad) que nunca habían visto a Ariana por allí. ¡Lancelot consideraba que todo era muy, pero que muy sospechoso!
Doge estaba al borde del llanto. Tía Muriel, que por lo visto estaba disfrutando de lo lindo, chasqueó otra vez los (ledos para que le sirvieran más champán. Mientras escuchaba como atontado, Harry pensó en los Dursley, que lo habían recluido, encerrado y mantenido en secreto por el único delito de ser mago. ¿Había sufrido la hermana de Dumbledore el mismo destino pero al revés: la habían encerrado por no ser capaz de hacer magia? ¿Y de verdad la había abandonado Dumbledore a su suerte mientras él se iba a Hogwarts para demostrar lo brillante y genial que era?
—Mira, si Kendra no hubiera muerto primero —continuó Muriel—, habría pensado que fue ella la que acabó con Ariana…
—¿Cómo puedes decir eso, Muriel? —gimió Doge—. ¿Cómo puedes acusar a una madre de matar a su propia hija? ¡Piensa en lo que estás diciendo!
—Si la madre en cuestión fue capaz de encarcelar a su hija años y años, ¿por qué no? —aventuró encogiéndose de hombros—. Pero, como digo, eso no puede ser, porque Kendra murió antes que Ariana. De qué, nunca se supo, por cierto…
—¡Ah, la mató Ariana, sin duda! —se burló Doge con valentía—. ¿Por qué no?
—Sí, es posible que Ariana, desesperada, decidiera escapar y matara a Kendra en el intento —musitó la anciana, pensativa—. ¡Niégalo cuanto quieras, Elphias! Tú estuviste en el funeral de Ariana, ¿verdad?
—Sí, estuve allí —confirmó Doge con labios temblorosos—. Y no recuerdo otra ocasión más triste. Albus tenía el corazón destrozado.
—Mmm… No sólo el corazón. ¿Aberforth no le rompió la nariz en plena ceremonia?
Hasta ese momento, la expresión de Doge había sido de consternación, pero de pronto reflejó verdadero horror, como si Muriel lo hubiera apuñalado. La bruja soltó una risa socarrona y bebió otro sorbo de champán, que le chorreó por la barbilla.
—¿Cómo te atreves…? —dijo Doge con voz ronca.
—Mi madre era amiga de Bathilda Bagshot —explicó tía Muriel alegremente—, y ésta se lo contó todo mientras yo escuchaba detrás de la puerta. ¡Una pelea al borde mismo de la tumba! Según Bathilda, Aberforth acusó a Albus de ser el culpable de la muerte de Ariana, y le dio un puñetazo en la cara. Y también según Bathilda, Dumbledore ni siquiera se defendió, lo cual me extraña mucho, porque habría podido matar a su hermano en un duelo aunque hubiera tenido las manos atadas a la espalda.
Muriel siguió bebiendo champán. Daba la impresión de que ir desgranando esos viejos escándalos le divertía en la misma medida en que horrorizaba a Doge. Harry no sabía qué pensar ni qué creer; quería conocer la verdad, pero Doge se limitaba a permanecer allí sentado y gimotear que Ariana estaba enferma. El chico se resistía a admitir que Dumbledore no interviniera si semejante crueldad hubiera estado cometiéndose en su propia casa, pero, aun así, no cabía duda de que en esa historia había algo extraño.
—Y te diré otra cosa —prosiguió Muriel, hipando un poco al dejar la copa en la mesa—: creo que Bathilda le descubrió el pastel a Rita Skeeter, porque todas las insinuaciones de ésta en la entrevista acerca de una fuente de información importante y próxima a los Dumbledore… ¡Precisamente Bathilda estuvo allí mientras ocurría todo eso, así que no me extrañaría!
—¡Bathilda jamás hablaría con Rita Skeeter! —susurró Doge.
—¿Os referís a Bathilda Bagshot, la autora de
Historia de la magia
? —preguntó Harry. Ese nombre aparecía en la tapa de uno de sus libros de texto, aunque es verdad que no le había prestado demasiada atención.
—En efecto, muchacho —afirmó Doge aferrándose a su pregunta como a un clavo ardiendo—. Una historiadora de la magia de gran talento y vieja amiga de Albus.
—He oído decir que ya chochea —aseguró tía Muriel con desparpajo.
—¡Si así fuera, sería todavía más deshonroso por parte de Skeeter haberse aprovechado de ella, y no se podría confiar en nada de lo que hubiera dicho la pobre mujer!
—Bueno, existen maneras de rescatar los recuerdos, y estoy segura de que Rita Skeeter las conoce todas. Pero, aunque Bathilda esté chalada del todo, también estoy segura de que todavía conserva fotografías, quizá incluso cartas. Conocía bien a los Dumbledore. Yo diría que valía la pena hacer el viaje hasta Godric's Hollow.
Harry, que estaba bebiendo un sorbo de cerveza de mantequilla, se atragantó. Doge le dio unas palmadas en la espalda mientras el chico tosía, mirando a tía Muriel con ojos llorosos. Cuando recuperó la voz, preguntó:
—¿Bathilda Bagshot vive en Godric's Hollow?
—¡Sí, claro! ¡Lleva allí una eternidad! Los Dumbledore se fueron a vivir a ese lugar cuando encarcelaron a Percival, y ella era su vecina.
—¿Los Dumbledore vivían en Godric's Hollow?
—Sí, Barry, eso es lo que acabo de decir —remachó tía Muriel con impaciencia.
Harry se sentía vacío. En seis años, Dumbledore no le había dicho ni una sola vez que ambos habían vivido y perdido a sus seres queridos en Godric's Hollow. ¿Por qué? ¿Estarían los padres de Harry enterrados cerca de la madre y la hermana del anciano profesor? ¿Habría visitado éste las tumbas de su familia, y pasado quizá al lado de las de Lily y James? Sea como fuere, jamás se lo había mencionado a Harry, jamás se había molestado en decírselo.
Y aunque el muchacho no habría sabido explicar —ni siquiera a sí mismo— por qué dichas cuestiones eran tan importantes, tenía la impresión de que el hecho de no haberle revelado que ese lugar y esas experiencias les eran comunes equivalía a una mentira.
Así pues, se quedó sentado con la vista al frente. No se dio cuenta de que Hermione había abandonado la pista hasta que arrastró una silla y se sentó a su lado.
—No puedo seguir bailando ni un minuto más —resopló, y se quitó un zapato para frotarse la planta del pie—. Ron ha ido a buscar más cervezas de mantequilla. Uy, qué raro; acabo de ver a Viktor darle la espalda bruscamente al padre de Luna, como si hubieran estado discutiendo. —Bajó la voz y, mirándolo a los ojos, preguntó—: ¿Te encuentras bien, Harry?
Él no sabía por dónde empezar a explicarle las novedades, pero no importó porque en ese momento una figura enorme y plateada descendió desde el toldo hasta la pista de baile. Grácil y brillante, el lince se posó con suavidad en medio de un corro de asombrados bailarines. Todos los invitados se giraron para mirarlo y los que se hallaban más cerca se quedaron petrificados en posturas absurdas. Entonces el
patronus
abrió sus fauces y habló con la fuerte, grave y pausada voz de Kingsley Shacklebolt:
—El ministerio ha caído. Scrimgeour ha muerto. Vienen hacia aquí.
Fueron momentos muy confusos, de una extraña lentitud. Harry y Hermione se levantaron y sacaron sus varitas mágicas. Muchos magos y brujas se iban percatando de que había pasado algo raro; algunos todavía no habían apartado la vista de donde poco antes se había esfumado el felino plateado. El silencio se propagaba en fríos círculos concéntricos desde el punto en que se había posado el
patronus
. Entonces alguien gritó y cundió el pánico.
Harry y Hermione se lanzaron hacia la atemorizada multitud. Los invitados corrían en todas direcciones y muchos se desaparecían. Los sortilegios protectores que defendían La Madriguera se habían roto.
—¡Ron! —chilló Hermione—. ¿Dónde estás, Ron?
Se abrieron paso a empujones por la pista de baile, y Harry vio que entre el gentío aparecían figuras con capa y máscara; entonces distinguió a Lupin y Tonks blandiendo sus varitas, y los oyó gritar:
«¡Protego!»
, un grito que resonó por todas partes.
—¡Ron! ¡Ron! —vociferaba Hermione, casi sollozando, mientras los aterrados invitados los zarandeaban.
Harry la cogió de la mano para impedir que los separaran, y en ese instante un rayo de luz pasó zumbando por encima de sus cabezas; él no supo si se trataba de un encantamiento protector o de algo más siniestro…
De pronto apareció Ron. Cogió por el otro brazo a Hermione y Harry notó cómo ella giraba sobre sí misma; no se veía ni se oía nada: alrededor todo estaba oscuro, lo único que notaba era la mano de Hermione, que apretaba la suya, mientras los tres surcaban el espacio y el tiempo alejándose de La Madriguera, de los
mortífagos
que se cernían sobre ellos y quizá del propio Voldemort.
—¿Dónde estamos? —se oyó la voz de Ron.
Harry abrió los ojos. Por un instante creyó que no habían salido de la carpa, porque seguían rodeados de gente.
—En Tottenham Court Road —resolló Hermione—. Seguid caminando. Hemos de encontrar un sitio donde podáis cambiaros.
De modo que, bajo un cielo estrellado, echaron a andar —y a ratos corrieron— por una calle ancha y oscura, repleta de trasnochadores; las tiendas en ambas aceras estaban cerradas. Un autobús de dos pisos pasó rugiendo y un grupo de gente que salía de un pub miró a los tres jóvenes con extrañeza, porque Harry y Ron todavía llevaban las túnicas de gala.
—No tenemos nada que ponernos, Hermione —dijo Ron cuando una chica se echó a reír al fijarse en su atuendo.
—¡Qué descuido no haber traído la capa invisible! —se lamentó Harry—. El año pasado la llevaba siempre conmigo, y…
—Tranquilo, tengo tu capa. Y también he traído ropa para los dos —dijo Hermione—. Procurad disimular hasta que… Sí, ahí mismo.
Los guió por una calle secundaria hasta un oscuro callejón.
—Dices que tienes la capa y ropa, pero… —musitó Harry mirando ceñudo a Hermione, que sólo llevaba el bolsito bordado con cuentas, en el que se había puesto a rebuscar.
—Sí, sí, aquí están —afirmó ella y, para gran asombro de ambos chicos, sacó del bolsito unos vaqueros, una camiseta, unos calcetines granates y, por último, la capa invisible.
—Pero ¿cómo diantre…?
—Encantamiento de extensión indetectable —recitó Hermione—. Dificilillo, pero creo que lo he hecho bien. Bueno, el caso es que conseguí meter aquí dentro todo lo que necesitábamos. —Y le dio una pequeña sacudida al bolsito, de aspecto frágil; varios objetos pesados rodaron en su interior y se oyó un eco, como el que habría resonado en la bodega de un carguero—. ¡Ay, porras! Eso son los libros —musitó mirando dentro—, y los había ordenado todos por temas. Bueno… Harry, será mejor que cojas la capa invisible. Ron, date prisa y cámbiate.
—¿Cuándo has hecho todo esto? —preguntó Harry mientras Ron se quitaba la túnica.
—Ya os lo dije en La Madriguera. Hacía días que tenía preparado lo imprescindible, por si había que salir huyendo. Esta mañana, después de que te cambiaras, cogí tu mochila, Harry, y la metí aquí. Tenía el presentimiento…
—Eres increíble, de verdad —se admiró Ron. Dobló su túnica y se la dio.
—Gracias —contestó ella y, esbozando una sonrisa, metió la túnica en el bolso—. ¡Por favor, Harry, ponte la capa!
Él se echó la capa invisible sobre los hombros, se tapó la cabeza y desapareció al instante. Apenas empezaba a entender qué había pasado.
—Pero los demás… toda la gente que estaba en la boda…
—Ahora no podemos preocuparnos por ellos —susurró Hermione—. Es a ti a quien buscan, Harry, y si volvemos, lo único que conseguiremos será exponerlos aún más al peligro.
—Tiene razón —coincidió Ron, sabiendo que su amigo intentaría discutir, aunque no le veía la cara—. Casi toda la Orden estaba allí; ellos se encargarán de protegerlos.
Harry asintió con la cabeza, aunque al reparar en que sus amigos no lo veían, dijo:
—Está bien, de acuerdo.
Pero pensó en Ginny, y el miedo le borboteó como un ácido en el estómago.
—¡Vamos! Debemos ponernos en marcha —instó Hermione.
Volvieron por la calle secundaria hasta la principal, donde varios hombres cantaban y zigzagueaban por la acera de enfrente.
—Oye, sólo por curiosidad: ¿por qué hemos venido a Tottenham Court Road? —preguntó Ron a Hermione.
—Ni idea. Me vino a la cabeza, sin más, pero creí que estaríamos más seguros en el mundo de los
muggles
, porque aquí no se les ocurrirá buscarnos.
—Es verdad —admitió Ron mirando alrededor—, pero ¿no te sientes un poco… expuesta?
—¿Adónde quieres que vayamos, pues? —replicó Hermione, e hizo una mueca de aprensión cuando los tipos que estaban en la otra acera se pusieron a silbarle—. No alquilaremos una habitación en el Caldero Chorreante, ¿verdad?, ni nos instalaremos en Grimmauld Place, porque Snape tiene acceso a la casa. Supongo que podríamos ir a casa de mis padres, aunque cabe la posibilidad de que nos busquen ahí… ¡Ay! ¿Por qué no se callarán?
—¿Todo bien, preciosa? —vociferó el más ebrio de los individuos—. ¿Te apetece un trago? Deja al pelirrojo ése y ven a tomarte una pinta con nosotros.
—Vayamos a algún local —urgió Hermione al ver que Ron iba a contestar a los borrachos—. Mira, ahí mismo.
Era una pequeña y cochambrosa cafetería que permanecía abierta por la noche. Una fina capa de grasa cubría todas las mesas de tablero de fórmica, pero al menos el local estaba vacío. Harry se sentó a una mesa y Ron se quedó a su lado, enfrente de Hermione, que se sentía incómoda al estar de espaldas a la entrada, de manera que giraba la cabeza con tanta frecuencia que parecía aquejada de un tic nervioso. A Harry no le hacía ninguna gracia quedarse sentado, pues mientras andaban al menos mantenía la ilusión de tener un objetivo. Bajo la capa notó que los últimos vestigios de la poción
multijugos
dejaban de actuar y que sus manos recuperaban el tamaño y la forma habituales. Así que sacó las gafas del bolsillo y se las puso.