Harry Potter y el Misterio del Príncipe (18 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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—¿Qué quieres decir con que no sabes si irás a Hogwarts? —se alarmó Pansy, y dejó de acariciarlo.

—Nunca se sabe —replicó él, y esbozó una sonrisita picara—. Quizá me dedique a cosas más importantes e interesantes.

A Harry, acurrucado en la rejilla portaequipajes bajo su capa invisible, se le aceleró el corazón. ¿Qué dirían Ron y Hermione cuando les contara eso? Crabbe y Goyle miraban boquiabiertos a Malfoy; al parecer, no estaban al corriente de que hubiera planes de dedicarse a cosas más importantes e interesantes. Incluso Zabini permitió que una expresión de curiosidad estropeara sus altaneras facciones. Pansy volvió a acariciarle el cabello, atónita.

—¿Te refieres… a «él»?

—Mi madre quiere que acabe mi educación en Hogwarts —contestó Malfoy con un encogimiento de hombros—, pero francamente, tal como están las cosas, no creo que eso tenga tanta importancia. Si lo piensas un poco… Cuando el Señor Tenebroso se haga con el poder, ¿crees que se va a fijar en cuántos
TIMOS
y
ÉXTASIS
tiene cada uno? Pues claro que no. Lo que importará entonces será la clase de servicio que se le haya prestado o el grado de devoción demostrado.

—¿Y crees que tú podrás hacer algo por él? —repuso Zabini con tono mordaz—. Pero si sólo tienes dieciséis años y todavía no has terminado los estudios.

—¿No acabo de explicarlo? Sé que a él no le importará si he terminado los estudios o no. Quizá para hacer el trabajo que él quiera encomendarme no sea necesario tener ningún título —replicó Malfoy.

Crabbe y Goyle seguían boquiabiertos, como dos gárgolas, y Pansy miraba a Malfoy como si jamás hubiera visto nada tan impresionante.

—Ya se ve Hogwarts —anunció Malfoy, deleitándose con el efecto logrado, y señaló por la ventanilla envuelta en penumbra—. Será mejor que vayamos poniéndonos las túnicas.

Harry estaba tan concentrado observando a Malfoy que no se fijó en que Goyle intentaba bajar su baúl de la rejilla, y cuando lo logró, Harry recibió un fuerte golpe en la cabeza, de modo que no pudo reprimir un grito ahogado. Malfoy miró hacia la rejilla con cara de extrañeza.

Harry no le tenía miedo a Malfoy, pero no le hacía ninguna gracia que un grupo de alumnos de Slytherin poco amistosos lo descubrieran allí. Con los ojos llorosos y una aguda punzada de dolor en la cabeza, sacó su varita y esperó conteniendo la respiración. Por fortuna, Malfoy pareció decidir que se había imaginado aquel ruido; se puso la túnica como hacían los demás, cerró su baúl y, cuando el tren redujo la velocidad hasta casi detenerse, se abrochó una gruesa capa de viaje nueva.

Los pasillos volvían a llenarse y Harry confió en que Hermione y Ron le bajaran el equipaje al andén, dado que él no podría moverse de allí hasta que el compartimiento quedara vacío. Al fin, con una última sacudida, el tren se detuvo por completo. Goyle abrió la puerta y se sumergió en una riada de alumnos de segundo año, apartándolos a empellones; Crabbe y Zabini lo siguieron.

—Ve tú primero —le dijo Malfoy a Pansy, que lo esperaba con un brazo extendido, como si él fuera a cogerla de la mano—. Necesito comprobar una cosa.

Pansy salió, y Harry y Malfoy se quedaron a solas mientras un tropel de alumnos recorría el pasillo y bajaba al mal iluminado andén. Malfoy echó las cortinas de la puerta para que los del pasillo no lo viesen. Luego se agachó y abrió de nuevo su baúl.

Harry observaba desde el borde de la rejilla con el corazón palpitando. ¿Qué era eso que Malfoy no había querido enseñarle a Pansy? ¿Estaba a punto de ver el misterioso objeto roto que tan importante era que le repararan?


¡Petrificus totalus!

Sin previo aviso, Malfoy apuntó con su varita a Harry, que al instante quedó paralizado, perdió el equilibrio y, con un doloroso golpe que hizo temblar el suelo, cayó casi a cámara lenta a los pies de Malfoy. Quedó encima de la capa invisible, con todo el cuerpo expuesto y las piernas encogidas. Aturdido y paralizado, a duras penas logró mirar a Malfoy, que sonreía de oreja a oreja.

—Ya me lo imaginaba —se jactó éste—. He oído el golpe que Goyle te dio con el baúl. Y cuando Zabini regresó me pareció ver un destello blanco…

Sus ojos se detuvieron un instante en las zapatillas de Harry.

—Supongo que fuiste tú quien atascaba la puerta cuando entró Zabini. —Se quedó mirándolo—. No has oído nada que me importe, Potter. Pero ya que te tengo aquí… —Y le propinó una fuerte patada en la cara.

Harry notó cómo se le rompía la nariz, salpicando sangre por todos lados.

—Esto de parte de mi padre. Y ahora vamos a ver… —Sacó la capa de debajo del indefenso cuerpo y se ocupó de cubrirlo bien—. Listo. No creo que te encuentren hasta que el tren haya regresado a Londres —comentó con tranquilidad—. Ya nos veremos, Potter… o quizá no.

Y dicho eso, salió del compartimiento, no sin antes pisarle una mano.

8
La victoria de Snape

Harry no podía mover ni un músculo. Tendido bajo la capa invisible, oía voces y pasos provenientes del pasillo y notaba cómo la sangre que le brotaba de la nariz le resbalaba, caliente y húmeda, por la cara. Lo primero que pensó fue que seguramente alguien se encargaba de revisar los compartimientos antes de que el tren volviera a partir. Pero enseguida se dio cuenta de que, aunque alguien mirara en el que él se hallaba, no podría verlo ni oírlo. Su única esperanza era que entraran y tropezaran con él.

Harry nunca había odiado tanto a Malfoy como en ese momento, tendido patas arriba como una tortuga, mientras la sangre se le escurría en la boca entreabierta y le producía náuseas. En qué situación tan estúpida había acabado… Los últimos pasos que se percibían en el pasillo iban apagándose; los alumnos ya desfilaban por el andén, y Harry los oía hablar y arrastrar los baúles.

Ron y Hermione creerían que había bajado sin esperarlos, y cuando llegaran a Hogwarts y ocuparan sus asientos en el Gran Comedor, miraran a ambos lados de la mesa de Gryffindor varias veces y por fin comprendieran que no se encontraba allí, él ya estaría a mitad de camino de regreso a Londres.

Intentó emitir algún sonido, aunque sólo fuera un débil gruñido, pero fue en vano. Entonces recordó que algunos magos, como Dumbledore, podían realizar hechizos sin hablar, de modo que intentó hacerle un encantamiento convocador a su varita, que se le había caído de la mano, diciendo mentalmente «
¡Accio varita!
» una y otra vez, pero no ocurrió nada.

Le pareció percibir el susurro de los árboles que bordeaban el lago y también el lejano ululato de una lechuza, pero nada que indicara que estaban buscándolo, ni siquiera (y se avergonzó un poco al pensarlo) voces ansiosas preguntando dónde se había metido Harry Potter. La desesperación lo fue embargando cuando imaginó la caravana de carruajes, tirados por
thestrals
, avanzando lentamente hacia el colegio y las amortiguadas risotadas que, con toda seguridad, saldrían del coche de Malfoy una vez hubiera relatado a sus compañeros de Slytherin la mala pasada que le había jugado.

El tren dio una brusca sacudida y Harry quedó tumbado sobre un costado. En esa postura, en lugar del techo veía debajo de los asientos. La locomotora se puso en marcha y el suelo empezó a vibrar. El expreso de Hogwarts estaba a punto de abandonar la estación y nadie sabía que Harry todavía se hallaba en uno de sus vagones.

Entonces el muchacho notó que la capa invisible se levantaba y oyó una voz:

—Hola, Harry.

Hubo un destello rojizo y Harry recuperó la movilidad. Al punto logró sentarse y, adoptando una postura más digna, se limpió la sangre de la magullada cara con el dorso de la mano y levantó la cabeza para ver a Tonks, que sujetaba con una mano la capa invisible.

—Tenemos que salir de aquí ahora mismo —dijo la bruja mientras el vapor empañaba las ventanas del tren, que ya salía de la estación—. Corre, saltaremos.

Harry la siguió por el pasillo. Tonks abrió la puerta del vagón y saltó al andén, que parecía moverse más deprisa a medida que el convoy ganaba velocidad. El chico la imitó y aterrizó trastabillando, pero se enderezó a tiempo de ver cómo la reluciente locomotora de vapor de color escarlata aceleraba y se perdía de vista tras una curva.

El frío nocturno le alivió el dolor de la nariz, pero estaba abochornado por haber sido descubierto en una postura tan ridícula. La bruja, impasible, le devolvió la capa y preguntó:

—¿Quién ha sido?

—Draco Malfoy —contestó Harry con amargura—. Gracias por… bueno…

—De nada —repuso Tonks sin sonreír. El andén estaba en penumbras y no se veía muy bien, pero a Harry le pareció que la bruja aún tenía el cabello desvaído y un aspecto tan triste como el del día en que se habían encontrado en La Madriguera—. Si te quedas quieto un momento te arreglaré la nariz.

A Harry no le hizo mucha gracia; hubiese preferido acudir a la señora Pomfrey, la enfermera de Hogwarts, de la que se fiaba más tratándose de hechizos sanadores, pero creyó que sería de mala educación decirlo, así que se quedó quieto como una estatua y cerró los ojos.


¡Episkeyo!
—exclamó Tonks.

Harry notó en la nariz un intenso calor seguido de un intenso frío. Levantó una mano y se tocó la cara con cuidado: en efecto, estaba curado.

—Muchas gracias —dijo.

—Vuelve a ponerte la capa. Iremos caminando al colegio —repuso Tonks, aún sin sonreír.

Mientras el muchacho se echaba la capa por encima, la bruja agitó su varita: una inmensa criatura plateada de cuatro patas salió de ella, echó a correr y se perdió en la oscuridad.

—¿Qué ha sido eso? ¿Un
patronus
? —preguntó Harry, que en una ocasión había visto cómo Dumbledore enviaba un mensaje de ese modo.

—Sí. Aviso al castillo que te he localizado para que no se preocupen. ¡Vamos, no nos entretengamos!

Echaron a andar hacia el camino que conducía a Hogwarts.

—¿Cómo me has encontrado?

—Advertí que no bajabas del tren y sabía que tenías la capa invisible —explicó la bruja—. Pensé que quizá te hubieses escondido por alguna razón. Cuando vi aquel compartimiento con las cortinas echadas, decidí inspeccionarlo.

—Vale, pero ¿qué haces tú aquí?

—Me han destinado a Hogsmeade para proporcionar protección adicional al colegio.

—¿Eres la única, o…?

—No, también están Proudfoot, Savage y Dawlish.

—Dawlish, ¿el
auror
al que Dumbledore atacó el año pasado?

—Así es.

Avanzaban con dificultad por el desierto camino siguiendo las huellas dejadas por los carruajes. Harry, tapado con su capa invisible, miró de reojo a Tonks. El año anterior, ella se había mostrado muy curiosa (a veces hasta el punto de ponerse pesada), reía con facilidad y hacía bromas. Pero ahora parecía mayor y mucho más seria y decidida. ¿Se debía a lo ocurrido en el ministerio? Harry pensó que Hermione habría querido que él le dijera algo consolador respecto a Sirius, por ejemplo, que ella no había tenido la culpa, pero no era capaz de hacerlo. Harry no responsabilizaba a Tonks de la muerte de su padrino, ni mucho menos, pero prefería no hablar de ese tema. De modo que continuaron andando en silencio en medio de la fría oscuridad, acompañados por el susurro que hacía la larga capa de la bruja al rozar el suelo.

Harry, que siempre había hecho ese trayecto en carruaje, nunca había apreciado lo lejos que se hallaba Hogwarts de la estación de Hogsmeade. Finalmente, con gran alivio, vio los altos pilares que flanqueaban la verja, coronados con sendos cerdos alados. Tenía frío y hambre y estaba deseando separarse de esa nueva y deprimente Tonks. Pero cuando estiró un brazo para abrir la verja, comprobó que estaba cerrada con una cadena.


¡Alohomora!
—dijo entonces, y apuntó al candado con su varita, pero no sucedió nada.

—Así no lo abrirás. Dumbledore lo ha embrujado personalmente —explicó Tonks.

—Puedo trepar por un muro —propuso Harry mirando alrededor.

—No, no puedes —replicó la bruja con voz cansina—. En todos han puesto embrujos antiintrusos. Este verano se han endurecido mucho las medidas de seguridad.

—Aja. —Empezaban a fastidiarle las pocas ganas de colaborar de Tonks—. En ese caso, tendré que dormir aquí fuera y esperar a que amanezca.

—Ya vienen a recogerte. Mira.

A lo lejos, junto a la puerta del castillo, se veía la amarillenta luz de un farol. Harry se alegró tanto que hasta se sintió con fuerzas para soportar las críticas de Filch por el retraso, así como sus peroratas sobre cómo mejoraría la puntualidad si se utilizaran regularmente instrumentos de tortura. Sin embargo, cuando el portador del farol llegó a unos tres metros de ellos y Harry se quitó la capa invisible para dejarse ver, reconoció la ganchuda nariz y el largo, negro y grasiento cabello de Severus Snape. Y al punto recibió una descarga de puro odio.

—Vaya, vaya —dijo Snape con desdén; sacó su varita mágica y dio un toque al candado, con lo que las cadenas serpentearon hacia atrás y la verja se abrió con un chirrido—. Ha sido un detalle por tu parte que hayas decidido presentarte, Potter, aunque es evidente que en tu opinión llevar la túnica del colegio desmerecería tu aspecto.

—No he podido cambiarme porque no tenía mi… —se disculpó el chico, pero Snape lo interrumpió:

—No es necesario que esperes, Nymphadora. Potter ya está… a salvo bajo mi custodia.

—El mensaje se lo he enviado a Hagrid —objetó Tonks arrugando la frente.

—Hagrid ha llegado tarde al banquete de bienvenida, igual que Potter; por eso lo he recibido yo. Por cierto —añadió, retirándose un paso para que Harry entrara—, tenía mucho interés en ver tu nuevo
patronus
. —Y sin más cerró la verja en las narices de Tonks y volvió a tocar con su varita mágica las cadenas, que, tintineando, serpentearon de nuevo hasta recuperar su posición original—. Creo que te iba mejor el viejo —concluyó con un deje de maldad—. El nuevo parece un poco enclenque.

Al darse la vuelta, Snape hizo oscilar el farol y Harry vio fugazmente la mirada de sorpresa y rabia de Tonks. Luego la bruja quedó otra vez envuelta en sombras.

—Buenas noches —le dijo Harry al echar a andar hacia el colegio con Snape—. Gracias por todo.

—Hasta otra, Harry.

Snape guardó silencio aproximadamente un minuto, mientras Harry generaba ondas de un odio tan intenso que parecía increíble que el profesor no notara que le quemaban. Si bien el muchacho lo había aborrecido desde su primer encuentro, la actitud de Snape hacia Sirius lo había colocado para siempre más allá de la posibilidad del perdón. Dijera lo que dijese Dumbledore, ese verano Harry había tenido tiempo de sobra para reflexionar y concluir que, con seguridad, los insidiosos comentarios que Snape le hiciera a Sirius Black, respecto a que éste se quedaba a salvo y escondido mientras el resto de los miembros de la Orden del Fénix combatían a Voldemort, fueron un factor determinante para que Black saliera de Grimmauld Place y fuera al ministerio la noche en que lo mataron. Harry se aferraba a esa idea porque le permitía culpar a Snape, lo cual le resultaba satisfactorio, y también porque sabía que si había alguien que no lamentaba la muerte de su padrino, ése era el hombre que ahora iba a su lado.

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