Read Harry Potter y el Misterio del Príncipe Online
Authors: J. K. Rowling
Tags: #fantasía, #infantil
—Es ése de ahí, ¿no? —susurró—. El que ahora gira a la izquierda.
—Vaya, vaya —susurró Ron.
Malfoy, tras mirar en derredor, se había metido por el callejón Knockturn.
—Rápido, o lo perderemos —instó Harry, y aceleró el paso.
—¡Nos van a ver los pies! —les advirtió Hermione, angustiada, al comprobar que la capa les ondeaba alrededor de los tobillos; habían crecido tanto que la capa ya no les cubría los pies.
—No importa —dijo Harry, impaciente—. ¡Corred!
Pero el callejón Knockturn, la callejuela dedicada a las artes oscuras, se veía completamente desierto. Fisgaron en los escaparates de las tiendas a medida que avanzaban, pero no vieron clientes en ninguna de ellas. Harry lo atribuyó a que en esos tiempos de peligros y sospechas, uno se arriesgaba a delatarse si compraba artilugios tenebrosos, o al menos si lo veían comprándolos.
Hermione le dio un pellizco en el brazo.
—¡Ay!
—¡Chist! ¡Mira! ¡Está ahí dentro! —le susurró ella al oído.
Habían llegado a la altura de la única tienda del callejón Knockturn en que Harry había entrado alguna vez: Borgin y Burkes, donde vendían una amplia variedad de objetos siniestros. Allí, rodeado de cajas llenas de cráneos y botellas viejas, se encontraba Draco Malfoy, de espaldas a la calle y semioculto por el mismo armario negro en que Harry se había escondido en una ocasión para evitar que lo vieran Malfoy y su padre. A juzgar por los movimientos que hacía con las manos, Draco estaba enfrascado en una animada disertación, mientras el propietario de la tienda, el señor Borgin (un individuo chepudo de cabello grasiento), permanecía de pie frente al chico, escuchándolo con una curiosa expresión de resentimiento y temor.
—¡Ojalá pudiéramos oír lo que están diciendo! —se lamentó Hermione.
—¡Podemos oírlo! —saltó Ron—. Esperad… ¡Mecachis…!
Dejó caer un par de cajas de las que todavía llevaba en las manos y se puso a hurgar en la más grande.
—¡Mirad! ¡Orejas extensibles!
—¡Genial! —dijo Hermione mientras Ron desenredaba las largas cuerdas de color carne y empezaba a pasarlas por debajo de la puerta—. Espero que no le hayan hecho un encantamiento de impasibilidad a la puerta…
—¡Pues no! —se alegró Ron—. ¡Escuchad!
Juntaron las cabezas y escucharon con atención, acercando los oídos al extremo de las cuerdas: la voz de Malfoy les llegó con toda claridad, como si hubieran encendido una radio.
—¿… sabría arreglarlo?
—Es posible —contestó Borgin con tono evasivo—. Pero necesito verlo. ¿Por qué no lo traes a la tienda?
—No puedo —repuso Malfoy—. Tiene que quedarse donde está. Lo que necesito es que me indique cómo hacerlo.
Harry vio que Borgin se pasaba la lengua por los labios, nervioso.
—Es que así, sin haberlo visto, va a ser un trabajo muy difícil, quizá imposible. No puedo garantizarte nada.
—¿Ah, no? —dijo Malfoy, y Harry comprendió, por su tono, que Draco miraba con desdén a su interlocutor—. Tal vez esto lo haga decidirse.
Malfoy avanzó hacia Borgin y el armario lo ocultó. Harry, Ron y Hermione se desplazaron hacia un lado para no perderlo de vista, pero sólo alcanzaron a ver a Borgin, que parecía asustado.
—Si se lo cuenta a alguien —amenazó Malfoy—, habrá represalias. ¿Conoce a Fenrir Greyback? Es amigo de mi familia; pasará por aquí de vez en cuando para comprobar que usted le dedica toda su atención a este problema.
—No será necesario que…
—Eso lo decidiré yo —le espetó Malfoy—. Bueno, me marcho. Y no olvide guardar bien ése, ya sabe que lo necesitaré.
—¿No quiere llevárselo ahora?
—No, claro que no, estúpido. ¿Cómo voy a ir por la calle con eso? Pero no lo venda.
—Naturalmente que no… señor.
Borgin hizo una reverencia tan pronunciada como la que en su día Harry le había visto hacer ante Lucius Malfoy.
—Ni una palabra a nadie, Borgin, y eso incluye a mi madre, ¿entendido?
—Por supuesto, por supuesto —murmuró Borgin, y volvió a hacer una reverencia.
La campanilla colgada encima de la puerta tintineó con brío y Malfoy salió de la tienda muy ufano. Pasó tan cerca de Harry y sus amigos que los tres notaron cómo la capa invisible ondeaba de nuevo alrededor de sus tobillos. Borgin, que se había quedado inmóvil dentro de la tienda, parecía preocupado y su empalagosa sonrisa se había borrado.
—¿De qué hablaban? —susurró Ron mientras guardaba las orejas extensibles.
—No lo sé —dijo Harry, e intentó buscarle algún sentido a aquella extraña conversación—. Malfoy quiere que le reparen algo… y que le guarden algo que hay en la tienda. ¿Habéis visto qué señalaba cuando dijo «no olvide guardar bien ése»?
—No, el armario lo tapaba.
—Quedaos aquí —susurró Hermione.
—¿Qué…?
Pero ella ya había salido de debajo de la capa. Se arregló el pelo contemplándose en el cristal del escaparate y entró con decisión en el local, haciendo sonar de nuevo la campanilla. Ron se apresuró a pasar otra vez las orejas extensibles por debajo de la puerta y le dio un extremo a Harry.
—¡Hola! Qué día tan feo, ¿verdad? —saludó Hermione a Borgin, que no contestó y la miró con recelo. Tarareando alegremente, ella se paseó entre el revoltijo de objetos expuestos—. ¿Está a la venta este collar? —preguntó deteniéndose junto a una vitrina.
—Sí, si tienes mil quinientos galeones —respondió Borgin con frialdad.
—Pues no, no tengo tanto dinero —dijo ella, y siguió paseándose—. Y… ¿qué me dice de este precioso… hum… cráneo?
—Dieciséis galeones.
—Entonces está en venta, ¿no? ¿No se lo reserva a nadie?
Borgin la miró con los ojos entornados y Harry tuvo la desagradable sensación de que el tendero sabía exactamente lo que Hermione pretendía. Por lo visto, ella también se figuró que la habían descubierto, ya que de repente abandonó toda precaución.
—Verá, es que… hum… ese chico que acaba de marcharse de aquí, Draco Malfoy, es amigo mío, y quiero hacerle un regalo de cumpleaños. Como es lógico, no quisiera comprarle algo que él ya haya reservado, así que… hum…
Harry consideró que era una excusa muy pobre, y al parecer Borgin opinó lo mismo.
—¡Fuera! —ordenó sin miramientos—. ¡Largo de aquí!
Hermione no esperó a que se lo repitieran y corrió hacia la puerta con Borgin pisándole los talones. Cuando volvió a sonar la campanilla, el hombre pegó un portazo y colgó el letrero de «Cerrado».
—Ha valido la pena intentarlo —dijo Ron echándole la capa por encima a Hermione—, pero era una excusa demasiado obvia.
—¡La próxima vez vas tú y me enseñas cómo se hace, Maestro del Misterio! —le espetó ella.
Ron y Hermione discutieron todo el camino hasta Sortilegios Weasley, donde tuvieron que callarse para poder esquivar, sin ser detectados, a Hagrid y la señora Weasley, quienes evidentemente se habían percatado de su ausencia y estaban preocupados. Una vez en la tienda, Harry se quitó la capa invisible y la guardó en la mochila. A continuación, en respuesta a los reproches de la señora Weasley, insistió, igual que sus amigos, en que no se habían movido del reservado y fingió extrañarse de que ella no los hubiera visto.
Harry pasó gran parte de la última semana de vacaciones cavilando sobre el proceder de Malfoy en el callejón Knockturn. Lo que más le inquietaba era lo ufano que había salido de la tienda. Nada que lo hiciera tan feliz podía ser una buena noticia. Sin embargo, ni Ron ni Hermione parecían tan intrigados como él por las actividades de Malfoy, y eso le fastidiaba un poco; es más, pasados unos días, sus amigos se habían cansado del tema.
—Sí, Harry, reconozco que olía a chamusquina —admitió Hermione con un matiz de impaciencia. Estaba sentada en el alféizar de la ventana de la habitación de Fred y George, con los pies encima de una caja de cartón, y había levantado la vista a regañadientes de su nuevo ejemplar de
Traducción avanzada de runas
—. Pero ¿no hemos llegado a la conclusión de que podía haber muchas explicaciones?
—A lo mejor se le ha roto la Mano de la Gloria —conjeturó Ron mientras intentaba enderezar las ramitas de la cola de su escoba—. ¿Os acordáis de aquel brazo reseco que tenía Malfoy?
—Pero entonces ¿por qué dijo: «Y no olvide guardar bien ése»? —preguntó Harry por enésima vez—. A mí me sonó como si Borgin tuviera otro objeto semejante al que se le ha estropeado a Malfoy y que éste quería poseer ambos.
—¿Tú crees? —dudó Ron al tiempo que raspaba un poco de suciedad del mango de la escoba.
—Sí, creo que sí —afirmó Harry, y en vista de que sus amigos no decían nada, añadió—: El padre de Malfoy está en Azkaban. ¿No creéis que a Draco le gustaría vengarse?
Ron levantó la cabeza y pestañeó varias veces seguidas.
—¿Vengarse? ¿Malfoy? ¿Cómo va a vengarse?
—¡De eso se trata, de que no lo sé! —suspiró Harry, frustrado—. Pero estoy convencido de que trama algo y creo que deberíamos tomárnoslo en serio. Su padre es un
mortífago
y… —Se interrumpió bruscamente, boquiabierto y con la mirada clavada en la ventana que Hermione tenía detrás. Acababa de ocurrírsele una idea alarmante.
—¿Qué te pasa, Harry? —se asustó Hermione.
—No te dolerá otra vez la cicatriz, ¿verdad? —dijo Ron, intranquilo.
—Es un
mortífago
—repitió Harry despacio—. ¡Ha relevado a su padre como
mortífago
!
Hubo un silencio, y luego Ron soltó una carcajada.
—¿Malfoy? ¡Pero si sólo tiene dieciséis años! ¿Cómo quieres que Quien-tú-sabes le permita unirse a los
mortífagos
?
—Eso es muy poco probable, Harry —coincidió Hermione conteniendo la risa—. ¿Qué te hace pensar que…?
—En la tienda de Madame Malkin… ella no lo tocó, pero Malfoy gritó y apartó el brazo cuando ella fue a enrollarle la manga de la túnica. Era su brazo izquierdo. ¡Le han grabado la Marca Tenebrosa!
Ron y Hermione se miraron.
—Hombre… —dijo Ron, escéptico.
—Yo creo que sólo quería largarse de allí —opinó Hermione.
—Le enseñó a Borgin algo que nosotros no llegamos a ver —se empeñó Harry—. Algo que asustó mucho a Borgin. Era la Marca, estoy seguro. Quería demostrarle con quién estaba tratando, ya visteis que el hombre se lo tomó muy en serio.
Ron y Hermione volvieron a mirarse.
—No sé qué decirte, Harry…
—Sí, sigo sin creer que Quien-tú-sabes haya permitido a Malfoy unirse a…
Harry, contrariado pero convencido de que tenía razón, cogió varias túnicas de
quidditch
sucias y salió de la habitación; la señora Weasley llevaba días recordándoles que no convenía dejar los preparativos del viaje a Hogwarts para el último momento. En el rellano tropezó con Ginny, que volvía a su habitación con un montón de ropa limpia.
—Yo en tu lugar no entraría en la cocina en este momento —le avisó—. Está inundada de
Flegggrrr
.
—Iré con cuidado para no resbalar —replicó Harry sonriendo.
Y en efecto, cuando entró en la cocina, encontró a Fleur sentada a la mesa en pleno discurso sobre sus planes para la boda con Bill, mientras la señora Weasley, con cara avinagrada, vigilaba un considerable montón de coles de Bruselas que se limpiaban solas.
—…Bill y yo casi hemos decidido que sólo
tendgemos
dos damas de
honog
. Ginny y
Gabgielle quedagán
monísimas juntas. Estoy pensando en
vestiglas
de
colog ogo clago
; el
gosa
le
quedaguía
fatal a Ginny con el
colog
de su pelo…
—¡Ah, Harry! —exclamó la señora Weasley, interrumpiendo el monólogo de Fleur—. Quería explicarte las medidas de seguridad que hemos adoptado para el viaje a Hogwarts. Volveremos a tener coches del ministerio, y habrá
aurores
esperándonos en la estación…
—¿Irá Tonks? —preguntó Harry, y le dio la ropa sucia.
—No, no lo creo. Me parece que Arthur comentó que la han destinado a otro sitio.
—Esa
mujeg
se ha descuidado tanto… —caviló Fleur mientras examinaba su deslumbrante reflejo en una cucharilla—. Un
gave egog
, si
quiegues
mi opinión…
—Sí, gracias —la cortó la señora Weasley—. Más vale que espabiles, Harry. A ser posible, quiero que los baúles estén preparados esta noche para que mañana no haya las típicas prisas del último minuto.
Y la verdad es que, al día siguiente, la partida fue más tranquila de lo habitual. Cuando los coches del ministerio se detuvieron delante de La Madriguera, ellos ya estaban esperando con los baúles preparados; el gato de Hermione,
Crookshanks
, encerrado en su cesto de viaje; y
Hedwig
,
Pigwidgeon
—la lechuza de Ron— y
Arnold
—el nuevo
micropuff
morado de Ginny— en sus respectivas jaulas.
—
Au revoir, Hagy
—dijo Fleur con voz ronca, y le dio un beso de despedida.
Ron enseguida se abalanzó, ilusionado, pero Ginny le puso la zancadilla y el chico cayó cuan largo era a los pies de Fleur. Furioso, colorado y salpicado de barro, subió presuroso al coche sin despedirse.
En la estación de King's Cross no los aguardaba un Hagrid jovial, sino dos barbudos
aurores
de expresión adusta, ataviados con trajes oscuros de
muggle
. Se acercaron en cuanto los coches se detuvieron y, flanqueando al grupo, lo condujeron hasta la estación sin mediar palabra.
—Rápido, rápido, por la barrera —dijo la señora Weasley, un poco intimidada por tanta formalidad—. Convendría que Harry pasara primero, ya que…
Miró de manera inquisitiva a uno de los
aurores
. Éste asintió levemente y agarró a Harry por el brazo para dirigirlo hacia la barrera que separaba el andén nueve del diez.
—Sé caminar, gracias —protestó el chico, y de un tirón se soltó del
auror
. Luego embistió la sólida barrera con su carrito, ignorando a su silencioso acompañante, y un instante después se encontró en la plataforma nueve y tres cuartos, donde un tren de color escarlata, el expreso de Hogwarts, lanzaba nubes de vapor sobre la gente.
Hermione y los Weasley se le unieron a los pocos segundos. Sin consultar al malhumorado
auror
, Harry les hizo señas para que lo ayudaran a buscar un compartimiento vacío.