Harry Potter y el Misterio del Príncipe (29 page)

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Authors: J. K. Rowling

Tags: #fantasía, #infantil

BOOK: Harry Potter y el Misterio del Príncipe
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De inmediato, Katie se elevó por los aires, pero no como había hecho Ron (cómicamente suspendido por un tobillo), sino con gracilidad y con los brazos extendidos, como a punto de echar a volar. Sin embargo, en su postura había algo extraño, algo estremecedor… La ventisca le alborotaba el cabello y tenía los ojos cerrados y el rostro inexpresivo. Harry, Ron, Hermione y Leanne se detuvieron en seco, estupefactos.

Entonces, cuando estaba a casi dos metros del suelo, Katie soltó un chillido aterrador y abrió los ojos. Sin duda lo que veía o sentía le producía una tremenda angustia. No paraba de chillar. Leanne empezó a gritar también, y la agarró por los tobillos intentando bajarla al suelo. Los demás se precipitaron a ayudarla, y cuando lograron cogerla por las piernas Katie se les vino encima. Los dos chicos consiguieron atraparla, pero Katie se retorcía violentamente y apenas lograban sujetarla. La tumbaron en el suelo, donde la muchacha siguió revolcándose y chillando, como si no reconociera a nadie.

Harry miró alrededor; el lugar parecía desierto.

—¡No os mováis de aquí! —ordenó en medio del viento huracanado—. ¡Voy a pedir ayuda!

Corrió hacia el colegio; nunca había visto a nadie comportarse como acababa de hacerlo Katie, y no sabía cuál podía ser la causa; dobló a toda velocidad una curva del camino y chocó contra lo que parecía un oso enorme erguido sobre las patas traseras.

—¡Hagrid! —gritó jadeando mientras se desenredaba del seto en que había caído al rebotar.

—¡Harry! —exclamó el guardabosques, que tenía aguanieve en las cejas y la barba y llevaba puesto su raído abrigo de piel de castor—. Vengo de visitar a Grawp, no te imaginas cuánto ha…

—Hagrid, hay una persona herida, le han echado una maldición o algo así…

—¿Qué? —dijo Hagrid agachándose para oír mejor, pues el viento rugía con fuerza.

—¡Le han echado una maldición!

—¿Una maldición? ¿A quién? No habrá sido a Ron o Hermione…

—No, a ellos no, a Katie Bell. Vamos, deprisa…

Ambos avanzaron presurosos por el camino. Katie seguía retorciéndose y chillando en el suelo mientras Ron, Hermione y Leanne intentaban calmarla.

—¡Apartaos! —ordenó el guardabosques—. ¡Dejadme verla!

—¡Le ha pasado algo! —sollozó Leanne—. No sé qué…

Hagrid miró a Katie y luego, sin decir palabra, se agachó, la levantó en brazos y echó a correr hacia el castillo. A los pocos segundos, los desgarradores gritos de Katie se habían apagado y sólo se oía el bramido del viento.

Hermione abrazó a la compungida amiga de Katie.

—Te llamas Leanne, ¿verdad?

La chica asintió con la cabeza.

—¿Ha pasado de repente o…?

—Ha ocurrido cuando se abrió el paquete —gimoteó Leanne, y señaló el empapado envoltorio de papel marrón que había en el suelo; se había abierto un poco y dejaba entrever un destello verdoso.

Ron se agachó para tocarlo, pero Harry le sujetó el brazo.

—¡Ni se te ocurra tocarlo! —le advirtió, y se agachó a su vez junto al paquete: un ornamentado collar de ópalos asomaba por el envoltorio—. Lo he visto antes —comentó—. Fue expuesto en Borgin y Burkes hace mucho tiempo y la etiqueta ponía que estaba maldito. Katie debe de haberlo tocado. —Miró a Leanne, que había empezado a temblar—. ¿Cómo llegó a manos de Katie?

—Por eso discutíamos. Volvió del lavabo de Las Tres Escobas trayendo el paquete y dijo que era una sorpresa para alguien de Hogwarts y que tenía que entregárselo. Cuando lo dijo estaba muy rara… ¡Oh, no! ¡Ahora lo entiendo! ¡Le han echado una maldición
imperius
, y no me di cuenta! —Rompió a sollozar de nuevo.

Hermione le dio unas palmaditas de consuelo.

—¿No te dijo quién se lo había dado, Leanne?

—No… no quiso contármelo… Y yo le dije que no fuera estúpida y que no lo llevara al colegio, pero ella se negaba a escucharme y… y entonces intenté quitárselo… y… y… —Emitió un gemido de desesperación.

—Será mejor que vayamos a Hogwarts —propuso Hermione sin dejar de abrazar a la desdichada chica—. Así sabremos cómo se encuentra Katie. Vamos…

Harry vaciló un momento, se quitó la bufanda del cuello e, ignorando la exclamación de asombro de Ron, envolvió con ella el collar y lo levantó con mucho cuidado.

—Se lo enseñaremos a la señora Pomfrey —dijo.

Mientras seguían a Hermione y Leanne por el camino, Harry no paraba de pensar, y cuando entraron en el jardín del castillo ya no pudo contenerse:

—Malfoy sabe que existe este collar. Estaba en una vitrina de Borgin y Burkes hace cuatro años; vi cómo lo examinaba mientras me escondía de él y de su padre. ¡Seguramente era lo que quería comprar el día que lo seguimos! ¡Se acordó del collar y fue a buscarlo!

—No sé, Harry… —repuso Ron, poco convencido—. A Borgin y Burkes va mucha gente… ¿Y no dice esa chica que Katie lo encontró en el lavabo de señoras?

—Dice que volvió con él del lavabo, pero eso no significa necesariamente que lo encontrara allí.

—¡McGonagall a la vista! —anunció Ron.

Harry levantó la cabeza y vio a la profesora bajar a toda prisa los escalones de piedra del castillo, azotada por las ráfagas de aguanieve. Se acercó a ellos presurosa.

—Hagrid dice que habéis visto lo ocurrido. ¡Subid enseguida a mi despacho, por favor! ¿Qué es eso que llevas, Potter?

—Es la cosa que tocó Katie.

—¡Cielos! —dijo la profesora con espanto mientras cogía el envuelto collar de las manos de Harry—. ¡No, no, Filch, están conmigo! —se apresuró a aclarar al ver que el conserje cruzaba el vestíbulo hacia ellos, con gesto de avidez y sensor de ocultamiento en ristre—. ¡Lleve inmediatamente esto al profesor Snape, pero sobre todo no lo toque, no retire la bufanda!

Harry y los demás siguieron a la profesora por la escalera y entraron en su despacho. Las ventanas salpicadas de aguanieve vibraban y en la habitación hacía mucho frío, pese a que la chimenea estaba encendida. Tras cerrar la puerta, McGonagall se ubicó detrás de su mesa, de cara a Harry, Ron, Hermione y Leanne, que no paraba de sollozar.

—¿Y bien? —dijo con brusquedad—. ¿Qué ha sucedido?

Con voz entrecortada y haciendo pausas para dominar el llanto, Leanne contó que Katie había vuelto del lavabo de Las Tres Escobas con un paquete en las manos, que a ella le había parecido un poco raro y que habían discutido sobre la conveniencia de prestarse a entregar objetos desconocidos, de modo que al final la discusión había culminado en un forcejeo y el paquete se había abierto. Al llegar a ese punto, Leanne estaba tan abrumada que no hubo manera de sonsacarle una palabra más.

—Está bien —dijo la profesora, comprensiva—. Leanne, sube a la enfermería, y que la señora Pomfrey te dé algo para el susto.

Cuando la muchacha abandonó el despacho, McGonagall se volvió hacia los otros tres.

—¿Qué ocurrió cuando Katie tocó el collar?

—Se elevó por los aires —contestó Harry adelantándose a sus amigos—. Luego se puso a chillar y al final se desplomó. Profesora, ¿puedo hablar con el profesor Dumbledore, por favor?

—El director se ha marchado y no volverá hasta el lunes, Potter.

—¿Que se ha marchado?

—¡Sí, Potter, se ha marchado! —repitió la profesora con tono cortante—. Pero cualquier cosa que tengas que decir relacionada con este desagradable incidente puedes confiármela a mí.

Harry vaciló una fracción de segundo. Aquella profesora no invitaba a que le hicieran confidencias; Dumbledore, pese a ser más intimidante que ella en muchos aspectos, parecía menos inclinado a menospreciar las teorías de los demás, por descabelladas que fueran. Pero aquello era un asunto de vida o muerte, y no era momento para preocuparse por si se iban a reír de él. Así que inspiró hondo y dijo:

—Creo que Draco Malfoy le dio ese collar a Katie, profesora.

Ron, a un lado de Harry, se frotó la nariz con gesto de bochorno; Hermione, al otro lado, arrastró los pies como si deseara poner distancias.

—Ésa es una acusación muy grave, Potter —manifestó la profesora McGonagall tras un momento tenso—. ¿Tienes alguna prueba?

—No, pero… —Y le contó que habían seguido a Malfoy hasta Borgin y Burkes y la conversación que le habían oído mantener con Borgin.

Cuando hubo terminado, McGonagall parecía un tanto desconcertada.

—¿Malfoy llevó algo a Borgin y Burkes para que se lo repararan?

—No, profesora, sólo quería que Borgin le explicara cómo reparar esa cosa. No la llevaba consigo. Pero no se trata de eso; lo que importa es que ese mismo día compró algo en la tienda, y creo que era ese collar.

—¿Visteis a Malfoy salir de la tienda con un paquete parecido?

—No, profesora, él le dijo a Borgin que se lo guardara en la tienda…

—En realidad —lo interrumpió Hermione—, Borgin le preguntó si quería llevárselo, y Malfoy contestó que no…

—¡Pues claro, porque no quería tocarlo! —saltó Harry.

—Lo que dijo fue: «¿Cómo voy a ir por la calle con eso?» —le recordó Hermione.

—Hombre, habría quedado como un imbécil con un collar puesto —intervino Ron.

—¡Ron! —se desesperó Hermione—. ¡Se lo habría llevado envuelto para no tocarlo, y no le habría costado esconderlo debajo de la capa para que nadie lo viera! Yo creo que esa cosa que reservó en Borgin y Burkes hacía ruido o abultaba mucho; debía de ser algo que habría llamado la atención por la calle. Y de cualquier modo —insistió, adelantándose a las objeciones de Harry—, yo le pregunté a Borgin acerca del collar, ¿no os acordáis? Lo vi en la tienda cuando entré para averiguar qué le había pedido Malfoy que le guardara. Y Borgin se limitó a decirme el precio, pero no me dijo que ya estuviera vendido ni nada parecido…

—Ya, pero fuiste muy poco sutil y él se dio cuenta de tus intenciones. Es lógico que no te dijera nada… Además, Malfoy pudo enviar a alguien a buscarlo más tarde…

—¡Ya basta! —se impuso la profesora cuando Hermione, enfadada, se disponía a replicar—. Potter, te agradezco que me hayas contado esto, pero no es posible acusar al señor Malfoy únicamente porque visitó la tienda donde tal vez se comprara ese collar. Podríamos acusar de lo mismo a centenares de personas.

—Eso mismo dije yo —murmuró Ron.

—Además, este año hemos instalado rigurosas medidas de seguridad. Dudo mucho que ese collar haya entrado en este colegio sin nuestro conocimiento.

—Pero…

—Es más —prosiguió McGonagall, adoptando un tono inapelable—, hoy el señor Malfoy no ha ido a Hogsmeade.

Harry la miró boquiabierto y se desinfló de golpe.

—¿Cómo lo sabe, profesora?

—Porque estaba cumpliendo un castigo conmigo. Ya van dos veces seguidas que no entrega sus deberes de Transformaciones. De modo que gracias por comunicarme tus sospechas, Potter —añadió al pasar por delante de los muchachos—, pero tengo que subir a la enfermería para ver cómo evoluciona Katie Bell. Que tengáis un buen día.

Abrió la puerta del despacho y la mantuvo así, de modo que los tres amigos no tuvieron más remedio que desfilar hacia el pasillo sin más comentarios.

Harry estaba furioso con los otros dos por haberle dado la razón a la profesora McGonagall; sin embargo, no fue capaz de permanecer callado cuando empezaron a hablar de lo ocurrido.

—Entonces, ¿a quién creéis que Katie tenía que entregar el collar? —preguntó Ron mientras subían la escalera que conducía a la sala común.

—Quién sabe —dijo Hermione—. Pero quienquiera que fuese se ha librado por casualidad. Nadie habría abierto ese paquete sin tocar el collar.

—Podría ir dirigido a mucha gente —intervino Harry—: a Dumbledore, por ejemplo; a los
mortífagos
les encantaría librarse de él, así que debe de ser uno de sus blancos prioritarios. O a Slughorn; Dumbledore dice que Voldemort quería tenerlo en su bando, y no estarán contentos de que se haya puesto de parte de Dumbledore. O…

—O a ti —sugirió Hermione con gesto de consternación.

—A mí no puede ser, porque Katie me lo habría dado por el camino, ¿no? Yo iba detrás de ella desde que salimos de Las Tres Escobas. Habría sido más lógico entregarme el paquete fuera de Hogwarts, sabiendo que Filch registra a todo el que entra y sale del castillo. No entiendo por qué Malfoy le dijo que lo llevara al colegio.

—¡Pero si Malfoy no ha ido a Hogsmeade! —exclamó Hermione dando un pisotón en el suelo.

—Entonces tenía un cómplice —arguyó Harry—. Crabbe o Goyle. O, pensándolo bien, otro
mortífago
; seguro que tiene mejores compinches que esos dos ahora que se ha unido a…

Ron y Hermione se miraron como diciendo «inútil intentar razonar con este cabezota».

—«¡Sopa de leche!» —pronunció ella cuando llegaron al retrato de la Señora Gorda.

El retrato se apartó para dejarlos entrar en la sala común, que estaba muy concurrida y olía a ropa húmeda, pues muchos alumnos habían regresado de Hogsmeade temprano a causa del mal tiempo. Sin embargo, no se respiraba una atmósfera de miedo ni especulación; al parecer, la noticia del accidente de Katie todavía no se había extendido.

—Si os fijáis, en realidad no ha sido un ataque muy logrado —observó Ron mientras desalojaba a un alumno de primer año de una de las mejores butacas junto al fuego para sentarse en ella—. La maldición ni siquiera ha conseguido llegar al castillo. Infalible no era.

—Tienes razón —concedió Hermione, empujándolo con el pie para que se levantara de la butaca, que ofreció otra vez al alumno de primero—. No estaba muy bien planificado.

—¿Acaso Malfoy es uno de los grandes pensadores del mundo? —ironizó Harry.

Ron y Hermione sonrieron.

13
El enigma

Al día siguiente trasladaron a Katie al Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas. A esas alturas la noticia de que le habían echado una maldición se había extendido por todo el colegio, aunque los detalles eran confusos y parecía que nadie, excepto Harry, Ron, Hermione y Leanne, se había enterado de que Katie no era la destinataria del ataque.

—Sólo lo sabemos nosotros y Malfoy —insistía Harry a sus dos amigos, que seguían con su nueva política de fingir sordera cada vez que él mencionaba su teoría de que Malfoy era un
mortífago
.

Harry no sabía si Dumbledore regresaría a tiempo para la clase particular del lunes por la noche, pero, puesto que nadie le había dicho lo contrario, se presentó en el despacho del director a las ocho en punto. Llamó a la puerta y Dumbledore lo hizo pasar. El anciano, que estaba sentado a su mesa, parecía muy cansado; tenía la mano más negra y chamuscada que antes, pero sonrió y le indicó que se sentara. El
pensadero
volvía a reposar en la mesa y proyectaba motas plateadas de luz en el techo.

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