Hermosa oscuridad (33 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosa oscuridad
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Había juzgado mal a Liv. No era como Marian. No se contentaba con archivar pergaminos Casters, quería demostrar que la tierra no era plana.

—Salta o sigue en el barco, Guardiana. ¿Vienes?

Salía el sol. Se nos agotaba el tiempo.

—¿Estás seguro de que quieres que vaya? —me preguntó sin mirarme. Yo tampoco la miraba. El recuerdo del beso que no llegamos a darnos pendía sobre nosotros.

—¿Conoces a alguien con un selenómetro de sobra y una mapa mental del universo Caster?

No estaba seguro de que los cálculos, las variaciones y los corolarios fueran a servirnos de ayuda, pero sabía que la canción no se equivocaba. Las observaciones de aquella noche lo confirmaban. Yo necesitaba ayuda y Lena también, aunque nuestra historia se hubiera acabado. En efecto, necesitaba ayuda y hasta una Guardiana fugitiva en busca de acción con un reloj loco me servía.

—Salto, ya no quiero seguir en el barco —dijo Liv tranquilamente y abrió la puerta mosquitera sin hacer ruido para entrar a por sus cosas. Se venía conmigo.

—¿Estás segura? —Yo no quería ser la razón de que me acompañara. No, al menos, la única razón. Eso me decía, pero tal vez fuera mentira.

—¿Conoces a otra persona lo bastante loca para ir en busca de un lugar mítico donde un demonio Sobrenatural trata de convocar una Luna de Cristalización? — dijo con una sonrisa y abriendo la puerta.

—Pues la verdad es que sí.

18 DE JUNIO
Puertas

E
SCUELA DE VERANO: SI DE VERDAD QUIERES PROSPERAR, NUNCA DEJES DE ESTUDIAR.

Eso rezaba en verano el cartel que durante al curso jaleaba al equipo de baloncesto del Jackson High con el letrero: ÁNIMO WILDCATS. Liv y yo lo veíamos desde los arbustos que adornaban las escaleras.

Nuestra misión era complicada. Verano o no, la señorita Hester seguía en secretaría pendiente de la entrada. Porque aunque era cierto que cuando suspendías una asignatura, te mandaban a la escuela de verano, todavía quedaba la posibilidad de hacer pellas. Burlar la vigilancia de la señorita Hester, sin embargo, era una tarea bastante complicada. Por otra parte, aunque el señor Lee no había llegado a concretar su amenaza de suspendernos por no haber participado en la Reconstrucción de la batalla de Honey Hill, Link estaba obligado a asistir a la escuela de verano porque había suspendido biología. Así pues, aquella mañana mi misión, a la que tan diligentemente me acompañaba Liv, no consistía en encontrar la manera de salir del instituto a escondidas, si no de colarme dentro para avisar a mi amigo.

—¿Nos vamos a quedar detrás de estos arbustos todo el día? —preguntó Liv, que empezaba a impacientarse.

—Dame un segundo. He perdido mucho tiempo pensando en cómo salir del Jackson sin que me vieran, pero es la primera vez que tengo que buscar una forma de entrar. No podemos marcharnos sin Link.

—¿Acaso subestimas el poder del acento británico? —dijo Liv con una sonrisa—. Observa y aprende.

La señorita Hester deslizó sus gafas hasta la punta de la nariz y miró a Liv, que llevaba un moño improvisado. Como era verano, la señorita Heister se había puesto una de sus blusas sin mangas, unas bermudas de poliéster y sus típicos zapatos de lona blancos. Desde mi escondite bajo el mostrador, pegado a Liv, veía con claridad los pantalones verdes de la señorita Hester y sus pies con juanetes.

—Perdón, ¿de parte de quién dice usted que viene? —preguntó.

—Del CEB —respondió Liv. Me dio con el pie. Era la señal para que yo me dirigiese al pasillo.

—Ah, claro. ¿Y qué es eso exactamente?

Liv suspiró con impaciencia.

—El Consulado de Educación Británico. Como le acabo de decir, hemos llevado a cabo una rigurosa selección de los institutos más notables de los Estados Unidos y nos proponemos estudiarlos como modelo a seguir para poner en marcha una reforma educativa de gran calado.

—¿Los institutos más notables de los Estados Unidos. .? —repitió confusa, la señorita Hester en el preciso momento en que, a gatas, llegué a la esquina.

—Me cuesta creer que nadie le haya puesto al corriente de mi visita. ¿Podría hablar con el director de área, por favor?

—¿Con el encargado de propuestas pedagógicas?

Para cuando la señorita Hester averiguó a qué se refería Liv, yo estaba ya a mitad de las escaleras. Dejando aparte su atractivo, incluso dejando aparte su inteligencia, Liv era una caja de sorpresas.

—Bueno deja ya los chistes de
La telaraña de Carlota
, sujeta firmemente a tu espécimen con una mano y coge las tijeras con la otra y practica una incisión longitudinal en el vientre.

Era la señora Wilson en clase de biología. Para saberlo me bastó con percibir el olor y el revuelo generalizado.

—Me parece que me voy a desmayar…

—¡Wilbur, no!

—¡Ayyyy!

Me asomé a la ventanilla de la puerta y vi la fila de fetos de cerdo sobre las mesas de laboratorio. Estaban sujetos con unos clavos a una tabla negra untada de cera y

colocada dentro de una bandeja. Todos eran pequeños menos uno, el de Link, que era un cerdo enorme.

—Señora Wilson —dijo mi amigo levantando la mano—, no puedo romperle a
Tanque
el esternón con unas tijeras. Es demasiado grande.

—¿A
Tanque
?

—A
Tanque
, sí, mi cerdo.

—Coge la cizalla que hay al fondo de la clase.

Di unos golpecitos en la ventana al pasar Link, pero no me oyó. Eden estaba sentada en la larga mesa negra de laboratorio a su lado. Se tapaba la nariz con una mano mientras con la otra hurgaba en su animal con unas pinzas.Me sorprendió verla en medio de tantos zoquetes y admiradores sumisos no porque tuviera el cerebro de un ingeniero espacial, sino porque esperaba que su madre y la mafia de las Hijas de la Revolución hubieran encontrado una forma de sacarla de allí.

Sacó de su cerdo un largo cordón.

—¿Qué es esta cosa amarilla? —preguntó con cara de asco.

La señora Wilson sonrió. Era su momento favorito del año.

—Señorita Westerly, ¿cuántas veces ha estado usted en el Dar-ee Keen esta semana? ¿Ha tomado usted hamburguesa con patatas y helado? ¿Aros de cebolla? ¿Tarta?

—¿Cómo?

—Eso es grasa. Y ahora vamos a buscar el hígado.

Volví a llamar al cristal al pasar Link con la cizalla. Esta vez sí me vio. Abrió la puerta.

—Señora Wilson, tengo que ir al servicio.

Llegamos al vestíbulo con cizalla y todo y nos escabullimos sin ser vistos. Nada más darse cuenta, Liv miró a la señorita Hester con una sonrisa y cerró su cuaderno.

—Le estoy muy agradecida, señorita. Seguiremos en contacto.

Salió por la puerta tras nosotros con el moño ya casi deshecho. Había que estar muy malo de la cabeza para no darse cuenta de que no era más que una adolescente con vaqueros rotos y gastados.

La señorita Hester se la quedó mirando asombrada.

—Esos casacas rojas —refunfuñó.

Lo bueno de Link era que nunca ponía pegas. Se embarcaba en la aventura sin hacer preguntas. Lo hizo cuando intentamos quitarle la rueda a un coche para hacernos columpio. Lo hizo cuando puse en el jardín de mi casa una trampa para caimanes y lo hacia también cada vez que yo cogía la chatarra de coche de su madre para ir a buscar a una tía a quien en el instituto todos tomaban por loca. Es una gran cualidad en un amigo y a veces me he preguntado si yo habría hecho lo mismo si hubiera sucedido a la inversa. Porque yo siempre pedía y él estaba dispuesto a dar.

Al cabo de cinco minutos bajábamos por Jackson Street. Luego doblamos en Dove Street y paramos en el Dar-ee Keen. Consulté la hora. Amma ya se habría enterado de mi marcha y Marian estaría en la biblioteca esperando a Liv, a quien habría echado de menos en el desayuno. Además, la señora Wilson habría mandado a algún alumno al servicio a buscar a Link. Teníamos poco tiempo.

El plan no se concretó hasta que no estuvimos sentados con nuestra grasienta comida y nuestras grasientas bandejas en una grasienta mesa roja.

—No me puedo creer que se haya fugado con ese vampiro.

—¿Cuántas veces voy a tener que decírtelo? Es un Íncubo —corrigió Liv.

—Qué más da. Si es un Íncubo de Sangre, te chupa la sangre igual, ¿o no? —dijo Link y engulló un panecillo mientras mojaba otro en el tarrito de salsa.

—Un Íncubo de Sangre es un demonio. Los vampiros sólo salen en las películas.

No tenía la menor gana, pero aún había algo que no les había dicho y no podía seguir callándomelo.

—Ridley también está con ellos.

Link suspiró estrujando el envoltorio del panecillo. No le cambió la expresión, pero comprendí que tenía el mismo nudo en el estómago que yo.

—Eso duele. —Lanzó a la papelera el envoltorio, que dio en el borde y cayó al suelo—. ¿Estás seguro de que están en los Túneles?

—Eso me pareció —respondí.

De camino al Dar-ee Keen le había contado mi visión, aunque no le había dicho que era más extraña que las demás, que las había visto a través del espejo del cuarto del baño. —Se dirigen a un sitio llamado la Frontera.

—Un lugar que no existe —intervino Liv negando con la cabeza y consultando las esferas de su artilugio.

Link empujó su plato, que aún estaba casi lleno.

—A ver si me he enterado. ¿Nos vamos a meter en los Túneles y a buscar esa luna fuera de tiempo con el reloj de Liv?

—Selenómetro —corrigió Liv otra vez y sin levantar la vista de su cuaderno, en el que anotaba nuevos datos.

—Qué más da. ¿Por qué no le contamos lo que está pasando a las tías de Lena? A lo mejor nos pueden hacer invisibles o nos prestan armas de Casters.

Armas , por ejemplo, como la que en ese momento yo llevaba en el bolsillo.
      
Notaba el Arco de Luz. No tenía ni idea de cómo funcionaba, pero tal vez Liv, que sabía leer el cielo Caster, sí supiera.

—No sé si nos hará invisibles, pero tengo esto —dije y puse la esfera en la mesa.

—¡Uauh, colega, una canica gigante! ¿No estarás hablando en serio? —Link no parecía muy impresionado.

Liv sí. Acercó la mano a la esfera sin atreverse a tocarla.

—¿Es lo que yo creo que es?

—Es un Arco de Luz. Marian me lo dio el Día de Difuntos. Perteneció a mi madre.

—¿La profesora Ashcroft —dijo Liv tratando de ocultar su irritación— tenía guardado un Arco de Luz todo este tiempo y no me lo ha enseñado?

—Aquí lo tienes, disfruta —dije colocando la esfera en sus manos. La cogió con precaución, como si fuera frágil como un huevo.

—¡Cuidado! ¿Tienes idea de lo raras que son? —dijo Liv sin apartar los ojos del objeto de reluciente superficie.

Link se bebió lo que le quedaba de Coca-Cola hasta que sólo le quedó el hielo.

—¿Va alguien a darme alguna pista? ¿Para qué sirve esa bola?

—Ésta —explicó Liv, que parecía hipnotizada— es una de las armas más poderosas del mundo Caster. Es una prisión metafísica para un Íncubo. Siempre y cuando sepas utilizarla, claro. —La miré esperanzado—. Yo desgraciadamente, no sé.

Link tocó el Arco de Luz con un dedo.

—¿Cómo kriptonita para Íncubos?

Liv asintió.

Sin duda, el Arco era poderoso, pero no iba a servirnos para solucionar el problema al que nos enfrentábamos. Yo me había quedado sin ideas.

—Si esta cosa no nos ayuda, ¿cómo entramos en los Túneles?

—Hoy no es día festivo —dijo Liv devolviéndome el Arco—, de modo que si queremos entrar en los Túneles, tenemos que hacerlo por una de las Puertas. No podemos acceder por la Lunae Libri.

—Entonces, ¿hay otras entradas? ¿Esas Puertas que dices? —preguntó Link.

—Sí, pero sólo los Casters y un puñado de Mortales como la profesora Ashcroft saben dónde están. Y ella no nos lo va a decir. Estoy segura de que ahora mismo me está preparando las maletas.

Yo esperaba que Liv tuviera una solución, pero fue Link quien dio con ella.

—¿Sabes lo que eso significa? —dijo con una sonrisa y rodeando a Liv por los hombros—. Que por fin vas a tener tu oportunidad. Ya es hora de que vayamos al túnel del amor.

Una vez que desmontaban la feria, el recinto volvía a ser lo que era: una explanada de tierra. Le pagué una patada a un terrón que fue a parar contra unos cardos.

—Miren, todavía se ven las huellas que han dejado las atracciones señaló Liv, a quien seguía
Lucille
.

—Sí, pero ¿cómo sabemos a qué atracción pertenece cada huella?

En el Dar-ee Keen la idea parecía buena, pero en realidad estábamos en medio del campo. Link, que se hallaba a unos cuantos metros, nos llamó.

—Creo que aquí estaba la noria. Lo sé por estas colillas. El encargado se pasaba el día fumando.

Nos acercamos. De camino, Liv señaló la mancha negra de unos metros a distancia.

—¿No es ahí donde Lena nos vio?

—¿Qué? —Me sorprendió que utilizara el plural.

—Quiero decir donde me vio —aclaró Liv, sonrojándose—. Creo que es aquí donde se quemó la máquina de palomitas cuando se marchaba, antes de que aquel payaso tropezase y el niño se pusiera a llorar. —¿Cómo olvidarlo?

La hierba estaba muy alta y dificultaba la tarea. Me agaché y aparté unas briznas, pero allí no había nada excepto algunas entradas. Al levantarme, noté que el Arco de Luz volvía a calentarse y oí un zumbido lejano. Lo saqué del bolsillo. Desprendía un brillo azul claro.

Indiqué a Liv que se acercara.

—¿Qué crees que significa esto?

Liv observó la esfera. El color era cada vez más intenso.

—No tengo ni idea. No sabía que cambiaran de color, no lo he leído en ninguna parte.

—¿Qué pasa, niños? —dijo Link limpiándose el sudor con su andrajosa camiseta de Black Sabbath—. ¡Uauh! ¿Cuándo se ha encendido esa cosa?

—Hace un momento —dije. Sin saber por qué, empecé a caminar en tramos cortos de pocos pasos. A medida que lo hacía, el brillo del Arco de Luz aumentaba.

—Ethan, ¿qué haces? —preguntó Liv, que me seguía.

—No lo sé. —Cambié de dirección y la esfera perdió brillo. ¿Por qué? di media vuelta y volví al lugar de antes. A cada paso, el Arco de Luz se calentaba y vibraba más.

—Mira —dije abriendo la mano para que Liv pudiera ver el color azul que irradiaba.

—¿Qué pasa?

Me encogí de hombros.

—Esta cosa debe de brillar dada vez más a medida que nos vamos acercando.

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