Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
—¿No estarás pensando…? —dijo Liv mirando sus polvorientas botas plateadas.
En efecto, estábamos pensando lo mismo.
—¿Será una especie de brújula?
La esfera brillaba tanto que Lucille empezó a saltar a nuestro alrededor como cuando cazaba luciérnagas.
Llegamos a una zona donde la hierba estaba descolorida. Liv se detuvo. El Arco de Luz emitía un azul oscuro como el de la tinta china. Me fijé en el suelo con mucha atención.
—Aquí no hay nada.
Liv se agachó y apartó la hierba.
—Yo no estaría tan segura —dijo y empezó a quitar tierra. Algo apareció debajo.
—Fíjense en las ranuras, es una trampilla —dijo Link. Tenía razón. Era una ranura como la que yo había encontrado bajo la alfombra del cuarto de Macon.
Me agaché y les ayudé a limpiar la tierra.
—¿Cómo te has dado cuenta? —pregunté a Liv.
—¿Quieres decir aparte de que el Arco de Luz se haya vuelto loco? —Me replicó con cierto engreimiento—. No es tan difícil encontrar una Puerta si sabes lo que estás buscando.
—Espero que abrirla tampoco sea difícil —dijo Link señalando el centro de la trampilla. Tenía una cerradura.
—Está cerrada —dijo Liv suspirando—. Necesitamos una llave Caster. Si no, no podemos entrar.
Link sacó la cizalla que había hurtado en el laboratorio de biología. Era normal en él, que no tenía costumbre de dejar las cosas en su sitio.
—¿Una llave Caster? Y un cuerno.
—No va a funcionar —dijo Liv—. Esto no son las taquillas del instituto, sino una cerradura Caster.
Link se ofendió.
—Tú qué sabes si no eres de aquí —dijo metiendo la cizalla en la cerradura—. No hay una sola puerta en todo el condado que no se pueda abrir con un par de alicates o un cepillo de dientes bien afilado.
—Como supondrás —me dirigí a Liv—, se lo está inventando.
—Así que me lo estoy inventando, ¿eh? —dijo Link con una sonrisa. La puerta se abrió con un crujido—. Conseguido —dijo ofreciéndome el puño para que yo lo chocara con el mío.
—En fin, de esto los libros no dicen nada.
Link metió la cabeza para mirar.
—Está oscuro, no tiene escaleras y hay mucha caída.
—Tú pisa. —Yo sabía lo que iba a suceder.
—¿Estás mal de la olla?
—Tú confía en mí.
Link metió un pie y un segundo después se sostenía en el aire.
—Tío, ¿de dónde se sacan los Casters estas cosas? ¿Tienen carpinteros? ¿Existen soldadoras sobrenaturales? —dijo y desapareció. Un segundo después oímos su voz—. No hay que bajar tanto. ¿Venís o qué?
Lucille
se asomó y saltó al agujero. Después de vivir tantos años con mis tías, la pobre gata debía estar algo loca. Yo miré a continuación y vi la luz parpadeante de una antorcha. Link estaba debajo y
Lucille
a sus pies.
—Las damas primero —dije.
—¿Por qué será que los hombres sólo dicen eso delante de algo horrible o peligroso? —dijo Liv metiendo el pie en el agujero con cautela—. Y no te ofendas.
—No me ofendo —repuse con una sonrisa.
Le quedó el pie colgando un momento mientras tanteaba en el vació. Cogí su mano.
—¿Sabes que si encontramos a Lena podría estar completamente.. ?
—Lo sé —dije mirando sus serenos ojos azules, que nunca serían verdes ni dorados. El sol iluminó sus cabellos, rubios como la miel. Me sonrió y la solté.
Y me di cuenta de que era ella la que me estaba sujetando a mí.
Al bajar a la oscuridad tras ella, la trampilla se cerró de un golpe y el cielo desapareció.
El pasadizo de entrada al túnel era oscuro y húmedo y estaba cubierto de musgo, como le que conducía de la Lunae Libri a Ravenwood. El techo era bajo y las paredes de piedra eran viejas y erosionadas como las de una mazmorra. El ruido de pisadas y de las gotas de agua que rezumaba y caía resonaba en todo el pasadizo.
Al llegar al pie de las escaleras nos vimos en una encrucijada. No simbólica, sino real.
—Bueno, ¿ahora por dónde vamos? —preguntó Link.
Teníamos ante nosotros dos túneles muy distintos. Era un vieja mucho más complicado del que realizamos al Exilio. En aquél no había que elegir. En éste se nos planteaban distintas opciones.
Se me planteaban distintas opciones.
El túnel de la izquierda era más parecido a un prado que a un túnel. Se ensanchaba dando paso a un camino de tierra jalonado por sauces llorones, arbustos floridos y hierba alta. Algo más lejos el paisaje se abría hacia unas lomas bajo un cielo azul y despejado. Casi era posible oír el canto de los pájaros y ver conejos saltando de mata en mata. Si no hubiera sido un túnel del mundo Caster, donde nada es lo que parece.
El túnel de la izquierda no era un túnel, sino la calle en curva de una ciudad bajo su propio cielo Caster. Era sombrío y contrastaba acusadamente con el soleado paisaje de la derecha.
Liv tomaba notas en su cuaderno frenéticamente. La espié:
Zonas asincrónicas en túneles adyacentes
.
La única luz del segundo túnel provenía del cartel de neón de un motel del fondo de la calle. A ambos lados había altos edificios de pisos con pequeños balcones de hierro y escaleras de incendios y unas cuerdas cruzaban de lado a lado formando una intrincada red de la que colgaba ropa. Por el asfalto discurrían vías de tranvía abandonadas.
—¿Por dónde vamos? —insistió Link con impaciencia. Deambular por los misteriosos y extraños Túneles de los Caster no era lo suyo—. Voto por el camino de
El mago de Oz
—dijo, y emprendió la marcha por el lado soleado.
—No creo que nos haga falta votar —dije sacando del bolsillo el Arco de Luz. Me calentó la mano antes de ver la luz. Su reluciente superficie emitía un brillo verde pálido.
—Asombroso —dijo Liv con los ojos como platos.
Nos internamos unos pasos por la calle y la luz se hizo más intensa.
Link nos siguió.
—¡Eh, que yo iba para allá! —exclamó—. ¿Qué pasa, que no pensaban llamarme?
—Mira esto —dije enseñándole el Arco de Luz, y seguí andando.
—¡Menuda linterna!
Liv consultó el selenómetro.
—Tenías razón. Es como una brújula. Mis lecturas lo confirman. La atracción magnética de la luna es mayor en esta dirección, lo cual es una anomalía en esta época del año.
—Ya me temía yo que íbamos a ir por la calle, donde seguro que nos mata uno de esos Vex.
A cada paso que daba, el Arco de Luz despedía un verde más oscuro e intenso.
—Vamos por aquí.
—Como no podía ser de otra forma.
Link se convenció de que nos dirigíamos a una muerte cierta, pero resultó que la calle oscura era, simplemente, una cal e oscura. Llegamos al motel sin novedad. La calle no tenía salida y conducía directamente a una entrada bajo el cartel de neón.
Al otro lado transcurría otra calle perpendicular a la primera jalonada de puertas iluminadas abiertas en las fachadas. Entre el cartel de neón y el edificio del al lado ascendía un empinado tramo de escaleras de piedra. Otra Puerta al exterior.
—¿Vamos por la derecha o por la izquierda? —preguntó Liv.
Me fijé en el brillo incandescente del Arco de Luz, que ahora era verde esmeralda.
—Ni por la derecha ni por la izquierda. Vamos a subir por esta escalera.
Llegamos hasta una pesada puerta de madera. Salimos de un enorme arco de piedra a un lugar soleado donde crecía un inmenso roble en cuya sombra nos cobijamos. Una mujer de pelo blanco con shorts blancos montaba en una bicicleta blanca con una cesta blanca en la que llevaba un caniche blanco. Un golden retriever gigante perseguía la bicicleta tirando del hombre que lo sujetaba por la correa. Al ver al retriever, Lucille se refugió en unos arbustos.
— ¡
Lucille
! —la llamé y me acerqué a los arbustos a buscarla, pero no la encontré—. Genial, he vuelto a perder a la gata de mi tía.
—Técnicamente, la gata es tuya. Vive contigo —dijo Link buscando entre las azaleas—. No te preocupes. Volverá. Los gatos tienen muy buen sentido de la orientación.
—¿Por qué sabes tú eso? —preguntó Liv, divertida con el comentario de Link.
—Por mi madre —respondió Link, poniéndose colorado—. Que se traga todo lo que ponen en la televisión y a veces yo.. pues veo alguno de los programas que le gustan, ¿pasa algo?
—Venga, vamos —dije yo, poniendo fin a la conversación.
Nada más salir de los arbustos, una chica con el pelo de color púrpura tropezó con Link. Llevaba una carpeta grande con dibujos que estuvo a punto de caérsele al suelo. Estábamos rodeados de perros, personas, bicicletas y patinetes en un parque lleno de azaleas al que daban sombra unos robles enormes. En el centro tenía una fuente de piedra muy barroca con tritones que escupían chorros de agua. De la fuente salían senderos en todas las direcciones.
—¿Qué ha pasado con los Túneles? ¿Dónde estamos? —preguntó Link, que estaba más confuso que de costumbre.
—Estamos en una especie de parque.
Sonreí. Sabía dónde estábamos con absoluta certeza.
—No es una especie de parque, es el Forsyth Park de Savannah.
—¿Cómo? —exclamó Liv rebuscando en su bolso.
—Savannah, Georgia. Vine muchas veces con mi madre cuando era pequeño.
Liv desplegó un mapa de lo que parecía el cielo Caster. Reconocí la Estrella del Sur, la estrella de siete puntas que faltaba en el cielo Caster real.
—No tiene ningún sentido. Si la Frontera existe, y no estoy diciendo que creo que exista, no puede estar en mitad de una ciudad Mortal.
Me encogí de hombros.
—El Arco de Luz nos ha traído hasta aquí, más no puedo decir.
—Hemos andado unos diez kilómetros. ¿Cómo vamos a estar en Savannah? —dijo Link, que todavía no había asimilado que en los Túneles las cosas eran distintas a la superficie. Liv sacó el bolígrafo.
—Tiempo y espacio —dijo, casi murmurando para sí—, no sometidos a la Física Mortal. —Pasaron dos ancianas empujando a dos perritos en unas sillas de bebé. Definitivamente, estábamos en Savannah. Liv cerró el cuaderno—. Ahí abajo el tiempo y el espacio cobran otra dimensión. Los Túneles son parte del mundo Caster, no del Mortal.
En ese preciso momento, el Arco de Luz se apagó y recuperó el color negro. Lo guardé en el bolsillo.
—¡Maldita sea! —dijo Link dominado por el pánico—. ¿Y ahora cómo vamos a saber dónde hay que ir?
—No lo vamos a necesitar —dije. Yo no estaba preocupado—. Creo que sé adónde tenemos que dirigirnos.
—¿Cómo? —preguntó Liv frunciendo el ceño.
—Porque en Savannah no conozco más que a una persona.
M
I TÍA CAROLINE VIVÍA en East Liberty Street, cerca de la catedral de San Juan Bautista. Hacía años que no la visitaba, pero sabía que teníamos que subir por Bull Street, porque sabía que su casa se encontraba cerca de la ruta que realizaba el tranvía que recorría el centro histórico. Además, las calles discurrían entre el parque y el río, en cada manzana había una plaza y eso nos facilitaba la orientación. En Savannah era difícil perderse tanto si eras Wayward como sino.
Entre Savannah y Charleston había recorridos turísticos para casi todo: plantaciones, platos típicos, Hijas de la Confederación, fantasmas (mi favorito) y edificios históricos, el más clásico. La casa de tía Caroline formaba parte de este último desde que yo tenía uso de razón. La atención de mi tía a los detalles era legendaria no sólo en el seno de nuestra familia, sino en todo Savannah. Caroline trabajaba como conservadora en el Museo Histórico de Savannah y sabía tanto sobre la historia de las casas, palacios, acontecimientos y escándalos de la Ciudad de los Robles como mi madre de la Guerra de Secesión. Y no era una hazaña baladí considerando que en Savannah los escándalos estaban tan extendidos como los recorridos turísticos.
—¿De verdad sabes adónde vamos, hombre? Creo que deberíamos parar a comer algo y descansar un poco. Mataría por una hamburguesa.
Link tenía más fe en las virtudes de orientación del Arco de Luz que en las mías.
Lucille
, que había reaparecido, se sentó a sus pies y ladeó la cabeza. Tampoco tenía mucha fe en mí.
—Vamos a seguir en dirección al río y tarde o temprano llegaremos a East Liberty. Mirad. —Señalé la aguja de la catedral, que estaba a pocas manzanas—. Ésa es la catedral de San Juan. Casi hemos llegado.
Veinte minutos más tarde seguíamos andando en círculo alrededor de la catedral y Link y Liv empezaban a perder la paciencia. Y no podía culparles. Recorrí East Liberty con la mirada en busca de una casa conocida.
—Es una casa amarilla.
—Pues mira por dónde, parece el color de moda, porque todas las casas de esta calle son amarillas —dijo Liv. Hasta ella estaba cansada. Era la tercera vez que dábamos la vuelta a la misma manzana.
—Creía que estaba en una bocacalle de la plaza Lafayette.
—Pues creo que deberíamos buscar una guía telefónica y mirar su número —dijo Liv, limpiándose el sudor de la frente.
Entrecerré los ojos para ver mejor una figura lejana que no distinguía bien.
—No nos hace falta una guía telefónica. Es la última casa de esta manzana.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Liv con suspicacia.
—Porque tía Del está en la puerta.
No había nada más raro que terminar en Savannah tras pasar sólo unas horas en los Túneles de los Casters. Nada, salvo dirigirse a casa de tía Caroline y que en la puerta de su casa se encontrara tía Del, una de las tías de Lena. Nos saludó con la mano. Nos estaba esperando.
—¡Ethan, qué alegría! ¡Por fin te encuentro! He estado en todas partes: Atenas, Dublin, El Cairo.
—¿Has ido a buscarnos a Egipto y a Irlanda? —preguntó Liv, tan confusa como yo.
La respuesta de tía Del, sin embargo, sí podía aclarársela.
—Georgia. Atenas, Dublin y El Cairo son pueblos del estado de Georgia —dije.
Liv se sonrojó. Yo a veces olvidaba que procedía de un lugar tan alejado de Gatlin como Lena, sólo que de forma distinta.
Tía Del cogió mi mano y me dio unas palmaditas afectuosas.
—Arelia probó a adivinar dónde estabas, pero sólo pudo concretar que te encontrabas en Georgia. Por desgracia, la Adivinación tiene más de arte que de ciencia. Te he encontrado gracias a las estrellas.
—¿Qué haces aquí, tía Del?
—Lena ha desaparecido y esperábamos que estuviera contigo —dijo tía Del con un suspiro. Se había equivocado.