Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
Me habría parecido imposible si no lo hubiera presenciado ya. Pero estaba vez no estaba sola y yo no estaba con ella para tirar de su mano y bajarla.
—Nadie se explica por qué tengo estos poderes, ni siquiera mi familia —decía con tristeza, distante—. Y cada día hago cosas que el día anterior no podía.
—A mí me ocurre lo mismo. Un día me levanté pensando en un sitio al que quería ir y un segundo después ya estaba allí —decía John tirando una pelota y volviéndola a atrapar. Sólo que la tiraba hacia abajo y caía hacia arriba.
—¿Me estás diciendo que no sabías que podías Viajar?
—No hasta que lo hice —dijo John, y cerró los ojos, pero siguió jugando con la pelota.
—¿Y tus padres? ¿Ellos sí lo sabían?
—No llegué a conocer a mis padres. Se fueron cuando yo era muy pequeño. Hasta los Sobrenaturales saben lo que es un bicho raro en cuanto lo ven.
Si John estaba mintiendo, lo hacía muy bien. Su tono era amargo, sentido, y me pareció auténtico.
Lena se apoyó en un codo para mirarlo.
—Lo siento. Debió ser horrible. Al menos yo tenía a mi abuela, que me cuidó —dijo, y miró la bola, que quedó inmóvil en el aire—. Ahora no tengo a nadie.
La bola cayó, dio unos cuanto botes y rodó debajo de la cama.
—Tienes a Ridley —dijo John—, y me tienes a mí.
—Créeme, en cuanto alguien me conoce lo bastante, echa a correr.
Estaban muy cerca el uno del otro.
—Te equivocas. Sé bien lo que es sentirse solo hasta cuando estás con alguien.
Lena guardó silencio. ¿Así se había sentido cuando estaba conmigo? ¿Se había sentido sola cuando estábamos juntos, cuando estaba en mis brazos?
—L. —Sentí un hueco en el estómago cuando oí que la llamaba como yo—. Cuando lleguemos a la Frontera, todo será distinto, te lo prometo.
—Muchos dicen que no existe.
—Porque no saben encontrarla. Sólo se puede llegar a ella por los Túneles. Yo te voy a llevar —dijo John y miró a los ojos a Lena—. Sé que estás asustada, pero me tienes a mí. Si quieres.
Lena apartó la mirada y se limpió los ojos con el dorso de la mano. Vi los negros trazos que decoraban su mano y me parecieron más oscuros que en otras ocasiones. Menos parecidos a los de un rotulador y más a los tatuajes de John y Ridley. Me miraba directamente a los ojos, pero no me veía.
—Tengo que estar segura de que no voy a hacer daño a nadie más. Lo que yo quiera no importa.
—A mí sí me importa —dijo John, limpiando con un dedo las lágrimas que corrían por su mejilla—. Puedes confiar en mí, yo nunca te haré daño. —La atrajo hacia sí y ella apoyó la cabeza en su hombro.
¿Puedo?
No oí nada más y poco a poco fui dejando de verlos, como si me alejara con un efecto de zoom. Parpadeé varias veces tratando de no perderlos de vista, pero al abrir los ojos otra vez, todo cuanto pude ver fue el techo azul del cuarto de invitados de tía Caroline. Me puse de lado y me quedé mirando la pared.
Estaba de vuelta en la casa de mi tía y ellos habían desaparecido. Estaban juntos en otra parte.
Lena estaba de viaje, abría su corazón a John y John tocaba una parte de ella que yo creía desaparecida para siempre. Tal vez yo no pudiera volver a alcanzarla nunca.
Macon había vivido en la Oscuridad y mi madre en la Luz.
Tal vez encontrar la forma de que Mortales y Casters pudieran estar juntos no fuera nuestro destino porque nuestro destino no era estar juntos.
Llamaron a la puerta, aunque la había dejado abierta.
—Ethan, ¿te encuentras bien?
Era Liv. Entró con sigilo, pero la oí. No me moví.
El borde de la cama se hundió un poco cuando se sentó. Me acarició la cabeza. Resultaba tranquilizador y familiar, como si lo hubiera hecho un millar de veces. Me sucedió desde el principio con Liv: era como si la conociera de toda la vida. Siempre intuía qué me hacía falta, como si supiera cosas de mí que ni yo mismo sabía.
—Ethan, todo va a salir bien. Averiguaremos todo lo que esto significa, te lo prometo —dijo, y le creí.
Me di la vuelta. El sol se había puesto y la habitación estaba en penumbra, pero veía la silueta de Liv y sabía que me miraba.
—Creía que no podías intervenir.
—No puedo, es lo primero que me enseñó la profesora Ashcroft —dijo, e hizo una pausa—. Pero no puedo evitarlo.
—Lo sé.
Nos miramos en la oscuridad. Tenía la mano apoyada en mi mejilla, donde se había quedado al darme la vuelta. Y la vi realmente, como una posibilidad, por primera vez. Sentí algo. Era absurdo negarlo porque, además, Liv sentía lo mismo. Lo sabía por la forma en que me miraba.
Se echó en la cama y se acurrucó a mi lado, apoyando la cabeza en mi hombro.
Mi madre encontró la forma de salir adelante después de su historia con Macon. Se enamoró de mi padre, lo que parecía demostrar que es posible perder al amor de tu vida y volver a enamorarte.
¿O no?
Oí un susurro callado, no desde dentro de mi corazón, sino a mi lado, en la cama.
—Pronto descubrirás lo que hay que hacer —dijo Liv arrimándose—, como has hecho hasta ahora. Además, tienes algo que la mayoría de los Wayward no tienen.
—¿Ah, sí? ¿Qué?
—Una excelente Guardiana.
Le acaricié la nuca. Madreselva y jabón, ésa era su fragancia.
—¿Por eso has venido? ¿Por qué necesito una Guardiana?
No respondió enseguida. Reflexionó unos momentos. ¿Cuánto debía decir, cuánto debía arriesgar? Supe que estaba pensando precisamente eso porque yo estaba pensando lo mismo.
—No es la única razón, pero debería.
—¿Por qué se supone que no debes inmiscuirte?
Le palpitaba el corazón, notaba sus latidos. Su cuerpo encajaba perfectamente bajo mi hombro.
—Porque no quiero que me hagan daño. —Tenía miedo, pero no de Casters Oscuros, ni de Íncubos mutantes, ni de ojos dorados. Tenía miedo de algo más sencillo pero más peligroso. Menor pero infinitamente más poderoso.
La atraje hacia mí.
—Yo tampoco —dije, porque compartía su miedo.
No dijimos nada más. Seguí a su lado y pensé en todas las formas en que se puede herir a una persona, en las formas en que podría herirla a ella y herirme yo, dos situaciones que guardaban relación. Es difícil de explicar, pero cuando uno está tan encerrado en sí mismo como yo lo había estado en los últimos meses, hablar con el corazón es como desnudarte en la mitad de la iglesia.
Los corazones se irán y las estrellas tras ellos, uno está roto y el otro está hueco.
Ésa había sido nuestra canción y yo había estado roto. ¿Quería eso decir que ahora estaba hueco? ¿O me aguardaba algo diferente a lo que hasta entonces esperaba? ¿Tal vez una canción completamente nueva?
Una de Pink Floyd para variar: Carcajadas huecas en salas de mármol.
Sonreí a la oscuridad escuchando el rítmico sonido de la respiración de Liv hasta que se quedó dormida. Estaba exhausto. Aunque habíamos regresado al mundo Mortal, todavía me sentía parte del mundo Caster y tenía la sensación de que Gatlin estaba inconcebiblemente lejos. La forma de llegar a aquel cuarto me parecía absurda, tan absurda como la distancia imposible que habíamos recorrido o la distancia que aún nos quedaba por recorrer.
Me sumí en el olvido sin saber lo que haría al llegar a mi destino.
C
ORRÍA PORQUE ME PERSEGUÍAN. Saltaba los setos como podía y me escabullía por patios y calles desiertas. Lo único que no variaba era la adrenalina. No podía parar.
Y entonces vi la Harley, que se dirigía directa hacía mí con las luces encendidas.
No luces blancas ni amarillas, sino verdes. Me deslumbraron y tuve que taparme la cara…
Me desperté. Lo veía todo bajo una luz intermitente verde.
No sabía dónde estaba hasta que me di cuenta de que el resplandor provenía del Arco, que emitía una luz tan brillante como la de una estrella. El Arco estaba sobre el colchón, adonde debía haber rodado desde el bolsillo de mi pantalón. Pero el colchón parecía distinto y el objeto fuera de control.
Empecé a recordar: las estrellas, los Túneles, el ático, el cuarto de invitados. Y entonces me percaté de por qué la habitación no parecía la misma.
Liv se había marchado.
No tardé en averiguar dónde estaba.
—¿Es que tú no duermes nunca?
—Parece que no tanto como tú.
Como en casa de tía Marian, Liv no apartó la vista del catalejo para mirarme. Era de aluminio y mucho más pequeño que el telescopio que había dejado en Gatlin.
Me senté en el escalón, a su lado. El patio, una pequeña parcela de césped bajo un magnolio, estaba tranquilo, tan tranquilo como era la propietaria de la casa, mi tía.
—¿Qué haces levantado?
—Me he despertado de pronto y he tenido el impulso de levantarme —dije, tratando de aparentar una despreocupación que no sentía. Miré hacia arriba y me fijé en la ventana del cuarto de invitados, que estaba en la segunda planta. Aun desde el patio se veían los destellos verdes e intermitentes del Arco de Luz.
—Qué raro, a mí ha pasado lo mismo. Echa un vistazo por el catalejo —dijo Liv pasándomelo. Parecía una linterna salvo por la larga lente acoplada en el extremo.
Al agarrarlo toqué la mano de Liv, pero no experimenté la conmoción que esperaba.
—¿Esto también lo has hecho tú?
Sonrió.
—Es un regalo de la profesora Aschcroft. Y deja ya de hablar y mira ahí —dijo señalando un punto encima del magnolio. A mi ojo Mortal le pareció una extensión oscura de cielo sin estrellas.
Enfoqué la lente y en aquella franja de cielo apareció un aura espectral que descendía hasta la tierra hacia un punto no muy distante de nosotros.
—¿Qué es eso, una estrella fugaz? ¿Las estrellas fugaces dejan esas estelas?
—Podría ser, pero eso no es una estrella fugaz.
—¿Cómo lo sabes?
Dio unos golpecitos en el catalejo.
—Creo que es una estrella fugaz del cielo Caster. ¿No te acuerdas? Si perteneciera a nuestro cielo, la veríamos sin necesidad del telescopio.
—¿Es eso lo que dice ese reloj tan raro que tienes?
Tomó el selenómetro del escalón.
—Ya no estoy muy segura de lo que dice este artilugio. Pensé que se había estropeado hasta que he visto en el cielo.
El Arco de Luz seguía emitiendo un resplandor estroboscópico.
Recordé un detalle de mi sueño: la Harley que se dirigía directamente hacia mí.
—No podemos seguir aquí durante más tiempo, algo está pasando.
Lo intuí. Algo estaba ocurriendo en Savannah.
—Sea lo que sea debe estar ocurriendo por aquella zona —dijo Liv señalando a lo lejos. Ajustó la correa del selenómetro en su muñeca y metió el catalejo en la mochila. Era hora irse.
Le ofrecí la mano, pero se levantó sin mi ayuda.
—Despierta a Link. Voy por mis cosas.
—Sigo sin entender por qué no podíamos esperar a mañana —dijo Link de mal humor. Sus erizados cabellos apuntaban en todas direcciones.
—Mira esto. ¿Te parece que podíamos esperar a mañana?
El Arco de Luz resplandecía tanto que iluminaba toda la calle.
—¿No le puedes bajar la intensidad o algo? —repuso mi amigo protegiéndose los ojos—. ¿No lo puedes apagar?
—No creo —dije. Aunque sacudí el Arco, la luz siguió brillando.
—Tío, te has cargado la bola mágica.
—Yo no me la he cargado, sólo… —me interrumpí. Qué más daba. Guardé el Arco de Luz en mi bolsillo—. Es verdad, está rota.
La luz siguió brillando a través de la tela de los pantalones.
—Es posible que una fuente de energía Caster de algún tipo lo haya encendido y alterado sus funciones normales —dijo Liv, intrigada.
Link no estaba al tanto.
—¿Y está dando la alarma? Eso no es bueno.
—No lo sabemos.
—¿Lo dices en serio? Cuando el comisionado Gordon acciona la Bat-señal, nunca se avecina nada bueno. Cuando los Cuatro Fantásticos ven el número 4 en el cielo…
—Ya lo he captado, gracias.
—¿Ah, sí? Pues me alegro. Y ahora, ¿podrías decirnos cómo nos vamos a orientar si Ethan se ha cargado la bola mágica?
Liv consultó su selenómetro.
—Puedo llevarlos a la zona donde ha caído la estrella —dijo, y me miró—. Si se trata de una estrella, naturalmente. Pero puede que Link tenga razón. No sé adónde nos dirigimos exactamente ni con qué nos encontraremos al llegar.
—Menuda situación. Cuánto me gustaría que apareciera un chico con una buena guillotina —dije.
—Hablando de cosas anormales. Miren quién está ahí —dijo Link señalando la acera delante de una casa con contraventanas rojas.
Lucille
estaba sentada en el bordillo y parecía mirarnos con impaciencia, como queriendo indicar que nos diéramos prisa—. Ya les dije que volvería.
Lucille
se lamió las patas, malhumorada, esperando.
—No puedes vivir sin mí, ¿verdad nena? Es el efecto que causo en las mujeres — dijo Link con una sonrisa acariciando a la gata, que se escabulló como pudo.
—Vamos. ¿No quieres venir?
Lucille
no se movió.
—Sí, es verdad, es el efecto que causa en las mujeres —le dije a Liv mientras Lucille se desperezaba.
—Ya volverá —dijo Link—, siempre lo hacen.
Lucille
echó a correr en dirección contraria.
Todavía era noche cerrada cuando llegamos a las afueras de la cuidad. Tenía la sensación de que llevábamos horas caminando. En la calle principal siempre había mucho ajetreo de día, pero en ese momento estaba desierta.
—¿Estás segura de adónde nos dirigimos?
—En absoluto. Mis cálculos son aproximados, sólo están basados en los datos que dispongo. —Liv había mirado el catalejo cada cinco manzanas. No había por qué dudar de sus datos.
—Me encanta cuando se pone en plan científico —dijo Link tirándole de la trenza.
Me fijé en las cinco columnas de piedra que flanqueaban en la entrada del famoso cementerio de Buenaventura de Savannah, que se encuentra en las afueras de la cuidad. Es uno de los camposantos más conocido del Sur de los Estados Unidos y uno de los mejor vigilados. Lo cual era un problema, porque llevaba cerrado desde el atardecer.
—Oigan, colegas, es una broma, ¿no? ¿Están seguros de que era aquí adonde teníamos que venir?
A Link no le hacía demasiado feliz vagabundear por el cementerio de noche, especialmente cuando había un guardia en la entrada y una patrulla de policía pasaba ante la verja de vez en cuanto.