Hermosa oscuridad (39 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosa oscuridad
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Tenía que averiguar la razón de aquel embrollo antes de que fuera demasiado tarde.

Nos encontrábamos ya cerca de la entrada del cementerio de Buenaventura, pero todavía no me había molestado en decirle a Amma que no pensaba volver con ella. Amma, no obstante, parecía intuirlo.

—Será mejor que nos vayamos —dije, y le di un abrazo.

Me cogió las manos y las apretó con fuerza.

—Paso a paso, Ethan Wate. Tu madre ha dicho que esto es algo que debes hacer, pero yo estaré observando cada paso que des.

Yo era consciente de lo difícil que le resultaba dejarme marchar cuando estaba deseando encerrarme en mi habitación para el resto de mi vida. Que no lo hiciera, sin embargo, era la prueba de que la situación era tan complicada como parecía.

Arelia se acercó y me entregó una muñequita como las que hacía Amma. Era un hechizo vudú.

—Tenía fe en tu madre y tengo fe en ti, Ethan. Ésta en mi forma de desearte buena suerte, porque la vas a necesitar.

—Lo correcto nunca es fácil —dije repitiendo unas palabras que mi madre me había dicho en un millar de ocasiones. A mi manera, yo también sabía convocar su espíritu.

Twyla me acarició la mejilla con uno de sus huesudos dedos.

—La verdad en ambos mundos. Hay que perder para ganar. No estamos aquí mucho tiempo, cher. —Fue afectuosa, como si conociera algo que yo no conocía. En realidad, después de las cosas que había visto aquella noche, estaba seguro de que así era.

Amma me rodeó con sus brazos y me dio un fuerte abrazo.

—A mi manera, pero me voy a encargar de que tengas buena suerte —me dijo entre susurros. Luego se dirigió a Link—. Wesley Jefferson Lincoln, será mejor que vuelvas de una pieza o le voy a decir a tu madre lo que estabas haciendo en el sótano en mi casa cuando tenías nueve años, ¿me oyes?

Link respondió a la familiar amenaza con una sonrisa.

—Sí, señora.

Amma no le dijo nada a Liv, se limitó a mirarla con un asentimiento de cabeza. Era su forma de mostrarle dónde residían sus lealtades. Por mi parte, ahora que sabía lo que Lena había sido capaz de hacer por mí, no tenía la menor duda de lo que Amma sentía por ella.

Se aclaró la garganta.

—Los guardas no están es su puesto, pero Twyla no puede mantenerlos alejados durante mucho tiempo. Será mejor que se marchen.

Empujé la verja y Link y Liv me siguieron.

Voy a buscarte, L, tanto si te gusta como si no
.

19 DE JUNIO
Debajo

N
ADIE HABLÓ MIENTRAS caminábamos por el arcén en dirección al Parque y a la Puerta de Savannah. Habíamos decidido que era mejor no arriesgarse a volver a casa de tía Caroline porque muy probablemente tía Del insistiera en acompañarnos. Por lo demás, no teníamos nada importante que decirnos. Link intentaba ponerse el pelo de punta sin ayuda de un gel industrial y Liv consultaba el selenómetro y anotaba datos en su cuaderno rojo.

Lo de siempre.

Sólo que aquella mañana, en la sombría penumbra que precede al Amanecer, lo de siempre no era normal. Mi cabeza estaba en ebullición y tropecé varias veces. La noche había sido peor que una pesadilla y no podía despertarme. Ni siquiera tenía que cerrar los ojos para ver el sueño, a Sarafine y el cuchillo.. Lena llorando por mí.

Había muerto.

Estuve muerto durante ¿cuánto tiempo?

¿Minutos?

¿Horas?

De no ser por Lena, en esos momentos yacería en el Jardín de la Paz Perpetua en la segunda caja de cedro de la sepultura familiar.

¿Había sentido algo? ¿Había visto algo? ¿La experiencia me había cambiado? Me palpé la cicatriz. ¿Era realmente mía o sólo era un recuerdo de algo que le había ocurrido al Ethan Wate anterior, al Ethan que no había regresado?

Todo se confundía en una borrosa nube como los sueños que Lena y yo compartimos o las diferencias entre el cielo Caster y el cielo Mortal. ¿Qué parte era real? ¿Había sabido de modo inconsciente lo que Lena había hecho? ¿Lo había intuido aparte de lo que ocurría entre nosotros?

Si Lena hubiera sido consciente de las consecuencias de su elección, ¿habría actuado de otra forma?

Le debía la vida, pero no me sentía feliz, sino roto, con miedo a la tierra de la tumba, a la soledad y a la nada. Y luego estaba la pérdida de mi madre y la de Macon y, en cierto modo, la de Lena. Y también otra cosa.

La abrumadora tristeza y la culpa inconcebible por ser yo quien seguía con vida.

Forsyth Park tenía una apariencia extraña al alba. Siempre lo había visto abarrotado. Ahora estaba desierto y no encontraba la puerta de los Túneles. No había tranvías ni turistas, ni perros enanos ni jardineros podando azaleas. Pensé en las personas que unas horas después se pasearían por sus caminos. Respirando, llenas de vida.

—Pero, ¿no la has visto? —dijo Liv, tirándome del brazo.

—¿El qué?

—La puerta. Acabas de pasar por delante.

Tenía razón. Había pasado de largo sin darme cuenta. Casi había olvidado con cuanta sutileza actuaba el mundo Caster, siempre oculto a simple vista. Era imposible ver la puerta del parque a no ser que la buscaras a propósito, y estaba bajo un arco de sombra perpetua que la disimulaba. Tal vez fuera el efecto de un Hechizo. Link se puso manos nos a la obra. Sacó la cizalla y metió la hoja en la ranura del marco. La puerta se abrió con un crujido. La penumbra del túnel era aun más oscura que el amanecer estival.

—No puedo creer que sea tan sencillo —dije, negando con la cabeza.

—He estado pensando en ello desde que salimos de Gatlin —dijo Liv—, y creo que tiene mucho sentido.

—¿Tiene mucho sentido que una simple cizalla abra una puerta Caster?

—En eso reside la belleza del Orden de las Cosas. Como te dije están el universo material y el universo mágico —explicó Liv mirando al cielo.

—Como los dos cielos —dije yo, comprendiendo.

—Exacto. Ninguno es más real que el otro. Coexisten.

—¿Hasta el punto de que con unas tijeras oxidadas se pueda abrir una puerta mágica? —No sabía por qué me sorprendía tanto.

—No siempre. Pero allí donde los dos universos confluyan siempre habrá algún tipo de unión, ¿no te parece? —Para Liv tenía mucho sentido. Asentí—. Me pregunto si la fuerza de un universo se corresponde con la debilidad del otro. — Hablaba para sí misma tanto como para mí.

—¿Quieres decir que para Link es muy fácil abrir la puerta porque a un Caster le resulta imposible?

Era sorprendente la facilidad con que Link abría las puertas que accedían a los Túneles. Por otra parte, Liv no estaba al corriente del mucho tiempo que llevaba Link abriendo cerraduras desde que, en sexto curso, su madre le impuso por primera vez el toque de queda.

—Posiblemente. Y también explicaría lo que sucede con el Arco de Luz.

—¿Y qué les parece esta explicación? Las puertas Casters se rinden a mis encantos porque soy un hombre como no hay dos —reflexionó link.

—A lo mejor es que cuando los Casters construyeron los Túneles hace cientos de años no existían las cizallas —dije.

—Lo que no existía era nadie con mi extraordinaria capacidad como semental en ninguno de los dos universos —dijo, guardando la cizalla en el cinturón—. Las damas primero.

Liv entró en el túnel.

—De ti ya no me sorprende nada.

Bajamos las escaleras y nos sumimos en el enrarecido aire del túnel. La tranquilidad era tan absoluta que ni siquiera la perturbaba el eco de nuestras pisadas. El silencio era denso y pesado y, bajo el mundo Mortal, el aire carecía de la ligereza que poseía en la superficie.

Al llegar al fondo del pasadizo nos encontramos ante la misma ruta oscura que nos condujo a Savannah, la que se dividía en dos caminos: la calle sombría donde nos encontrábamos y el prado inundado de luz. Frente a nosotros, el cartel de neón del viejo motel lucía ahora de forma intermitente, pero todo lo demás seguía exactamente Igual.

Todo lo demás menos
Lucille
, que estaba al pie del cartel y nos miraba. Bostezó y se levantó poco a poco y estirando una pata después de otra.

—Cuánto te gusta tomarnos el pelo,
Lucille
—dijo Link poniéndose en cuclillas para acariciar a la gata.
Lucille
maulló. O tal vez gruñera, depende del cristal con que se mire—. Pero bueno, te perdono. —A Link cualquier cosa le conquistaba.

—¿Y ahora qué? —dije ante la encrucijada.

—¿Escalera al infierno o camino de baldosas amarillas? ¿Porque no sacas la bola a ver qué dice? —sugirió Link poniéndose de pie.

Saqué el Arco de Luz del bolsillo. Seguía brillando con luz palpitante, pero el color esmeralda que nos había llevado a Savannah había desaparecido. Ahora era de un azul vivo, como el que tiene la Tierra en las fotos por satélite.

Liv tocó la esfera y brilló más.

—El azul es mucho más potente que el verde. Creo que ha aumentado de intensidad.

—O quizá sean tus superpoderes —dijo Link dándome una palmada en la espalda que a punto estuvo de tirar el Arco de Luz.

—¿Y tú te preguntas por qué esta cosa ha dejado de funcionar? —Molesto, me aparté de él.

Link me dio con el hombro.

—Intenta leerme el pensamiento. O no, mejor prueba a volar.

—Deja de hacer el tonto —le amonestó Liv—. Ya has oído a la madre de Ethan, no tenemos mucho tiempo. No sé si el Arco de Luz va a funcionar o no, pero necesitamos una respuesta.

Link se irguió. En el cementerio habíamos sido testigos de algo que nos pesaba a todos. La tensión empezaba a notarse.

—Chist, escuchad… —Avancé unos pasos en la dirección del túnel alfombrado de hierba alta. Se oía el canto de los pájaros.

Extendí el brazo con el Arco de Luz y contuve la respiración. No me habría importado que se hubiera apagado y enviado por el camino de las sombras, los tenebrosos edificios con oxidadas escaleras de incendios y puertas sin la menor indicación. Con tal de que nos diera una respuesta.

Pero no nos la dio.

—Prueba por el otro lado —sugirió Liv sin apartar los ojos de la luz. Desanduve mis pasos.

Ningún cambio.

No contábamos ni con la ayuda del Arco de Luz ni con mis facultades de Wayward, porque en el fondo sabía que, sin el Arco, no habría sabido encontrar ni la salida de mi cuarto de baño y mucho menos de los Túneles.

—Supongo que ésa es la respuesta. Estamos jodidos —dije, dando unos golpecitos en la bola—. Genial.

Link echó a andar por el camino soleado sin pensárselo dos veces. —¿Adónde vas?

—No te ofendas, pero a no ser que tengas alguna pista secreta, yo sigo por aquí — dijo y miró el camino sombrío—. Para mí la situación está del siguiente modo: no sabemos adonde ir, ¿no?

—Más o menos.

—Pero desde otro punto de vista, tenemos un cincuenta por ciento de posibilidades de acertar. —No me molesté en corregir sus cálculos—. Así que podemos coger el camino de Oz y tomarnos las cosas con optimismo y pensar que por fin hemos dado el paso necesario para llegar adonde queremos llegar. Porque, en realidad, ¿qué podemos perder? —Era complicado discutir la lógica manipulada de Link cuando se ponía tan serio—. ¿Alguien tiene una idea mejor?

Liv negó con la cabeza.

—Casi no me creo lo que estoy diciendo, pero no.

Pusimos rumbo a Oz.

Aquel túnel parecía salido directamente de uno de los viejos libros de L. Frank Baum de mi madre. Los sauces jalonaban el camino de tierra y el cielo subterráneo era claro, infinito y azul.

Reinaba la calma, lo que provocaba en mí el efecto totalmente contrario. Me había acostumbrado a las sombras y aquel camino se me antojaba demasiado idílico. Temía que en cualquier momento apareciera detrás de las colinas un Vex y se abalanzara sobre nosotros. O que, cuando menos lo esperase, me cayera una casa encima.

Ni siquiera había sido capaz de imaginar el extraño vuelco que había dado mi vida.

¿Qué hacía yo en aquel camino? ¿Adonde me dirigía en realidad? ¿Quién era yo para inmiscuirme en una batalla entre extrañas potencias que no comprendía acompañado tan sólo de una gata fugitiva, un batería de singular talento armado con una cizalla y una versión femenina de Galileo de sólo dieciséis años y fanática del Ovaltine?

Por no hablar de que íbamos a salvar a una chica que no quería que la salvaran.

—¡Espera, gata estúpida! —dijo Link, y echó a correr en pos de
Lucille
, que se había convertido en jefa del grupo y andaba en zigzag como si supiera exactamente adonde nos dirigíamos.

Irónico, porque yo no tenía la menor idea.

Dos horas más tarde el sol seguía brillando y mi incomodidad creciendo. Liv y Link avanzaban delante de mí, que era la forma que Liv tenía de evitarme o, al menos, de evitar la situación. Y no podía culparla. Había visto a mi madre y oído a Amma. Sabía lo que Lena había hecho por mí y que eso explicaba su errático comportamiento. Los hechos no habían cambiado, pero los motivos sí. Por segunda vez aquel verano, una chica que me gustaba —y a quien yo gustaba— evitaba mirarme a los ojos, y para no hacerlo caminaba junto a Link y se entretenía enseñándole insultos en inglés británico y riéndose de los chistes.

Liv se paró en seco de pronto.

—¿Habéis oído eso? —preguntó.

Normalmente, cuando yo oía una canción era el único y se trataba de la canción de Lena. Esta vez todos la oyeron y no se parecía en nada a la hipnótica melodía de Diecisiete lunas. El cantante desafinaba. Desafinaba mucho.
Lucille
maulló y se le erizó la piel.

—¿Qué es eso? —preguntó Link mirando a su alrededor.

—No lo sé. Parece… —me interrumpí.

—¿Alguien en apuros? —dijo Liv poniendo la mano en la un para oír mejor.

—Iba a decir «en brazos del eterno». —Un viejo himno que las Hermanas cantaban en la iglesia. Iba a decirlo y casi acierto.

Tras el recodo del camino encontramos a tía Prue, que caminaba en nuestra dirección del brazo de Thelma cantando como cualquier mañana de domingo en la iglesia. Llevaba su vestido de flores blanco y guantes a juego y andaba como podía con sus zapatos ortopédicos de color beige. Harlon James, que era casi del mismo tamaño del bolso de piel auténtica de tía Prue, iba detrás. Tenían aspecto de estar dando un paseo una tarde soleada de domingo.

Lucille
maulló y se sentó en mitad del camino.

Link se rascó la cabeza.

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