Hermosa oscuridad (18 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosa oscuridad
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—¡Ése, ése es su nombre, Lena! Lo tenía en la punta de la lengua —dijo tía Mercy mirando a Liv con una sonrisa que ésta le devolvió.

—Es un placer conocerlas.

Justo a tiempo, Carlton Eaton dio unos golpecitos en el micrófono.

—Atención, señoras y señores, creo que ya podemos empezar.

—Chicas, tenemos que ponernos en primera fila. Dentro de nada van a decir mi nombre —dijo tía Mercy abriéndose paso por el pasillo como si la silla de ruedas fuera un tanque—. Nos vemos en menos que canta un gallo, corazón.

La gente seguía llegando a la carpa por sus tres entradas y Lacy Beechman y Elsie Wilks, ganadoras de los concursos a la Mejor Cazuela y a la Mejor Barbacoa, ocuparon su sitio cerca del estrado luciendo su banda azul. Barbacoa era una categoría importante, incluso más que Platos Picantes, así que era normal que la señora Wilks no cupiera en sí de satisfacción.

Me fijé en Amma, que traslucía orgullo y no miró a esas mujeres ni una sola vez. Desvió la vista hacia uno de los lados de la carpa y se le ensombreció la expresión.

Link volvió a clavarme el brazo en las costillas.

—Eh, ¿has visto? Quiero decir, ya sabes, la mirada.

Seguimos la mirada de Amma. En cuanto vi lo que ella estaba viendo, me estremecí.

Lena estaba apoyada en una de las columnas que sostenían la carpa con los ojos clavados en el estrado. Yo sabía que no tenía el menor interés por el concurso de tartas, pero tal vez hubiera acudido para apoyar a Amma. A juzgar por su mirada, sin embargo, Amma no pensaba como yo. Sin dejar de mirar a Lena, sacudió la cabeza ligeramente y Lena apartó la mirada. Tal vez me estuviera buscando, aunque probablemente yo fuera la última persona a quien en aquellos momentos quería ver. Pero entonces, ¿qué estaba haciendo allí?

Link me tiró del brazo.

—Es… ella…

En la columna opuesta a la de Lena estaba Ridley. Llevaba una minifalda rosa y estaba desenvolviendo un chupachups. Miraba fijamente al estrado como si el concurso no le diera absolutamente igual, como si causar problemas no fuera lo único que le importara. Aquella noche, el aforo de la carpa debía rebasarse en más de doscientas personas, así que aquel parecía un buen lugar tan bueno como cualquier otro para provocar algún lío.

La voz de Carlton Eaton retumbó por encima de los presentes.

—Probando, probando. ¿Pueden oírme? De acuerdo, pues comenzamos con las tartas de crema. Este año el concurso ha estado muy reñido, amigos. He tenido el placer de probar algunas de las tartas y puedo asegurarles que, en mi opinión, todas y cada una de ellas son merecedoras, del primer premio. Considero, sin embargo, que no puede haber más que una ganadora, de modo que, adelante y veamos quién ha sido la afortunada. —Carlton se hizo un lío con el primer sobre, que rasgó haciendo un ruido ensordecedor—. Aquí está, amigos. La ganadora del tercer premio es… la tarta de helado de naranja de la señora Tricia Asher.

La señora Asher frunció el ceño por una milésima de segundo y luego esbozó su falsa y brillante sonrisa.

Yo no apartaba los ojos de Ridley. Algo tenía que estar tramando. A Ridley ni las tartas ni los acontecimientos sociales ni nada de lo que sucedía en Gatlin le importaban lo más mínimo. Se volvió para mirar hacia el fondo de la carpa y asintió con la cabeza. Yo también me volví.

El Caster contemplaba la escena con una sonrisa en los labios. Estaba en la entrada posterior y no apartaba la mirada de las finalistas adonde Ridley volvió a dirigir su atención. A continuación, lenta y deliberadamente, Ridley empezó a lamer el chupachups. Lo que nunca era buena señal.

¡Lena!

Lena ni siquiera parpadeó. No corría una brizna de aire, pero empezó a soltársele el pelo. Reconocí en su gesto una Brisa Caster. No sé si a causa del calor, la cercanía de Lena o la mirada sombría de Amma pero empecé a preocuparme. ¿Qué estarían tramando Ridley y John ¿Por qué estaba Lena realizando uno de sus hechizos precisamente allí? En cualquier caso, si Ridley y John se habían propuesto alguna fechoría, Lena se interpondría.

No tardé en averiguar qué ocurría. Amma no era la única que repartía su mirada como una mala mano de cartas. Ridley y John también la miraban. ¿Sería Ridley tan estúpida como para enfrentarse a Amma? ¿Existía alguien lo bastante estúpido para intentarlo?

Como si me hubiera oído y quisiera responderme, Ridley levantó el chupachups en alto.

—Oh, oh —exclamó Link—, será mejor que nos vayamos.

—¿Por qué no te llevas a Liv a la noria? —dije—. Me parece que esto va a ser un poco aburrido.

—Y llegamos a la parte más emocionante del concurso —dijo Carlton Eaton como si me hubiera oído—. Muy bien, vamos allá. Veamos quien de estas damas se va a llevar la banda del segundo premio y utensilios y accesorios de cocina por valor de quinientos dólares o la banda de ganadora y los setecientos cincuenta dólares que regala Southern Crusty.
Porque si no es Southern Crusty, ni es crujiente ni es del Sur

Carlton Eaton no llegó a terminar, porque antes de hacerlo, todos los presentes comprobamos que las tartas llevaban sorpresa.

Los moldes empezaron a temblar y la gente tardó unos segundos en darse cuenta de lo que estaba pasando antes de ponerse a gritar. Larvas, gusanos, cucarachas y ciempiés empezaron a salir de las tartas. Fue como si todo el odio y la hipocresía del pueblo —los de la señora Lincoln, la señora Asher y la señora Snow, los del director del Jackson High, los de las Hijas de la Revolución Americana y de la Asociación de Padres y Madres, los de todos los colaboradores de la iglesia— se hubieran amasado junto con las tartas y ahora cobraran vida. De todas las tartas que había en el escenario salían bichos, muchos más de los que los moldes podían contener.

Salían bichos de todas las tartas… menos de la de Amma, que sacudía la cabeza y entrecerraba los ojos con gesto de desafío. Hordas de ciempiés y cucarachas rebosaban de los moldes y caían a los pies las concursantes. Al llegar a los pies de Amma, sin embargo, los insectos los rodeaban sin tocarlos.

La señora Snow fue la primera en reaccionar. Tiró su tarta y bichos manchados de crema saltaron por los aires para aterrizar sobre los asistentes sentados en primera fila. La señora Lincoln y la señora Asher reaccionaron a continuación y los gusanos de sus tartas cayeron como la lluvia sobre los vestidos de seda de las mujeres que iban a participar en el Baile del Melocotón. Savannah se puso a chillar. Sus gritos no eran fingidos, como de costumbre, sino auténticos y estremecedores berridos de pánico. A cualquier parte que miraras, veías gusanos manchados de tarta y gente que se esforzaba para no vomitar. Algunos lo consiguieron, otros no. Vi al director Harper doblado sobre un cubo de basura echando por la boca todas las tortas fritas del día. Si Ridley se había propuesto crear problemas, lo había conseguido.

Liv parecía mareada. Link intentaba abrirse paso entre la multitud probablemente para rescatar a su madre, como últimamente había tenido que hacer tantas veces. Considerando que su madre era irrecuperable, sentí admiración por él.

Liv me cogió del brazo mientras la gente se apresuraba hacia las puertas de salida.

—Liv, sal de aquí. Ve por ahí. Todo el mundo se dirige hacia los lados —dije, señalando la puerta trasera de la carpa. John Breed se guía apostado allí, contemplando su magnífica obra con una sonrisa y los ojos clavados en el estrado. Sus ojos eran verdes, era cierto, pero no pertenecía al bando de los buenos.

Link había llegado al estrado y limpiaba a manotazos los bichos del vestido de su madre, que estaba totalmente histérica. Yo conseguí acercarme al estrado.

—¡Que alguien me ayude! —gritó la señora Snow presa del pánico. No dejaba de chillar, era como un personaje de una película de terror. Su vestido estaba cubierto de tantos gusanos que parecía que estaba vivo. No me caía bien, es cierto, pero no la odiaba tanto como para desearle aquel castigo.

Vi a Ridley. No había terminado el chupachups y cada vez que le daba un lametón aparecían más bichos. Yo dudaba de que tuviera poder suficiente para organizar aquel embrollo por sí sola, así que lo más probable era que el Caster también hubiera intervenido.

Lena, ¿a qué viene todo esto?

Amma seguía en el estrado y parecía capaz de echar abajo la carpa con la fuerza de su mirada. Cientos de cucarachas y ciempiés correteaban y reptaban a sus pies, pero ninguno se atrevía a tocarla. Hasta los bichos sabían con quién se las gastaban. Ella no había dejado de mirar a Lena y fruncía el ceño y apretaba los dientes. No había cambiado de expresión desde que apareció el primer gusano en la tarta de mantequilla de la señora Lincoln. «¿Has sido tú la que ha provocado esta hecatombe en el peor momento para mí?»

Lena estaba al fondo de la carpa, con el pelo aún revuelto por la Brisa del Hechizo. Las comisuras de sus labios formaban una sonrisa casi inapreciable en la que reconocí satisfacción.

No todo el mundo está al corriente de los verdaderos ingredientes de sus tartas
.

Comprendí que Lena en ningún momento había intentado impedir aquel desastre. Al contrario, había participado en él.

Lena, ¡ya está bien!

Pero no había forma de detenerla. Se vengaba en aquellos momentos de los Ángeles Guardianes y de la reunión del Comité Disciplinario, de los guisos que le dejaron a las puertas de Ravenwood y de las miradas de lástima y la falsa compasión de los habitantes de Gatlin.

Devolvía cuanto había recibido como si hubiera guardado hasta el más ínfimo fragmento, como si hubiera acumulado todo el desprecio de que había sido objeto y ahora reventara delante de sus narices. Supongo que era su forma de despedirse.

Amma se dirigió a ella como si no hubiera más personas bajo la carpa.

—Ya basta, niña. De esta gente no vas a conseguir lo que quieres. Esperar compasión de un pueblo que se compadece de sí mismo es inútil. No te darán más que un molde de tarta lleno de nada.

La voz de tía Prue resonó por encima del estrépito.

—¡Dios mío, socorro! ¡A Grace le ha dado un infarto!

Tía Grace estaba inconsciente en el suelo. Grayson Petty estaba arrodillado a su lado comprobándole el pulso mientras tía Prue y tía Mercy apartaban cucarachas con los pies para que no treparan sobre su hermana.

—¡He dicho que basta! —bramó Amma desde el estrado.

Eché a correr hasta tía Grace y habría jurado que la carpa empezaba a vencerse sobre nosotros.

Me agaché para ayudar y vi que Amma sacaba algo del bolso y lo sostenía por encima de la cabeza: Amenaza Tuerta, el viejo cucharón de madera, en todo su esplendor. Dio un sonoro golpe en la mesa.

—¡Ay!

Al otro lado de la carpa, Ridley hizo una mueca de dolor como si Amma le hubiera atizado directamente con Amenaza Tuerta y el chupachups rodó por el suelo.

La catástrofe cesó.

Busqué a Lena con la mirada, pero se había marchado. El hechizo, o lo que fuera, se había roto. Las últimas cucarachas salieron de la carpa y sólo quedaron unos cuantos gusanos y ciempiés.

Me incliné sobre tía Grace para comprobar que seguía respirando.

Lena, pero ¿qué has hecho?

Link salió conmigo de la carpa. Estaba tan confuso como de costumbre.

—No lo entiendo. ¿Por qué iba Lena a ayudar a Ridley y a ese Caster a realizar un hechizo así? Alguien podría haber salido muy malparado.

Me fijé en las atracciones que había cerca en busca de Lena y de Ridley, pero no las vi, sólo a los voluntarios de la organización 4-H abanicando a ancianas y dando vasos de agua a las víctimas del maldito concurso de repostería.

—¿Cómo esta tía Grace?

Link daba tirones a sus pantalones comprobando que no tuvieran bichos.

—Pensé que no lo contaba. Menos mal que sólo ha sido un desmayo. Será debido al calor.

—Sí, ha tenido suerte.

Yo, en cambio, tenía la sensación de que no tenía suerte. Estaba demasiado furioso.

Tenía que encontrar a Lena aunque ella no quisiera que la encontrase. Tendría que explicarme por qué había sembrado el terror, para saldar qué cuenta y con quién.

¿Con una reina de la belleza ya entrada en años? ¿Con la madre de Link, que era tan mayor como ella? El lío que se había armado era propio de Ridley, no de Lena.

Empezaba a anochecer. Link buscó entre la multitud bajo las luces recién encendidas y entre feligresas piadosas e histéricas.

—¿Adónde ha ido Liv? ¿No estaba contigo?

—No lo sé. En cuanto empezó el concurso de bichos le dije que saliera por la puerta del fondo.

Link puso cara de asco al oír la palabra «bichos».

—Estoy seguro de que sabe cuidar de sí misma. Creo que esto es algo que nos toca hacer a los dos solos.

—Totalmente de acuerdo.

Al poco llegamos al túnel del amor y vimos que Ridley, Lena y John estaban delante de los deslucidos vagones de plástico que remedaban unas góndolas. Lena iba entre los dos y llevaba una cazadora de cuero echada sobre los hombros. Pero ella no tenía ninguna cazadora de cuero y John sí.

La llamé casi sin darme cuenta.

—¡Lena!

Déjame en paz, Ethan
.

No. ¿En qué estabas pensando?

No estaba pensando. Por una vez, estaba actuando, haciendo algo. Sí, una estupidez
.

No me digas que te has puesto de su parte
.

Yo andaba deprisa. Link mantenía mi paso a duras penas.

—Vas en busca de pelea, ¿a que sí? Amigo, espero que el Caster no nos prenda fuego o nos convierta en estatuas o algo parecido.

Normalmente, Link nunca rehúye una pelea. Aunque era delgado era casi tan alto como yo y estaba el doble de loco. Pero enfrentarse a un Sobrenatural no tenía el mismo atractivo. Ya habíamos salido escaldados otras veces.

—Yo me encargo, tú vete a buscar a Liv —dije con la intención de mantenerlo al margen.

—Ni lo sueñes, colega. Te cubro las espaldas. Cuando llegamos a las góndolas, John se adelantó con ademán protector y se colocó ante las chicas, como si fueran ellas quienes necesitaban protección.

Ethan, márchate de aquí
.

Oía miedo en su voz, pero esta vez era yo el que no pensaba responder.

—¿Qué tal, novio? ¿Cómo te va? —dijo Ridley sonriendo y desenvolviendo un chupachups azul.

—Que te follen, Ridley.

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