Hermosa oscuridad (14 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosa oscuridad
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Me sorprende que lo reconozcas. Cuando estudiábamos, no le prestaste mucha atención
.

Jonás estaba habituado a los insultos de Abraham; lo que le sorprendió fue su tono de voz, tan distinto al de siempre
.


No te atrevas, Abraham. No puedes


No te atrevas tú a decirme lo que puedo y lo que no puedo hacer. Te quedarías ahí plantado mirando cómo se quema esta casa sin mover un dedo para impedirlo. Nunca has sido capaz de hacer lo que había que hacer. Eres débil, igual que madre
.

Jonás se tambaleó como si le hubiera dado un puñetazo
.


¿De dónde lo has sacado?


Eso no te importa
.


Abraham, no seas loco. El Pacto con el Demonio es demasiado poderoso y no se puede controlar. Vas a hacer un trato sin saber qué tendrás que sacrificar a cambio. Tenemos otras casas
.

Abraham apartó a su hermano. Aunque apenas lo tocó. Jonás cruzó volando la estancia
.


¿Otras casas? Ravenwood es la base del poder de nuestra familia en el mundo Mortal, ¿y tú crees que voy a permitir que un puñado de soldados la queme? Voy a valerme de esto para salvar Ravenwood —dijo, y levantó la voz—. Exscinde, neca, odium incende; mors portam patefacit . Destruye, mata, odia; la muerte abre puertas
.


¡Abraham, detente!

Era demasiado tarde. Abraham pronunció el hechizo como si lo conociera desde siempre. Jonás miró a su alrededor con pánico, esperando a que cobrara forma. Pero ignoraba lo que había pedido su hermano, lo único que sabía era que se cumpliría. Así de poderoso era aquel hechizo, que, sin embargo, también se cobraba un precio que siempre era distinto. Jonás corrió hacia su hermano y una esfera pequeña y perfecta del tamaño de un huevo cayó de su bolsil o y rodó por el suelo
.

El objeto, que brillaba, fue a parar a los pies de Abraham, que lo recogió y le dio vueltas en la mano
.


¿Qué pretendías hacer con un Arco de Luz, Jonás? ¿Tenías pensado atrapar a algún Íncubo en particular con este ingenio tan arcaico?

Jonás retrocedió a medida que Abraham se le acercaba, pero éste era demasiado rápido. En el espacio de un parpadeo, lo empujó contra la pared y le apretó el cuello con su enorme mano
.


No, claro que no. Sólo

Abraham apretó más
.


¿Qué iba a hacer un Íncubo con el único recipiente que puede atrapar a los de su especie?¿Acaso crees que soy estúpido?


Sólo intento protegerte de ti mismo
.

Con rapidez y destreza, Abraham clavó los dientes en el cuello de su hermano e hizo lo impensable… bebió
.

El pacto estaba sellado. Ya no se alimentaría ni de los recuerdos ni de los sueños de los Mortales. A partir de ese día, ansiaría sangre
.

Cuando se sació, soltó el cadáver flácido de su hermano y lamió la ceniza que manchaba su mano. El negro residuo todavía conservaba el sabor de la carne
.


Deberías haberte preocupado más de protegerte a ti mismo –dijo Abraham, y se apartó del cuerpo de su hermano
.


Ethan
.

—¡Ethan!

Abrí los ojos. Estaba tendido en el suelo del archivo. Marian se inclinaba sobre mí con un pánico impropio de ella.

—¿Qué ha pasado?

—No lo sé. — Me incorporé frotándome la cabeza y frunciendo el ceño. Bajo el pelo noté un chichón—. Al caer debo de haberme dado con la mesa.

El libro de Macon estaba abierto en el suelo. Marian me miró con cara de haber puesto en marcha su misteriosa percepción extrasensorial… o quizá no tan misteriosa considerando que hacía tan sólo unos meses había podido acompañarme en mis visiones. Al cabo de unos instantes aplicó una bolsa de hielo en mi dolorida cabeza.

—Vuelves a tener visiones, ¿verdad?

Asentí. En mi cabeza se sucedían imágenes, pero no podía concentrarme en ninguna.

—Es la segunda vez. Tuve una la otra noche al agarrar el diario de Macon.

—¿Qué viste?

—Era la noche de los incendios, como en las visiones del guardapelo. Ethan Carter Wate ya había muerto. Ivy tenía el Libro de las Lunas y se lo daba a Abraham Ravenwood, que ha aparecido en las dos visiones. —Al pronunciarlo, el nombre de Abraham Ravenwood sonó denso y confuso. Era el personaje más infame en el condado de Gatlin.

Me agarré al borde de la mesa para mantener el equilibrio. ¿Quién quería que yo tuviera aquellas visiones? Y lo más importante, ¿por qué?

Marian guardó silencio unos instantes sin soltar el libro.

—¿Y? —se interesó, con atención.

—Había alguien más. Su nombre empieza con J. Judas… José… ¡Jonás! Eso es. Creo que eran hermanos. Y los dos eran Íncubos.

—No sólo Íncubos —afirmó Marian cerrando el libro—. Abraham Ravenwood era un poderoso Íncubo de sangre, el primero del linaje de Íncubos de sangre de los Ravenwood.

—¿Qué quieres decir?

¿De modo que la leyenda que se contaba en el pueblo era cierta? Al parecer, yo había atravesado otra capa de niebla de la historia sobrenatural de Gatlin.

—Aunque todos los Íncubos son oscuros por naturaleza, no todos ellos se alimentan de sangre. Pero en cuanto uno elige hacerlo, los demás heredan ese instinto.

Me apoyé en la mesa. La visión empezaba a perfilarse.

—Abraham… Por eso Ravenwood no se quemó, ¿verdad? Pero no firmó un Pacto con el Diablo, lo firmó con el Libro de las Lunas.

—Abraham era peligroso, quizá más peligroso que ningún otro Caster. No sé por qué aparece ahora en tus visiones. Por suerte murió joven, antes de nacer Macon.

Hice un cálculo mental.

—¿Eso es joven? ¿Cuánto tiempo viven los Íncubos?

—De ciento cincuenta a doscientos años —respondió Marian, y dejó el libro sobre su mesa—. No sé que tiene todo eso que ver contigo o con el diario de Macon. Lo que sí sé es que no debí dártelo. He interferido. Deberíamos dejar este libro aquí.

—Tía Marian…

—No insistas, Ethan. Y no se lo digas a nadie, ni siquiera a Amma. No sé cómo podría reaccionar si mencionas el nombre de Abraham Ravenwood en su presencia.

—Me rodeó por los hombros y me dio un apretón afectuoso—. Y ahora, vamos a terminar de colocar esos libros antes de que Olivia llame a la policía.

Se volvió e introdujo la llave en la cerradura de la puerta.

Había una cosa más y tenía que decírsela.

—Me vio, tía Marian. Abraham me miró a los ojos y me llamó por mi nombre. Es la primera vez que me ocurre, en ninguna otra visión había pasado.

Marian se quedó inmóvil con la mirada fija en la puerta, como si pudiera ver a través de ella. Pasaron los segundos antes de que girara la llave para abrir.

—¡Olivia! ¿Y si le pides unos minutos de descanso al señor Dewey y nos vamos a tomar un té?

Nuestra conversación había concluido. Marian era una Guardiana y la bibliotecaria jefe de la Biblioteca Caster, la Lunae Libri. No podía decirme más sin violar sus obligaciones. No podía tomar parte ni cambiar el curso de los acontecimientos en cuanto estaban en marcha. No podía interpretar para mí el papel de Macon y tampoco era mi madre. En esos momentos, comprendí que estaba completamente solo.

14 DE JUNIO
Bajo el papel

—¿T
ODOS ÉSOS?

Marian había preparado tres pilas de paquetes de papel de estraza con cordón blanco y los había dejado en el mostrador de la entrada. Cogió el último y, como siempre, estampó dos veces el sello que decía: BIBLIOTECA DEL CONDADO DE GATLIN.

—Y además ésos de ahí —dijo, señalando otro montón colocado en un carrito.

—Y yo que creía que en este pueblo no se leía.

—Se lee, sólo que nadie confiesa lo que lee. Por eso no sólo hacemos envío a otras bibliotecas, sino también a los domicilios. Sólo los ejemplares de préstamo, claro, y los lectores tienen dos o tres días para procesar las peticiones.

Genial
. Temía preguntar qué había en los paquetes de papel de estraza, pero estaba completamente seguro de que prefería no saberlo. Levanté uno de los montones y gruñí.

—¿Éstos qué son? ¿Enciclopedias?

Liv cogió el resguardo del libro de arriba.

—Sí. Concretamente,
La enciclopedia de la munición
.

Marian nos despidió desde la puerta.

—Acompaña a Ethan, Liv. Todavía no has tenido oportunidad de ver nuestro precioso pueblo.

—No hace falta que me acompañe.

Liv suspiró y empujó el carrito hasta la puerta.

—Vamos, Hércules, yo te ayudo a cargar el coche. No hagamos esperar a las damas de Gatlin, que estarán deseando leer su… —leyó otro resguardo—:
Repostería de Carolina del Sur
, del doctor Cook.

Dos horas más tarde habíamos entregado ya la mayoría de los libros y visitado el Jackson High y el Stop & Steal. Mientras recorríamos la calle principal, comprendí por qué Marian había insistido tanto en contratarme aunque en verano la biblioteca siempre estuviera vacía y no necesitara empleados. Quería que fuera el guía de Liv y mi tarea consistía en enseñarle el lago y el Dar-ee Keen y rellenar las lagunas entre lo que los habitantes de la zona querían decir y lo que realmente decían. Mi trabajo, fundamentalmente, consistía en hacerme su amigo.

Me pregunté qué pensaría Lena. Aunque tal vez ni siquiera llegara a enterarse.

—Sigo sin entender por qué tienen justo en la mitad del pueblo la estatua de un general que luchó en una guerra que el Sur no ganó y que, en términos generales, fue un fastidio para todo el país —dijo Liv. No me extraña que no lo entendiera.

—En estas tierras nos gusta honrar a los caídos. Hasta les hemos dedicado un museo. —No mencioné que ese museo era también el lugar donde, inducido por Ridley, mi padre había intentado suicidarse hacía unos meses.

Miré a Liv de reojo para seguir pendiente de la calzada. Exceptuando a Lena, no podía recordar cuándo había sido la última vez que había llevado a una chica en el Volvo.

—Eres un guía horrible.

—Estamos en Gatlin, no hay mucho que ver. —Miré por el espejo retrovisor—. Ni mucho que yo quiera enseñarte.

—¿Qué quieres decir?

—Un buen guía sabe qué enseñar y qué no.

—Retiro lo que he dicho. Eres un guía horriblemente desorientado —dijo Liv, sacando una goma elástica del bolsillo.

—En todo caso dirás que, como he nacido en el Sur, soy un guía horriblemente desnortado. —Como todos los míos, el juego de palabras tenía muy poca gracia.

—Lo que diré es que, en términos generales, estoy totalmente en desacuerdo con tu humor y con tu filosofía de las visitas turísticas —dijo Liv, que se estaba haciendo trenzas y tenía las mejillas coloradas a causa del calor. No estaba acostumbrada a la humedad de Carolina del Sur.

—¿Qué te apetece ver? ¿Quieres que te lleve a probar tu puntería con unas latas al viejo molino de algodón de la carretera 9? ¿Prefieres aplastar monedas en la vía del tren? ¿O seguimos la senda de las moscas hasta un tugurio grasiento y acaso peligroso para tu salud al que llamamos Dar-ee Keen?

—Si me das a elegir, me quedo con el tugurio. Me muero de hambre.

Liv soltó el último resguardo en uno de los dos montoncitos que había formado con ellos en la mesa de plástico verde.

—Siete, ocho, nueve. Lo cual, si no me equivoco, quiere decir que yo gano y tú pierdes. Y quita esa mano de las patatas. Ahora son mías —dijo tirando de la bolsa de patatas fritas para colocarla en su lado de la mesa.

—Qué acaparadora.

—Un trato es un trato. —En su lado de la mesa se acumulaban ya unos aros de cebolla, una hamburguesa, el Ketchup, la mayonesa y mi té helado. Yo sabía perfectamente cuál era su lado de la mesa porque se había encargado de trazar una línea de patatas fritas de parte a parte formando la Gran Muralla China—. «Buenas cercas hacen buenos vecinos».

Esta vez recordé haber oído la cita en la clase de lengua.

—¿Walt Whitman?

Liv negó con la cabeza.

—Robert Frost. Y quita las manos de mis aros de cebolla.

Ése tenía que haberlo recordado. ¿Cuántas veces me había citado Lena poemas de Frost de los que en ocasiones cambiaba palabras y versos para hacerlos suyos?

Nos habíamos parado a comer en el Dar-ee Keen porque se encontraba en la misma carretera que las dos últimas entregas: señora Ipswich (
Guía para la limpieza del colon
) y señor Harlow, cuyo libro (
Chicas de revista de la Segunda Guerra Mundial
) tuvimos que dárselo a su mujer porque él no estaba. Comprendí por primera vez cuán necesario era envolver los libros en papel estraza.

—No me lo puedo creer —dijo Liv mientras yo arrugaba la servilleta—, ¿quién me iba a decir que Gatlin pudiera ser tan romántico?

Había apostado por los libros piadosos, Liv por las novelas románticas. Yo había perdido por ocho a nueve.

—No sólo romántico, sino romántico y recto. Es una combinación maravillosa, es tan…

—¿Hipócrita?

—En absoluto, iba a decir «americana». ¿Te has percatado de que hemos entregado Coge la Biblia y Divina y deliciosa Dalila en el mismo domicilio?

—Creía que Dalila era un libro de cocina.

—A ti lo que te pasa es que te crees muy gracioso.

Me puse colorado al recordar el aturdimiento de la señora Lincoln cuando llamamos a su puerta para entregarle sus libros. No le dije a Liv que se trataba de la madre de mi mejor amigo y de la mujer más cruelmente recta del mundo.

—¿Así que te gusta el Dar-ee Keen? —dije, cambiando de tema.

—Me vuelve loca —repuso Liv dando a su hamburguesa un bocado tan grande que habría dejado en ridículo al mismísimo Link. A mediodía la había visto superar la dieta media de un jugador de baloncesto. No parecía importarle en lo más mínimo lo que yo pudiera pensar ni para bien ni para mal, lo cual suponía un gran alivio. En especial porque últimamente cuando estaba con Lena cada vez que abría la boca metía la pata.

—Así pues, ¿qué encontraríamos en tu paquete de papel de estraza, Ethan? ¿Libros piadosos, novelas románticas o ambas cosas?

—No lo sé. —Tenía tantos secretos que no sabía dónde meterlos, pero no estaba dispuesto a compartir ninguno.

—Venga. Todos tenemos nuestros secretos.

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