Hermosa oscuridad (16 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosa oscuridad
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Cuando vivía, mi madre siempre estaba dispuesta a relevar a la señora Snow y el concurso para elegir al Príncipe y la Princesa Melocotón era uno de mis favoritos. Aún me parecía oírla. «¿Maquillaje apropiado para su edad dicen? Pero, ¿ustedes de dónde han salido? ¿Qué maquillaje apropiado puede llevar una niña de siete años?»

Ni siquiera mi familia se perdía la Feria del Condado —salvo el año anterior, obligatoriamente—, así que allí estábamos como siempre, abriéndonos paso entre la multitud que se dirigía al recinto, llevando un par de tartas que se tambaleaban peligrosamente.

—No me empujes, Mitchell. Cuidado Ethan Wate. No pienso dejar que Martha Lincoln o alguna de esas mujeres: la señora Lincoln, la señora Asher, la señora Snow y el resto de las hijas de la Revolución, me quiten mi listón por culpa de ustedes dos.

Por fin me pusieron el sello de entrada en el dorso de la mano. Había muchísima gente, como si en Gatlin se hubieran dado cita tres o cuatro condados. Nadie quería perderse el día inaugural de la feria y eran muchos los que se acercaban al recinto, que quedaba a medio camino entre Gatlin y Peaksville. Acudir a la feria, por otra parte, equivalía a consumir una cantidad exagerada de tortas fritas con mermelada y azúcar, sufrir de un día de calor tan pegajoso que estar de pie mucho tiempo era arriesgarse a un sincope y cerrar, si había suerte, algún trato detrás de las barracas de pollos que montaban los Futuros Granjeros de América. Aquel año, la probabilidad de que yo consiguiera algo más que tortas fritas y calor sofocante era menor que cero.

Mi padre y yo acompañamos sumisamente a Amma hasta las mesas de los jueces del concurso de tartas, que estaban instaladas bajo una enorme pancarta de Southern Crusty, la marca de productos del Sur. Los concursos de belleza eran lo más popular, pero la competencia de tartas era el acontecimiento con mayor tradición de la feria. Las mismas familias habían preparado las mismas recetas durante varias generaciones y las bandas que concedían a las ganadoras constituían el orgullo de toda gran casa sureña y el oprobio de la adversaria. Aquel año corría el rumor de que algunas mujeres se habían conjurado para que Amma no consiguiera el primer premio, pero, a juzgar por los rezongos que llevaba oyendo en la cocina toda la semana, eso sólo ocurriría si el infierno se cubría de hielo y esas mujeres lo recorrerían sobre patines.

Cuando descargamos su valiosa mercancía, Amma ya estaba protestando ante los jueces por la colocación de la mesa.

—No se puede probar el vinagre a continuación de una tarta de cerezas, ni un pastel de ruibarbo entre mis tartas de crema. No se apreciaría el sabor. A no ser, muchachitos, que eso sea precisamente lo que ustedes pretenden.

—Aquí está —dijo mi padre casi sin respiración en el preciso momento en que Amma dirigió a los jueces su famosa mirada. Los graciosos señores se revolvieron en sus asientos, es decir, en sus sillas plegables.

Mi padre me indicó con la mano que saliéramos y nos escabulléramos sin dar a Amma la oportunidad de que nos alistara para la audaz misión de aterrorizar a inocentes e intimidar a los jueces. En cuanto nos vimos entre la multitud, nos dirigimos instintivamente en dirección contraria.

—¿Vas a recorrer la feria con esa gata? —me dijo mi papá mirando a Lucille, que se había sentado a mis pies.

—Supongo que sí.

Se echo a reír. Todavía no me había acostumbrado a su risa.

—Bueno, no te metas en líos.

—Nunca lo hago.

Muy en su papel de padre, Mitchell asintió y yo, muy en mi papel de hijo, también asentí. Prefería olvidarme de que, porque mi padre aún sufría el shock de la muerte de mi madre, el año anterior yo había tenido que interpretar el papel de adulto. En definitiva, mi padre se fue por su lado y yo por el mío, y desaparecimos entre las masas sudorosas.

La feria estaba abarrotada, así que tarde un buen rato en encontrar a Link. Fiel a sí mismo, estaba en la zona de juegos tratándose de ligar a la primera chica que se fijase en él. Aquel día había buenas oportunidades de conocer a algunas chicas que no fueran de Gatlin. Mi amigo estaba en una de esas atracciones en las que hay que dar un golpe con un mazo de goma gigante para probar lo fuerte que eres y tenía le mazo echado al hombro. Iba disfrazado de baterista, con una camiseta vieja del grupo Social Distortion, las baquetas en el bolsillo trasero de los vaqueros y la cadena con la que sujetaba su billetera colgando por afuera.

—Van a ver, princesas, voy a demostrarles cómo se hace. Atrás, por favor, no se vayan a hacer daño.

Las chicas se rieron y Link golpeó con todas sus fuerzas. El indicador subió por la escalada midiendo la fuerza de Link y sus posibilidades de ligar al mismo tiempo. Superó DECEPCIÓN TOTAL y DEBILUCHO y se encaminó a toda velocidad hacia la campanilla de AUTÉNTICO CAMPEÓN, pero no la alcanzó. En realidad, ni siquiera estuvo cerca. Se paró a mitad de camino, donde decía GALLITO. Las chicas lo miraron con decepción y se encaminaron al tiro con anillos.

—Este cacharro está trucado, todo el mundo lo sabe —les grito Link dejando el mazo tirado en el suelo. Probablemente tuviera razón, pero daba igual. En Gatlin todo estaba trucado, ¿por qué iba a suceder lo contrario con los juegos de la feria?

—Oye, amigo, ¿tienes dinero? —me pidió Link y, disimuladamente, rebuscó en sus bolsillos como si tuviera más de diez céntimos.

Le di cinco dólares con gesto de reprobación.

—Tienes que ponerte a trabajar, amigo.

—Tengo trabajo. Soy baterista.

—Eso no es trabajo. Si no te pagan, no es trabajo.

Link miró a su alrededor. Buscaba chicas o tartas fritas, pero me habría sido difícil precisar que, porque ante ambas cosas respondía de la misma forma.

—Estamos a punto de cerrar un bolo.

—¿Vais a tocar en la feria?

—¿En esa porquería de escenario? Ni mucho menos —dijo, dando una patada en el suelo.

—¿Al final no los han contratado?

—Nos han dicho que somos una mierda. Al principio también Led Zeppelin le parecía una mierda a todo el mundo.

Nos dimos una vuelta por la feria. No era difícil darse vuelta de que aquel año las atracciones tenían circuitos algo más cortos y juegos algo menos vistosos. Un payaso patético pasó a nuestro lado vendiendo globos.

Link se paró de pronto y me dio un codazo.

—Eh, amigo, mira eso. A las seis en punto. Quemaduras de tercer grado. —Según la escala de Link, ése era el máximo calificativo que podía otorgarse a una chica atractiva.

Me señaló una rubia que avanzaba hacia nosotros sonriendo. Era Liv.

—Link… —quise explicárselo, pero Link ya estaba de misión.

—Como diría mi madre: aleluya, que buen gusto tiene el buen Dios, amén.

—¡Ethan! —dijo Liv saludándonos con la mano.

Link me miró.

—¡No lo puedo creer! Pero si estás con Lena. Eso está pero que muy mal, amigo.

—Con quien no estoy es con Liv, aunque en realidad ya no sé con quién estoy. Tú, en todo caso, tranquilo.

Miré a Liv y sonreí. Se me heló la sonrisa en cuanto advertí que llevaba una camiseta raída de Led Zeppelin.

Link se fijó al mismo tiempo que yo.

—La chica perfecta.

—¿Qué tal Liv? Este es Link —dije y le di un codazo a mi amigo para indicarle como comportarse—. Liv es la ayudante de Marian. Va a trabajar conmigo en la biblioteca todo el verano.

Liv le ofreció la mano. Link estaba boquiabierto.

—¡Guau!

La cosa con Link es que él nunca se avergonzaba de nada. Era yo él que sentía vergüenza ajena.

—Estudia en Inglaterra y ha venido con un programa de intercambio.

—¡Reguau!

Miré a Liv y me encogí de hombros.

—Te lo dije.

Link me dedicó la mayor de sus sonrisas.

—Ethan no me ha dicho nada, pero tienes un atractivo de proporciones cósmicas.

Liv me miró fingiendo sorpresa.

—¿No le habías dicho nada? Me parece trágico —dijo y, riéndose, se colocó entre los dos y nos cogió del brazo—. Venga, chicos, explíquenme exactamente cómo se hace esa cosa tan extraña, el algodón de azúcar.

—Señorita, no estoy autorizado a revelarle secretos de estado.

—Yo sí —dijo Link, estrechándole el brazo contra el suyo.

—Pues cuéntamelo todo.

—¿Túnel del amor o tienda de los besos? —sugirió Link con una sonrisa suya cada vez más amplia.

Liv ladeó la cabeza.

—Veamos… Es una elección difícil. Me inclino por… ¡la noria!

Fue en ese momento cuando la brisa me trajo una fragancia a limones y romero y vi una melena negra que me resultó familiar.

Fue lo único, sin embargo, que reconocí. Se trataba de Lena, que se encontraba detrás de las taquillas, a unos metros de distancia, y con ropa que debía de haberle cogido prestado a Ridley. Vestía un top negro que dejaba el ombligo al descubierto y una falda negra unos diez centímetros más corta de las que solía ponerse. Llevaba una larga mecha azul desde el nacimiento del pelo hasta la espalda, pero no fue eso lo que más me sorprendió. Lena, la chica que jamás se ponía nada en la cara salvo crema protectora, estaba cubierta de maquillaje. A algunos chicos les gustan las chicas con la cara pintada, pero yo no soy uno de ellos. Los ojos, maquillados de negro, resultaban especialmente perturbadores.

Entre tantas personas con ropa vaquera y mesas con delantales de cuadros, y en medio de tanto polvo, paja y sudor parecía todavía más fuera de lugar. Sólo reconocí sus viejas botas y el collar de los amuletos. Se me ocurrió que era la cuerda de salvamento que conducía a la auténtica Lena. Porque ella jamás se había vestido así. Al menos, no mientras estuvo conmigo.

Tres chicos con muy mala pinta la miraron de arriba abajo. Tuve que contenerme para no darles un puñetazo en la cara.

Solté el brazo de Liv.

—Nos vemos luego, chicos.

Link no daba crédito. Aquel parecía su día de suerte.

—Si quieres te esperamos —dijo Liv.

—No os preocupéis. Luego los alcanzo.

No esperaba encontrarme a Lena en la feria y no sabía que decir para no dar la impresión de que me había quedado todavía más boquiabierto que Link. Como si hubiera forma de aparentar tranquilidad cuando tu novia se fuga con otro chico.

—Ethan, te estaba buscando —dijo Lena, acercándose. Parecía sincera, la misma de siempre, la que yo recordaba de meses de atrás. Parecía la Lena de la que yo estaba desesperadamente enamorado, la que me ama. Aunque se hubiera vestido y maquillado como Ridley. Me apartó el pelo de la cara, rozándome levemente la línea de la mandíbula.

—Es gracioso que ahora me busques cuando el otro día saliste huyendo —dije.Quise aparentar desenfado, pero mi tono fue demasiado grave, como si estuviera molesto.

—No salí huyendo —dijo Lena poniéndose a la defensiva.

—No, sólo me tirabas árboles y te subiste a la moto de otro chico.

—Yo no te tiré ningún árbol.

La miré enarcando las cejas.

—¿Ah, no?

—Eran ramas —dijo, encogiéndose de hombros.

Pero estaba en mis manos. Lo supe por la manera en que retorcía el clip en forma de estrella que le había regalado. Tanto lo retorció que pensé que iba a romper el collar.

—Lo siento, Ethan. No sé qué me pasa —dijo con voz suave, sincera—. A veces es como si todo me envolviera, me encerrara, y no puedo aguantarlo. En el lago no huía de ti, huía de mí misma.

—¿Estás segura?

Me miraba fijamente. Una lágrima resbaló por su mejilla. Se limpió con el dorso de la mano y cerró el puño con frustración. Luego lo abrió y apoyó la mano en mi pecho, sobre el corazón.

No es por ti. Te quiero
.

—Te quiero —repitió en voz alta, y sus palabras quedaron colgando en el aire. Era una declaración pública, distinta a cuando nos comunicábamos en kelting. Me puse tenso al oírla y se me hizo un nudo en la garganta. Quise responder con algún comentario irónico, pero no se me ocurría nada salvo lo hermosa que era y cuánto lo quería.

Esta vez, sin embargo, no estaba dispuesto a dejar que se me escapara tan fácilmente y puse fin a la tregua.

—¿Qué ocurre, L? Si tanto me quieres, ¿por qué no me dices quién es John Breed?

Apartó la mirada sin responder.

          
Contéstame
.

—No es nadie, Ethan, sólo un amigo de Ridley. Entre nosotros no hay nada.

—¿Desde cuando no hay nada? ¿Desde que le hiciste la foto del cementerio?

—No le hice una foto a él, sino a su moto. Yo había quedado con Ridley y él llegó con ella.

No pasé por alto que Lena no había respondido mi pregunta.

—¿Desde cuando sales con Ridley? ¿Has olvidado ya que nos separó para que tu madre pudiera encontrarte a solas y convencerte de que te pasaras al lado Oscuro? ¿Has olvidado ya que estuvo a punto de matar a mi padre?

Se apartó de mí. Percibí que volvía a retraerse, que regresaba a un lugar donde yo no podía alcanzarla.

—Ridley me advirtió que no lo entenderías. Eres un Mortal y no sabes nada de mí, de cómo soy en realidad. Por eso no te he dicho nada.

Sentí una brisa súbita. Nubes de tormenta se avecinaban en señal de advertencia.

—¿Por que estás tan segura de que no lo entendería si no me cuentas nada? Si me dieras la oportunidad en lugar de escabullirte…

—¿Qué quieres que te diga? ¿Qué no tengo ni idea de lo que me pasa? ¿Qué algo está cambiando y no lo comprendo? ¿Qué me siento como un monstruo y que Ridley es la única que puede ayudarme?

La escuchaba con los cinco sentidos. Me di cuenta de que tenía la razón. No la comprendía, no entendía lo que me estaba diciendo.

—Pero, te estás oyendo? De verdad crees que Ridley intenta ayudarte, que puedes confiarte de ella? Es una Caster Oscura, L. ¡Pero, mírate! ¿Te parece que ésta eres tú? Eso que dice que sientes… lo más probable es que ella sea la causa de todo.

Yo esperaba que empezase a llover en cualquier momento. En vez de ello se abrieron las nubes. Lena se acercó y volvió a apoyar la mano en mi pecho. Me dirigió una mirada de súplica.

—Ethan, Ridley ha cambiado. No quiso ser Oscura. Ha destrozado su vida, ha perdido a todo el mundo incluida a ella misma. Dice que convertirte al lado Oscuro cambia tu forma de sentir. Puedes sentir lo mismo que sentías, apreciar las cosas que amabas, pero con una continua sensación de distancia, como si tus sentimientos pertenecieran a otra persona.

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