Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
Bajé del coche mientras Link cogía una linterna de la guantera.
—Lo sé, lo sé. La biblioteca de Gatlin está cerrada y la biblioteca de los Caster está abierta toda la noche puesto que la mayoría de los clientes nocturnos de Marian no pueden salir durante el día —dijo Link iluminando la fachada de la Historical Society. Frente a nosotros apareció un letrero de bronce con la leyenda: HIJAS DE LA REVOLUCIÓN AMERICANA. De todas formas, sin mi madre, la señora Asher o la señora Snow supieran lo que se oculta en el sótano de su edificio..
Llevaba su pesada linterna metálica como si blandiera un arma.
—¿Estás pensando en tumbar a alguien con ese cacharro?
Link se encogió de hombros.
—Uno nunca sabe lo que puede encontrar por ahí.
Yo sabía en qué estaba pensando. Ninguno de los dos había vuelto a la Lunae Libri desde el cumpleaños de Lena. Y en nuestra última visita habíamos encontrado pocos diccionarios y mucho peligro.
Peligro y muerte. Aquella noche cometimos un error y las consecuencias se dejaron sentir allí mismo y en otros sitios. Si yo hubiera llegado antes a Ravenwood, si hubiera encontrado el
Libro de las Lunas
, si hubiera podido ayudar a Lena a luchar contra Sarafine… si hubiéramos hecho una sola cosa de otra forma, ¿seguiría Macon con vida?
Rodeamos el viejo edificio de ladrillo rojo para llegar a la parte de atrás, que bañaba la luz de la luna. Link apuntó la linterna a una ventana enrejada próxima al suelo, se acercó y se puso en cuclillas.
—¿Estás listo, tío?
La linterna temblaba en sus manos.
—¿Y tú? ¿Estás listo?
Metí la mano a través de la reja, que tan bien conocía, y desapareció como siempre, en la ilusoria entrada de la Lunae Libri. En Gatlin, pocas cosas eran lo que aparentaban a primera vista. Al menos, en lo que se refería a los Casters.
—Me sorprende que ese hechizo siga funcionando —dijo Link, observando cómo yo sacaba la mano intacta de la reja.
—Lena me dijo que no es de los más difíciles. Una especie de hechizo de ocultación típico de Larkin.
—¿Te has preguntado si no será una trampa?
La linterna temblaba tanto que el haz de luz casi no paraba quieto en la reja.
—Sólo hay una forma de averiguarlo.
Cerré los ojos y atravesé la reja. Si antes me encontraba entre los crecidos arbustos de la parte trasera del edificio, ahora estaba en la escalera de piedra que bajaba al corazón de la Lunae Libri. Sentí un escalofrío al cruzar el umbral encantado que daba paso a la biblioteca, pero no por el contacto con lo sobrenatural. El escalofrío, la incomodidad se debía a todo lo contrario, a que ya nada parecía diferente. El aire era aire a ambos lados de la reja por mucho que ahora la oscuridad fuera absoluta. Tampoco sentía ya el poder de la magia, ni en Gatlin ni debajo de Gatlin. Estaba magullado y furioso, pero también esperanzado. Estaba convencido de que Lena sentía algo por John, pero existía la posibilidad de que me equivocara, de que, sencillamente, John y Ridley estuvieran ejerciendo su influencia sobre ella. Merecía la pena haber cruzado otra vez al lado equivocado de la reja.
Link se tropezó al entrar en el mundo de los Casters y soltó la linterna, que cayó con un ruido metálico escalera abajo. Nos quedamos a oscuras hasta que las antorchas que iluminaban el empinado pasadizo empezaron a encenderse una a una.
—Lo siento. Esa cosa siempre me pone de los nervios.
—Link, si no quieres venir. .
Entre las sombras no podía ver su rostro.
Hizo una pausa antes de responderme.
—Pues claro que no quiero, pero tengo que ir. Es decir, no digo que Rid sea el amor de mi vida, que no lo es, ¡menuda locura! Pero, ¿y si Lena te ha dicho la verdad y Rid quiere cambiar? ¿Y si ese vampiro la ha hechizado también a ella?
Yo dudaba de que Ridley estuviera bajo el hechizo de nadie salvo el de ella misma, pero no dije nada.
Link no estaba allí ni por Lena ni por mí. Por desgracia, todavía llevaba a Ridley bajo la piel. Si enamorarse de una Caster era duro, no había nada peor que perder la cabeza por una Siren.
Lo seguí por aquella escalera oscura bajo la parpadeante luz de las antorchas en nuestro descenso a ese mundo que habita debajo del nuestro. Abandonábamos Gatlin para entrar en el mundo de los Casters, un lugar donde podría ocurrir cualquier cosa. No quise recordar los tiempos en que eso, que ocurriera algo, era lo que más deseaba.
Al atravesar el arco de piedra donde estaban talladas las palabras DOMUS LUNAE LIBRI, entramos en otro mundo, en un universo paralelo. Ciertos elementos de ese mundo me resultaban familiares: el olor de la piedra cubierta de musgo, el aroma a almizcle de pergaminos que se remontaban a la Guerra de Secesión y a épocas anteriores, el humo que se elevaba de las antorchas hasta el artesonado de los techos. Olía a humedad y se oía la caída ocasional del agua subterránea, que se abría paso hasta unos canalitos abiertos en el suelo. Pero había cosas a las que jamás podría acostumbrarme. La oscuridad al final de las estanterías, las secciones de la biblioteca que ningún Mortal había visto. Me pregunté cuánto habría conocido a mi madre de todo aquello.
Llegamos al pie de las escaleras.
—¿Y ahora qué? —Link encontró la linterna y apuntó con ella a la columna que tenía al lado. Un grifo le devolvió un gruñido de amenaza. Apartó la linterna y bajo el haz de luz aparecieron las fauces de una gárgola—. Si esto es la biblioteca, ¿cómo será la cárcel?
Oímos el rugido de unas llamas recién prendidas.
—Mejor que no lo sepas.
Una a una se fueron encendiendo otras antorchas y comprobamos que nos encontrábamos en una sala redonda. Había una columnata adornada con varias hileras de criaturas mitológicas Casters y Mortales que se enroscaban en torno a los pilares.
Link estaba asustado.
—Te lo digo en serio, amigo, este sitio es espantoso.
Toqué un rostro tallado en piedra, el de una mujer que se retorcía de agonía entre unas llamas. Link pasó la mano por otra cara con enormes colmillos.
—Mira qué perro. Se parece a
Boo
—comentó. Volvió a mirar y se dio cuenta de que era la cara de un hombre con enormes colmillos. Apartó la mano rápidamente.
En otra columna había un remolino que parecía de piedra y de humo a la vez. De sus pliegues y huecos emergía un rostro que me recordaba a alguien, pero me habría sido difícil concretar a quién porque la roca lo rodeaba por completo. Parecía luchar por separarse de la piedra, por acercarse a mí. Por un instante creí ver que movía los labios, como si tratara de hablar. Retrocedí.
—¿Qué demonios es eso?
—¿Qué demonios es qué? —Link estaba mi lado, observando la columna, que volvía a ser otro pilar adornado con ondas y espirales. El rostro había desaparecido bajo la piedra como si se lo hubiera tragado el mar—. No sé. El mar. . humo de un incendio. Qué más da.
—Olvídalo.
No pude olvidarlo. Aunque no lo comprendía: había visto el rostro de un conocido. Aquel lugar era misterioso e inquietante. Nos advertía de que el mundo de los Casters era otro sitio Oscuro, independientemente de en qué bando estuvieras.
Se prendió otra antorcha e iluminó estanterías de libros, manuscritos y viejos rollos de pergamino Caster. Salían de la rotonda en todas las direcciones, como los radios de una rueda, y desaparecían en la oscuridad. Se encendió la última antorcha y pude ver el mostrador de caoba redondo donde tendría que estar Marian.
Pero allí no había nadie. Aunque Marian siempre decía que la Lunae Libri era un lugar ni Luminoso ni Oscuro donde habitaba la magia, sin ella, la biblioteca me pareció sombría.
—Aquí no hay nadie —dijo Link. Estaba derrotado.
Cogí una antorcha de la pared y se la di. Cogí otra para mí.
—Están aquí.
—¿Cómo lo sabes?
—Lo sé, eso es todo.
Avancé entre las estanterías como si supiera adónde me dirigía. El aire era denso y olía a los viejos libros y manuscritos de lomos doblados y gastados, a las polvorientas estanterías de roble combadas bajo el peso de cientos de años y de siglos de palabras. Acerqué la antorcha a la más próxima.
—
Cabellos: para hechizar el de tu doncella. Cebolla: para vínculos y hechizos. Cortezas: para hechizos de ocultación
. Debemos de estar en la «C».
—
Destrucción de la vida Mortal
, y éste debe de pertenecer a la «D» —dijo Link y fue a coger el libro.
—No lo cojas. Te quemará la mano. —Yo lo sabía bien por culpa del
Libro de las Lunas
.
—Por lo menos podremos esconderlo, ¿no? Detrás del dedicado a la cebolla. —No le faltaba razón.
No habíamos avanzado ni tres metros cuando oí una risa, la risa de una chica, que me pareció inconfundible. Su eco me llegó a través de los techos.
—¿Has oído?
—¿Qué? —dijo Link, a punto de quemar unos rollos de pergamino con su antorcha.
—Ten cuidado, que en este sitio no hay salida de incendios.
Llegamos a una encrucijada. Volví a oír aquella risa musical. Era bonita y familiar y su sonido hacía que me sintiera seguro, que el mundo se volviera un lugar un poco menos extraño.
—Creo que es una chica.
—Tal vez sea Marian, que es una chica —sugirió Link. Me lo quedé mirando como si se hubiera vuelto loco. Se encogió de hombros—. En cierto sentido al menos.
—No es Marian.
Me aparté un poco para que Link oyera mejor, pero ya no se escuchaba nada. Avanzamos hacia el lugar de donde había provenido la risa. El pasillo describía una curva y terminaba en otra rotonda parecida a la anterior.
—¿Serán Lena y Ridley?
—No lo sé. Vamos por aquí.
Me costaba orientarme, pero sabía perfectamente a quién pertenecía aquella risa. Una parte de mí siempre había sospechado que encontraría a Lena sin importar dónde se ocultara. No podía explicar por qué, sencillamente lo sabía.
Tenía mucho sentido. Si nuestra conexión era tan intensa que compartíamos los sueños y nos hablábamos sin hablar, ¿por qué no iba a intuir dónde se encontraba? Era como cuando vuelves en coche desde el instituto o desde un lugar al que vas todos los días y sólo te acuerdas del momento en que sales del aparcamiento y del momento en que llegas al garaje, pero no tienes idea de cómo has llegado desde un lugar hasta el otro.
Lena era mi destino. Yo siempre iba en su busca, incluso cuando me separaba de ella, incluso cuando ella no iba en mi busca.
—Sigamos un poco más.
Tras la siguiente curva había un pasillo cubierto de hiedra. Sostuve en alto la antorcha y una lámpara de latón se encendió en mitad de las hojas.
—Mira.
La lámpara iluminó una puerta oculta bajo las enredaderas. Tanteé la pared hasta encontrar un frío picaporte metálico. Tenía forma de media luna, de media luna Caster.
Volví a oír la risa. Tenía que ser Lena. Hay ciertas cosas que un hombre sabe. Yo supe que era L. Y supe también que mi corazón no me engañaba.
Me palpitaba el corazón. Empujé la puerta, que era pesada y chirriaba. Daba paso a un estudio amplio y magnífico. Al fondo había una cama con dosel sobre la cual había una chica escribiendo en un cuaderno.
—¡L!
Me miró, sorprendida.
Sólo que no era Lena.
Era Liv.
A
QUEL PRIMER INSTANTE e quedó colgando en el aire, silencioso e incómodo. El segundo fue un estallido de ruidosa confusión. Link gritó mirando aLiv, que a su vez gritó mirándome a mí, que a mi vez grité mirando a Marian, que a su vez se quedó esperado a que nos cansáramos de gritar.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—¿Por qué me dejaron tirada en la feria?
—¿Qué está haciendo ella aquí, tía Marian?
—Pasen.
Marian abrió la puerta y nos dejó entrar. Oí que cerraba la puerta con llave y sentí pánico y claustrofobia, lo cual no tenía ningún sentido, porque la estancia no era pequeña en absoluto. Pero yo me sentía encerrado igualmente. El aire era denso y tuve la sensación de que habíamos entrado en un lugar privado, íntimo, como un dormitorio. Una sensación extraña. Extraña como la risa, que había creído reconocer equivocándome. Extraña como el rostro de la piedra.
—¿Dónde estamos?
—Cálmate, EW. Tú me haces una pregunta y yo la respondo. Yo te hago una pregunta y tú la respondes.
—¿Qué está haciendo ella aquí? —No sabía por qué estaba enfadado, pero lo estaba. ¿Es qué ninguno de mis amigos o parientes podía ser una persona normal? ¿Por qué todos tenían una doble vida?
—Siéntense, por favor —dijo Marian indicando una mesa circular en el centro de la estancia.
Liv parecía irritada. Se levantó y cruzó por delante de una chimenea imposible: el fuego no era anaranjado y tampoco ardía, era blanco y desprendía luz.
—Olivia está aquí porque es mi ayudante. Ahora me toca a mí.
—Espera un momento. Eso no es una respuesta. Me has dicho algo que ya sabía.
Yo era tan terco como Marian. Mi voz resonó entre aquellas cuatro paredes. Me fijé en la intrincada lámpara que colgaba del alto techo abovedado. Era blanca, de un material liso y pulido como el marfil, ¿sería hueso? También había unas lámparas sobre herrajes que derramaban por la estancia una luz delicada y temblorosa iluminando algunos rincones y dejando otros en sombra. En el más alejado advertí las columnas de ébano del dosel de la cama. ¿Dónde había visto yo una cama exactamente igual? Ese día todo me parecía un gigantesco déjà vu que empezaba a volverme loco.
Marian se sentó, impertérrita.
—Ethan, ¿cómo has encontrado este lugar?
¿Qué iba a decir con Liv allí presente? ¿Qué me había parecido oír a Lena, que la había intuido pero mi instinto me había conducido hasta Liv? Ni siquiera yo lo comprendía.
Aparté la mirada. Unas estanterías negras ocupaban todo el espacio desde el suelo hasta el techo. Estaban atestadas de libros y objetos curiosos que, evidentemente, pertenecían a la colección personal de alguien que había viajado más veces por todo el mundo que yo visitando el Stop & Steal. Una de las estanterías exponía una colección personal de frascos y botes como los de una vieja botica. Otra estaba abarrotada de libros. Me recordó a la habitación de Amma, sólo que sin montones de periódicos viejos y tarros llenos de tierra de camposanto. Pero había un libro que destacaba entre los demás
: Luz y tinieblas. Los orígenes de la magia
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