Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl
Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico
Lo reconocí enseguida… y al instante reconocí también la cama, la estantería, la inmaculada colocación de objetos hermosos. Aquella estancia no podía pertenecer más que a una persona que ni siquiera era una persona.
—Ésta es la habitación de Macon, ¿verdad?
Link soltó una extraña daga ceremonial con la que estaba jugueteando. La daga cayó con un ruido metálico y mi amigo volvió a colocarla en su sitio con evidente nerviosismo. Muerto o no, Macon Ravenwood todavía le daba miedo.
—Supongo que un Túnel de los Casters comunica directamente con su dormitorio de Ravenwood. —La estancia en la que estábamos casi era una copia perfecta de la habitación de Macon en Ravenwood, con la excepción de las pesadas cortinas, que impedían pasar la luz.
—Puede ser.
—Has traído este libro aquí porque, después de mi visión del archivo, no querías que lo viera.
Marian respondió lentamente.
—Digamos que tienes razón y que éste es el estudio privado de Macon, el lugar al que venía a poner en orden sus ideas. Aun así, ¿cómo nos han encontrado?
Me tropecé con la gruesa alfombra india que cubría el suelo. Tenía un complicado dibujo en blanco y negro. No quería explicar cómo había encontrado aquel lugar. Estaba confuso. Pero, ¿y si mi explicación era la correcta? ¿Cómo podía mi instinto llevarme a nadie que no fuera Lena? Por otro lado, si no se lo confesaba a Marian, tal vez no volvería a salir de aquella habitación. Decidí contar una verdad a medias.
—Estábamos buscando a Lena. Está aquí abajo con Ridley y con su amigo John, y creo que tiene problemas. Hoy en la feria hizo algo que…
—Digamos que Ridley se ha portado como Ridley y que Lena también se ha portado como Ridley. Los chupachups deben de tener trabajo doble —dijo Link.
Estaba desenvolviendo una chocolatina y no se dio cuenta que yo lo miraba fijamente. Quería advertirle de que no quería que Marian ni Liv supieran ningún detalle.
—Estábamos en la biblioteca y oír reír a una chica. Era una risa, no sé, feliz, y la seguimos hasta aquí. En realidad, no puedo explicarlo. —Miré a Liv de reojo. Se había sonrojado y miraba fijamente un punto vacío de la pared.
Marian dio una palmada, señal inequívoca de que había hecho un descubrimiento.
—Supongo que esa risa te resultaba familiar.
—Sí.
—Y la has seguido sin pensarlo dos veces. Por instinto.
—Sí, creo que sí.
No sé adónde quería ir a parar Marian, pero me miraba con esos ojos de científico loco que a veces ponía.
—Cuando estás con Lena, ¿hay veces en que puedes hablar con ella sin palabras?
Asentí.
—¿Hablar kelting quieres decir?
Liv me miró, sorprendida.
—¿Cómo puede un Mortal normal conocer el kelting? —dijo.
—Excelente pregunta, Olivia —dijo Marian, y cruzó con Liv una mirada que me irritó—. Tanto que merece una respuesta.
Mi tía se acercó a las estanterías y revolvió buscando un libro como si hubiera metido la mano en el bolso para buscar sus llaves. Se trataba de los libros de Macon, así que el gesto me molestó por mucho que él no estuviera presente.
—Simplemente ocurre —expliqué—. Como si nos diéramos cita en el interior de nuestras cabezas.
—¿Puedes leer el pensamiento y no me habías dicho nada? —dijo Link mirándome como si acabara de descubrir que yo era el Llanero Solitario. Se frotó la cabeza con nerviosismo—. Oye, amigo, todo ese rollo con Lena… Y yo molestándote… — Añadió apartando la mirada—. ¿Lo estás haciendo ahora? Lo estás haciendo, ¿a que sí? Sal de mi cabeza, colega —dijo, y retrocedió hasta chocar con la estantería.
—No puedo leerte el pensamiento, idiota. Algunas veces Lena y yo podemos oír nuestros pensamientos, eso es todo. —Link pareció aliviado, pero no iba a escapar tan fácilmente—. ¿Qué estabas pensando de Lena?
—Nada, sólo quería meterme contigo —dijo mi amigo, y, cogiendo un libro de la estantería, fingió que leía.
Marian se lo arrebató.
—Aquí está. Precisamente el libro que estaba buscando —dijo y abrió el viejo volumen de piel. Hojeó las páginas rotas tan deprisa que era evidente que buscaba algo muy concreto. Parecía un viejo libro de texto o un manual de referencia—. Aquí. —Le enseñó el libro a Liv—. ¿Te suena esto? —Liv se aproximó para leer y pasaron algunas páginas asintiendo. Marian se irguió y cerró el libro—. Bueno, dinos. ¿Cómo puede un Mortal normal hablar kelting, Olivia?
—No puede. A no ser que no sea un Mortal normal, profesora Ashcroft.
Se me quedaron mirando como si yo fuera un niño y acabara de dar mis primeros pasos, o como si estuvieran a punto de comunicarme que padecía de una enfermedad terminal. El efecto combinado de ambas miradas me dio ganas de salir corriendo.
—¿Les importa decirme de qué va esta broma?
—No es ninguna broma. ¿Por qué no lo compruebas por ti mismo? —dijo Marian, entregándome el libro.
Leí la página que mi tía y Liv ya habían leído. Se trataba, en efecto, de una especie de enciclopedia Caster con ilustraciones, escrita en idiomas que no reconocí.
Algunos párrafos, sin embargo, estaban en mi idioma.
—«El Wayward: el que conoce el camino» —Leí, mirando a Marian—. ¿Eso crees que soy?
—Sigue leyendo.
—«Wayward: el que conoce el camino. Sinónimos: dux, speculator, gubernator, general, explorador, navegante. El que marca la senda».
Estaba confuso, pero, por una vez, Link lo estaba menos que yo.
—O sea, una brújula humana. En lo que a superpoderes se refiere, es bastante flojo. Eres el equivalente en Caster de Aquaman.
—¿Aquaman? —Marian no leía cómics.
—Un tío que habla con los peces —explicó Link con gesto de desaprobación—. Lo cual no es precisamente como la visión de rayos X.
—Yo no tengo superpoderes. —¿Tendría?
—Sigue leyendo —repitió Marian.
—«Desde antes de las cruzadas hemos prestado nuestros servicios. Han sido muchos nuestros hombres y ninguno. Como el susurro del primer emperador de China al contemplar la Gran Muralla o como el fiel compañero del caballero más valiente en la lucha por la independencia en Escocia. Los Mortales con un destino elevado siempre han tenido a alguien que los guíe. Como los bajeles perdidos de Colón y Vasco da Gama tuvieron quien los guiara hacia Nuestros Mundos, nosotros existimos para guiar a los Casters cuyo camino encierra un gran significado. Somos…»
Aquellas palabras no tenían ningún sentido para mí.
A continuación, oí la voz de Liv como si se hubiera aprendido la definición de memoria.
—«El que encuentra lo que está perdido, el que conoce el camino».
—Termina. —Marian se puso seria de pronto, como si aquellas palabras encerraran una especie de profecía.
—«Tenemos inclinación a lo grandioso, a los grandes objetivos, a las grandes metas. Tenemos inclinación a lo grave, a los graves objetivos, a las graves metas». — Cerré el libro y se lo devolví a Marian. No quería saber más.
Era difícil descifrar la expresión de Marian. Sopesaba el libro y guardaba silencio. Miró a Liv.
—¿Qué opinas?
—Es posible. Ha habido otros.
—No para un Ravenwood. Ni para un Duchannes, que sería casi lo mismo.
—Pero usted misma ha dicho, profesora Ashcroft, que la decisión de Lena tendrá consecuencias. Si elige la Luz todos los Caster Oscuros de su familia morirán y si elige la Sombra… —dijo Liv, y se interrumpió. Pero todos sabíamos cómo terminaba la frase: todos los Caster de la Luz de su familia morirán—. ¿No diría usted que su camino tiene un gran significado?
No me gustaba el cariz que estaba tomando la conversación por mucho que no estuviera totalmente seguro de adónde querían llegar Marian y Liv.
—Hola. Por si no habían notado, sigo aquí. ¿Quiere alguien ilustrarme un poco?
Liv se acercó a mí despacio, como si estuviera en la biblioteca leyendo un cuento a un niño.
—Ethan, en el mundo de los Casters, sólo aquellos que tienen grandes propósitos gozan de un guía, de un Wayward. Los Wayward no abundan. Hasta ahora no ha aparecido más de uno por siglo y nunca por casualidad. Si tú eres un Wayward, estás aquí por un motivo… por un propósito grandioso o terrible que sólo tú puedes llevar a cabo. Eres un puente entre el mundo de los Casters y el de los Mortales y tienes que ser muy cauto en todo lo que hagas.
Me senté en la cama. Marian se acercó y se sentó a mi lado.
—Tienes un destino que cumplir, igual que Lena. Lo cual significa que podrían complicarse mucho las cosas.
—¿No te parece que los últimos meses ya han sido bastante complicados?
—No tienes ni idea de las cosas que he visto, de las cosas que vio tu madre —dijo Marian, apartando la mirada.
—¿Así que crees que soy un Wayward de ésos, que soy, como ha dicho Link, una brújula humana?
—Mucho más que eso, los Wayward no sólo conocen el camino,
son
el camino. Guían a los Casters por el camino que les marca el destino, un camino que de otro modo no encontrarían. Podrías ser el Wayward de un Ravenwood o de un Duchannes. De momento no está claro de quién —dijo Liv, y tuve la impresión de que sabía lo que decía. Pero al escucharla a ella y a Marian, yo no dejaba de decirme que todo aquello no tenía ningún sentido.
—Tía Marian, dile que yo no puedo ser uno de esos Wayward, que mis padres son Mortales normales y corrientes.
Ni Marian ni Liv decían lo obvio: que nadie quería revelarme la implicación de mi madre en el mundo Caster ni que Marian formaba parte de ese mundo.
—Los Wayward son Mortales, un puente entre el mundo de los Casters y el nuestro —dijo Liv, y cogió otro libro—. Por supuesto, tu madre no era lo que podríamos llamar una Mortal corriente, de igual forma que ni la profesora Ashcroft ni yo lo somos.
—¡Olivia! —exclamó Marian levantándose. Se había quedado helada.
—No querrás decir que…
—Su madre no quería que lo supiera. Y yo le prometí que no se lo diría. Si ocurre algo que…
—¡Un momento! —dije, dejando el libro en la mesilla con un sonoro golpe—. No estoy de humor para esas reglas que tanto te gustan, Marian. Esta noche no.
Liv jugueteó con el artilugio parecido a un reloj. Estaba nerviosa.
—Soy una tonta.
—¿Qué sabes de mi madre? —dije, mirando a Liv—. Dímelo ahora mismo.
Marian se sentó en la silla que había al lado de la cama.
—Lo siento —dijo Liv, que se había sonrojado e, indefensa, nos miraba a Marian y a mí alternativamente.
—Olivia lo sabe todo de tu madre —intervino Marian.
Me volví hacia Liv. Comprendí lo que iba a decirme antes que lo dijera. La verdad había ido revelándose. Liv sabía demasiado de los Casters y los Wayward y allí estaba, en los Túneles, en el estudio de Macon. Si lo que creían que era no me hubiera confundido tanto, me habría dado cuenta enseguida de que Liv era como ellas. En realidad, no sé por qué tardé tanto en descubrirlo.
—Ethan.
—Eres una de ellas, como tía Marian y como mi madre.
—¿Una de ellas? —preguntó Liv.
—Eres una Guardiana.
Al decirlo se concretaba, se hacía realidad. Sentí todo y no sentí nada al mismo tiempo… mi madre, allí en los Túneles, con el enorme aro en que Marian llevaba las llaves de los Casters. Mi madre y su vida secreta, en aquel secreto mundo del que ni mi padre ni yo formábamos ni podríamos formar parte.
—No soy una Guardiana —dijo Liv, que parecía incómoda—, todavía no. Algún día, quizás. Me estoy formando.
—¿Te estás formando para ser algo más que bibliotecaria del condado de Gatlin? ¿Por eso estás aquí, en medio de ninguna parte a pesar de tu maravillosa beca? ¿O no te han dado una beca y también eso era mentira?
—Soy una mentirosa compulsiva. Tengo una beca, pero me la ha concedido una sociedad de sabios mucho más antigua que la Universidad de Duke.
—Y que tú horroroso colegio.
—Y que mi horroroso colegio.
—Y el Ovaltine, ¿tampoco eso es verdad?
Liv sonrió con expresión de arrepentimiento.
—Soy de Kings Langley y me encanta el Ovaltine, pero si te soy sincera, desde que estoy en Gatlin, prefiero el Quick.
Link se sentó en la cama.
—No entiendo una palabra de lo que están diciendo.
Liv pasó las páginas del libro hasta que apareció una cronología de los Guardianes. Entre los nombres que allí figuraban, estaba el de mi madre.
—La profesora Ashcroft tiene razón. He estudiado los trabajos de Lila Evers Wate. Tu madre era una guardiana brillante, una autora muy importante. Es parte de mi formación leer las notas que dejaron los Guardianes que me han precedido.
¿Notas? ¿Mi madre había dejado unas notas y Liv las había leído y yo no? Me aguanté las ganas de abrir un agujero en la pared de un puñetazo.
—¿Por qué? —pregunté con rabia—. ¿Para que no cometas los errores que ellas cometieron? ¿Para que no acabes muriendo en un accidente que nadie vio y que nadie puede explicar? ¿Para que a tu muerte no dejes a una familia preguntándose en qué habrá consistido tu vida secreta y por qué nunca hablaste de ella?
Liv volvió a sonrojarse. Yo empezaba a acostumbrarme a los círculos rosas que se formaban en sus mejillas.
—Para poder continuar con su trabajo y que sus voces sigan vivas. Para que un día, cuando yo sea Guardiana, sepa cómo proteger al archivo de los Casters, la Lunae Libri, los pergaminos, los documentos de los propios Casters. Y eso es imposible sin consultar las voces de los Guardianes que me han precedido.
—¿Por qué?
—Porque ellos son mis maestros. Yo aprendo de su experiencia, de los conocimientos que acumularon mientras fueron Guardianes. Todo está conectado y, sin sus archivos, no podré entender lo que yo vaya descubriendo.
Negué con la cabeza.
—No lo entiendo.
—¿Qué no entiendes? Yo no entiendo una palabra de nada. ¿De qué demonios están hablando? —dijo Link desde la cama.
Marian apoyó una mano en mi hombro.
—Esa voz que has oído, esa risa, creo que era de tu madre. Lila te ha traído hasta aquí. Probablemente porque quería que tuviéramos esta conversación. Para que comprendieras cuál es tu destino, y el de Lena y el de Macon. Porque estás vinculado a una de sus Casas y a uno de sus destinos. Aunque todavía no sé a cuál.
Pensé en el rostro que había visto en la columna, en la risa y en la sensación de déjà vu por la habitación de Macon. ¿Era mi madre? Llevaba meses esperando una señal suya, desde la tarde en que Lena y yo encontramos su mensaje en los libros del estudio.