Hermosa oscuridad (41 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosa oscuridad
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Liv se agarró de mi brazo hincándome las uñas en la piel. No podía quitar los ojos de Hunting ni de su animal. Estaba seguro de que hasta ese momento de los Íncubos de Sangre sólo conocía lo que había leído en los volúmenes sobre Casters.

—Es un Can sangriento. Están entrenados para atacar en busca de sangre. Mantente alejado de él.

Hunting prendió un cigarrillo.

—Ah, Ethan, veo que te has buscado una novia Mortal. Ya era hora —dijo, exhalando grandes anillos de humo hacia un cielo perfecto y azul—. Casi me dan ganas de dejarte marchar. —El Can profirió un fiero gruñido—. Casi.

—Puedes… puedes dejar… —dijo Link con un tartamudeo— que nos marchemos. No se lo diremos a nadie. Te lo juro.

Uno de los Íncubos se echó a reír, pero Hunting volvió la cabeza para mirarlo y se calló. Era evidente quién era el líder del grupo.

—¿Por qué iba a importarme que se lo dijeras a nadie? En realidad, me encantan los focos, tengo vocación de actor —dijo Hunting, y se aproximó a Link sin apartar la mirada de mí—. De todos modos, ¿a quién se lo ibas a decir? Después de que mi sobrina matara a Macon, no sé quién iba a tener interés en oírlos.

El Can echaba espuma por la boca, como los otros perros de Hunting, los Íncubos que de humano tan sólo tenían el aspecto. Uno de ellos se aproximó a Liv, que se sobresaltó, agarrándose con más fuerzas a mi brazo.

—¿Por qué no dejas de asustarnos? —Intenté aparentar dureza pero no engañe a nadie. Esta vez todos los Íncubos se echaron a reír.

—¿Crees que estamos tratando de asustarlos? Te creía más listo, Ethan. Mis chicos y yo tenemos hambre. Todavía no hemos desayunado.

—¿No querrá decir que…? —dijo Liv con un hilo de voz.

—No te preocupes, pequeña —dijo Hunting guiñándole un ojo—. En tu caso podemos hacer una excepción y limitarnos a morder ese precioso cuello para que así te convirtieras en una de nosotros.

Se me hizo un nudo en la garganta. Nunca se me había ocurrido que, con un mordisco, los Íncubos pudieran transformar a los humanos en seres de su especie.

¿O no podían?

Hunting tiró su cigarrillo a una mata de campanillas. Por unos instantes me sorprendió lo irónico de la situación. Una pandilla de Íncubos vestidos de cuero y fumando como carreteros y plantados en medio de un prado que parecía salido de Sonrisas y lágrimas se aprestaban a matarnos bajo árboles donde trinaban los pájaros.

—Ha sido entretenido charlar con ustedes, pero ya me estoy aburriendo. Me parece que mi capacidad de atención es muy limitada —dijo Hunting y giró el cuello más de lo que un humano es capaz.

Iba a matarme y sus compañeros iban a matar a Link y a Liv. Mi cerebro trataba de procesar la idea mientras mi corazón latía a toda prisa.

—¿A qué esperamos? —dijo Larkin mostrando su lengua bífida.

Liv se refugió en mi pecho escondiendo la cara. No quería mirar. Yo intentaba pensar. No era rival para Hunting pero todos tenemos un talón de Aquiles, ¿o no?

—Bajo mi responsabilidad —dijo Hunting—. Sin supervivientes.

Mi cabeza iba a cien. El Arco de Luz. Contaba con la única arma capaz de vencer a un Íncubo, pero no tenía idea de cómo usarla. Me llevé la mano al bolsillo.

—No —susurró Liv—. No serviría de nada.

Cerró los ojos y la apreté contra mí. Dediqué mis últimos pensamientos a las dos chicas que más significaban para mí: Lena, a la que ya no podría salvar, y Liv, con la que estaba a punto de morir.

Pero Hunting no llegó a atacarnos.

Ladeó la cabeza de un modo muy extraño, como un lobo al escuchar el aullido de otro lobo. A continuación retrocedió seguido de los demás Íncubos, incluidos Larkin y el demoniaco San Bernardo. Se miraban entre sí desorientados. Luego miraron a Hunting esperando una indicación que no llegó. En vez de dar la orden de abalanzarse sobre nosotros retrocedió poco a poco seguido por sus secuaces. Le había cambiado la expresión y parecía más un hombre que el demonio que en realidad era.

—¿Qué está ocurriendo? —susurró Liv.

—No lo sé.

Era evidente que Hunting y sus lacayos también estaban confusos porque andaban en círculo, indecisos, vacilantes. Poco a poco, sin embargo, cada vez se alejaban más de nosotros. Algo los había detenido, pero, ¿qué?

—Ya nos veremos. Y será antes de lo que crees.

Se marcharon. Hunting lo hizo sacudiendo la cabeza como si quisiera librarse de algo o de alguien. Su manada tenía un nuevo jefe, alguien a quien los Íncubos no tenían otro remedio que seguir.

Alguien muy persuasivo.

Y muy hermosa.

En un árbol que había detrás de ellos, estaba apoyada Ridley lamiendo un chupachups. Uno a uno, los Íncubos se fueron desmaterializando.

—¿Quién es esa? —preguntó Liv al advertir a Ridley, quien curiosamente, no estaba fuera de lugar con sus mechas rosas, su rara minifalda u unas raras ligas, y sus sandalias de tacón. Parecía una caperucita roja Caster con unas tortitas envenenadas para su malvada abuela. Tal vez Liv no tuviera ocasión de distinguirla con claridad en el club Exilio, pero ahora no podía dejar de verla.

—Una chica muy pero muy mala —comentó Link con la mirada fija en Ridley, que se acercó a nosotros tan presumida como siempre.

—Maldita sea dijo tirando el chupachups… el numerito me ha dejado agotada.

—¿Nos has salvado tú? —preguntó Liv aún estremecida.

—Ni lo dudes, Mary Poppins. Pero ya me darán las gracias más tarde, ahora tenemos que salir pitando. Larkin es un imbécil, pero tío Hunting es poderoso. Mi influencia no durará mucho.

Su hermano y su tío, muchas manzanas podridas caídas del árbol genealógico de Lena. Ridley se fijó en mi brazo, o más bien en el brazo de Liv, que se enroscaba en el mío. Se quitó las gafas y sus ojos desprendieron un brillo dorado.

Liv no se dio cuenta.

—¿Qué os pasa a los americanos? —preguntó—. ¿A la única británica a la que conocen es a Mary Poppins?

—Nos encontramos en todas partes, pero no nos han presentado como es debido —dijo Ridley mirándome con el ceño fruncido—. Soy Ridley, la prima de Lena.

—Soy Liv. Trabajo en la biblioteca con Ethan.

—Como te vi en un club Caster y ahora te encuentro en un túnel, imagino que te refieres a la bibliotequita de ese pueblucho, lo que me hace suponer que eres una Guardiana. ¿Me equivocó?

Liv me soltó el brazo.

—En realidad me estoy formando para ser Guardiana, pero mi preparación está siendo muy intensiva.

Ridley examinó a Liv de arriba abajo y sacó un chicle.

—Evidentemente, no habrá sido tan intensiva si no reconoces a una Siren cuando la tienes delante —dijo Ridley, e hizo un globito con el chicle que explotó en la cara de Liv—. Y vámonos ya antes de que mi tío vuelva a pensar por sí mismo.

—Contigo no vamos a ninguna parte.

Ridley se enroscó el chicle en el dedo con gesto de impaciencia.

—Sí, prefieren servir de alimento de mi tío, adelante. La elección es de ustedes, pero les advierto que en la mesa tienen unos modales asquerosos.

—¿Por qué nos has ayudado? ¿A cambio de qué? —pregunté.

—A cambio de nada —dijo Ridley mirando a Link, que empezaba a recobrarse de la sorpresa—. No podía permitir que a mi chico le pasara algo.

—Porque significo mucho para ti, ¿verdad? —espetó Link.

—No exageres. Pero fue bonito mientras duró.

Tal vez Link exagerase su dolor, pero era Ridley la que parecía más incómoda.

—Lo que tú quieras, nena.

—No me llames nena —dijo Ridley echándose el pelo hacia atrás y explotando otro globito de chicle—. Pueden venir conmigo o quedarse aquí y enfrentarse solos a mi tío —dijo, y se encaminó hacia los árboles—. La Banda de Sangre los perseguirá en cuanto se olvide de mí.

La Banda de Sangre. Genial. Así que tenía un nombre.

Liv dijo en voz alta lo que todos pensábamos.

—Ridley tiene razón. Si esos Íncubos nos están siguiendo, no tardaran mucho en alcanzarnos. —Me miró—. No tenemos otra elección —concluyó, y avanzó por el prado detrás de Ridley.

No me apetecía seguir a Ridley a ninguna parte, pero la perspectiva de morir a mano de una banda de Íncubos de sangre no resultaba muy atractiva. Link y yo nos pusimos en marcha sin pararnos a discutirlo.

Daba la impresión de que Ridley sabía perfectamente adónde se dirigía. Aunque Liv no descuido los mapas en ningún momento, Ridley se apartó del camino y atajó por el prado en dirección a unos árboles que se divisaban a lo lejos. A pesar de sus sandalias andaba a un buen paso, tanto que al resto nos costaba seguirla.

Link aceleró para ponerse a su altura.

—¿Qué estás haciendo aquí en realidad, Rid?

—Me parece patético admitirlo, pero he venido a ayudarlos, pandilla de incautos.

Link ahogó una carcajada.

—Ya bueno, los chupachups ya no funcionan conmigo. Prueba otra cosa.

Según nos íbamos acercando, la hierba del prado se iba haciendo más alta. Caminábamos tan deprisa que las hojas me daban en la espinillas, pero no aminoré el paso. Tenía tantas ganas como Link de averiguar que proponía Ridley.

—No tengo ningún plan, chico guapo. Pero no estoy aquí por ti, sino para ayudar a mi prima.

—Lena te importa un bledo —espeté.

Ridley se detuvo para mirarme.

—¿Sabes lo que de verdad me importa un bledo, Malapata? Tú. Pero por alguna razón, entre mi prima y tú hay una conexión especial, y es posible que tú seas la única persona capaz de convencerla de que dé la vuelta antes de que sea demasiado tarde.

Me paré.

—¿Quieres decir… —dijo Liv mirando a Ridley con frialdad— antes de que llegue a la Frontera, al lugar del que tú misma le has hablado?

Ridley miró a Liv con maldad.

—Premio para la chica. Nuestra Guardiana ha aprendido un par de cosillas. —Liv no se inmutó—. Pero no he sido yo la que le habló de la Frontera. Fue John, que está obsesionado con ella.

—¿John? ¿Te refieres al John que tú le presentaste? ¿Al chico con quién se ha fugado porque tú la convenciste? —grité sin importarme que la Banda de Sangre pueda oírme.

—Tranquilo, Malapata. No sé si me creerás, pero lo cierto es que Lena es libre de decidir —dijo Ridley con un tono alga más conciliador—. Y quería ir.

Recordé el momento en que vi hablar a Lena y a John de un lugar que los aceptarían tal como eran. Un lugar en el que podrían ser ellos mismos. Por supuesto, Lena deseaba ir. Llevaba toda la vida soñando con algo así.

—¿A qué viene ese repentino cambio de idea, Ridley? ¿Por qué ahora quieres detenerla?

—La Frontera es peligrosa, no como ella cree.

Ridley apartó la mirada. Yo tenía razón.

Ridley daba golpecitos sobre sus uñas pintadas de púrpura, un tic nervioso que Casters y Mortales compartían.

—Sarafine no actúa sola —dijo.

En ese instante recordé la carta de mi madre a Macon. Abraham. Sarafine actuaba en connivencia con Abraham, alguien lo bastante poderoso para ayudar a convocar la luna.

—Abraham —dijo Liv con tranquilidad—. Pues no sabes que alegría que me das.

Link reaccionó antes que yo.

—¿Y no se lo has dicho a Lena? ¿Tal loca y tan mala eres?

—Yo…

—Es una cobarde —la interrumpí.

Ridley se irguió con un brillo de rabia en los ojos.

—¿Soy cobarde porque no quiero acabar muerta? ¿Sabes lo que mi tía y ese monstruo podrían hacerme? —dijo disimulando el temblor de su voz—. Me gustaría ver cómo te enfrentas a esos dos, Malapata.

—Comparada con Abraham, la madre de Lena es como una gatita. —
Lucille
siseó—. Pero eso no importa mientras Lena no llegue a la Frontera. Y si quieres detenerla, más vale que nos pongamos en marcha ya. No sé cómo llegar, sólo se dónde los dejé.

—Si no conoces el camino, ¿cómo pensabas llegar? —le pregunté. Era imposible saber si nos estaba mintiendo.

—John sabe ir.

—¿Y sabe también que Sarafine y Abraham están allí? —¿Habría estado engañando a Lena desde el principio?

Ridley negó con la cabeza.

—No lo sé. Es muy difícil saber que piensa John. Tiene… problemas.

—¿Cómo vas a convencerla de que no vaya? —Yo ya había intentado hablar con Lena sin conseguir nada.

—Eso te corresponde a ti, aunque esto podría ayudar —dijo Ridley y me lanzó un cuaderno de espiral muy usado que habría podido reconocer en cualquier parte.

Me había pasado tardes enteras viendo escribir a Lena en aquella libreta.

—¿Se lo has robado? —dijo Link.

Ridley le tiró del pelo.

—Robar es una palabra muy fea. Se lo he cogido prestado y deberías darme las gracias. Tal vez encontremos algo de utilidad en medio de tanto asqueroso babeo sentimental.

Guardé el cuaderno en mi mochila. Me resultaba muy raro volver a coger un objeto de Lena. Ahora llevaba los secretos de Lena en la mochila y los de mi madre en el bolsillo. Y no estaba seguro de ser capaz de cargar con más secretos.

Liv tenía más interés en los motivos de Ridley que en el cuaderno de Lena.

—Espera un momento. ¿Ahora nos vamos a tener que creer que tú formas parte del bando de los buenos?

—Demonios, no. Yo soy mala hasta la médula. Pero me importa muy poco lo que tú puedas pensar —dijo Ridley mirándome de reojo—. En realidad, yo también me pregunto qué estás haciendo tú aquí.

Intervine antes de que Ridley sacara otro chupachups y mandara a Liv directamente al plato de Hunting.

—Entonces, ¿es verdad que quieres ayudarnos a encontrar a Lena?

—Exacto, Malapata. No nos caemos bien, eso es cierto, pero tenemos intereses comunes. —Se volvió hacia Liv pero me hablaba a mí—. Los dos queremos a la misma persona y ahora tiene problemas. Yo deserté, de acuerdo, pero vamos a seguir avanzando antes de que mi tío acabe por atraparlos.

Link miró a Ridley.

—Tío, esto es lo último que me esperaba.

—No te pienses que es más de lo que es. Volveré a ser tan mala como siempre en cuanto consigamos que Lena regrese.

—Eso nunca se sabe, Rid. Tal vez si matamos a la Bruja Mala del Oeste, el Mago de Oz te regale un corazón.

Ridley se volvió y siguió caminando. Sus tacones se hundían en el barro.

—Como si me hiciera falta.

19 DE JUNIO
Consecuencias

I
NTENTÁBAMOS MANTENER el paso de Ridley, que avanzaba zigzagueando entre los árboles. Liv iba detrás y consultaba constantemente el mapa y el selenómetro. Confiaba en Ridley tan poco como Link o yo.

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