Hermosa oscuridad (9 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosa oscuridad
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—Mitchell, más te vale comer esos huevos. Un tazón de cereales no se puede llamar desayuno.

—Buenos días para ti también, Amma —repuso mi padre sonriendo como un niño.

Amma lo miró de reojo y plantó un vaso de leche con cacao junto a mi plato, aunque yo ya casi nunca tomaba cacao.

—Me parece que te has puesto muy poco beicon —dijo, sirviendo en mi plato unas cuantas lonchas. Amma siempre me trataría como si tuviera seis años—. Pareces un muerto viviente. Lo que te hace falta es alimento para el cerebro. Tienes que aprobar los exámenes.

—Como usted diga, señora.

Bebí despacio el vaso de agua que Amma le había puesto a mi padre y Amma me amenazó con la Amenaza Tuerta, como yo lo llamaba, un cucharón de madera con un agujero. Era un objeto tristemente célebre. Cuando era pequeño y le daba una mala contestación, Amma me perseguía por toda la casa con él, aunque nunca llegó a darme. Yo, jugando, siempre esquivaba los golpes.

—Y será mejor que los apruebes todos porque no pienso llevarte a esa escuela de verano a la que van a ir los hijos de Petty. Vas a buscarte un trabajo como tú mismo prometiste —dijo, sorbiendo por la nariz y blandiendo la cuchara—. Cuando se tiene mucho tiempo libre, surgen los problemas y últimamente tú ya has tenido demasiados.

Mi padre sonrió por no soltar una carcajada. Apuesto a que Amma le decía lo mismo cuando él tenía mi edad.

—Como usted diga, señora.

Sonó el claxon de un coche. Era Link, que había venido a buscarme. Cogí la mochila y me levanté. Al instante, advertí la borrosa silueta del cucharón zumbando a pocos centímetros de mi espalda.

Me metí al coche y bajé la ventanilla. La abuela de Lena se había salido con la suya y su nieta había vuelto a clase hacía una semana. El primer día me acerqué a su casa para llevarla y pasé incluso por Stop & Steal para comprarle un bollo de frutas, la especialidad del local, pero cuando llegué a Ravenwood, Lena ya se había marchado. Prefería ir sola al instituto, así que Link y yo habíamos vuelto a las viejas costumbres e íbamos a clase en su vieja chatarra.

Link bajó la música, que atronaba en el vecindario.

—Cuando llegues a ese instituto, Ethan Wate, que no tenga que avergonzarme de ti. ¡Y tú apaga ésa música, Wesley Jefferson Lincoln! Hasta a los tomates de mi huerta vas a asustar con tanto jaleo —bramó Amma.

Link contestó tocando el claxon.

Amma dio un golpe en el buzón del correo con el cucharón, puso los brazos en jarras y se calmó.

—Apruébame esos exámenes tuyos y a lo mejor te hago una tarta.

—¿De melocotón? —sugirió Link.

Amma resopló.

—Puede ser —respondió asintiendo con la cabeza.

Nunca habría llegado a admitirlo, pero al cabo de tantos años, Amma tenía debilidad por Link. Mi amigo pensaba que Amma sentía lástima por su madre tras lo ocurrido con Sarafine, una experiencia tipo ladrones de ultra cuerpos, pero no se trataba de eso. Lamentaba la situación de Link. «No puedo creer que ese chico no le quede otro remedio que vivir con esa mujer. Mejor sería que lo criaran los lobos» , había dicho la semana anterior mientras envolvía para él una tarta de nueces.

—Lo mejor que me ha ocurrido nunca es que la madre de Lena conociera a mi madre —me dijo una vez Link con una sonrisa—, si no, Amma no me hace una tarta en su vida.

Fue su único comentario sobre el horrible cumpleaños de Lena, que no volvió a mencionar.

Y así, sin más, nos dirigimos al instituto. No añado nada nuevo al decir que, como de costumbre, llegamos tarde.

—¿Has estudiado lengua?

Era una pregunta retórica. Como yo sabía perfectamente, Link no abría un libro desde séptimo.

—No. Voy a copiar el examen.

—¿A quién?

—¿Y a ti que te importa? A alguien más listo que tú.

—¿Ah, sí? La última vez se lo copiaste a Jenny Masterson y te suspendieron.

—No he tenido tiempo de estudiar, he estado escribiendo una canción. A lo mejor la tocamos en la Feria de Condado. A ver qué te parece. —Link me cantó la canción entera. Fue muy raro, porque lo hizo al tiempo que en el equipo de música del coche sonaba una grabación con su voz—.
Niña del chupachups, te fuiste sin decir adiós. Grité tu nombre, pero nadie me oyó
.

Genial, otra canción inspirada en Ridley. Lo cual no debería haberme sorprendido, porque en los últimos cuatro meses, Link sólo escribía canciones sobre Ridley. Yo empezaba a pensar que se pasaría la vida componiendo canciones para la prima de Lena, a la que, por cierto, Lena no se parecía en nada. Ridley era una Siren y empleaba su poder de persuasión para conseguir lo que se proponía con sólo lamer un chupachups. En este caso, Link era el chupachups. Se había aprovechado de él y

luego había desaparecido, pero Link no la había olvidado. De todas formas, yo no le culpaba. Debía de ser muy duro enamorarse de una Caster Oscura, porque a veces lo era y mucho estarlo de una Caster de Luz.

El ruido era ensordecedor, pero yo iba pensando en Lena. Transcurridos unos minutos, la voz de Link se perdió bajo el tronar de mis pensamientos y empecé a oír
Diecisiete lunas
, sólo que la letra había cambiado:

Diecisiete lunas, diecisiete vueltas,

ojos oscuros que brillan y queman,

llega la hora, aunque uno es primero,

arrastra la luna y le prende fuego…

¿Llegaba la hora? ¿Qué quería decir eso? Todavía quedaban ocho meses para la Decimoséptima Luna de Lena. ¿Por qué había llegado la hora? ¿Quién era «uno»?¿A qué fuego se refería la canción?

Link me hizo volver en mí con una palmada en la cabeza y dejé de oír la canción

Link tenía la música a todo volumen y hablaba a gritos.

—Si no puedo conseguir un ritmo más lento, va a sonar muy rockera. —Lo miré y me dio otra palmada en la cabeza—. No te preocupes tanto, hombre, que no es más que un examen. A veces pienso que estás más loco que una cabra.

Lo malo era que no iba desencaminado.

Ni siquiera al llegar al instituto tuve la sensación de que era el último día de clase. Para los alumnos de último curso no lo era, todavía les quedaba la ceremonia de graduación del día siguiente y una fiesta que duraba toda la noche y en la que normalmente más de uno acababa con intoxicación etílica. Pero los alumnos de segundo y tercero no nos quedaban más que un examen. Luego seríamos libres.

Nada más bajarnos del coche, Savannah y Emily pasaron a nuestro lado sin prestarnos atención. Llevaban unas minifaldas más cortas de lo habitual y unos tops bajo los que asomaban las cintas del bikini. El de Savannah era estampado; el de Emily, de cuadros rosa.

—¿Has visto? —dijo Link con una sonrisa—. ¡Empieza el verano!

Yo casi lo había olvidado, pero estábamos a un sólo examen de las tardes en el lago. Aquel día, todo el que era alguien en aquel instituto llevaba puesto el bañador, porque el verano no empezaba oficialmente hasta darse un baño en el lago Moultrie. Los alumnos del Jackson High solíamos darnos cita en un lugar llamado Monck’s Corner, donde el lago era más ancho y profundo y al nadar te daba la impresión de que estabas en el mar. Y, en efecto, salvo por los siluros y la maleza de las orillas era igual que el mar. El año anterior Link y yo habíamos ido al lago en la camioneta del hermano de Emory acompañados de Emily, Savannah y la mitad del equipo de baloncesto. Pero eso había sido el año anterior.

—¿No vas a ir?

—No.

—Llevo otro bañador en la parte de atrás, aunque no es tan fresco como éste — me dijo Link levantándose la camisa para que pudiera ver su traje de baño, que era de cuadros escoceses naranjas y amarillos. Mi amigo siempre tan discreto.

—Yo no voy, paso.

Link sabía por qué, pero no quiso hacer ningún comentario. Prefería actuar como si nada hubiera cambiado. Como si entre Lena y yo todo siguiera igual.

—Estoy seguro —insistió Link, que al parecer no se daba por vencido—, de que Emily te tiene reservada la mitad de su toalla —dijo con ironía, porque los dos sabíamos que no era cierto. Nuestros compañeros habían iniciado ya hacía tiempo una campaña de odio y de lástima y supongo que en aquellos días Link y yo éramos blancos fáciles. El acoso no tenía ninguna emoción, era como pescar peces en un barril.

—Déjalo ya.

Link se paró en seco y me agarró del brazo. Aparté su mano y, con una mirada, le pedí que no siguiera. Sabía perfectamente lo que iba a decir, así que di por zanjada nuestra conversación antes de empezarla.

—Oh, vamos. Ya sé que su tío ha muerto, pero tienes que dejar de actuar como si lo hubieran enterrado ayer, sé que la quieres, pero…

Era algo de lo que no había querido hablar aunque los dos lo hubiéramos pensado. Pero no volvió a sacar el tema. Era Link, mi amigo, y se sentaba a mi lado en el comedor cuando nadie más lo hacía.

—No te preocupes, no pasa nada.

Lena y yo teníamos que resolver nuestros problemas. No quedaba otro remedio.

Yo no sabía estar sin ella.

—Resulta doloroso verlo, colega. Te trata como…

—¿Cómo qué? —repliqué, desafiándole. Cerré el puño. Aguardaba a que Link me diera un motivo para estallar. Me resultaba muy difícil reprimir las ganas de ponerme a dar puñetazos.

—Como las chicas me suelen tratar a mí —dijo, y creo que esperaba que le pegase. Puede incluso que desease que lo hiciera si con ello podía ayudarme.

Pero se encogió de hombros. Yo aflojé el puño. Link era Link, por mucho que a veces me entraran ganas de darle una patada en el culo.

—Lo siento, amigo.

Se rió y echó a andar por el pasillo algo más deprisa de lo habitual.

—No pasa nada, psicópata.

Cuando subía la escalera hacia mi inevitable condenación, sentí la familiar punzada de soledad. Tal vez Link tuviera razón. La tensa situación que tenía con Lena no podía prolongarse durante mucho tiempo. Ya nada era lo mismo. Si hasta Link se daba cuenta, quizás había llegado el momento de afrontar la realidad.

Me empezó a doler la tripa. Coloqué las manos en los costados. Como si aprontando pudiera extraer la pena.

L, ¿dónde estás?

Me senté en mi mesa justo cuando sonó el timbre. Lena estaba en la mesa contigua, en el lado del Ojo Bueno, donde solía estar. Pero no parecía la misma.

Llevaba una camiseta con cuello de pico varias tallas más grandes y una minifalda negra muy corta que jamás se habría puesto tres meses antes y que, con la camisa de Macon encima, apenas se veía. También lucía el anillo de su tío, que él solía girar en el dedo cuando estaba pensando. Lo llevaba colgado de una cadena nueva —la vieja se había roto y perdido entre las cenizas la noche de su cumpleaños—, junto con el anillo de mi madre, que yo le había regalado por amor, un gesto que tal vez ella ya no apreciara. Por algún motivo, Lena cargaba fielmente con sus fantasmas y con los míos y se negaba a desprenderse de ellos. Mi madre muerta y su difunto tío atrapados con anillos de oro, platino y otros metales preciosos, colgando en su collar de amuletos, ocultos bajo prendas de ropa que había tomado prestadas.

La señora English empezó a repartir los exámenes y parecía que le agradaba mucho que la mitad de sus alumnos llevaran bañador o toalla de baño. Emily, naturalmente, no había olvidado ninguna de las dos cosas.

—Cinco preguntas cortas: diez puntos cada una; preguntas tipo test: veinticinco puntos; redacción: otros veinticinco puntos. Lo siento, pero esta vez Boo Radley no se puede quedar. Tema: El extraño caso del doctor Jekyll y mister Hyde. Lo siento mucho, señores, pero todavía no ha llegado el verano.

En primavera habíamos leído Matar a un ruiseñor. Yo recordé la primera vez que Lena se había presentado en el aula con un ejemplar destrozado.


Boo Radley
está muerto, señora English. Le han clavado una estaca en el corazón.

No sé quién de las amigas de Emily lo dijo, pero todos entendimos que se estaba refiriendo a Macon. Como en los viejos tiempos, la ocurrencia iba dirigida a Lena.

Cuando la oleada de carcajadas que recorrió la clase se disipó, me mantuve expectante esperando a que las ventanas se cerrasen de golpe o algo parecido, pero no se oyó ni un chirrido. Lena no reaccionó. Quizá no lo hubiera oído o quizá le diera igual lo que pudieran decir los demás.

—Apuesto a que el viejo Ravenwood ni siquiera está en el cementerio. Seguro que su ataúd está vacío. Si es que tiene ataúd, claro.

Lo dijeron lo bastante alto para que la señora English levantase la vista y mirase al fondo del aula.

—Cállate, Emily —dije yo entre dientes.

Esta vez Lena se volvió y miró a Emily a los ojos. Con eso fue suficiente. Emily echó un vistazo al examen, como si tuviera algo que decir de
El doctor Jekyll y mister Hyde
. Nadie se atrevía a enfrentarse a Lena, todos los demás, murmuraban sobre ella. Lena se había convertido en la nueva
Boo Radley
. Me pregunté qué habría dicho Macon al respecto.

Y aún seguía preguntándomelo cuando alguien gritó desde las últimas filas de la clase.

—¡Socorro! ¡Fuego!

Estaba ardiendo el examen de Emily, que lo dejó caer al suelo de linóleo y siguió gritando. La señora English cogió su suéter del respaldo de la silla, se dirigió al fondo del aula y ladeó la cabeza para mirar por su ojo sano. Tres buenas manotadas y sofocó el pequeño incendio. En el suelo quedó el examen humeante y carbonizado y una zona ennegrecida.

—Le juro que ha sido una combustión espontánea. Yo estaba escribiendo y empezó a arder.

La señora English cogió un pequeño encendedor del pupitre de Emily.

—¿De verdad? Recoge tus cosas, vete al despacho del señor Harper y se lo cuentas a él.

Emily salió del aula hecha una furia y la señora English regresó a su sitio. Cuando pasó a mi lado, advertí que el mechero estaba adornado con una media luna de plata.

Lena volvió a su examen y siguió escribiendo. Yo me fijé en su holgada camiseta blanca y en el collar que tintineaba debajo. Llevaba un peinado curioso, con el cabello recogido en un moño muy raro, otro cambio que no se molestó en explicar. La avisé dándole un toquecito con el lápiz. Dejó de escribir y me miró con una sonrisa llena de malicia. Lo mejor que en aquellos días fue capaz de dedicarme.

Yo le devolví la sonrisa, pero ella volvió a concentrarse en su examen como si prefiriera reflexionar sobre la asonancia y la consonancia en lugar de mirarme. Como si mirarme doliera o, peor, como si no tuvieras ganas de hacerlo.

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