Hermosa oscuridad (10 page)

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Authors: Kami Garcia & Margaret Stohl

Tags: #Fantástico, Infantil y juvenil, Romántico

BOOK: Hermosa oscuridad
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Cuando sonó el timbre, fue como si el Jackson High se convirtiera en Nueva Orleans en pleno Mardi Grass de carnaval. Las chicas se quitaron las camisetas y echaron a correr por el aparcamiento en bikini, las taquillas se quedaron vacías y los cubos de basura abarrotados de cuadernos. Las palabras se convirtieron primero en exclamaciones y luego en gritos de celebración porque los alumnos de segundo curso pasarían a tercero y los de tercero a cuarto. Finalmente, todos habían conseguido lo que llevaban todo el año esperando: la libertad y un nuevo comienzo partiendo de cero.

Todos menos yo.

Lena y yo nos dirigimos a los coches. Al subir un bordillo, ella tropezó y nos tocamos un instante. Sentí electricidad de antaño, pero fría, como las últimas veces. Lena se apartó para evitarme.

—Bueno, ¿qué tal te ha salido? —dije, intentando entablar conversación como si no fuéramos más que dos extraños.

—¿El qué?

—Pues el examen.

—Supongo que habré suspendido. No he leído lo que mandaron.

Resultaba difícil creer que Lena no leyera ninguno de los libros obligatorios de lengua, sobre todo teniendo en cuenta que meses atrás había contestado a todas las preguntas a propósito de Matar a un ruiseñor.

—¿Ah, no? Pues a mí me ha salido genial. Robé una copia del examen de la mesa de la señora English la semana pasada. —Era mentira. En Casa Amma, antes suspender que hacer trampas. Pero Lena no me escuchaba. Agité la mano delante de sus ojos—. L, ¿has oído lo que estaba diciendo?

Quería comentarle mi sueño, pero primero tenía que lograr que me prestara atención.

—Lo siento. Tengo muchas cosas en qué pensar —me respondió.

Era poca cosa, pero más de lo que había conseguido en las últimas semanas.

—¿Qué cosas?

Vaciló.

—Nada.

¿Nada bueno o nada de lo que se pueda hablar aquí?

Se paró en seco y me miró. Comprendí que no quería que escuchase sus pensamientos.

—Nos mudamos, dejamos Gatlin.

—¿Qué?

No me lo esperaba, probablemente como ella pretendía. Me estaba cerrando el paso para que no pudiera ver su interior. Algo le estaba sucediendo, pero ocultaba los pensamientos que no deseaba compartir. Yo creía que necesitaba tiempo y no me había dado cuenta de que en realidad quería alejarse de mí.

—No quería que lo supieras todavía. Sólo serán unos meses.

—¿Tiene algo que ver con…? —pregunté con un nudo en el estómago. Estaba empezando a acostumbrarme a la sensación de pánico.

—No tiene nada que ver con ella — respondió Lena agachando la cabeza—. La abuela y tía Del opinan que si me alejo de Ravenwood pensaré menos en… pensaré menos en él.

Que si me alejo de ti
, fue lo que yo entendí.

—Las cosas no funcionan así, Lena.

—¿No funcionan cómo?

—Aunque salgas huyendo, no vas a olvidar a Macon.

Cuando mencioné a su tío se puso tensa.

—¿Ah, no? ¿Eso dicen tus libros? ¿Y en qué fase del duelo opinas que estoy? ¿En la quinta o en la sexta? ¿O ya he llegado a la última?

—No te pongas así…

—¿Recuerdas ese consejo que dice: déjalo todo y vete ahora que todavía estás a tiempo? Tal vez sea en la fase en la que me encuentro, ¿no?

Me paré en seco y la miré.

—¿Eso es lo que quieres?

Enroscó un dedo en el collar de los amuletos y torció la larga cadena de plata. De aquella cadena colgaban nuestros pequeños recuerdos, vestigios de lo que habíamos hecho y visto juntos. Siguió retorciéndola hasta que temí que se rompiera.

—No lo sé. Una parte de mí quiere irse para no volver nunca y otra no puede soportar la idea de marcharse porque él amaba Ravenwood y me lo legó a mí.

¿Esa es la única razón?

Esperé que completara su explicación, que dijera que no quería separarse de mí. Pero no lo dijo.

Cambié de tema.

—Tal vez por eso hemos soñado con aquella noche.

—¿De qué sueño estás hablando? —dijo. Por fin había logrado captar su atención.

—Del sueño que tuvimos anoche acerca de tu cumpleaños. Quiero decir, parecía tu cumpleaños hasta que apareció Sarafine y me clavó el cuchillo. Era todo tan real… Hasta me he despertado con esto —dije, levantándome la camiseta.

Lena se fijó en la cicatriz de mi abdomen, una línea dentada aún inflamada y sonrosada. Su estupor fue mayúsculo, tanto que me pareció que estaba a punto de desmayarse. Se quedó pálida, con expresión de pánico. Por primera vez en varias semanas, advertí una emoción auténtica en sus ojos.

—No sé a qué te refieres. Yo anoche no soñé nada.

Por su mirada y la seguridad con que lo dijo supe que hablaba en serio.

—Qué raro. Lo normal es que soñemos lo mismo —dije. Quería aparentar tranquilidad, pero me palpitaba el corazón. Lena y yo teníamos los mismos sueños incluso antes de conocernos. Ésa había sido la razón de las primeras visitas nocturnas de Macon, que extraía de mis sueños algunas partes para que Lena no las viera. Macon había llegado a afirmar que entre Lena y yo existía un vínculo tan fuerte que ella soñaba mis sueños. Si ya no lo hacía, ¿qué podía significar?

—He soñado con la noche de tu cumpleaños. Te oía llamarme, pero al llegar a la cripta, me encontraba con Sarafine y me sacaba un cuchillo. —Lena parecía a punto de caerse redonda. Tendría que haber interrumpido mi relato, pero no pude. No sabía por qué, pero algo me obligaba a proseguir—. ¿Qué ocurrió aquella noche. L? No llegaste a contármelo. Tal vez por eso sueño con ello.

Ethan, no puedo, no me obligues
.

No podía creerlo. Oía a Lena de nuevo dentro de mi cabeza, hablándome kelting otra vez. Quise entrar en su cabeza.

Claro que podemos hablar. Tú me tienes que hablar
.

No sé qué sentía en aquellos momentos, pero no quiso contármelo. La puerta que comunicaba nuestras mentes se cerró de un portazo.

—Ya sabes lo que ocurrió. Te caíste al intentar trepar a la cripta y perdiste el conocimiento.

—Pero, ¿qué le pasó a Sarafine? —pregunté.

—No lo sé —respondió agarrando con fuerza las correas de su mochila—. Había fuego por todas partes, ¿no te acuerdas?

—¿Desapareció así, sin más?

—No lo sé, no se veía nada. Lo único que sé es que cuando el fuego se extinguió, no estaba por ninguna parte. —Se había puesto a la defensiva, como si yo la estuviera acusando de algo—. ¿Por qué insistes tanto? Tú has soñado y yo no, de acuerdo, ¿y qué? No habrá sido un sueño como los otros. No querrá decir nada — concluyó alejándose.

Me interpuse en su camino y volví a levantarme la camiseta.

—Entonces, ¿qué explicación le das a esto?

La cicatriz tenía un color rosado, como si la herida se hubiera cerrado hacía muy poco. Lena abrió mucho los ojos, que captaron el esplendor del primer día de verano. A la luz del sol, sus ojos color avellana desprendían destellos dorados. No respondió.

—Además, la letra de la canción está cambiando. Y sé que tú también la oyes. «¿Llega la hora?» ¿Es que no vamos a hablar de ello?

Retrocedió, alejándose de mí. Era, supongo, su manera de responder a mi pregunta. No me importó. Nada podría detenerme.

—¿Qué está pasando, Lena? Dímelo, por favor —insistí. Lena negó con la cabeza—. ¿Qué está pasando?

No pude seguir porque Link se acercó a nosotros.

—Me parece —dijo, dándome en el hombro con la toalla—, que excepto ustedes dos, hoy nadie se va a dar un baño en el lago.

—¿De qué estás hablando?

—Ay, fíjate en las ruedas, maldito. Todas están pinchadas. Hasta mi montón de chatarra.

—¿Todos los coches?

Fatty, el conserje del Jackson, no podría dar abasto. Calculé mentalmente cuántos automóviles había en el aparcamiento. Suficientes para trasladar el asunto a Summerville o, quizás, a la oficina del sheriff. No, Fatty no podría dar abasto. Aquel incidente sobrepasaba sus competencias.

—Todos los coches menos el de Lena —dijo Link señalando el Fastback. Aquél era, en efecto, el nuevo coche de Lena, pero a mí todavía me costaba hacerme a la idea.

En el aparcamiento reinaba el caos. Savannah hablaba por el móvil, Emily se dirigía a gritos a Eden Westerly, el equipo de baloncesto no iría a ninguna parte.

Link chocó su hombro con el de Lena.

—La verdad es que no te culpo por los demás, pero ¿tenías que cargarte también mi estupenda chatarra? Últimamente ando escaso de fondos y no sé si me llega para comprar unos neumáticos nuevos.

Miré a Lena. Se había quedado estupefacta.

Lena, ¿has sido tú?

—No he sido yo.

Algo no marchaba bien. La Lena de siempre nos habría decapitado sólo por preguntar.

—¿Crees que habrá sido Ridley o…? —me interrumpí y miré a Link. No quería pronunciar el nombre de Sarafine.

—Ridley no ha sido —repuso Lena negando con la cabeza. Ni parecía ella ni parecía segura de sí misma—. Aunque no me crean, ella no es la única que odia a los Mortales.

La miré, pero fue Link quien preguntó lo que ambos estábamos pensando.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque lo sé.

En medio del desorden del aparcamiento se oyó arrancar una moto. Conducida por un hombre con camiseta negra, se paseó por entre los coches echando humo delante de las narices de las furiosas animadoras. Luego enfiló la carretera y desapareció. El hombre que la conducía llevaba casco, así que no pudimos verle la cara. Pero la moto era una Harley.

Sentí una punzada en el estómago, aquella moto me resultaba familiar. ¿Dónde la había visto? En el Jackson nadie tenía moto. El Quad de Hank Porter, que estaba en el taller tras volcar la última fiesta de Savannah, era lo más parecido. O ésa al menos era la información que, ahora que nadie me invitaba a ninguna fiesta, había llegado a mis oídos.

Lena se quedó mirando la moto como si hubiera visto un fantasma.

—Vámonos de aquí —dijo y bajó las escaleras y corrió hacia su coche.

—¿Adónde? —dije yo yendo tras ella mientras Link se esforzaba por alcanzarnos.

—A cualquier sitio menos éste.

12 DE JUNIO
El lago

—S
I NO HA SIDO RIDLEY, ¿por qué no han pinchado las rudas de tu coche? —insistí. Lo que había pasado en el aparcamiento no tenía sentido y no podía dejar de pensar en ello. Tampoco en la moto. ¿Dónde la había visto?

Lena contemplaba el lago y no me prestó atención.

—Lo más probable es que sea una casualidad —respondió. Ni ella ni yo creíamos en las casualidades.

—No lo dirás en serio.

Cogí un puñado de la arena gruesa y marrón de la orilla. Exceptuando a Link, teníamos el lago entero para nosotros solos. Los demás alumnos del instituto debían de estar en la gasolinera haciendo cola para comprar neumáticos nuevos antes de que Ed echara el cierre.

En cualquier otro pueblo lo normal al llegar al lago habría sido no descalzarse, a lo que nosotros llamábamos arena lo llamarían tierra y a aquella parte del lago, ciénaga inmunda. Pero las turbias aguas del lago Moultrie eran lo más parecido a una piscina que teníamos en Gatlin. Casi todo el mundo acudía a la orilla norte porque había árboles y los coches se aparcaban cerca, de modo que en aquella parte, la parte en la que estábamos, jamás te encontrabas con nadie que no fuera alumno del instituto y mucho menos con tus padres.

Me pregunté que estábamos haciendo allí. Se me hacía muy raro estar solos porque aquellos días todos tenían planeado ir al lago. Cuando Lena me dijo que quería ir, no le creí. Sin embargo, fuimos. Link chapoteaba en el agua y Lena y yo compartíamos la toalla sucia que él sacó del asiento trasero de su coche al marcharnos del instituto.

Lena estaba sentada a mi lado y por un momento tuve la sensación de que todo había vuelto a la normalidad y de que sólo deseaba estar a mi lado. Pero esa sensación duró poco, hasta que se hizo un denso silencio. Su pálido cuerpo brillaba bajo la fina camiseta blanca, que se le pegaba a la piel por el calor y la humedad de aquel día DE JUNIO. El silencio era incómodo y casi ahogaba el canto de las cigarras. Casi. Allí sentada, a Lena se le había bajado la falda hasta más abajo de las caderas. Ojala hubiéramos llevado el bañador, me dije por enésima vez. Nunca había visto a Lena en bikini. Intenté no pensar en ello.

¿Ya te has olvidado de que puedo oír tus pensamientos?

La miré con gesto de sorpresa. Allí estaba Lena otra vez. De vuelta en mi cabeza en dos ocasiones aquel día, como si nunca se hubiera marchado. Prácticamente no me hablaba y al minuto siguiente actuaba como si entre nosotros nada hubiera cambiado. Yo sabía que teníamos que hablar, pero estaba cansado de discutir.

Lo que no creo que olvide es el momento en que te vea en bikini por primera vez
.

Se acercó más y me sacó la camisa por la cabeza. Al hacerlo, sus rizados cabellos me rozaron los hombros. Me cogió por el cuello y tiró de mí hasta que quedamos cara a cara. Me fijé en el destello de oro que con el sol desprendían sus ojos. Nunca habían sido tan dorados.

Me tiró la camisa a la cara, corrió hacia el agua y se metió hasta la cintura riéndose como una niña. Hacía meses que no la oía reír ni bromear. Fue como recuperar a la Lena de siempre por una tarde. Aparté esta idea de mi cabeza y la perseguí hasta el agua.

—¡Para! —exclamé. Lena me salpicaba y yo la salpicaba a ella. Su ropa chorreaba, como mis pantalones cortos, pero era maravilloso mojarse bajo el sol abrasador de Carolina del Sur. Link nadaba en dirección a un muelle distante. Nos habíamos quedado completamente solos—. L, espera —llamé. Ella volvió la cabeza, me sonrió y se zambulló en el agua—. No creas que vas a escapar tan fácilmente.

La cogí por una pierna antes de sumergirse y tiré. Se echó a reír y se defendió a patadas, retorciéndose hasta que yo también caí al agua.

—¡Creo que me ha mordido un pez! —exclamó.

Rodeé su cintura y la atraje hacia mí. Estábamos frente a frente. El sol, el agua y nosotros dos solos. No teníamos por qué evitarnos.

—No quiero que te vayas. Quiero que todo vuelva a ser como antes. ¿Por qué no podemos volver a estar como cuando…?

Lena tocó mis labios.

—Chist.

El calor se extendió desde la punta de su dedo hasta mis hombros y luego por todo mi cuerpo. Ya casi había olvidado aquella sensación: el calor y la electricidad. Recorrió mis brazos con sus manos y me abrazó con fuerza apoyando la cabeza en mi pecho. Sentí que mi piel desprendía vapor y un cosquilleo donde ella me tocaba. Hacía semanas que no estábamos tan cerca. Respiré hondo. Lena olía a limones y a romero. Y a otra cosa más. Algo diferente.

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