Read Historia de España en el Siglo XX [I-Del 98 a la proclamación de la República] Online
Authors: Javier Tusell
Tags: #Historia, Política
Todos estos factores de innovación introdujeron modificaciones de cierta importancia en la agricultura nacional. El trigo, cultivo que siguió siendo fundamental, se vio beneficiado a la vez por las nuevas técnicas y por el proteccionismo de la política oficial. Este último tuvo como consecuencia un incremento de las superficies cultivadas al ritmo de unas 37.000 hectáreas anuales: desde el principio del siglo hasta los años treinta se puede calcular que el incremento total fue de aproximadamente un tercio. La productividad también creció, aunque probablemente en menor grado. La consecuencia de este proceso fue que una España que, a comienzos de siglo, todavía importaba trigo, en los años treinta podía considerarse como auto abastecida. La vid, como sabemos, tardó en recuperarse de la crisis producida por la filoxera: sólo lo hizo a partir de 1914 y en algunas provincias, como Málaga, no llegó a hacerlo nunca. Como consecuencia, se redujo su área de cultivo pero el valor de su producción se triplicó durante las tres primeras décadas del siglo, gracias a la mejora de los caldos. En cuanto al olivo, en la misma etapa pasó de una extensión superficial de 1.200.000 hectáreas a 2.200.000, mientras que la producción pasó de 2.000.000 de quintales métricos a más de seis.
Sin embargo, el sector más dinámico de la agricultura española fue, ya desde finales del siglo, el de los nuevos cultivos, en gran parte destinados a la exportación: la naranja y la almendra, por ejemplo. La primera había producido una modificación fundamental en la agricultura de Valencia ya en el siglo XIX. A finales de siglo el incremento de la exportación desde este puerto fue del 20 por 100 anual. A lo largo del primer tercio del siglo XX duplicó su superficie de cultivo y triplicó su valor, creciendo la producción a un ritmo anual medio del 4,5 por 100; en 1900 no llegaba a 3-000.000 de toneladas y en los años veinte ya superaba con creces los 10.000.000. La naranja se había convertido en un producto de consumo de alta calidad: Alfonso XIII se las enviaba a su futura esposa durante la época de su noviazgo. La remolacha fue protegida por la política gubernamental al haberse perdido, con las colonias, la fuente habitual de aprovisionamiento de azúcar. En un plazo muy corto de tiempo la producción remolachera, que se estabilizó en torno a los 2.000.000 de toneladas en los años treinta, pasó de la nada a tener problemas de superproducción, resueltos en parte gracias a la constitución de una única sociedad destinada a la producción de azúcar. La almendra, como la naranja, favoreció la parcelación de la propiedad y la existencia de una clase media campesina alejada a la vez de la miseria del jornalero del área latifundista y de la pobreza del pequeño propietario castellano.
En términos generales puede decirse que tanto la apertura hacia el exterior como la creación de un mercado verdaderamente nacional tuvieron como consecuencia una, al menos, relativa especialización agrícola o ganadera, dependiente del grado de iniciativa de las élites locales. En Andalucía, donde los rendimientos de la agricultura eran altos (12-18 por 100 en el cereal y 20 por 100 en el olivo) y la mano de obra abundante y barata, apenas se introdujeron algunos cultivos tropicales en la costa. En cambio, en Asturias se inició una especialización ganadera: en 1910 se fundó la primera fábrica de mantequilla Arias. En Galicia, que había empezado a exportar ganado vacuno a Gran Bretaña en el siglo XIX, durante el primer tercio de siglo se transportaron hacia el resto de la Península casi 4.000.000 de cabezas de vacuno. Por su parte, la industria conservera, concentrada casi en un 50 por 100 en Vigo, fue impulsada por franceses y catalanes. Dada la importancia que el sistema bancario tuvo para la industria, es preciso aludir a él antes de tratar de ésta. Resulta de la mayor importancia advertir que fue precisamente en este momento cuando nació un sistema bancario que perdura en la actualidad en sus rasgos fundamentales. La Banca española había surgido a mediados del XIX, pero con unas características de fragilidad que le impidieron desarrollarse hasta medio siglo después. En el medio lustro final de ese siglo multiplicó por 9 sus depósitos y en los treinta siguientes lo hizo por 20. En los orígenes de la banca, en el fin de siglo, hubo dos factores que ya nos resultan conocidos. El primero fue la repatriación de capitales procedentes de las colonias, que tuvo como consecuencia, por ejemplo, la fundación, en 1901, del Banco Hispanoamericano y, en 1902, la conversión del Crédito Mobiliario en Banco Español de Crédito. El segundo fue la capitalización de la exportación de hierro desde el País Vasco, que produjo o potenció los bancos de Bilbao, Vizcaya o Urquijo e incluso el Central (surgido de la Banca Aldama en 1919). Otros bancos regionales fueron consecuencia de la capitalización resultado de la corriente migratoria (el Banco Pastor en Galicia). En todo caso, la banca española se caracterizó por su carácter mixto, como la japonesa o la alemana, cumpliendo un papel de verdadero holding empresarial, con elevada concentración y localización geográfica en Madrid, Bilbao y Barcelona.
Como veremos inmediatamente, la banca jugó un papel decisivo en determinados sectores industriales nuevos. Fueron ellos los más dinámicos en un momento, al comienzo de siglo, en que se pudo presagiar ya el auge de la Primera Guerra Mundial. En 1900-1914 el índice de la producción industrial pasó de 76 a 102 mientras que en los años veinte se había alcanzado ya 144. De todos modos lo importante es, en paralelo con lo sucedido en agricultura y como ya se ha señalado, que en este periodo se inició una senda que permitiría la expansión posterior.
El empuje en el crecimiento industrial en parte se debe poner en relación con el declive de la producción y exportación de minerales metálicos: el del cobre se produjo lentamente y el del hierro y plomo con mayor celeridad. Sólo en términos relativos se puede atribuir a la exportación de mineral la condición de industria verdaderamente ligada a la economía nacional, pues en 1913 la mitad de esta industria estaba en manos extranjeras. Otro hecho prueba el desarrollo industrial español: la extracción de carbón experimentó un crecimiento considerable en estos años. Desde principios de siglo hasta 1913 creció en más del 50 por 100 y, a la altura de la Primera Guerra Mundial, la cifra de producción llegaba a 2.500.000 toneladas, ocupando a 18.000 obreros en Asturias. Se importaba una cantidad semejante de hulla, lo que constituye un indicio importante del desarrollo de la siderurgia.
La combinación de estos dos datos nos proporciona la clave del desarrollo en uno de los polos industriales del país. En 1899 se llegó a la cota máxima de la exportación de mineral de hierro, que alcanzó las 5.500.000 toneladas. A partir de este momento una parte de ese hierro fue empleada para una siderurgia nacional: en 1900 se fundó Euskalduna y en 1902 Altos Hornos de Vizcaya. Por las mismas fechas nació Duro Felguera en Asturias. Aunque a comienzos de la Primera Guerra Mundial todavía se exportaba la mayor parte del mineral de hierro vasco, esta región ya había logrado una neta superioridad respecto del resto del país en lo que se refiere a siderurgia y construcción naval: la mitad del lingote de hierro, del acero y del tonelaje de buques se producía allí. El País Vasco se había beneficiado de la capitalización producida por la exportación minera pero también de la tecnología británica. En el entorno cronológico de la Primera Guerra Mundial la ría de Bilbao, merced a la siderurgia y la banca, era el ejemplo paradigmático de la riqueza de una civilización industrial que en España seguía siendo una parcela reducida frente al peso del mundo rural.
En la otra área industrial por excelencia, Cataluña, la industria textil sufrió el impacto de la pérdida de las colonias, lo que es lógico teniendo en cuenta el papel de este mercado y la limitación del peninsular. Mientras que en 1894 se habían importado 78.000 toneladas de algodón, en 1901 sólo se llegó a 68.000.
La recuperación se produjo, a continuación, gracias al arancel de 1906 que reservaba, de hecho, el mercado interior a los industriales catalanes del textil. En este caso, como en el de la siderurgia vasca, que exportaba menos del 10 por 100 de la producción, se forzó una situación de ausencia de competitividad en el exterior y, por tanto, proclive a la utilización de medios anticuados. A cambio, la industria textil catalana se impuso en el interior: en 1913, por ejemplo, entre Barcelona, Sabadell y Tarrasa tenían el 48 por 100 de los husos y el 75 por 100 de los telares de lana de toda España. Entre 1876 y 1913 la potencia energética utilizada por esta industria se había multiplicado por ocho. Convertida ya esta industria en esencialmente conservadora, Cataluña tuvo otras más dinámicas y agresivas, con las que pudo competir o incluso superar al País Vasco. Ya desde esta época el sector industrial puntero estuvo constituido por la electricidad, el cemento y la industria química, además de la industria ligera. De todas ellas la que resultó más importante fue la industria eléctrica porque provocó lo que se ha denominado la segunda transición energética, del vapor a la electricidad. Como en tantos otros casos, también el comienzo de siglo coincide con la aparición de las que, con el paso del tiempo, serían primeras firmas en el sector, procedentes de inversiones de la banca vasca o de capital extranjero. En 1901 se fundó Hidroeléctrica Ibérica, luego Iberduero, a partir de inversiones de los bancos Aldama, Urquijo y Vizcaya, y, en 1907, Hidroeléctrica Española. En 1911 las principales industrias eléctricas catalanas crean la Barcelona Traction (llamada «La Canadiense», por el origen de su capital) y Energía Eléctrica de Barcelona; otras firmas importantes eran Unión Eléctrica y la Catalana de Gas y Electricidad. Para darse cuenta del impacto que tuvieron todas ellas en la industria catalana baste con decir que en 1913 la industria textil había sustituido el vapor en más de la mitad de la maquinaria en Sabadell y Tarrasa, y en 1916 la sustitución era total. La primera fábrica de cemento se construyó en 1898 en Asturias, pero en ese mismo año dos fábricas catalanas, Asland y Fradera, cubrían la mitad de la producción nacional. Entre el final del siglo XIX y los primeros años del XX surgieron en España las primeras industrias químicas modernas que seguirían desempeñando el liderazgo de este sector con el paso del tiempo: Unión Española de Explosivos (1896), Electroquímica de Flix (1897) y la Cros (1904), que pronto se puso a la cabeza de la producción de ácido sulfúrico y superfosfatos.
Importa señalar que este proceso de industrialización en sectores líderes y regiones de vanguardia fue acompañado por la aparición de procedimientos nuevos en industrias más tradicionales y por la difusión geográfica de la industrialización en el conjunto de España. En Galicia, por ejemplo, la industria conservera, que durante el primer tercio del siglo supuso entre el 2 y el 4 por 100 de la exportación española, tuvo la oportunidad de desarrollarse gracias a la mayor accesibilidad de la hojalata y la mejora de la calidad del aceite. La capacidad de las fábricas dedicadas a la obtención de este producto mediterráneo se triplicó en la última década del XIX, luego creció un 50 por 100 hasta 1910 y en 1930 se había multiplicado por 10 respecto a 1890. La industria papelera se ubicó en Guipúzcoa tras la constitución de Papelera Española (1901), creada por la fusión de 11 compañías preexistentes. El desarrollo industrial de esta provincia fue muy peculiar: se basó en capitales modestos y en la existencia de una artesanía previa (cerrajería) reconvertida para productos nuevos (armas). El zapato de cuero de elaboración mecánica se concentró en Cataluña pero también en Baleares y Valencia. Esta última región se convirtió en la tercera en importancia industrial, concentrando su crecimiento en sectores —química, metalurgia ligera…— dirigidos hacia la próspera agricultura de exportación. Madrid, de la que en el fin de siglo había asegurado Pérez Galdós —Fortunata y Jacinta— que «era el futuro» lo demostró con sus industrias de construcción, eléctricas y de consumo, favorecida por la capitalidad. En Cataluña la industria se diversificó mucho con el paso del tiempo. Entre 1900-1930 la proporción de la población obrera dedicada al textil pasó del 53 al 26 por 100 mientras que se duplicaba la empleada en la construcción, cuadruplicaba la de los metalúrgicos y multiplicaba por sesenta la que trabajaba en la industria química. La industrialización, de esta manera, demostró ser un fenómeno plural y destinado a producir con el paso del tiempo un cambio sustancial en el conjunto del país.
Inevitablemente, el dinamismo de la economía española tuvo que influir de forma necesaria en la transformación de la sociedad. A reserva de hablar más adelante de estos cambios, que no pueden individualizarse para un periodo de tan sólo tres lustros, cabe indicar que en esta época se rompió claramente con uno de los rasgos del antiguo régimen demográfico, la estabilidad de la población en el lugar de nacimiento. En realidad, la ruptura con esta situación se había iniciado ya en las dos últimas décadas del XIX pero ahora se aceleró. Algo parecido sucedió en otros dos países latinos, Italia y Portugal, con la única diferencia de que, quizá por la política proteccionista española, se produjo una ralentización durante la década final del XIX. En total, aproximadamente un 10 por 100 de la población española se desplazó en este periodo, porcentaje del que, a su vez, un 80 por 100 procedía del agro. El desplazamiento se hizo, en primer lugar, hacia los grandes núcleos urbanos: Barcelona recibió 260.000 inmigrantes en las dos primeras décadas del siglo y Madrid 230.000. Pero todavía fue novedad mayor la emigración fuera de España. En 1914 todavía llegaron a Argelia 30.000 españoles, pero los emigrantes españoles se dirigieron, sobre todo, a Iberoamérica. El número de salidas anuales por mar en cada uno de los tres lustros hasta el estallido de la guerra mundial fue de 75.000, 144.000 y 120.000 personas, respectivamente. Lo hicieron principalmente hacia aquellos países que resultaban más atractivos por sus oportunidades de trabajo y prosperidad individual. En el momento de la conflagración había en Argentina una colonia de 500.000 españoles y otra de unos 100.000 en Francia. Las regiones de latifundio no proporcionaron el grueso del número de emigrantes sino que Andalucía, La Mancha y Extremadura permanecieron casi por completo al margen de este proceso mientras que ejercieron un indudable protagonismo en él las zonas atlánticas de la mitad norte de la península. En las últimas décadas del XIX y primeras del XX uno de cada dos gallegos emigró; también otras regiones, como Canarias, experimentaron una emigración semejante. Da la sensación, en definitiva, que la tasa de alfabetización, que permitía informarse, y la pequeña propiedad, que proporcionaba los fondos para pagar el viaje, fueron estímulos importantes para la emigración. Aunque todo lo parciales que se quiera, nos encontramos ante síntomas evidentes de modernización social.