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Authors: Geoffrey de Monmouth

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Historia de los reyes de Britania (10 page)

BOOK: Historia de los reyes de Britania
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Casibelauno, por su parte, se encontraba exultante de alegría por esta segunda victoria. Promulgó entonces un edicto por el que todos los nobles de Britania, junto con sus esposas, debían acudir a la ciudad de Trinovanto y honrar a los dioses patrios por haberles concedido un triunfo tal sobre tan poderoso emperador. Se congregaron todos allí sin tardanza y celebraron sacrificios de diversa índole, con profusa matanza de ganado. Se inmolaron cuarenta mil vacas, cien mil ovejas y tantas aves de todas clases que no se podían contar. Sacrificaron, además, treinta mil animales salvajes, cobrados entre todas las especies posibles. Cuando hubieron honrado a los dioses, se regalaron con las viandas sobrantes, como solía hacerse en los sacrificios. Lo que quedaba de ese día y toda la noche lo gastaron en diferentes juegos y diversiones. Mientras tenían lugar estos festejos, sucedió que dos ilustres jóvenes, uno de ellos sobrino del rey y el otro del duque Androgeo, habían competido en la palestra y disputaban acerca de cuál de los dos había ganado. Hírelglas era el nombre del sobrino del rey, y Cuelino el del otro. Después de deshacerse mutuamente en injurias, Cuelino echó mano a la espada y cortó la cabeza al sobrino del rey. Confundida quedó la corte ante esta muerte, y la noticia le llegó rápidamente a Casibelauno. Éste, profundamente conmovido por la desgracia de su pariente, ordenó a Androgeo que condujese a su presencia a Cuelino, delante de su corte; una vez allí, sería juzgado y se sometería a la sentencia que sus barones dictasen, para que Hírelglas fuese vengado, siempre que hubiese sido asesinado injustamente. Androgeo sospechaba de las intenciones del rey, y respondió que él tenía su propia corte, y que cualquier reclamación que alguien tuviese contra cualquiera de sus hombres debía oírse y decidirse en ella: si Casibelauno quería que se hiciese justicia con Cuelino, debía aceptar que el juicio tuviese lugar, según costumbre inveterada, en la ciudad de Trinovanto. Casibelauno consideró que su demanda no había sido satisfecha, y amenazó a Androgeo con devastar a sangre y fuego su ducado si no accedía a su petición. Androgeo, indignado, se negó a obedecerlo. Casibelauno se indignó a su vez y se apresuró a saquear las tierras de Androgeo. Acudió éste entonces a sus amigos y parientes para que intercediesen ante Casibelauno y aplacaran su cólera, pero cuando vio que no podía hacerse nada para calmar el furor regio, comenzó a pensar de qué manera podría resistir mejor al monarca. Finalmente, desesperando de encontrar otra solución, decidió pedir ayuda a César y le envió una carta redactada en estos términos:

A Gayo Julio César, Androgeo, duque de Trinovanto, después de desear su muerte, le desea ahora salud. Lamento haberme opuesto a ti cuando estuviste combatiendo contra mi rey. Si me hubiese negado a tomar parte en esa campaña, habrías derrotado a Casibelauno, a quien de tal manera se le ha subido a la cabeza su victoria que a mí, que lo hice triunfar, está dispuesto a expulsarme de mis propios dominios. ¡Así es como me paga los servicios prestados a la corona! Yo he salvado su herencia y él intenta desheredarme. Por dos veces le he restituido su reino, y él quiere arrebatarme el mío. Fue combatiendo contra ti como le devolví, intactas, todas sus posesiones. Pongo a los númenes del cielo por testigos de que nunca me hice acreedor a su ira, de no ser cuando me negué a entregarle a mi sobrino, a quien quiere condenar a una muerte injusta. Para que puedas discernir mejor, te explicaré cómo empezó todo. Sucedió que, en nuestra alegría por la victoria, celebramos solemnidades religiosas en honor de los dioses patrios. Concluidos los sacrificios, nuestros jóvenes compitieron en diversos certámenes. Entre los competidores, saltaron a la palestra dos sobrinos nuestros —del rey y mío—, siguiendo el ejemplo de los demás. Mi sobrino obtuvo la victoria. El otro se inflamó en injusta cólera e intentó golpear al vencedor, pero mi sobrino esquivó el golpe y cogió a su rival por el puño que tenía asida la espada, con ánimo de arrebatársela. Entonces el sobrino del rey cayó sobre la punta de su propia espada y, mortalmente herido, se desplomó. Cuando Casibelauno lo supo, me ordenó entregarle al muchacho para que fuese castigado por asesinato. Como yo me negara, llegó con toda su hueste a mi ducado y empezó a devastarlo sin piedad. Por ello, e implorando tu misericordia, te pido ayuda para recuperar mi dignidad perdida y para que, a través de mí, logres apoderarte de Britania. No dudes nada de lo que te he dicho, pues disto mucho de ser un traidor. Así es la condición de los mortales: los enemigos se hacen amigos y los que, han sido puestos en fuga acaban obteniendo el triunfo.

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Leyó Julio la carta, y su estado mayor le aconsejó que no fuese a Britania con la mera invitación verbal del duque, sino que le exigiese rehenes; con ellos en su poder, podía ya desembarcar en la isla sin ningún temor. Androgeo le envió al punto a su hijo Sceva, junto con treinta nobles jóvenes allegados a su familia. Se tranquilizó César al recibir los rehenes y, reuniendo a sus ejércitos, navegó con viento de popa hacia Britania y desembarcó en Richborough. En el ínterin, Casibelauno había puesto sitio a Trinovanto y saqueaba ya las quintas de los alrededores de la ciudad. Al enterarse de la llegada de Julio, interrumpió el asedio y se apresuró a salir al encuentro del emperador. Llegado que hubo a un valle, cerca de Dorobernia
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, vio allí al ejército de los Romanos montando el campamento y las tiendas. Había sido Androgeo quien los había conducido a aquel lugar, pues quería que desde allí lanzaran sus ataques contra la ciudad. No tardaron los Romanos en advertir la proximidad de los Britanos, de modo que se armaron lo más rápidamente posible y dispusieron sus catervas en orden de batalla. Los Britanos también se revistieron de sus armas y se agruparon en batallones. En cuanto a Androgeo, se ocultó con cinco mil guerreros en un bosque cercano, listo para acudir en auxilio de César y realizar una repentina e inesperada carga contra Casibelauno y sus compañeros. Cuando ambas formaciones se encuentran frente a frente, se arrojan mutuamente en el acto infinidad de dardos portadores de muerte, e intercambian golpes mortíferos. Se derrama, abundante, la sangre en el choque entre los ejércitos. Caen los heridos de uno y otro bando como las hojas de los árboles en otoño. Mientras los contendientes se acometen, surge Androgeo desde el bosque y arremete contra la retaguardia de Casibelauno, de la cual dependía el resultado de la batalla. Viéndose combatidas a la vez por los Romanos y por sus propios compatriotas, las filas britanas se tambalean y, dispersos sus hombres, se acogen a la fuga y abandonan el campo. Había cerca un monte rocoso que tenía en su cima un espeso avellanedo. Allí fue a refugiarse Casibelauno con los suyos, cuando vio que llevaba la peor parte. Una vez en la cumbre, se defendieron valientemente y sembraron la muerte entre sus perseguidores. Tanto los Romanos como las tropas de Androgeo habían perseguido a Casibelauno, diezmando sus escuadrones fugitivos, e intentaron subir al monte donde había buscado cobijo, pero no consiguieron llegar arriba, pese a intentarlo una y otra vez. Las rocas y lo escarpado de la cima constituían la mejor defensa para los Britanos, que, atacando desde lo alto, infligían feroz matanza a sus enemigos. Así que César tuvo que poner sitio al monte durante toda la noche, que ya se echaba encima, cerrando todas las salidas: ya que no era capaz de reducir a Casibelauno por las armas, lo haría por el hambre.

¡Oh admirable linaje de los Britanos, que por dos veces puso en fuga al hombre que había sometido todo el orbe! Incluso ahora, obligados a huir, son capaces de resistir al general a quien el mundo entero no se atreve a oponerse, dispuestos a morir por su patria y su libertad. En su alabanza escribió Lucano aquel verso acerca de César:

Territa quaesitis ostendit terga Britannis
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.

Dos días transcurrieron. Casibelauno, viéndose desprovisto de víveres, comenzó a temer que el hambre lo derrotaría y que sería capturado por César. Así que decidió enviar un mensaje a Androgeo para que negociara la paz con Julio, pues de otro modo la dignidad de la raza a la que él y el duque pertenecían se vería destruida con la captura de su rey. Y añadió que no se merecía el que Androgeo deseara su muerte, aunque reconocía haberle causado alguna inquietud. Cuando los mensajeros le transmitieron este recado, Androgeo dijo:

—«No es digno de ser tenido en cuenta el príncipe que en la guerra es manso como un cordero y fiero como un león en la paz. ¡Dioses del cielo y de la tierra! Mi señor, que acostumbraba a darme órdenes, ahora se dirige a mí suplicante. ¿Desea realmente hacer la paz con César y someterse a su poder, cuando antes fue César quien quería la paz y él se negó? Debería haber reparado en que el hombre con cuya ayuda expulsó de su reino a un emperador tan poderoso podía traer de nuevo a Britania a ese mismo emperador. Si mi rey no me hubiese tratado tan injustamente, no me habría visto en la necesidad de ofrecer mis servicios a Julio o a cualquier otro que viniera a auxiliarme. Es un perfecto necio el hombre que colma de insultos y de injurias a los compañeros de armas con los que ha conseguido una victoria. Porque el triunfo no lo obtiene el caudillo, sino aquellos que derraman su sangre por él en la batalla. Con todo, le negociaré la paz, si es que puedo, pues la injuria que recibí de él ha sido ya suficientemente castigada por el hecho de haberme suplicado».

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Inmediatamente después llegó Androgeo a Julio y, abrazándose a sus rodillas, le dijo las siguientes palabras:

—«Ya te has vengado lo suficiente de Casibelauno. Ten piedad de él. No tiene otra salida que someterse a tu poder y pagar tributo a la dignidad de Roma».

Y como César nada respondiera, insistió Androgeo:

—«Mi compromiso contigo, César, se limitaba a humillar a Casibelauno y colocar Britania bajo tu autoridad. He aquí vencido a Casibelauno, y a Britania súbdita tuya con mi ayuda. ¿Qué más te debo? El Creador
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de todas las cosas no desea que yo permita que mi señor se vea encadenado o en prisión, ahora que me ha implorado misericordia y me ha dado satisfacción de la ofensa que me había causado. No va a ser fácil matar a Casibelauno mientras esté yo vivo. Si no sigues mi consejo, no tendré el más mínimo escrúpulo en ponerme de su parte».

Intimidado por Androgeo, Julio aceptó la paz con Casibelauno, recibiendo a cambio un tributo anual consistente en tres mil libras de plata. Julio y Casibelauno se hicieron amigos e intercambiaron mutuos regalos. César pasó el invierno en Britania y, a la llegada de la primavera, cruzó el mar rumbo a Galia. Algún tiempo después, reunió un ejército de hombres de todas las naciones y marchó a Roma contra Pompeyo. Siete años más tarde, murió Casibelauno y fue enterrado en Eboraco.

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Lo sucedió Tenuancio, duque de Cornubia, hermano de Androgeo (éste se había ido a Roma con César). Tenuancio fue coronado rey y gobernó su reino con diligencia. Era un hombre de espíritu belicoso y muy estricto en la observancia de la justicia. Tras él fue promovido al trono Cimbelino, su hijo, esforzado caballero a quien Augusto César había criado y provisto de armas. Tanta amistad lo unía con los Romanos que, pudiendo haberse ahorrado el tributo, se lo pagaba voluntariamente.

En aquellos días nació Nuestro Señor Jesucristo, por cuya preciosa sangre fue redimido el género humano, que hasta entonces había yacido encadenado por los demonios.

2. Claudio

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Después de haber gobernado Britania por espacio de diez años, engendró Cimbelino dos hijos. Al primogénito lo llamó Güiderio; al otro, Arvirago. Cuando se consumieron los días de su vida, cedió el timón del reino a Güiderio. Rehusó éste pagar a los Romanos el tributo que apetecían, y entonces Claudio, que había sido elegido emperador, se dirigió a la isla. Con él viajaba el comandante en jefe de su ejército, llamado Lelio Hamón, que gozaba de plenos poderes a la hora de planificar los combates. Hamón desembarcó en la ciudad de Porchester y comenzó a obstruir sus puertas con una muralla para impedir toda salida a los ciudadanos, pues deseaba que se rindieran, obligados a ello por el hambre, o, si no, planeaba matarlos sin piedad.

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Tan pronto como se enteró de la llegada de Claudio César, Güiderio reunió a todos los hombres armados de su reino y marchó contra el ejército romano. Trabada la batalla, atacó con gran saña a los enemigos, dando muerte a más hombres él solo con su espada que todos los demás de su ejército juntos. Se retiraba ya Claudio a las naves, y los Romanos estaban a punto de ser derrotados, cuando el astuto Hamón, arrojando las armas que lo vestían, tomó otras britanas y comenzó a luchar contra los suyos como si fuese él un Britano. Animaba a sus supuestos compatriotas a la persecución de los Romanos, prometiéndoles una victoria rápida. (Había aprendido, en efecto, su lengua y sus costumbres, pues se había criado en Roma entre los rehenes británicos). De esta manera, Hamón se fue acercando más y más a Güiderio y, al llegar junto a él, mató al desprevenido monarca de un solo tajo. Deslizándose luego entre las filas enemigas, se reunió con los suyos, después de haber obtenido un triunfo tan nefando. Cuando Arvirago, hermano del rey, ve a Güiderio muerto en el suelo, se despoja inmediatamente de sus armas y, revistiéndose de las del difunto, exhorta aquí y allá a los Britanos para que permanezcan firmes en sus puestos, como si fuese el propio monarca. Y ellos, ignorando el destino de su rey, resisten según sus recomendaciones, luchan con redoblado coraje e infligen no pequeña matanza a sus adversarios. Finalmente, los Romanos cedieron y abandonaron vergonzosamente el campo en dos grupos: César buscó la seguridad de sus naves, mientras que Hamón no tuvo tiempo de alcanzar la playa y fue a refugiarse en los bosques. Arvirago, pensando que Claudio iba con Hamón, salió rápidamente en su persecución y, pisándole los talones, no descansó hasta cortarle la retirada a la orilla del mar, en un lugar que ahora se llama Hampton, del propio nombre de Hamón. Había allí un puerto idóneo para cargar y descargar, y un buen número de naves mercantes en el fondeadero. Intentaba Hamón abordarlas, cuando sobrevino inesperadamente Arvirago y lo mató en el acto. Desde aquel día hasta el de hoy ese puerto se llama Puerto de Hamón.

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En el ínterin, Claudio, reunidas sus tropas, atacó la antedicha ciudad de Porchester, que entonces se llamaba Kaerperis. Pronto derribó sus murallas y derrotó a sus ciudadanos. Persiguió después a Arvirago, que se había retirado a Güintonia, y puso sitio a la ciudad, esforzándose en conquistarla con máquinas guerreras de muchas clases. Arvirago, al verse sitiado, reúne a sus hombres y, abriendo las puertas, sale con ánimo de pelear. A punto de iniciar su ataque, Claudio le envía mensajeros con ofertas de paz, pues lo atemoriza el valor del rey y la fuerza de los Britanos, y prefiere someterlos con inteligencia y diplomacia antes que fiarlo todo al azar de una batalla. Propone, pues, la paz a Arvirago, prometiéndole la mano de su hija, con tal que reconozca la autoridad romana sobre el reino de Britania. Interrumpidas las hostilidades, los consejeros lo persuaden de que acepte la propuesta de Claudio: dicen que no es indecoroso ser súbdito de los Romanos, que son los dueños de todo el mundo. Inducidos por estas y otras muchas consideraciones, siguió los consejos de los suyos y se sometió a César.

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