Historia del Antiguo Egipto (4 page)

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Authors: Ian Shaw & Stan Hendrickx & Pierre Vermeersch & Beatrix Midant-Reynes & Kathryn Bard & Jaromir Malek & Stephen Seidlmayer & Gae Callender & Janine Bourriau & Betsy Brian & Jacobus Van Dijk & John Taylor & Alan Lloyd & David Peacock

Tags: #Historia

BOOK: Historia del Antiguo Egipto
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Evidentemente no son éstos los únicos problemas históricos egipcios, que van desde la falta de fiabilidad de las fuentes (como por ejemplo la historia de Manetón, pues no conocemos ni sus fuentes ni poseemos el texto original) a la constante falta de certeza respecto a la duración de los reinados de los soberanos (por ejemplo, el Canon de Turín dice que Senusret II y Senusret III reinaron diecinueve y treinta y nueve años respectivamente, mientras que las fechas de reinado más altas encontradas en los documentos contemporáneos son, respectivamente, de sólo seis y diecinueve años).

Al igual que sucede en otras culturas, existen períodos de la historia de Egipto mejor o peor documentados que otros. Esta irregularidad en la documentación arqueológica y textual de las diferentes épocas es la principal causante de que se considere que existen «períodos intermedios», durante los cuales la estabilidad política y social del Período Faraónico parece haber estado temporalmente dañada. Así, se piensa que los períodos de continuidad política y cultural conocidos como los Reinos Antiguo, Medio y Nuevo vinieron seguidos cada uno de «épocas oscuras», durante las cuales el país se disgregó y debilitó como resultado de diferentes conflictos (ya fuera una guerra civil entre las distintas provincias o la invasión de pueblos extranjeros). Esta imagen fue a la vez negada y reforzada por la historia de Manetón. En primer lugar, Manetón presentó un equívoco aire de continuidad en la sucesión de reyes y dinastías al asumir que sólo un rey podía ocupar el trono de Egipto en un momento dado. En segundo lugar, sus descripciones de algunas de las dinastías correspondientes a los períodos intermedios sugieren que la realeza cambiaba de manos con una alarmante rapidez.

El estudio del Tercer Período Intermedio se ha convertido en una de las zonas más controvertidas de la historia de Egipto, sobre todo en la década de 1990, cuando varios especialistas lo estudiaron de forma intensiva. Florecieron así tres áreas de investigación. En primer lugar, varios aspectos de la cultura de la época (como la cerámica y los ajuares funerarios) se analizaron en términos de cambio de elementos como el estilo y los materiales. En segundo lugar se llevaron a cabo estudios antropológicos, iconográficos y lingüísticos respecto a la identidad étnica «libia» de muchos de los soberanos de la XXI a la XXIV Dinastías. En tercer lugar, crucial desde el punto de vista de la historia del Período Faraónico como un todo, un pequeño grupo de especialistas afirmó que los cuatrocientos años ocupados por el Tercer Período Intermedio (así como otras muchas «épocas oscuras» aproximadamente contemporáneas de otros lugares de Oriente Próximo y el Mediterráneo) pueden haber sido artificialmente incrementados por los historiadores. Sugieren que el Reino Nuevo puede haber terminado no en el siglo XI a.C., sino en el siglo VIII a.C., lo que deja un lapso mucho más pequeño, de ciento cincuenta años, entre el final de la XX Dinastía y el comienzo de la Baja Época. No obstante, este punto de vista ha sido ampliamente descartado, no sólo porque los egiptólogos, asiriólogos y expertos en el Egeo han sido capaces de refutar muchos de los argumentos textuales y arqueológicos en los que se basaba este cambio en la cronología, sino, lo cual es más importante, porque los sistemas de datación científicos (es decir, el radiocarbono y la dendrocronología) casi siempre proporcionan bases sólidas e independientes para la cronología convencional. De hecho, la irrelevancia de estos pequeños ajustes del marco cronológico tradicional, dada la abrumadora y cada vez mayor importancia de las fechas científicas, ha sido memorablemente descrita por el arqueólogo clásico Anthony Snodgrass como «parecida a un esquema para reorganizar la economía de Alemania Oriental que se hubiera realizado en 1989 o comienzos de 1990».

En un nivel más cultural que cronológico, el significado de las divisiones históricas básicas (es decir, la diferencia entre los Períodos Predinástico, Faraónico, Ptolemaico y Romano) también ha comenzado a discutirse. Por una parte, los resultados de las excavaciones realizadas durante las décadas de 1980 y 1990 en los cementerios de Umm el Qaab (en Abydos) sugieren que antes de la I Dinastía hubo una Dinastía 0, que se remontaría hasta un momento sin precisar del cuarto milenio a.C. Esto significa que, como mínimo, uno o dos siglos del Predinástico probablemente fueran «dinásticos» en muchos aspectos políticos y sociales. Del mismo modo, las cada vez más abundantes pruebas de que los tipos cerámicos de Nagada II siguieron siendo ampliamente utilizados durante el Dinástico Temprano demuestran que ciertos aspectos del Predinástico continuaron existiendo durante la época faraónica (véase el capítulo 4).

Si bien existen rupturas políticas definidas entre la época faraónica y la ptolemaica, así como entre la época ptolemaica y la romana, los cada vez más abundantes datos arqueológicos para estos dos últimos períodos han comenzado a sentar las bases que permitirán ver el proceso del cambio cultural de una forma menos repentina de lo que sugieren los documentos puramente políticos. Así, resulta evidente que hay aspectos de la ideología y la cultura material del Período Ptolemaico que permanecieron virtualmente intactos pese a las turbulencias políticas. En vez de considerar la llegada de Alejandro Magno y su general Ptolomeo como una gran línea divisoria en la historia de Egipto, muy bien se puede afirmar que aunque ciertamente hubo varios cambios políticos significativos entre la primera mitad del primer milenio a.C. y la primera mitad del primer rnileno d.C., éstos tuvieron lugar en medio de pausados procesos de cambio social y económico. Elementos significativos de la cultura faraónica pueden haber sobrevivido relativamente intactos durante milenios, sufriendo sólo una conjunta y completa transformación
cultural
y
política
a comienzos del Período Islámico, en el año 641 d.C.

El cambio histórico y la cultura material

Hacia finales del siglo XX se incrementó ostensiblemente el estudio de la cerámica egipcia, tanto en la cantidad de fragmentos de cerámica analizados (procedentes de una amplia variedad de yacimientos de distintos tipos) como en términos de la panoplia de técnicas científicas utilizadas para extraer información de los fragmentos. Como era de esperar, semejante mejora en nuestra comprensión de este prolífico aspecto de la cultura material tuvo un gran impacto en el marco cronológico. La excavación de parte de la ciudad de Menfis (el yacimiento de Kom Rabia) en la década de 1980 es un buen ejemplo del modo en que sistemas más sofisticados de abordar el estudio de la cerámica han permitido comprender mejor el proceso general del cambio cultural.

Los recipientes cerámicos pueden ordenarse atendiendo a su fecha relativa recurriendo a técnicas tradicionales, como la seriación del material de un cementerio y el análisis de grandes cantidades de material estratificado en yacimientos domésticos o religiosos; pero también se les puede atribuir una fecha absoluta bastante precisa, ya sea mediante el sistema tradicional de su asociación con material inscrito o artístico (sobre todo en tumbas) o mediante el uso de técnicas científicas como la datación por termoluminiscencia. Algunos especialistas han comenzado a estudiar el modo en que se modificaron con el paso del tiempo la forma y la pasta de las cerámicas. Así, por ejemplo, la forma de los moldes de pan sufrió un cambio dramático a finales del Reino Antiguo, pero todavía no está claro si la fuente de este cambio se encuentra en la esfera social, económica o técnica de la vida o si se trató sencillamente de un cambio de «moda». Este tipo de estudios demuestran que los procesos de cambio en la cultura material tienen lugar como resultado de una amplia variedad de razones, de las cuales sólo algunas están relacionadas con los cambios políticos, que son los que tienden a dominar la visión tradicional de la historia egipcia. Esto tampoco significa negar las muchas conexiones existentes entre los cambios políticos y los culturales, como puede ser la relación existente entre la producción centralizada de cerámica durante el Reino Antiguo y el resurgir de los tipos locales de cerámica durante el más fragmentado políticamente Primer Período Intermedio (seguido por la renovada homogeneización de la cerámica durante la más unificada XII Dinastía).

Al estudiar ciertas fases de la historia egipcia, como la aparición del Estado unificado a comienzos del Período Faraónico o el declive y desaparición del Reino Antiguo, para poder explicar repentinos cambios políticos importantes, los especialistas han examinado en ocasiones numerosos factores medioambientales y culturales. Sin embargo, uno de los problemas que presenta esta atención
selectiva
a las tendencias históricas no políticas, es el hecho de que como seguimos sabiendo muy poco sobre los cambios medioambientales y culturales producidos durante los períodos de estabilidad y prosperidad, como los Reinos Antiguo y Medio, es mucho más difícil interpretar estos factores cuando se trata de una época de crisis política. Los cada vez más abundantes estudios sobre recipientes de cerámica y otros objetos comunes (además de factores medioambientales como el clima y la agricultura) están comenzando a sentar las bases para unas versiones más generales de la historia egipcia, en las cuales la narración política se considera dentro del contexto de los procesos de cambio cultural a largo plazo.

La «Historia» egipcia

Durante el Período Faraónico, el arte y los textos continuaron manteniendo la tensión ya presente durante el Predinástico y el Dinástico Temprano entre documentar y conmemorar, que puede definirse como la diferencia existente entre, por un lado, las utilitarias etiquetas atadas al ajuar funerario y, por el otro, los objetos votivos ceremoniales como las paletas y cabezas de mazas, de las cuales ya hemos hablado. Sabemos que el propósito de las primeras etiquetas funerarias era utilizar la historia como sistema para fechar cosas concretas y que el propósito de objetos de arte mobiliario como las paletas y las cabezas de maza —así como de las estelas y relieves de los templos del Período Faraónico— no era documentar acontecimientos históricos, sino sobre todo utilizarlos como medio para conmemorar actos universales realizados por soberanos o funcionarios reales concretos.

En el templo mortuorio de Ramsés III en Medinet Habu hay una escena en la cual el jefe libio Meshesher es llevado ante la presencia del rey. Es evidente que pretende ser un registro de la rendición de un extranjero de especial importancia, cuya humillación personal contiene la derrota de su pueblo; pero al mismo tiempo, a la izquierda, podemos ver cómo se amontona y se cuenta con cuidado una pila de manos libias, uno de los detalles que nos permiten ver cómo la imagen se diferencia de un cuadro histórico occidental moderno. Es parte de un relieve de un templo mortuorio y, como tal, cumple con la obligación del rey de demostrar su devoción hacia los dioses. Exactamente del mismo modo en que los particulares del Reino Nuevo escribían textos «autobiográficos» en los muros de las capillas de sus tumbas para recordarles a los dioses su devoción y beneficencia, los relieves de los templos mortuorios reales simbolizaban una especie de procedimiento de recuento, una cuantificación visual del éxito alcanzado por el rey, tanto para los dioses como merced a ellos.

Según el sentido egipcio de la historia, los acontecimientos rituales y reales son inseparables —el vocabulario del arte y los textos egipcios no suele realizar ninguna distinción entre lo real y lo ideal—. De este modo, tanto los acontecimientos de la historia como los mitos se consideran parte de un proceso de valoración mediante el cual el rey demuestra que está conservando la
maat
, o armonía, en nombre de los dioses. Incluso cuando un monumento parece no estar conmemorando sino un acontecimiento concreto de la historia, a menudo lo hace considerándolo como un acto que es a la vez mitológico, ritual y económico.

2. PREHISTORIA
Desde el Paleolítico hasta la cultura badariense (c. 700000-4000 a.C.)
STAN HENDRICKX Y PIERRE VERMEERSCH

Se ha convertido en un lugar común decir que Egipto es un don del Nilo, porque cada año a finales de verano la inundación del río traía nueva vida al valle. Por tanto, Egipto era básicamente un rico oasis en medio de una zona muy amplia del Sahara. Sin embargo, no siempre ha sido así: los primeros habitantes de Egipto vivían en un entorno distinto. En primer lugar, el clima no siempre ha sido tan árido como lo es en la actualidad (el Alto Egipto moderno es una de las regiones más secas del mundo), oscilando entre la hiperaridez actual y un estado de sequedad saheliana. En segundo lugar, el propio Nilo no ha sido siempre un río de meandros en una amplia llanura, con crecidas a finales de verano. Durante algunas épocas, el Nilo se vio reducido bien a una serie de efímeras cuencas independientes en
wadis
o bien tuvo un caudal generalmente escaso, absorbido por sus propios e inmensos depósitos aluviales. Sólo cuando su cabecera llegó hasta Etiopía trajo sus ricos depósitos de aluvión hasta Egipto. Por último, si bien es evidente que el río trajo la vida a Egipto, con ella también vino la erosión de los depósitos arqueológicos más antiguos. Lo cual quiere decir que no debemos sorprendernos al descubrir que sólo se han conservado escasos restos de la primera ocupación humana en la zona.

Debido a su posición geográfica, Egipto fue un importante punto de paso para los primeros humanos que emigraban desde el este de África hacia el resto del Viejo Mundo. Sabemos que los primeros
Homo erectus
abandonaron África y llegaron a Israel hace 1,8 millones de años. Por lo tanto, no hay motivos para dudar de que pequeños grupos de
Homo erectus
visitaran y probablemente habitaran en el valle del Nilo. Desafortunadamente, sólo conservamos unas pocas pruebas de este acontecimiento y, lo que es peor, no podemos fecharlas, porque las pruebas circunstanciales también son muy escasas. En algunos depósitos de principios y mediados del Pleistoceno, como canteras de grava en Abassiya y depósitos de grava tebanos, se han encontrado ejemplares aislados de
choppers
,
chopping tools
y lascas, similares a los asociados a los primeros homínidos en el este de África. Sin embargo, es probable que la mayor parte de estos objetos sean de origen no humano y todos son depósitos secundarios.

El Paleolítico Inferior

Muchos artefactos del Paleolítico Inferior, incluidas numerosas hachas de mano achelenses, han sido hallados dentro y encima de depósitos de grava locales. En Egipto no se han encontrado huesos humanos asociados a esta fase achelense; pero se puede asumir que el fabricante de estos objetos fije el
Homo erectus
. Una mala comprensión de la geomorfología del desierto ha llevado a muchos investigadores a creer que el Achelense puede relacionarse con una cronología de terrazas del Nilo, aunque desgraciadamente no es el caso. Sin embargo, podemos suponer que el
Homo erectus
pasó por aquí con regularidad, dejando sus hachas de mano en muchos lugares. La pedimentación y la erosión fluviales produjeron la dispersión de la mayoría de estas hachas de mano y objetos relacionados. Por este motivo no resulta algo excepcional encontrar hachas de mano achelenses en la superficie actual de las zonas desérticas del valle del Nilo. A comienzos del siglo XX las colinas sobre las cuales discurre el camino que conduce desde Deir el Medina hasta el Valle de los Reyes, desde el cual se divisa la zona occidental de Luxor, eran especialmente populares para «recoger» hachas de mano. Si bien muchos de esos hallazgos aislados no pueden ser datados, probablemente son todo lo que se conserva, tras una erosión intensiva, de unos amplios yacimientos achelenses. En algunos lugares, como Nag Ahmed el Khalifa, cerca de Abydos, ha sido posible observar que los artefactos permanecían agrupados, aunque no se encontraran ya en su contexto original. Aquí y en otras partes de la región de Quena, semejantes concentraciones de hachas de mano aparecen encima de los primeros depósitos de arcilla que atestiguan el contacto del río Nilo con su cabecera de Etiopía. Consideramos que la edad de estos hallazgos ha de situarse en torno a 400000-300000 B.P.
[1]
, pero no es más que una suposición. Para poder documentar adecuadamente la ocupación achelense necesitaríamos más información sobre factores como la distribución espacial original y los restos de fauna asociados.

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