Los cambios no fueron simultáneos. La reseñada tendencia al aislamiento hizo que coincidieran a la vez estadios culturales diferentes. En algunas zonas, como por ejemplo en Navarra, el conjunto de las innovaciones neolíticas no penetró hasta comienzos de la Edad del Bronce.
Cueva de Ekain, representación de dos osos.
La agricultura y la domesticación de animales como la cabra, la oveja, la vaca y el cerdo impulsó a la vez la sedentarización (representada por la cueva de Arenaza en Bizkaia y por Los Husos, al Sur) y movimientos de trashumancia anual entre las tierras bajas del norte y las altas del sur.
Lo más característico del Neolítico vasco fue la economía pastoril. Le acompañó una expresión cultural, los
dólmenes,
cuya distribución se corresponde con la trashumancia ganadera. Abundan en la divisoria de aguas, pero los hay también al norte y al sur. Eran enterramientos colectivos en una cámara cerrada por varias piedras verticales, cubiertas por una horizontal. Los movimientos trashumantes pusieron a los habitantes del País Vasco en contacto con otros pueblos. De ello dan fe algunos elementos culturales, como la costumbre de incinerar los cadáveres, y nuevos rasgos étnicos, que se mezclaron con el anterior substrato, especialmente en el sur, en cuya población estaban presentes elementos mediterráneos.
La Edad de los Metales comenzó hacia el 2000 a. de C., pero La economía neolítica pervivió en amplias áreas, incluso hasta la llegada de los romanos. La introducción de la cultura del bronce fue escasa, y no cambió las formas de vida ni el instrumental, similar al de épocas anteriores, aunque construido de metal.
La Edad del Hierro corresponde al ultimo milenio antes de Cristo. Representaban esta cultura los pueblos indoeuropeos. Penetraron, procedentes del centro de Europa, hacia el 900 a. de C., por los pasos navarros del Pirineo. Desde allí siguieron, al parecer, dos direcciones. Unos, se expandieron por la Ribera del Ebro, hacia tierras de Aragón. Otros, continuaron hacia el Oeste, penetrando en la Llanada alavesa.
Así, la cultura del hierro quedó circunscrita en el País Vasco a las tierras navarras y alavesas, donde se ha encontrado instrumental propio de una economía cerealista, como hoces y molinos. En estas áreas se encuentran poblados fortificados, de origen celta. A esta cultura pertenecen, también, los
cromlechs,
esto es, monumentos funerarios formados por círculos de piedras o losas por lo común verticales, que rodean túmulos o dólmenes, donde se depositaban las cenizas de los cadáveres incinerados. Sólo los hay en la parte oriental del País, al este del valle de Leizarán. Al oeste, seguían levantándose dólmenes. A finales de la prehistoria había, por tanto, diversos estadios culturales.
La presencia de grupos celtas incorporó al País Vasco nuevas creencias religiosas. De ello es buen reflejo
el idolo de Mikeldi,
encontrado en Durango. Representa un novillo con un disco que simboliza el sol o la luna, y es un producto típico de una cultura celta. Lo es también
el tesoro de Axtroki,
que consiste en dos cuencas de oro decoradas con bandas horizontales, con motivos semejantes a los vasos de la primera Edad de Hierro en Centroeuropa. Se encontró en Escoriaza, cerca del castro de Peñas de Oro.
Cuencos de Axtroki, de oro repujado. Hallados en Escoriaza (Guipúzcoa).
Los castros fortificados que se levantaron en lugares estratégicos de Álava y Navarra representaban nuevas formas de dominio. Resulta verosímil que los nuevos pueblos, que dejaron numerosos topónimos de Álava y Navarra, impusiesen su poder militar y consiguiesen alguna preeminencia sobre la población indígena, y hasta propiciasen la división en clanes, gentilidades y tribus. De hecho, al menos dos de los gentilicios con que se denominaba a las tribus vasca a la llegada de Roma eran de raíz celta: los vascones y los autrigones. Sin embargo, los nuevos pueblos acabarían siendo asimilados por la población antes existente. Sólo así se explica la supervivencia del euskera, una lengua preindoeuropea.
Durante la Edad del Hierro, cuando extensas zonas permanecían aún en el Neolítico, se produjo la llegada de los romanos. Con ellos, el País Vasco entró en la historia.
Referencias de escritores latinos permiten trazar un cuadro general del territorio vasco antes del contacto con Roma. Lo ocupaban cuatro tribus diferentes, que compartían rasgos étnicos y lingüísticos. De oeste a este eran los
autrigones, caristios, várdulos
y
vascones.
Limitaban al norte con el Cantábrico, ocupando los vascones una franja de los Pirineos. Las cuatro tribus se extendían longitudinalmente hacia el Sur, hacia el Ebro, con territorios a ambos lados de la divisoria de aguas. Posiblemente, esta configuración nacía de la trashumancia neolítica, de los desplazamientos pastoriles que buscaban la alternancia estacional entre las tierras altas y las bajas.
Los
autrigones
abarcaban por la costa el espacio entre el río Asón, que desemboca en Laredo, o quizás el Agüera, unos kilómetros al este, y el Nervión; al sur, penetraban en tierras de la actual Burgos, por el valle de Mena y una amplia zona que incluía Villarcayo, Pancorbo y Briviesca; tenían también la porción occidental de Álava. Los
caristios
se extendían del Nervión al Deva; su territorio era el que menos se prolongaba hacia el sur, pero contenía la mayor parte de la actual Álava: una línea entre Treviño y Miranda describía aproximadamente su límite meridional. Los
várdulos
englobaban por el norte el espacio entre el Deva y el actual Oyarzun, que era vascón; por el sur, habitaban el extremo occidental de Navarra y el oriental de Álava. Los
vascones
ocupaban un amplio territorio, que llegaba quizá hasta Bayona, aunque resulta improbable; ocupaban la Rioja Baja y probablemente alcanzaban el Ebro; por el Este estaban, además de en la actual Navarra, en una zona de Aragón, limítrofe a la Jacetania.
Desconocemos cómo vivían estos pueblos, ni si tenían diferencias entre sí o con su entorno. Los escritores romanos sólo se refirieron genéricamente a los pueblos del norte de la península, en un difuso cuadro que incluía a cántabros, astures, autrigones, vascones, várdulos, caristios o berones y que diluía las posibles peculiaridades tribales. Según Estrabón, quien más se extendió, eran tribus pobres y frugales. Comían carne de cabra, manteca de vaca y bellotas, que molían para hacer pan. Escaseaba el vino y bebían agua y sidra, y practicaban la lucha. Su economía estaba en un estado intermedio, pues recurrían al intercambio de productos, aunque utilizaban también una moneda rudimentaria, laminillas de plata sin acuñar. Realizaban sacrificios humanos y sus costumbres eran, para el escritor latino, rudas e inhumanas.
Roma consiguió dominar el territorio vasco sin fuerte enfrentamiento armado, en contraste con la difícil conquista de sus vecinos los cántabros (las
guerras cántabras
llenaron el ultimo siglo antes de Cristo). La ausencia de noticias bélicas es general, pero se vislumbra que los comportamientos de los vascones y los de las otras tres tribus fueron diferentes. Los romanos entablaron tempranas y amistosas relaciones con los primeros. Posiblemente, dominaron antes su territorio, pues ya en el 75 a. de C. Pompeyo fundó Pamplona. Resulta probable, en cambio, que sólo controlaran definitivamente las tribus occidentales al terminar las campañas contra los cántabros el año 19 a. de C.
Principales vias romanas del Norte de la Península Ibérica (según datos de Ptolomeo). Julio Caro Baroja,
Los pueblos del Norte.
Vías romanas del territorio vasconavarro y los vecinos; las señaladas con trazos interrumpidos, problemáticas. Julio Caro Baroja,
Los pueblos del Norte.
Una vez establecidas, las relaciones entre Roma y las tribus vascas fueron amigables. Romanos y vascones llegaron incluso a una auténtica colaboración, que explica quizás la expansión de éstos últimos. Se extendieron hacia el este, dominando la Jacetania; hacia el sureste, por tierras de los suessetanos, en torno a las actuales Sos, Sangüesa y Ejea de los Caballeros; y hacia el sur, pasando el Ebro, pues
Calagurris
y
Cascantum
se convirtieron en ciudades vasconas. Probablemente, los romanos favorecían a un pueblo con el que tenían buenas relaciones, en detrimento de otros cuyo dominio exigió enfrentamientos, corno sucedió con los suessetanos.
No sólo los vascones, todas las tribus vascas tuvieron buenas relaciones con Roma. Participaron pronto en su aparato militar, corno lo indican algunas lápidas del siglo I. Una, encontrada en Brescia, en el norte de Italia, cita a una
cohors cariestum et veniescum;
otra, localizada en Inglaterra, alude a una
cohors prima, fide vascorum, civium romanum.
De forma que estaban al servicio de Roma unidades militares compuestas por caristios y por vascones, muy alejados de sus lugares de procedencia. Sabemos, también, que había várdulos en la guardia de Mario.
Grabado en una estela discoidal del periodo visigótico.
La colaboración propició la romanización de parte del País, que fue muy acusada en la vertiente meridional, y escasa en la cantábrica. El carácter de la dominación romana explica la diferente penetración territorial de la civilización latina. Roma buscaba, ante todo, un dominio económico, que le suministrase trigo y vino. Su presencia fue importante en las zonas de explotación rentable, por lo que se asentaron en el Sur del País Vasco. Entre los Vascones meridionales —resume Caro Baroja—, la romanización fue tan intensa como en la zona que más de la península. Proliferaron las grandes explotaciones agrarias, que recibían el nombre de
fundi
, o
villae,
y utilizaban esclavos. En cambio, las comarcas del norte, malas productoras de cereal y de vino, poco ofrecían. Allí, la presencia romana se limitó a algunos enclaves mineros, como el de Oyarzun, y quizás Triano; y a algunos puntos costeros que servían de refugios portuarios, los de Flavióbriga —posiblemente Castro Urdiales—, Portus Amanus —no identificado—, Fórua —su nombre deriva de
forum,
término latino que se aplicaba a un núcleo pequeño— y tal vez el Nervión.