Divisiones gentilicias del Norte de la Península Ibérica (según Ptolomeo).
Para consolidar su dominio militar, Roma construyó en su imperio una densa red viaria, que resultó decisiva para la explotación económica y como vehículo de transformación cultural. En el País Vasco, la vertiente meridional conoció intensamente el impacto de estas comunicaciones. La cruzaban el camino del Ebro que unía Lérida con León, a través de Briviesca y Astorga; y la vía Burdeos-Astorga, que atravesaba el Pirineo por Ibañeta, cerca de Roncesvalles, tocaba Pamplona y seguía hasta Briviesca, donde conectaba con la anterior. Por estos caminos penetró la civilización romana.
Hubo, quizás, alguna ruta secundaria, como la posible calzada a los puertos de Flavióbriga y Fórua desde la Burdeos-Astorga. Así parecen indicarlo las monedas e inscripciones halladas en Carranza, Valmaseda y el alto de Gueretiz.
El distinto impacto de la romanización creó economías contrapuestas. En la vertiente meridional aparecieron las primeras ciudades de las que tenemos noticia documental, como las de Pamplona, Veleia, Cascantum, Calagurris, Segia, Caria. Abundaban en el valle del Ebro y en torno a las grandes calzadas. En la franja cantábrica, en cambio, pervivió la economía pastoril, si bien la presencia romana tuvo, forzosamente, que crear algunas relaciones comerciales, e introducir algunos cambios —de ellos dan fe las monedas halladas en Gipuzkoa y Bizkaia— cuya entidad e intensidad desconocemos.
En el siglo III cambió radicalmente la situación el País Vasco. El Imperio entró en crisis. Fuertes tensiones sociales, pillaje y bandolerismo precedieron a los
bagaudas,
documentados desde el siglo IV, bandas armadas de campesinos pobres y esclavos fugitivos, que llegaron a enfrentarse al ejército regular y que encontraron, al parecer, apoyos en territorio vasco. Las autoridades imperiales perdieron el control de los pueblos del norte peninsular. Se tornaron en violentas las relaciones entre vascos y romanos. Estos incrementaron la presencia militar en torno a la zona no romanizada, levantando un limes militar seguramente para frenar a los vascos de la vertiente norte. El cerco de guarniciones incluía las de
Juliobriga
(Retortillo, junto a Reinosa),
Veleia,
en Álava, y
Lapurdum
(Bayona). Resulta verosímil, también, que el Bajo Imperio fuese un período de desromanización.
En esta época se desdibujó la antigua división tribal. Un documento del año 456 cita a los várdulos, pero es la última referencia a este nombre. Los de caristios y autrigones habían desaparecido ya. Se imponía la general denominación de vascones. Todo da a pensar que las luchas del Bajo Imperio obligaron a los vascos situados al norte del limes fortificado a unirse y los escritores romanos o visigodos les aplicaron, como único, el nombre del núcleo principal, concluye Mañaricúa.
La división tribal dejó algunas huellas. Una de ellas fue, al parecer, la lingüística. La ubicación de las antiguas tribus corresponde a la difusión de los dialectos vascos. Los autrigones se asentaban en la zona donde primero se perdió el euskera. El dialecto vizcaíno se prolonga en Gipuzkoa hasta la altura del Deba, precisamente el límite de los caristios. El gipuzkoano no sobrepasa Oyarzun, donde comenzaba el territorio vascón.
Las demarcaciones tribales influyeron en la posterior división territorial del País Vasco. Navarra se corresponde, en lo fundamental, a la zona de los vascones. Bizkaia y Gipuzkoa, a la vertiente cantábrica de caristios y várdulos; Álava, a la mediterránea. Además, en los siglos X y XI se llamaba Bizkaia a la franja entre el Nervión y el Deba, la zona donde habitaron los caristios.
Con las invasiones bárbaras del siglo V y el hundimiento definitivo del Imperio Romano comenzó un nuevo período histórico, en el que la situación del País Vasco no es bien conocida. Sólo hay escasas noticias, de autores cuyos pueblos estaban, por lo común, enfrentados con los vascos. Sus versiones son parciales, ambiguas e imprecisas.
Lauda sepulcral, localizada en Franco (Treviño). De procedencia ibérica y datada a comienzos de nuestra Era o algo anterior, demuestra los contactos culturales que tenían las tribus vascas.
Los árabes sólo llegaron a ocupar una parte de Navarra. Los enfrentamientos continuaron, con éstos en el Sur y los francos en el Norte.
El año 509 suevos, vándalos y alanos entraron en la península. Llegaba una etapa de inestabilidad, unas décadas de frecuentes incursiones, saqueos y destrucciones, hasta la estabilización de fines de siglo, cuando los pueblos germánicos se asentaron en el territorio. Desde entonces, los vascos tenían dos vecinos: los francos al norte, y los visigodos al sur. Unos y otros intentaron extender su dominio al País Vasco.
No lo consiguieron. La relación de los vascos con estos pueblos contrasta con la que tuvieron con Roma. Lejos de ser amistosa, se caracterizó por los continuos enfrentamientos. Abundan las noticias de incursiones vasconas hacia el sur y el norte, y de esfuerzos francos y visigodos por controlar el territorio vasco. No llegaron a establecer un dominio duradero y estable, aunque probablemente sí sometieron de forma esporádica algunas zonas. Así lo atestigua la discontinua asistencia de un obispo de Pamplona a los concilios de Toledo.
Dibujo original de José Miguel Barandiaran, trabajo de campo. La plena cristianización del País Vasco fue tardía, pero el proceso siguió distintos ritmos, por el desigual grado de romanización del territorio vasco.
Durante el período existió un
Ducado de Vasconia,
que abarcaba posiblemente el actual País Vasco y Aquitania, donde se dejaban sentir las incursiones vasconas, pero el nombre no refleja un dominio efectivo, ni una unidad política. Creada por los francos y utilizada también por los visigodos, probablemente esta entidad existió sólo en la intención de sus promotores. Al duque de Vasconia se le encargaría dominar la zona, o, al menos, limitar los movimientos de los vascones. Es posible que actuara en algún momento de forma independiente, pero esto —que tampoco exigía el dominio efectivo de su jurisdicción—se enmarca en las constantes luchas intestinas de las monarquías visigoda y merovingias. Por lo demás, desconocemos la situación interna del País Vasco.
En el año 711 los árabes entraron en la península. Sorprendieron al rey don Rodrigo en una campaña contra los vascones. La situación del País Vasco no cambió cuando al poder de los godos sustituyó el de los árabes, que en el País Vasco sólo llegaron a ocupar una parte de Navarra (dominaban Pamplona en los años 716-719 y 734-740). Continuaron los enfrentamientos armados, con los árabes al sur y los francos al norte. Los simboliza la batalla de Roncesvalles con la derrota de Carlomagno en el 778.
La lenta introducción del cristianismo en el País Vasco refleja su azarosa evolución del primer milenio. A fines del siglo III había llegado a las romanizadas ciudades del sur, pero las convulsiones del Bajo Imperio dificultaron su difusión. Durante muchos siglos convivieron cristianismo y paganismo. En el siglo IX las monarquías de Pamplona y Asturias iniciaron una política misional, para la que se crearon monasterios y diócesis. En el siglo XI, con la proliferación de pequeños monasterios en Bizkaia y Gipuzkoa, se consumaba la cristianización del País Vasco, lo que no obsta para que subsistiesen prácticas paganas, en lento retroceso.
Durante la Edad Media aparecieron Álava, Gipuzkoa, Navarra y Bizkaia. Su origen lo explica la dinámica que siguió el País Vasco desde comienzos de la Reconquista.
Al comenzar el dominio árabe de la península subsistían quizás organizaciones de tipo gentilicio, de referencia tribal, pero ya en el siglo VIII se inició el proceso que gestaría nuevas estructuras políticas. Esta evolución se enmarca en la formación de las monarquías cristianas que iniciaron la Reconquista. En el territorio de los antiguos vascones surgió el reino de Pamplona; al este del País Vasco nació la monarquía asturiana, después convertida en el reino asturleonés y, por fin, en el de Castilla. La evolución política del País Vasco durante la Alta Edad Media dependió del desarrollo de estos dos poderes, de sus vaivenes y de su capacidad de influencia.
El territorio vasco siguió caminos diferentes. En Navarra se configuró un poder monárquico, en tomo al rey de Pamplona, con una dinámica propia durante el Medievo. Las futuras Provincias Vascongadas, situadas entre la monarquía asturleonesa o castellana y la navarra, oscilaron entre el reino occidental y el oriental, según cambió la relación de fuerzas, hasta que a fines del siglo XII entraron definitivamente en la esfera de Castilla.
La lucha contra musulmanes y francos introdujo en Navarra los cambios que desembocarían en la formación de un Reino. Desde los años 798-803 las necesidades bélicas alentaron el caudillaje de la familia Arista. Al caudillaje militar sucedió después la monarquía, con Sancho Garcés I, en el 905, pues la preeminencia política se convertía en hereditaria. Comenzaba a reinar la dinastía Jimena, que gobernó durante tres siglos, de momento como
reyes de Pamplona.
El máximo esplendor llegó con Sancho el Mayor (1000-1035), que consiguió dominar, además de casi toda la Navarra actual —menos la ribera del Ebro, aún en manos musulmanas—, Sobrarbe, Ribagorza, los condados de Aragón y de Castilla, el territorio de las Vascongadas y el reino de León. Desde los inicios de la Reconquista ningún rey cristiano había alcanzado en la península tan amplio poder territorial. Reunió directamente o por lazos de vasallaje todos los Estados cristianos españoles, y hasta alguno francés.