Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (26 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo LXXVIII: Cómo Cortés preguntó a Maseescasi e a Xicotenga por las cosas de Méjico, y lo que en la relación dijeron

Luego Cortés apartó a aquellos caciques y les preguntó muy extenso las cosas de Méjico, y Xicotenga, como era más avisado y gran señor. tomó la mano a hablar, y de cuando en cuando le ayudaba Maseescasi, que también era gran señor; y dijo que tenía Montezuma tan grandes poderes de gente de guerra, que cuando quería tomar un gran pueblo o hacer un asalto en una provincia, que ponía en campo ciento y cincuenta mill hombres, y questo que lo tenía bien experimentado, por las guerras y enemistades pasadas que con ellos tienen de más de cient años. Y Cortés les dijo: «Pues con tanto guerrero que decís que venían sobre vosotros, ¿cómo nunca os acabaron de vencer?» Y respondieron, que puesto que algunas veces les desbarataban y les mataban y llevaban muchos de sus vasallos para sacrificar, que también de los contrarios quedaban en el campo muchos muertos y otros presos, y que no venían tan encubiertos que dello tuviesen noticia, y cuando lo sabían que se apercebían con todos sus poderes, y con ayuda de los de Guaxocingo se defendían e ofendían, e que como todas las provincias y pueblos que ha robado Montezuma y puesto debajo de su dominio están muy mal con los mejicanos, y traían dellos, por fuerza, a la guerra, no pelean de buena voluntad, antes de los mismos tenían avisos, y que a esta causa les defendían sus tierras lo mejor que podían, y que donde más mal les ha venido a la contina es de una ciudad muy grande questá de allí un día de andadura, que se dice Cholula, que son grandes traidores. Y que allí metía Montezuma secretamente su capitanía y como estaban cerca, de noche hacían salto, y más dijo Maseescasi: Que tenía Montezuma en todas las provincias puestas guarniciones de muchos guerreros, sin los muchos que saca de la ciudad, y que todas aquellas provincias le tributaban oro y plata, y plumas y piedras y ropa de ropa de mantas y algodón, e indios e indias para sacrificar y otras para servir, y que es tan gran señor que todo lo que quiere tiene, y que en las casas que vive tiene llenas de riquezas y piedras y chalchivis, que ha robado y tomado por fuerza a quien no se lo da de grado, y que todas las riquezas de la tierra están en su poder. Y luego contaron del gran servicio de su casa, que era para nunca acabar si lo hobiese aquí de decir. Pues de las muchas mujeres que tenía y cómo casaba a algunas dellas, de todo daban relación. Y luego dijeron de la gran fortaleza de su ciudad, de la manera ques la laguna y la hondura del agua y de las calzadas que hay por donde han de entrar en la ciudad, y las puentes de madera que tienen en cada calzada, y cómo entra y sale por el trecho de abertura que hay en cada puente, y cómo en alzando cualquiera de ellas se pueden quedar aislados entre puente y puente sin entrar en su ciudad, y cómo está toda la mayor parte de la ciudad poblada dentro de la laguna y no se puede pasar de casa en casa si no es por una puente levadiza, y tienen hechas canoas, y todas las casas son de azoteas, y en las azoteas tienen hechos a manera de mamparos, y pueden pelear desde encima dellas, y la manera cómo se provee la ciudad de agua dulce desde una fuente que se dice Chapultepeque, questá de la ciudad obra de media legua; va el agua por unos edificios y llega en parte, e con canoas la llevan a vender por las calles. Y luego contaron de la manera de las armas, que eran varas de a dos gajos, y tiraban con tiraderas que pasan cualesquier armas, y muchos buenos flecheros y otros con lanzas de pedernales, que tienen una braza de cuchilla, hechas de arte que cortan más que navajas, y rodelas y armas de algodón, e muchos honderos con piedras rollizas, e otras lanzas muy buenas e largas, e espadas de a dos manos de navajas. Y trujeron pintadas en unos grandes paños de henequén las batallas que con ellos habían habido, y la manera del pelear. Y como nuestro capitán y todos nosotros estábamos ya informados de antes de todo lo que decían aquellos caciques, estorbó la plática y metióles en otra más honda, y fue que cómo habían ellos venido a poblar aquella tierra, e de qué parte vinieron, que tan diferentes y enemigos eran de los mejicanos, siendo unas tierras tan cerca de otras. Y dijeron que les habían dicho sus antecesores, que en los tiempos pasados que había allí entre ellos poblados hombres y mujeres muy altos de cuerpo y de grandes huesos, que porque eran muy malos y de malas maneras que los mataron peleando con ellos, y otros que dellos quedaban se murieron. Y para que viésemos qué tamaños e altos cuerpos tenían trajeron un hueso o zancarrón de uno dellos, y era muy grueso el altor tamaño, como un hombre de razonable estatura, y aquel zancarrón era desde la rodilla hasta la cadera. Yo me medí con él y tenía tan gran altor como yo, puesto que soy de razonable cuerpo, y trujeron otros pedazos de huesos como el primero; mas estaban ya comidos y deshechos de la tierra, y todos nos espantamos de ver aquellos zancarrones, y tuvimos por cierto haber habido gigantes en esta tierra. Y nuestro capitán Cortés nos dijo que sería bien enviar aquel gran hueso a Castilla para que lo viese Su Majestad, y ansí lo envíamos con los primeros procuradores que fueron. También dijeron aquellos mismos caciques que sabían de sus antecesores que les había dicho un su ídolo, en quien ellos tenían mucha devoción, que vernían hombres de las partes de donde sale el sol y de lejos tierras a los sojuzgar y señorear; que si somos nosotros, que holgaran dello, que pues tan esforzados y buenos somos. Y cuando trataron las paces se les acordó desto que les habían dicho sus ídolos y que por aquella causa nos dan sus hijas para tener parientes que les defiendan de los mejicanos. Y desque acabaron su razonamiento, todos quedamos espantados y decíamos si por ventura decían verdad. Y luego nuestro capitán Cortés les replicó y dijo que ciertamente veníamos de hacia donde sale el sol, y que por esta causa nos envió el rey nuestro señor a tenelles por hermanos, porque tiene noticia dellos, y que plega a Dios que nos dé gracia para que por nuestras manos e intercesión se salven. Y dijimos todos amén. Hartos estarán ya los caballeros questo leyeren de oír razonamientos y pláticas de nosotros a los tascaltecas y ellos a nosotros; querría acabar ya, y por fuerza me he de detener en otras cosas que con ellos pasamos, y es aquel volcán questá cabe Guaxocingo. Echaba en aquella sazón que estábamos en Tascala mucho fuego, más que otras veces solía echar, de lo cual nuestro capitán Cortés y todos nosotros, como no habíamos visto tal, nos admiramos dello, y un capitán de los nuestros que se decía Diego de Ordaz tomóle cobdicia de ir a ver qué cosa era, y demandó licencia a nuestro general para subir en él, la cual licencia le dio, y aun de hecho se lo mandé. Y llevó consigo dos de nuestros soldados y ciertos indios principales de Guaxocingo; y los principales que consigo llevaba poníanle temor con decille que desque estuviese a medio camino de Popocatepeque, que ansí llaman aquel volcán, no podría sufrir el temblor de la tierra ni llamas y piedras ni ceniza que dél sale, e que ellos no se atreverían a subir más de adonde tienen unos cues de ídolos que llaman los teules de Popocatepeque. Y todavía el Diego de Ordaz con sus dos compañeros fue su camino hasta llegar arriba, y los indios que iban en su compañía se le quedaron en lo bajo, que no se atrevieron a subir, y paresce ser, según dijo después el Ordaz y los dos soldados, que al subir que comenzó el volcán de echar grandes llamaradas de fuego y piedras medio quemadas y livianas y mucha ceniza, y que temblaba toda aquella sierra y montaña adonde está el volcán, y questuvieron quedos sin dar más paso adelante hasta que de ahí a una hora que sintieron que había pasado aquella llamarada y no echaba tanta ceniza ni humo, y que subieron hasta la boca, que era muy redonda y ancha y que habría en el anchor un cuarto de legua, y que desde allí se parescía la gran ciudad de Méjico y toda la laguna y todos los pueblos questán en ella poblados. Y está este volcán de Méjico obra de doce o trece leguas. Y después de bien visto, muy gozoso el Ordaz e admirado de haber visto a Méjico y sus ciudades, volvió a Tascala con sus compañeros, y los indios de Guaxocíngo y los de Tascala se lo tuvieron por mucho atrevimiento, y cuando lo contaban al capitán Cortés y a todos nosotros, como en aquella sazón no lo habíamos visto ni oído como agora, que sabemos lo que es y han subido encima de la boca muchos españoles y aun frailes franciscos, nos admiramos entonces dello, y cuando fue Diego de Ordaz a Castilla lo demandó por armas a Su Majestad, e ansí las tiene agora un su sobrino Ordaz, que vive en la Puebla. Después acá desquestamos en esta tierra no le habemos visto echar tanto fuego ni con tanto ruido como al principio, y aun estuvo ciertos años que no echaba fuego hasta el año de mill e quinientos y treinta y nueve, que echó muy grandes llamas y piedra y ceniza. Dejemos de contar del volcán, que agora que sabemos qué cosa es y habemos visto otros volcanes, como son los de Nicaragua y los de Guatimala, se podían haber callado los de Guaxalcingo sin poner en relación, y diré cómo hallamos en este pueblo de Tascala casas de madera hechas de redes y llenas de indios e indias que tenían dentro encarcelados y a cebo hasta que estuviesen gordos para comer y sacrificar; las cuales cárceles les quebramos y deshicimos para que se fuesen los presos que en ellas estaban, y los tristes indios no osaban ir a cabo ninguno, sino estarse allí con nosotros, y ansí escaparon las vidas, y dende en adelante en todos los pueblos que entrábamos lo primero que mandaba nuestro capitán era quebralles las tales cárceles y echar fuera los prisioneros, y comúnmente en todas estas tierras los tenían. Y como Cortés y todos nosotros vimos aquella gran crueldad. mostró tener mucho enojo de los caciques de Tascala y se le riñó bien enojado, y prometieron que desde allí adelante que no matarían ni comerían de aquella manera más indios. Digo yo qué aprovechaba todos aquellos prometimientos, que en volviendo la cabeza hacían las mismas crueldades. Y dejémoslo ansí y digamos cómo ordenamos de ir a Méjico.

Capítulo LXXIX: Cómo acordó nuestro capitán Hernando Cortés que todos nuestros capitanes y soldados que fuésemos a Méjico, y lo que sobrello pasó

Viendo nuestro capitán que había ya diez y siete días questábamos holgando en Tascala y oíamos decir de las grandes riquezas de Montezuma y su próspera ciudad, acordó tomar consejo con todos nuestros capitanes y soldados, en quien sentía que le tenían buena voluntad, para ir adelante, y fue acordado que con brevedad fuese nuestra partida. Y sobre este camino hobo en el real muchas pláticas de desconformidad, porque decían unos soldados que era cosa muy temerosa irnos a meter en tan fuerte ciudad siendo nosotros tan pocos, y decían de los grandes poderes del Montezuma. Y el capitán Cortés respondía que ya no podíamos hacer otra cosa, porque siempre nuestra demanda y apellido fue ver al Montezuma, e que por demás eran ya otros consejos. Y viendo que tan determinada mente lo decía y sintieron los del contrario parescer que muchos de los soldados le ayudamos a Cortés de buena voluntad con decir «¡adelante en buen hora!», no hobo más contradicción. Y los que andaban en estas pláticas contrarias eran de los que tenían en Cuba haciendas, que yo y otros pobres soldados ofrescido teníamos siempre nuestras ánimas a Dios, que las crió, y los cuerpos a heridas y trabajos hasta morir en servicio de Nuestro Señor Dios y de Su Majestad. Pues viendo Xicotenga y Maseescasi, señores de Taxcala, que de hecho queríamos ir a Méjico, pesábales en el alma, y siempre estaban con Cortés avisándole que no curase de ir aquel camino, y que no se confiase poco ni mucho de Montezuma ni de ningún mejicano, e que no se creyese de sus grandes reverencias, ni de sus palabras tan humildes y llenas de cortesías, ni aun de cuantos presentes le ha enviado, ni de otros ningunos ofrescimientos, que todos eran de atraidorados, que en un hora se lo tornarían a tomar cuanto le habían dado, y que de noche y de día se guardase muy bien dellos, porque tienen bien entendido que cuando más descuidados estuviésemos nos darían guerra, y que cuando peleásemos con ellos, que los que pudiésemos matar que no quedasen con las vidas: al mancebo, por que no tome armas; al viejo, por que no dé consejo, y le dijeron otros muchos avisos. Y nuestro capitán les dijo que se lo agradescía el buen consejo, y les mostró mucho amor, con ofrescimientos y dádivas que luego los dio al viejo Xicotenga y al Maseescasi y a todos los más caciques, y les dio mucha parte de la ropa fina de mantas que había presentado Montezuma, y les dijo que sería bueno tratar paces entrellos y los mejicanos para que tuviesen amistad y trujesen sal y algodón y otras mercaderías. Y el Xicotenga respondió que eran por demás las paces, y que su enemistad tienen siempre en los corazones arraigada, y que son tales los mejicanos que, so color de las paces, les harán mayores traiciones, porque jamás mantienen verdad en cosa ninguna que prometen, e que no curase de hablar en ellas, sino que tornaban a rogar que se guardase muy bien de no caer en manos de tan malas gentes. Y estando platicando sobre el camino que habíamos de llevar para Méjico, porque los embajadores de Montezuma questaban con nosotros, que iban por guías, decían que el mejor camino y más llano era por la ciudad de Cholula, por ser vasallos del gran Montezuma, donde recibiríamos servicio, y a todos nosotros nos paresció bien que fuésemos a aquella ciudad. Y los caciques de Tascala, que entendieron que nos queríamos ir por donde nos encaminaban los mejicanos, se entristecieron y tomaron a decir que, en todo caso, fuésemos por Guaxocingo, que eran sus parientes y nuestros amigos, e no por Cholula, porque en Cholula siempre tiene Montezuma sus tratos dobles encubiertos. Y por más que nos dijeron y aconsejaron que no entrásemos en aquella ciudad, siempre nuestro capitán con nuestro consejo muy bien platicado, acordamos de ir por Cholula: lo uno, porque decían todos que era grande poblazón y muy bien torreada y de altos y grandes cues, y en un buen llano asentada, que verdaderamente de lejos parescía en aquella sazón a nuestro Valladolid de Castilla la Vieja, y lo otro, porque estaba en partes cercana de grandes poblazones y tener muchos bastimentos, y tan a la mano a nuestros amigos los de Tascala, y con intención destarnos allí hasta ver de qué manera podríamos ir a Méjico sin tener guerra, porque era de temer el gran poder de mejicanos, si Dios Nuestro Señor primeramente no ponía su divina mano y misericordia con que siempre nos ayudaba y daba esfuerzo, no podíamos entrar de otra manera. Y después de muchas pláticas y acuerdos, nuestro camino fue por Cholula. Y luego Cortés mandó que fuesen mensajeros a les decir que cómo estando tan cerca de nosotros no nos envían a visitar y hacer aquel acato que son obligados a mensajeros como somos de tan gran rey y señor como es el que nos envió a notificar su salvación, y que les ruega que luego viniesen todos los caciques y papas de aquella ciudad a nos ver y dar la obidiencia a nuestro rey y señor; si no, que los ternía por de malas intenciones. Y estando diciendo esto y otras cosas que convenía envialles a decir sobre este caso vinieron a hacer saber a Cortés cómo el gran Montezuma enviaba cuatro embajadores con presentes de oro, porque jamás, a lo que habíamos visto, envió mensaje sin presente de oro y mantas, porque lo tenían por afrenta enviar mensajes si no enviaba con ellos dádivas. Y lo que dijeron aquellos mensajeros diré adelante.

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