Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (34 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo XCV: De la prisión del Gran Montezuma y lo que sobrello se hizo

Como teníamos acordado el día antes de prender al Montezuma, toda la noche estuvimos en oración rogando a Dios que fuese de tal manera que redundase para su santo servicio, y otro día de mañana fue acordado de la manera que había de ser. Llevó consigo Cortés cinco capitanes, que fueron Pedro de Alvarado, y Gonzalo de Sandoval, y Juan Velázquez de León, y Francisco de Lugo, y Alonso de Ávila y a mi y con nuestras lenguas doña Marina y Aguilar; y todos nosotros mandó questuviésemos muy a punto y los de a caballo ensillados y enfrenados. En lo de las armas no había nescesidad de ponello yo aquí por memoria, porque siempre, de día y de noche, estamos armados y calzados nuestros alpargatos, que en aquella sazón era nuestro calzado, y cuando solíamos ir a hablar al Montezuma siempre nos vía armados de aquella manera, y esto digo puesto que Cortés con los que con él íbamos con todas sus armas para le prender no lo tenía el Montezuma por cosa nueva ni se alteraba dello. Ya puestos a punto todos, envióle nuestro capitán a hacelle saber cómo iba a su palacio, porque así lo tenía por costumbre, y no se alterase viéndolo ir de sobresalto. Y el Montezuma bien entendió, poco más o menos, que iba enojado por lo de Almería, y le temía, y mandó que fuese mucho en buen hora. Y como entró Cortés, después de le haber hecho sus acatos acostumbrados, le dijo con nuestras lenguas: «Señor Montezuma: muy maravillado de vos estoy que, siendo tan valeroso príncipe y haberse dado por nuestro amigo, mandar a vuestros capitanes que teníades en la costa cerca de Tucapán que tomasen armas contra mis españoles, y tener atrevimiento de robar los pueblos questán en guarda y mamparo de nuestro rey y señor, y demandalles indios e indias para sacrificar, y matar un español, hermano mío, y un caballo». No le quiso decir del capitán ni de los seis soldados que murieron luego que llegaron a la Villa Rica, porque Montezuma no lo alcanzó a saber, ni tampoco lo supieron los indios capitanes que les dieron la guerra; y más le dijo Cortés: que teniéndolo por tan su amigo, mandé a mis capitanes que en todo lo que posible fuese os sirviesen y favoresciesen, y Vuestra Majestad por el contrario nos lo ha hecho, e ansimismo en lo de Cholula tuvieron vuestros capitanes con gran copia de guerreros ordenado por vuestro mandado que nos matasen. Helo disimulado lo de entonces por lo mucho que os quiero, y ansimismo agora vuestros vasallos y capitanes se han desvergonzado y tienen pláticas secretas que nos queréis mandar matar; por estas causas no querría encomenzar guerra ni destruir aquesta ciudad. Conviene que para todo excusar que luego callando y sin hacer ningún alboroto se vaya con nosotros a nuestro aposento, que allí seréis servido y mirado muy bien como en vuestra propia casa, y que si alboroto o voces daba, que luego seria muerto de aquestos mis capitanes, que no los traigo para otro efeto. Y cuando esto oyó el Montezuma, estuvo muy espantado y sin sentido, y respondió que nunca tal mandó que tomasen armas contra nosotros, y que enviarla luego a llamar sus capitanes y se sabría la verdad, y los castigaría. Luego en aquel estante quitó de su brazo y muñeca el sello y señal de Vichilobos, que aquello era cuando mandaba alguna cosa grave e de peso, para que se cumpliese, e luego se cumplía. Y en lo de ir preso y salir de sus palacios contra su voluntad, que no era persona la suya para que tal le mandase e que no era su voluntad salir. Y Cortés le replicó muy buenas razones, y Montezuma le respondía muy mejores, y que no había de salir de sus casas; por manera questuvieron más de medía hora en estas pláticas. Y desque Juan Velázquez de León y los demás capitanes vieron que se detenía con él y no veían la hora de habello sacado de sus casas y tenello preso, hablaron a Cortés algo alterados y dijeron: «¿Qué hace vuestra merced ya con tantas palabras? o le llevamos preso, o dalle hemos de estocadas. Por eso, tórnele a decir que si da voces o hace alboroto que le mataremos porque más vale que desta vez aseguremos nuestras vidas o las perdamos». Y como el Juan Velázquez lo decía con voz algo alto y espantosa, porque as! era su hablar, y el Montezuma vio a nuestros capitanes como enojados, preguntó a doña Marina que qué decían con aquellas palabras altas, y como la doña Marina era muy entendida, le dijo: «Señor Montezuma: lo que yo os aconsejo es que vais luego con ellos a su aposento, sin ruido ninguno, que yo sé que os harán mucha honra, como gran señor que sois, y de otra manera aquí quedaréis muerto, y en su aposento se sabrá la verdad». Y entonces el Montezuma dijo a Cortés: «Señor Malinche: ya que eso queréis que sea, yo tengo un hijo y dos hijas legítimos, tomallos en rehenes, y a mí no me hagáis esta afrenta. ¿Qué dirán mis principaIes si me viesen llevar preso?» Tornó a decir Cortés que su persona había de ir con ellos, y no había de ser otra cosa; y en fin de muchas razones que pasaron, dijo que él iría de buena voluntad. Y entonces Cortés y nuestros capitanes le hicieron muchas quiricias y le dijeron que le pedían por merced que no hobiese enojo y que dijese a sus capitanes y a los de su guarda que iba de su voluntad, porque había tenido plática de su ídolo Vichilobos y de los papas que le servían que convenía para su salud y guardar su vida estar con nosotros. Y luego le trujeron sus ricas andas, en que solía salir con todos sus capitanes que le acompañaron; fue a nuestro aposento, donde le pusimos guardas y velas, y todos cuantos servicios y placeres que le podíamos hacer, ansí Cortés como todos nosotros, tantos le hacíamos, y no se le echó prisiones ningunas, y luego le vinieron a ver todos los mayores principales mejicanos y sus sobrinos a hablar con él y a saber la causa de su prisión, y si mandaba que nos diesen guerra. Y el Montezuma les respondió que él holgaba de estar algunos días allí con nosotros de buena voluntad y no por fuerza e que cuando él algo quisiese que se lo diría, y que no se alborotasen ellos ni la ciudad, ni tomasen pesar de ello, porque aquesto que ha pasado de estar allí, que su Vichilobos lo tiene por bien, y se lo han dicho ciertos papas que lo saben, que hablaron con su ídolo sobrello. Y desta manera que he dicho fue la prisión del gran Montezuma; y allí donde estaba tenía su servicio y mujeres, y baños en que se bañaba, y siempre a la contina estaban en su compañía veinte grandes señores y consejeros y capitanes, y se hizo a estar preso sin mostrar pasión en ello, y allí venían con pleitos embajadores de lejos tierras y le traían sus tributos, y despachaban negocios de importancia. Acuérdome que cuando venían antél grandes caciques de lejos tierras, sobre términos o pueblos, o otras cosas de aquel arte, que por muy gran señor que fuese se quitaba las mantas ricas y se ponía otras de henequén y de poca valía, y descalzo había de venir; y cuando llegaba a los aposentos, no entraba derecho, sino por un lado dellos, y cuando parescía delante del gran Montezuma, los ojos bajos en tierra, y antes que a él llegasen le hacían tres reverencias y le decían: «Señor, mi señor e mi gran señor»; entonces le traían pintado y dibujado el pleito o embarazo sobre que venían en unos paños y mantas de henequén, y con unas varitas muy delgadas y pulidas le señalaban la causa del pleito; y estaban allí junto al Montezuma dos hombres viejos grandes caciques, y desque bien habían entendido el pleito, aquellos jueces se lo decían al Montezuma la justicia que tenía; con pocas palabras los despachaba y mandaba quién había de llevar las tierras o pueblos, sin más replicar en ello se salían los pleiteantes, sin volver las espaldas, y con las tres reverencias se salían hasta la sala, y desque se veían fuera de su presencia del Montezuma se ponían otras mantas ricas y se paseaban por Méjico. Y dejaré de decir al presente desta prisión, y digamos cómo los mensajeros que envió el Montezuma con su señal y sello a llamar sus capitanes que mataron nuestros soldados, vinieron antél presos, y lo que con ellos hablé yo no lo sé, mas que se los envió a Cortés para que hiciese justicia dellos; y tomada su confisión sin estar el Montezuma delante, confesaron ser verdad lo atrás ya por mí dicho, e que su señor se lo había mandado que diesen guerra y cobrasen los tributos, y que si algunos teules fuesen en su defensa, que también les diesen guerra o matasen. E vista esta confisión por Cortés, envióselo a hacer saber al Montezuma cómo le condenaban en aquella cosa, y él se desculpó cuanto pudo. Y nuestro capitán le envió a decir que ansí lo creía, que puesto que merecía castigo, conforme a lo que nuestro rey manda, que la persona que manda matar a otros, sin culpa o con culpa, que muera por ello; mas que le quiere tanto y le desea todo bien, que ya que aquella culpa tuviese, que antes la pagaría el Cortés por su persona que vérsela pasar al Montezuma. Y con todo esto que le envió a decir, estaba temeroso. Y sin más gastar razones, Cortés sentenció a aquellos capitanes a muerte e que fuesen quemados delante los palacios del Montezuma, y ansí se ejecutó luego la sentencia. Y por que no hobiese algún embarazo entre tanto que se quemaban, mandó echar unos grillos al mismo Montezuma. Y desque se los echaron, él hacía bramuras, y si de antes estaba temeroso, entonces estuvo mucho más. Y después de quemados fue nuestro Cortés con cinco de nuestros capitanes a su aposento, y él mismo se los quitó los grillos, y tales palabras le dijeron y tan amorosas, que se le pasé luego el enojo; porque nuestro Cortés le dijo que no solamente le tenía por hermano, sino mucho más; e que como es señor y rey de tantos pueblos y provincias, que si él podía, el tiempo andando, le haría que fuese señor de más tierras de las que no ha podido conquistar ni le obedecían, y que si quiere ir a sus palacios, que le da licencia para ello. Y decíaselo Cortés con nuestras lenguas, y cuando se lo estaba diciendo Cortés, parescía se le saltaban las lágrimas de los ojos al Montezuma. Y respondió con gran cortesía que se lo tenía en merced. Empero bien entendió que todo era palabras las de Cortés, e que agora el presente que convenía estar allí preso porque, por ventura, como sus principales son muchos e sus sobrinos y parientes le vienen cada día a decir que será bien darnos guerra y sacallo de prisión, que desque le vean fuera que le atraerán a ello, e que no quería ver en su ciudad revueltas, e que si no hace su voluntad, por ventura querrán alzar a otro señor, y que él les quitaba aquellos pensamientos con decilles que su dios Vichilobos se lo ha enviado a decir que esté preso. E a lo que entendimos, e lo más cierto, Cortés le había dicho a Aguilar que le dijese secreto que aunque Malinche le mandase salir de la prisión, que los demás de nuestros capitanes y soldados no querríamos. Y desque aquello lo oyó Cortés, le echó los brazos encima y le abrazó y dijo: «No en balde, señor Montezuma, os quiero tanto como a mí mesmo». Y luego Montezuma le demandó a Cortés un paje español que le servía que sabía ya la lengua, que se decía Orteguilla, y fue harto provechoso, ansí para el Montezuma como para nosotros, porque de aquel paje inquiría y sabía muchas cosas de las de Castilla el Montezuma, y nosotros de lo que le decían sus capitanes, y verdaderamente le era tan buen servicial el paje, que lo quería mucho el Montezuma. Dejemos de hablar de cómo estaba ya el Montezuma algo contento con los grandes halagos y servicios y conversación que con todos nosotros tenía, porque siempre que antél pasábamos, y aunque fuese Cortés, le quitábamos los bonetes de armas o cascos que siempre estábamos armados, y él nos hacia gran mesura y honraba a todos. Y digamos los nombres de aquellos capitanes de Montezuma que se quemaron por justicia. El principal se decía Quetzalpopoca, y los otros se decían el uno Coate y el otro Quiavit; el otro no me acuerdo el nombre, que poco va en saber sus nombres. Y digamos que como este castigo se supo en todas las provincias de la Nueva España, temieron, y los pueblos de la costa adonde mataron soldados volvieron a servir muy bien a los vecinos que quedaban en la Villa Rica. E han de considerar los curiosos questo leyeren tan grandes hechos que entonces hicimos: dar con los navíos al través; lo otro osar entrar en tan fuerte ciudad, teniendo tantos avisos que allí nos habían de matar desque dentro nos tuviesen; lo otro, tener tanta osadía osar prender al gran Montezuma, que era rey de aquella tierra, dentro en su gran ciudad y en sus mismos palacios, teniendo tan gran número e guerreros e su guarda, y lo otro, osar quemar sus capitanes delante sus palacios y echalle grillos entre tanto que se hacía la justicia. Muchas veces, agora que soy viejo, me paro a considerar las cosas heroicas que en aquel tiempo pasamos, que me parece las veo presentes, y digo que nuestros hechos que no los hacíamos nosotros, sino que venían todos encaminados por Dios; porque ¿qué hombres habido en el mundo que osasen entrar cuatrocientos soldados, y aun no llegábamos a ellos, en una fuerte ciudad como es Méjico, que es mayor que Veneuzia, estando apartados de nuestra Castilla sobre más de mill y quinientas leguas, y prender a un tan gran señor y hacer justicia de sus capitanes delante dél? Porque hay mucho que ponderar en ello, y no ansí secamente como yo lo digo, pasaré adelante y diré cómo Cortés despachó luego otro capitán questuviese en la Villa Rica como estaba el Juan Escalante que mataron.

Capítulo XCVI: Cómo nuestro Cortés envió a la Villa Rica por teniente y capitán a un hidalgo que se decía Alonso de Grado, en lugar del alguacil mayor Juan de Escalante, y el alguacilazgo mayor se lo dio a Gonzalo de Sandoval, y desde entonces fue alguacil mayor, y lo que sobrello pasó diré adelante

Después de hecha justicia de Quetzalpopoca y sus capitanes y amansado el gran Montezuma, acordó nuestro capitán de enviar a la Villa Rica por teniente della a un soldado que se decía Alonso de Grado, porque era hombre muy entendido y de buena plática y presencia, y músico e gran escribano. Este Alonso de Grado era uno de los que siempre fue contrario de nuestro Cortés para que no fuésemos a Méjico y nos volviésemos a la Villa Rica cuando bobo en lo de Tascala ciertos corrillos ya por mí dichos en el capítulo que dello habla; y el Alonso de Grado era el que lo mullía, y si como era de buenas gracias fuera hombre de guerra, bien le ayudara todo junto. Y esto digo porque cuando nuestro Cortés te dio el cargo, como conoscía su condición, que no era hombre de afrenta, y Cortés era gracioso en lo que decía, le dijo: «He aquí, señor Alonso de Grado, vuestros deseos cumplidos, que iréis agora a la Villa Rica, como lo deseábades, y entenderéis en la fortaleza, y mira no vais a ninguna entrada, como hizo Juan de Escalante, y os maten». Y cuando se lo estaba diciendo guiñaba el ojo por que lo viésemos los soldados que allí nos hallamos e sintiésemos a qué fin lo decía, porque conoscía dél que aunque se lo mandara con pena no fuera. Pues dadas las provisiones e instruciones de lo que había de hacer, el Alonso de Grado le suplicó que le hiciese merced de la vara de alguacil mayor como la tenía el Juan de Escalante que mataron los indios, e Cortés le dijo que ya la había dado a Gonzalo de Sandoval, e que para él, que no le faltaría, el tiempo andando, otro oficio muy honroso, e que se fuese con Dios, y le encargó que mirase por los vecinos e los honrase, y a los indios amigos no se les hiciese ningún agravio ni se les tomase cosa por fuerza, y que a dos herreros que en aquella villa quedaban y les había enviado a decir y mandar que luego hiciesen dos cadenas gruesas de hierro y anclas que sacaron de los navíos que dimos al través, que con brevedad las enviase, y que diese priesa en la fortaleza que se acababa de poner la madera e cubrilla de teja. Y como el Alonso de Grado llegó a la villa, mostró mucha gravedad con los vecinos, y quería hacerse servir dellos como gran señor, y con los pueblos questaban de paz, que fueron más de treinta, enviaba a les demandar joyas de oro, e indias hermosas, y en la fortaleza no se le daba nada para entender en ella. En lo que gastaba el tiempo era en bien comer y en jugar, y sobre todo esto, que fue peor que lo pasado, secretamente convocaba a sus amigos e a los que no lo eran para que si viniese aquella tierra Diego Velázquez, de Cuba, o cualquier su capitán, de dalle la tierra e hacerse con él. Todo lo cual muy en posta se lo hicieron saber por cartas a Cortés a Méjico, Y como lo supo hobo enojo consigo mismo por haber enviado al Grado, conociéndole sus malas entrañas e condición dañada. Y como tenía siempre en el pensamiento que Diego Velázquez, gobernador de Cuba, por una parte o por otra había de alcanzar a saber como habíamos enviado nuestros procuradores a Su Majestad, e que no le acudiríamos a cosa ninguna, e que por ventura enviaría armada y capitanes contra nosotros, parescióle que sería bien poner hombre de quien fiar el puerto e la villa, y envió a Gonzalo de Sandoval, que ya era alguacil mayor por muerte del Juan de Escalante, y llevó en su compañía a Pedro de Ircio, aquel de quien cuenta el coronista Gomara que iba a poblar a Pánuco. Y entonces el Pedro de Ircio fue a la villa y tomó tanta amistad Gonzalo de Sandoval con él, porquel Pedro de Ircio, como había sido criado en la casa del conde de Ureña y de don Pedro Girón, siempre contaba lo que les había acontecido, y como el Gonzalo de Sandoval era de buena voluntad y no nada malicioso, y le contaba aquellos cuentos que le complacían, tomó amistad con él, como dicho tengo, y siempre le hizo subir hasta ser capitán. Y si en este tiempo de agora fuera, algunas palabras que no eran de decir decía el Pedro de Ircio, en lugar de gracias, que se las reprehendía harto Gonzalo de Sandoval, le castigarían por ellas por el santo oficio. Dejemos de contar vidas ajenas, y volvamos a Gonzalo de Sandoval, que llegó a la Villa Rica y luego envió preso a Méjico con indios que le guardasen al Alonso de Grado, porque ansí se lo mandó Cortés. Y todos los vecinos querían mucho al Gonzalo de Sandoval, porque a los que halló questaban dolientes él les proveía lo mejor que podía, y les mostraba mucho amor, y a los pueblos de paz tenía en mucha justicia y les favorescía en todo lo que podía, y en la fortaleza comenzó a enmaderar e tejer, y hacia todas las cosas como convienen hacer; todo lo que los buenos capitanes son obligados a hacer, y fue harto provechoso a Cortés y a todos nosotros, como adelante verían en su tiempo o sazón. Dejemos a Sandoval en la Villa Rica y volvamos al Alonso de Grado, que llegó preso a Méjico y quería ir a hablar a Cortés, y no le consistió que paresciese delante dél, antes lo mandó echar preso en un cepo de madera, que entonces hicieron nuevamente. Acuérdome que olía la madera de aquel cepo como a sabor de ajos o cebollas. Y estuvo preso dos días, e como el Alonso de Grado era muy plático y hombre de muchos medios, hizo grandes ofrecimientos a Cortés que le sería muy servidor y en todo le seria leal, y tantas muestras de desealle servir le hizo, que le convenció y luego le soltó, y aun desde allí adelante vi que siempre privaba con Cortés, mas no para que le diese cargos de cosas de guerra, sino conforme a su condición, y aun el tiempo andando le dio la contaduría que solía tener Alonso de Ávila, porque en aquel tiempo envió al mismo Alonso de Ávila a la isla de Santo Domingo por procurador, según adelante diré en su coyuntura. No quiero dejar de traer aquí a la memoria cómo cuando Cortés envió a Gonzalo de Sandoval a la Villa Rica por teniente y capitán y alguacil mayor, le mandó que así como llegase le enviase dos herreros con todos sus aparejos de fuelles y herramientas y mucho hierro de lo de los navíos que dimos al través, y las dos cadenas grandes de hierro que estaban ya hechas, y que enviase velas y jarcias, y pez y estopa, y una aguja de marear, y todo otro cualquier aparejo para hacer dos bergantines para andar en la laguna de Méjico; lo cual luego se lo envió Sandoval muy cumplidamente según y de la manera que lo mandó.

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