Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (35 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo XCVII: Cómo estando el gran Montezuma preso, siempre Cortés y todos nuestros soldados le festejamos y regocijamos, y aun se le dio licencia para ir a caza, e fue esta licencia para ver su intención

Corno nuestro capitán en todo era muy diligente y vido quel Montezurna estaba preso, y por temor no se congojase con estar encerrado y detenido, procuraba cada día, después de haber rezado (que entonces no teníamos vino para decir misa), de irle a tener palacio, e iban con él cuatro capitanes, especialmente Pedro de Alvarado, y Juan Velázquez de León, y Diego de Ordaz, y preguntaban al Montezuma con mucho acato que qué tal estaba, y que mirase lo que manda, que todo se haría, y que no tuviese congoja de su prisión. Y él respondía que antes se holgaba destar preso, y esto porque nuestros dioses nos daban poder para ello, o su Vichilobos lo permitía, y de plática en plática le dieron a entender más por extenso las cosas de nuestra santa fe y el gran poder del emperador nuestro señor: y aun algunas veces jugaba el Montezuma con Cortés al totoloque, ques un juego que ellos ansí le llaman, con unos bodoquillos chicos muy lisos que tenían hechos de oro para aquel juego, y tiraban con los bodoquillos algo lejos, y unos tejuelos que también eran de oro, e a cinco rayas ganaban o perdían ciertas piezas e joyas ricas que ponían. Acuérdome que tanteaba a Cortés Pedro de Alvarado e al gran Montezuma un sobrino suyo, gran señor, y el Pedro de Alvarado siempre tanteaba una raya de más de las que había Cortés, y el Montezuma, como lo vio, decía, con gracia y risa, que no quería que le tantease a Cortés el Tonatio, que ansí llamaban al Pedro de Alvarado, porque hacia mucho yxoxol en lo que tanteaba, que quiere decir en su lengua que mentía, que echaba siempre una raya de más. Y Cortés y todos nosotros los soldados que en aquella sazón hacíamos guarda no podíamos estar de risa por lo que dijo el gran Montezuma. Dirán agora que por qué nos reímos de aquella palabra. Es porque el Pedro de Alvarado, puesto que era de gentil cuerpo e buena manera, era vicioso en el hablar demasiado, y como le conocimos su condición, por esto nos reímos tanto. E volvamos al juego. Y si ganaba Cortés, daba las joyas aquellos sus sobrinos y privados del Montezuma que le servían, y si ganaba Montezuma, nos lo repartía a los soldados que le hacíamos guarda, y aun no por lo que nos daba del juego dejaba cada día de darnos presentes de oro y ropa, ansí a nosotros como al capitán de la guarda, que entonces era Juan Velázquez de León, y en todo se mostraba ser amigo e servidor de Montezuma. Y también me acuerdo que era de la vela un soldado muy alto de cuerpo, y bien dispuesto y de muy grandes fuerzas, que se decía Fulano de Trujillo, y era hombre de la mar, y cuando le cabía el cuarto de noche de la vela era tan mal mirado, que, hablando aquí con acato de los señores leyentes, hacía cosas deshonestas, que lo oyó el Montezuma, e como era un rey destas tierras tan valeroso, túvolo a mala crianza y desacato que en parte quél lo oyese se hiciese tal cosa y sin miramientos de su persona; preguntó a su paje Orteguilla que quién era aquel malcriado e sucio; y dijo que era hombre que solía andar en la mar y que no sabía de pulicía e buena crianza, y también le dio a entender de la calidad de cada uno de los soldados que allí estábamos, cuál era caballero e cuál no, y le decía a la contina muchas cosas quel Montezuma deseaba saber. Volvamos a nuestro soldado Trujillo. Que desque fue de día, Montezuma lo mandó llamar y le dijo que por qué era de aquella condición que, sin tener miramientos a su persona, no tenía aquel acato debido; que le rogaba que otra vez no lo hiciese, y mandóle dar una joya de oro que pesaba cinco pesos. Y el Trujillo no se le dio nada por lo que le dijo, y otra noche lo hizo adrede creyendo que le daría otra cosa, y el Montezuma lo hizo saber a Juan Velázquez, capitán de la guarda; y mandó luego el capitán quitar al Trujillo que no velase más y con palabras ásperas lo reprehendieron. También acaesció que otro soldado que se decía Pero López, gran ballestero, y era hombre que no se le entendía mucho, y era bien dispuesto y velaba al Montezuma, y sobre si era hora de tomar el cuarto o no, de noche tuvo palabras con un cuadrillero, y dijo: «¡Oh pesia a tal con este perro, que por velalle a la contina estoy muy malo del estómago, para me morir!» Y el Montezuma oyó aquella palabra, y pesóle en el alma. Y cuando vino Cortés a tenelle palacio, lo alcanzó a saber, y tomó tanto enojo dello, que el Pero López, con ser muy buen soldado, le mandó azotar dentro en nuestros aposentos, y desde allí adelante todos los soldados a quien cabía la vela con mucho silencio y crianza estaban velando, puesto que no había menester mandallo a muchos de nosotros que le velábamos sobre este buen comedimiento que con aqueste gran cacique habíamos de tener, y él bien conoscía a todos, y sabía nuestros hombres y aun calidades, y era tan bueno, que a todos nos daba joyas, a otros mantas e indias hermosas. Como en aquel tiempo yo era mancebo, y siempre questaba en su guarda o pasaba delante dél con muy gran acato e quitaba mi bonete de armas, y aun le había dicho el paje Ortega que vine dos veces a descubrir esta Nueva España primero que Cortés, y yo le había hablado al Orteguilla que le quería demandar a Montezuma que me hiciese merced de una india muy hermosa, y como lo supo el Montezuma me mandó llamar e me dijo: «Bernal Díaz del Castillo, hánme dicho que tenéis motolinea de ropa y oro, y os mandaré dar hoy una buena moza; tratalda muy bien, ques hija de hombre principal; y también os darán oro y mantas». Yo le respondí, con mucho acato, que le besaba las manos por tan gran merced, y que Dios Nuestro Señor le prosperase. Y paresce ser preguntó al paje que qué había respondido, y le declaró la respuesta; y diz que le dijo el Montezuma: «De noble condición me parece Bernal Díaz»; porque a todos nos sabía los nombres como dicho tengo. E me mandó dar tres tejuelos de oro e dos cargas de mantas. Dejemos de hablar desto y digamos cómo por la mañana desque hacía sus oraciones y sacrificios a los ídolos, o almorzaba poca cosa, e no era carne, sino aji, estaba empachado una hora en oír pleitos de muchas partes de caciques que a él venían de lejos tierras. Ya he dicho otra vez, en el capítulo que dello habla, de la manera que entraban a negociar y el acato que le tenían, y cómo siempre estaban en su compañía en aquel tiempo para despachar negocios veinte hombres ancianos, que eran sus jueces, y porque está ya memorado no lo tornaré a recitar. Y entonces alcanzamos a saber que las muchas mujeres que tenía por amigas casaba dellas con sus capitanes o personas principales muy privados, y aun dellas dio a nuestros soldados, y la que me dio a mí era una señora dellas, e bien se pareció en ella, que se dijo doña Francisca; y ansí se pasaba la vida, unas veces riendo, y otras veces pensando en su prisión. Quiero aquí decir, puesto que no vaya a propósito de nuestra relación, porque me lo han preguntado algunas personas curiosas, que porque solamente el soldado por mí nombrado llamó perro al Montezuma, aun no en su presencia, le mandó Cortés azotar, siendo tan pocos soldados como éramos y que los indios tuviesen noticia dello. Y esto digo que en aquel tiempo todos nosotros, y aun el mismo Cortés, cuando parábamos delante del gran Montezuma le hacíamos reverencia con los bonetes de armas; que siempre traíamos quitados, y él era tan bueno y tan bien mirado, que a todos nos hacia mucha honra; que demás de ser rey desta Nueva España, su persona y condición lo merecía, y demás de todo esto, si bien se considera la cosa en questaban nuestras vidas sino solamente mandar a sus vasallos le sacasen de la prisión y darnos luego guerra que en ver su presencia y real franqueza, e cómo víamos que tenía a la contina consigo muchos señores que le acompañaban y venían de lejos tierras otros muchos más señores, y del gran palacio que le hacían, y el gran número de gente que a la contina daba de comer y beber, ni más ni menos que cuando estaba sin prisión; y todo esto considerado, Cortés hobo mucho enojo desque lo supo que tal palabra le dijese, Y como estaba airado dello, de repente le mandó castigar como dicho tengo, y fue bien empleado en él. Pasemos adelante y digamos que en aquel instante llegaron de la Villa Rica indios cargados con las dos cadenas de hierro gruesas que Cortés había mandado hacer a los herreros; también trujeron todas las cosas pertenecientes para los bergantines, como dicho tengo, y ansí como fue traído, se lo hizo saber al gran Montezuma. Y dejallo he aquí, y diré lo que sobrello pasó.

Capítulo XCVIII: Cómo Cortés mandó hacer dos bergantines de mucho sostén e veleros para andar en la laguna, y cómo el gran Montezuma dijo a Cortés que le diese licencia para ir a hacer oración a sus templos, y lo que Cortés le dijo, y cómo le dio la licencia

Pues como hobo llegado todo el aparejo para hacer los bergantines, luego Cortés se lo fue a hacer saber al gran Montezuma que quería hacer dos navíos chicos para se andar holgando en la laguna; que mandase a sus carpinteros que fuesen a cortar la madera, y que irían con nuestros maestros de hacer navíos, que se decían Martín López y un Andrés Núñez. Y como la madera de roble estaba obra de cuatro leguas de allí, de presto fue traída y dado el gálibos della. Y como había muchos carpinteros de los indios, fueron de presto hechos y calafateados y breados y puestos sus jarcias y velas a su tamaño y medida y una tolda a cada uno, y salieron tan buenos y veleros como si estuvieran un mes en tomar los gálibos, porque el Martín López era muy extremado maestro, y éste fue el que hizo los trece bergantines para ayuda a ganar Méjico, como adelante diré, y fue un buen soldado para la guerra. Dejemos aparte esto, y diré cómo el Montezuma dijo a Cortés que quería salir e ir a sus templos a hacer sacrificios y cumplir sus devociones para lo que a sus dioses era obligado, como para que conozcan sus capitanes y principales, especial ciertos sobrinos suyos que cada día lo vienen a decir le quieren soltar y darnos guerra, y quel les da por respuesta quél se huelga destar con nosotros por que crean ques como se lo ha dicho, e se lo ha mandado su dios Vichilobos, como ya otra vez se lo ha hecho creer. Y cuanto a la licencia que le demandaba, Cortés le dijo que mirase que no hiciese cosa con que perdiese la vida, y que para ver si había algún descomedimiento o mandaba a sus capitanes o papas que le soltasen o nos diesen guerra, que para aquel efeto enviaba capitanes e soldados para que luego le matasen a estocadas en sintiendo alguna novedad de su persona, e que le vaya mucho en buena hora, y que no sacrificase ningunas personas, que era gran pecado contra nuestro Dios verdadero, ques el que le hemos pedricado, y que allí estaban nuestros altares y la imagen de Nuestra Señora ante quien podría hacer oración. Y el Montezuma dijo que no sacrificaría ánima ninguna; e fue en sus ricas andas muy acompañado de grandes caciques, con gran pompa, como solía, y llevaba delante sus insinias, que era como vara o bastón, que era la señal que iba allí su persona real, como hacen a los visorreyes desta Nueva España. Y con él iban para guardalle cuatro de nuestros capitanes, que se decían Juan Velázquez de León, y Pedro de Alvarado, y Alonso de Ávila, y Francisco de Lugo, con ciento y cincuenta soldados, y también iba con nosotros el padre de la Merced para lo retraer el sacrificio, si le hiciese, de hombres. E yendo como íbamos al cu del Vichilobos ya que llegábamos cerca del maldito templo, mandó que le sacasen de las andas, y fue arrimado a hombros de sus sobrinos y de otros caciques hasta que llegó al templo. Ya he dicho otras veces que por las calles por donde iba su persona todos los principales habían de llevar los ojos puestos en el suelo, y no le miraban a la cara. Y llegado a las gradas de lo alto del adoratorio, estaban muchos papas aguardándole para le ayudar a subir de los brazos, e ya le tenían sacrificado de la noche antes cuatro indios, y por más que nuestro capitán le decía y se lo retraía el fraile de la Merced, no aprovechaba cosa ninguna, sino que había de matar hombres y muchachos para hacer su sacrificio, y no podíamos en aquella sazón hacer otra cosa sino disimular con él, porque estaba muy revuelto Méjico y otras grandes ciudades con los sobrinos del Montezuma, como adelante diré. Y desque hobo hecho sus sacrificios, porque no tardó mucho en hacellos, nos volvimos con él a nuestros aposentos, y estaba muy alegre; y a los soldados que con él fuimos luego nos hizo merced de joyas de oro. Dejémoslo aquí y diré lo que más pasó.

Capítulo XCIX: Cómo echamos los dos bergantines al agua y cómo el gran Montezuma dijo que quería ir a caza y fué en los bergantines hasta un peñol donde había muchos venados y caza, que no entraba a cazar en el persona ninguna, con grave pena

Desque los bergantines fueron acabados de hacer y echados al agua y puestos y aderezados todas sus jarcias y másteles, con sus banderas reales e imperiales, y apercibidos hombres de la mar para los marear, fueron en ellos al remo y a vela, y eran muy buenos veleros. Y como Montezuma lo supo, dijo a Cortés que quería ir a caza en la laguna a un peñol questaba acotado, que no osaban entrar en él a montear, por muy principal que fuese, so pena de muerte. Y Cortés le dijo que fuese mucho en buen hora, y que mirase lo que de antes le había dicho cuando fue a sus ídolos, que no era más su vida de revolver alguna cosa: y que en aquellos bergantines iría, que era mejor navegación ir en ello que en sus canoas y piraguas, por grandes que sean. Y el Montezuma se holgó de ir en el bergantín más velero, y metió consigo muchos señores y principales, y en el otro bergantín fue lleno de caciques y un hijo del Montezuma, y apercibió sus monteros que fuesen en canoas y piraguas. Cortés mandó a Juan Velázquez de León, que era capitán de la guarda, y a Pedro de Alvarado y a Cristóbal de Olí fuesen con él, y Alonso de Ávila, con docientos soldados, que llevasen gran advertencia del cargo que les daba y mirasen por el gran Montezuma. Y como todos estos capitanes que he nombrado eran de sangre en el ojo, metieron todos los soldados que he dicho y cuatro tiros de bronce con toda la pólvora que había, con nuestros artilleros, que se decían Mesa y Arvenga, y se hizo un toldo muy emparamentado, según el tiempo, y allí entró Montezuma con sus principales. Y como en aquella sazón hizo el viento muy fresco y los marineros se holgaban de contentar y agradar al Montezuma, mareaban las velas de arte que iban volando, y las canoas en que iban sus monteros y principales quedábanse atrás por muchos remeros que llevaban. Holgábase el Montezuma y decía que era gran maestría lo de las velas y remos todo junto. Y llegó al peñol, que no era muy lejos, y mató toda caza que quiso de venados y liebres y conejos, y volvió muy contento a la ciudad. Y cuando llegábamos cerca de Méjico mandó Pedro de Alvarado y Juan Velázquez de León y los demás capitanes que disparasen el artillería, de que se holgó mucho Montezuma, que, como le víamos tan franco y bueno, le teníamos en el acato que se tienen los reyes destas partes, y él nos hacía lo mismo. Y si hobiese de contar las cosas y condición quél tenía de gran señor y el acato y servicio que todos los señores de la Nueva España y de otras provincias le hacían, es para nunca acabar, porque cosa ninguna que mandaba que le trujesen, y aunque fuese volando, que luego no le era traído. Y esto dígolo porque un día estábamos tres de nuestros capitanes y ciertos soldados con el gran Montezuma, y acaso abatióse un gavilán en unas salas como corredores por una codorniz, que cerca de las casas y palacios donde estaba preso el Montezuma estaban unas palomas y codornices mansas, porque por grandeza las tenía allí para criar el indio mayordomo que tenía cargo de barrer los aposentos, y como el gavilán se abatió y llevó presa, viéronle nuestros capitanes, y dijo uno dellos, que se decía Francisco de Saucedo el Polido, que fue maestresala del almirante de Castilla: «¡Oh qué lindo gavilán y qué presa hizo y tan buen vuelo tienen!»; y respondimos los demás soldados que era muy bueno y que había en estas tierras muchas buenas aves de caza de volatería. Y el Montezuma estuvo mirando en lo que hablábamos. y preguntó a su paje Orteguilla sobre la plática; y le respondió que decíamos aquellos capitanes quel gavilán que entró a cazar era muy bueno. y que si tuviésemos otros como aquél, que le mostrarían a venir a la mano, y que en el campo le echarían a cualquiera ave, aunque fuese algo grande, y la mataría. Entonces el Montezuma dijo: «Pues yo mandaré agora que tomen aquel mesmo gavilán. y veremos si le amansan y cazan con él». Todos nosotros los que allí nos hallamos le quitamos las gorras de armas por la merced. Y luego mandó llamar sus cazadores de volatería, y les dijo que le trujesen el mesmo gavilán, y tal maña se dieron en le tomar, que a horas del Ave María vienen con el mismo gavilán, e le dieron a Francisco de Saucedo; y le mostró al señuelo. Y porque luego se nos ofrescieron otras cosas en que iban más que la caza, se dejará aquí de hablar en ello. Y helo dicho porque era tan gran príncipe, que no solamente le traían tributos de todas las más partes de la Nueva España y señoreaba tantas tierras y en todas bien obedecido, que aun estando preso sus vasallos temblaban dél que hasta las aves que vuelan por el aire hacía tomar. Dejemos esto aparte y digamos cómo la adversa fortuna vuelve de cuando en cuando su rueda. En aqueste tiempo tenían convocado entre los sobrinos y deudos del gran Montezuma a otros muchos caciques y a toda la tierra para darnos guerra y soltar al Montezuma y alzarse algunos dellos por reyes de Méjico, lo cual diré adelante.

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