Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España (37 page)

BOOK: Historia Verdadera de la conquista de la Nueva España
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Capítulo CII: Cómo nuestro Cortés procuró de saber de las minas del oro y de qué calidad eran, y ansimismo en qué ríos estaban, y qué puertos para navíos había desde lo de Pánuco hasta lo de tabasco, especialmente el río grande de Guazaqualco, y lo que sobrello pasó

Estando Cortés e otros capitanes con el gran Montezuma teniéndole palacio, entre otras pláticas que le decía con nuestras lenguas doña Marina y Jerónimo de Aguilar e Orteguilla, le preguntó que a qué parte eran las minas, e en qué ríos, e cómo y de qué manera cogían el oro que le traían en granos, porque quería enviar a vello dos de nuestros soldados, grandes mineros. Y el Montezuma dijo que de tres partes, y que de donde más oro le solían traer que era de una provincia que se dice Zacatula, ques a la banda del Sur y questá de aquella ciudad andadura de diez o doce días, y que lo cogían con unas xicales, e que lavan la tierra para que allí queden unos granos manudos después de lavado, e que ahora al presente que se lo traen de otra provincia que se dice Tustepeque, cerca de adonde desembarcamos, ques en la banda del Norte, e que lo cogen de dos ríos, e que cerca de aquella provincia hay otras buenas minas en parte que no son sus subjetas, que se dicen los Chinantecas y Zapotecas, y que no le obedecen, y que si quiere enviar sus soldados, quél dará principales que vayan con ellos. Y Cortés le dio las gracias por ello, y luego despachó a un piloto que se decía Gonzalo de Umbría con otros dos soldados mineros a lo de Zacatula. Aqueste Gonzalo de Umbría era al que Cortés mandó cortar los pies cuando ahorcó a Pedro Escudero y a Joan Cermeno y azotó los Peñates porque se alzaban en San Juan de Ulúa con el navío. según más largamente lo tengo escrito en el capítulo que dello habla. Y dejemos de contar más en lo pasado y digamos cómo fueron con el Umbría y se les dio de plazo para ir y volver cuarenta días. E por la banda de Norte despachó para ver las minas a un capitán que se decía Pizarro, mancebo de hasta veinte e cinco años, y a este Pizarro trataba Cortés como a pariente. En aquel tiempo no había fama del Perú ni se nombraban Pizarros en esta tierra. E con cuatro soldados fue y llevó de plazo otros cuarenta días para ir y volver, porque había desde Méjico obra de ochenta leguas, e con cuatro principales mejicanos. Ya partidos para ver las minas, como dicho tengo, volvamos a decir cómo le dio el gran Montezuma a nuestro capitán, en un paño de henequén, pintados y señalados muy al natural todos los ríos e ancones que había en la costa del Norte desde Pánuco hasta Tabasco, que son obra de ciento y cuarenta leguas, y en ellos venía señalado el río de Guazaqualco, e como ya sabíamos todos los puertos e ancones que señalaban en el paño que le dio Montezuma, de cuando venimos a descubrir con Grijalva, eceto el río de Guazaqualco, que dijeron que era muy poderoso y hondo, acordó Cortés de enviar a ver qué cosa era, y para sondar el puerto y la entrada, y como uno de nuestros capitanes, que se decía Diego de Ordaz, otras veces por mi memorado, era hombre muy entendido y bien esforzado, dijo al capitán quél quería ir a ver aquel río, e qué tierras había, y qué manera de gente era, y que le diese hombres indios principales que vayan con él. Y Cortés lo rehusaba por ser hombre de buenos consejos y tenelle en su compañía, y por no le descomplacer le dio la licencia para que fuese y el Montezuma le dijo al Ordaz que en lo de Guazaqualco no llegaba su señorío, e que eran muy esforzados, y que mirase lo que hacía, y que si algo le aconteciese, no le culpasen a él, y que antes de llegar aquella provincia toparía con sus guarniciones de gente de guerra que tenía en la frontera, y que si los hobiese menester que los llevase consigo; e dijo otros muchos cumplimientos. Y Cortés y el Diego de Ordaz le dieron las gracias, y ansí partió con dos de nuestros soldados y con otros principales quel Montezuma les dio. Aquí es donde dice el coronista Francisco López Gomara que iba Juan Velázquez con cien soldados a poblar a Guazaqualco, e que Pedro de Ircio había ido a poblar a Pánuco, e porque ya estoy harto de mirar en lo quel coronista va fuera de lo que pasó, lo dejaré de decir, y diré lo que cada uno de los capitanes que nuestro Cortés envió hizo, e vinieron con muestras de oro.

Capítulo CIII: Cómo volvieron los capitanes que nuestro Cortés envió a ver las minas e a sondear el puerto y río de Guazaqualco

El primero que volvió a la ciudad de Méjico a dar razón de lo que Cortés le envió fue el Gonzalo de Umbría e sus compañeros, y trajeron obra de trecientos pesos en granos, que sacaron delante dellos los indios de un pueblo que se dice Zacatula, que, según contaba el Umbría, los caciques de aquella provincia llevaron muchos indios a los ríos, y con unas como bateas chicas, y con ellas lavaban la tierra y cogían el oro. Y era de dos ríos. Y dijeron que si fuesen buenos mineros y lo lavasen como en la isla de Santo Domingo o como en la isla de Cuba, que serían ricas minas. Y asimismo trujeron consigo dos principales que envió a quella provincia, y trajeron un presente de oro hecho en joyas que valdría docientos pesos, e a darse e ofrecerse por servidores de Su Majestad. Y Cortés se holgó tanto con el oro como si fueran treinta mill pesos, en saber cierto que había buenas minas. e a los caciques que trujeron el presente les mostró mucho amor y les mandó dar cuentas verdes de Castilla, y con buenas palabras se volvieron a su tierra muy contentos. Y decía el Umbría que no muy lejos de Méjico había grandes poblaciones y de gente polida, y paresce ser eran los pueblos del pariente del Montezuma, y otra provincia que se dice Matalcingo; e a lo que sentimos y vimos, el Umbría y sus compañeros vinieron ricos con mucho oro y bien aprovechados. que a este efeto le envió Cortés para hacer buen amigo del, por lo pasado que dicho tengo. Dejémosle, pues volvió con buen recaudo, y volvamos al capitán Diego de Ordaz, que fue a ver el río de Guazaqualco, que son sobre ciento y veinte leguas de Méjico, y dijo que pasó por muy grandes pueblos, que allí los nombró, e que todos le hacían honra, y que en el camino cerca de Guazaqualco topó a las guarniciones de Montezuma questaban en frontera, e que todas aquellas comarcas se quejaban dellos, ansí de robos que les hacían, y les tomaban sus mujeres, y les demandaban otros tributos. Y el Ordaz con los principales mejicanos que llevaba reprehendió a los capitanes de Montezuma que tenían cargo de aquellas gentes, y les amenazaron que si más robaban que se lo harían saber a su señor Montezuma y que enviaría por ellos y los castigaría como hizo a Quetzalpopoca y sus compañeros porque habían robado los pueblos de nuestros amigos, y con estas palabras les metió temor. Y luego fue camino de Guazaqualco y no llevó más de un principal mejicano. Y desque el cacique de aquella provincia, que se decía Tochel, supo que iba, envió sus principales a le recebir, y le mostraron mucha voluntad, porque aquellos de aquella provincia ya todos tenían relación y noticia de nuestras personas de cuando vinimos a descubrir con Juan de Grijalva, según largamente lo he escrito en el capítulo que dello habla. Y volvamos a decir que desque los caciques de Guazaqualco entendieron a lo que iba, luego le dieron muchas y grandes canoas, y el mesmo cacique Tochel y con él otros muchos principales sondaron la boca del río, y hallaron tres brazas largas sin la de caída en lo más bajo, y entrados en el río un poco arriba podían nadar grandes navíos, y mientras más arriba, más hondo, y junto a un pueblo que en aquella sazón estaba poblado de indios, pueden estar carracas. Y desque el Ordaz lo hobo sondado y se vino con los caciques al pueblo, le dieron ciertas joyas de oro y una india muy hermosa, y se ofrescieron por servidores de Su Majestad, y se le quejaron del Montezuma y de su guarnición de gente de guerra, y que había poco tiempo que tuvieron una batalla con ellos, y que cerca de un pueblo de pocas casas mataron los de aquella provincia a los mejicanos muchos de sus gentes, y por aquella causa llaman hoy en día donde aquella guerra pasé Cuylonemiquis, que en su lengua quiere decir donde mataron los putos mejicanos. Y el Ordaz le dio muchas gracias por la honra que había rescebido, y les dio ciertas cuentas de Castilla que llevaba para aquel efeto, y se volvió a Méjico, y fue alegremente recebido de Cortés y de todos nosotros, y decía que era buena tierra para ganados y granjerías, y el puerto a pique para las islas de Cuba y Santo Domingo y Jamaica, eceto que era lejos de Méjico y había grandes ciénegas; y a esta causa nunca tuvimos confianza del puerto para el descargo y trato de Méjico. Dejemos al Ordaz y digamos del capitán Pizarro y sus compañeros que fueron en lo de Tustepeque a buscar oro y ver las minas: que volvió el Pizarro con un soldado solo a dar cuenta a Cortés, y trujeron sobre mill pesos de granos de oro, sacado de las minas, y dijeron que en la provincia de Tustepeque y Malinaltepeque y otros pueblos comarcanos fue a los ríos con mucha gente que le dieron y cogieron la tercia parte del oro que allí traían, y que fueron en las sierras más arriba a otra provincia que se dice los Chinantecas, y como llegaron a su tierra que salieron muchos indios con armas, que son unas lanzas mayores que las nuestras, y arcos y flechas y pavesinas y dijeron que ni un indio mejicano no les entrase en su tierra; si no, que les matarían, y que los teules que vayan mucho en buen hora; y ansí fueron y se quedaron los mejicanos, que no pasaron adelante. Y desque los caciques de Chinanta entendieron a lo que iban, juntaron copia de sus gentes para lavar oro, y lo llevaron a unos ríos. donde cogieron el demás oro que venía por su parte en granos crespillos, porque dijeron los mineros que aquello era de más duraderas minas, como de nacimiento, y también trujo el capitán Pizarro dos caciques de aquella tierra que vinieron a ofrecerse por vasallos de Su Majestad y tener nuestra amistad, y aun trujeron un presente de oro; y todos aquellos caciques a una decían mucho mal de los mejicanos que eran tan aburridos de aquellas provincias por los robos que les hacían que no los podían ver ni aun mentar sus nombres. Cortés rescibió bien al Pizarro y a los principales que traía y tomó el presente que le dieron, y porque han pasado muchos años no me acuerdo qué tanto era; y se ofreció con buenas palabras que les ayudaría y sería su amigo de los chinantecas, y les mandó que se fuesen; y por que no rescibiesen algunas molestias de mejicanos en el camino, mandó a dos principales mejicanos que les pusiesen en sus tierras y que no se quitasen dellos hasta questuviesen en salvo, y fueron muy contentos. Volvamos a nuestra plática. E preguntó Cortés por los demás soldados que había llevado en su compañía que se decían Barrientos, y Heredia el Viejo, y Escalona el Mozo, y Cervantes el Chocarrero, y dijo que porque les paresció muy bien aquella tierra y era rica de minas y los pueblos por donde fue muy de paz, les mandó que hiciesen una gran estancia de cacahuatales y maizales y pusiesen muchas aves de la tierra y otras granjerías que había de algodón, y que desde allí fuesen catando todos los ríos y viesen qué minas había. Y puesto que Cortés calló por entonces, no se lo tuvo a bien a su pariente haber salido de su mandado; supimos que en secreto riñó mucho con él sobrello, e le dijo que era de poca calidad querer entender en cosas de criar aves y cacahuatales. Y luego envió otro soldado que se decía Alonso Luis a llamar a los demás que había dejado el Pizarro, y para que luego viniesen llevó un mandamiento. Y lo que aquellos soldados hicieron diré adelante en su tiempo y lugar.

Capítulo CIV: Cómo Cortés dijo al gran Montezuma que mandase a todos los caciques de toda su tierra que tributasen a Su Majestad, pues comunmente sabían que tenían oro, y lo que sobrello se hizo

Pues como el capitán Diego de Ordaz y los demás soldados por mí ya memorados vinieron con muestras de oro y relación que toda la tierra era rica, Cortés, con consejo de Ordaz y de otros capitanes y soldados, acordó de decir y demandar al Montezuma que todos los caciques y pueblos de la tierra tributasen a Su Majestad, y quél mesmo, como gran señor, también diese de sus tesoros. Y respondió quél enviaría por todos los pueblos a demandar oro, mas que muchos dellos no lo alcanzaban, sino joyas de poca valía que habían habido de sus antepasados. Y de presto despachó principales a las artes donde había minas y les mandó que diese cada pueblo tantos tejuelos de oro fino, del tamaño y gordor de otros que le solían tributar, y llevaban para muestras dos tejuelos, y de otras partes no le traían sino joyezuelas de poca valía. También envió a la provincia donde era cacique y señor aquel su pariente muy cercano que no le quería obedecer, otra vez por mi memorado, questaba de Méjico obra de doce leguas. Y las respuesta que trujeron los mensajeros que decía que no quería dar oro ni obedecer al Montezuma, y que también él era señor de Méjico y le venía el señorío como al mesmo Montezuma que le enviaba a pedir por tributo. Y desque esto oyó el Montezuma tuvo tanto enojo, que de presto envió su señal y su sello y con buenos capitanes para que se lo trujesen preso. Y venido en su presencia el pariente, le habló muy desacatadamente y sin ningún temor, o de muy esforzado; e decían que tenía ramos de locura, porque era como atronado. Todo lo cual alcanzó a saber Cortés, y envió a pedir por merced al Montezuma que se le diese, quél lo quería guardar, porque, según le dijeron, le había mandado matar el Montezuma; y traído ante Cortés le habló muy amorosamente y que no fuese loco contra su señor, y le quería soltar. Y Montezuma desque lo supo dijo que no le soltasen, sino que le echasen en la cadena gorda como a los otros reyezuelos por mí ya nombrados. Tornemos a decir que en obra de veinte días vinieron todos los principales que Montezuma había enviado a cobrar los tributos del oro que dicho tengo, y así como vinieron envió a llamar a Cortés y a nuestros capitanes, y a ciertos soldados que conocía, que éramos de la guarda, y dijo estas palabras formales, o otras como ellas: «Hágoos saber, señor Malinche y señores capitanes y soldados, que a vuestro gran rey yo le soy en cargo, y le tengo buena voluntad, ansí por ser tan gran señor como por haber enviado de tan lejos tierras a saber de mi, y lo que más me pone el pensamiento es que él ha de ser el que nos ha de señorear, según nuestros antepasados nos han dicho, y aun nuestros dioses nos dan a entender por las respuestas que dellos tenemos. Toma ese oro que se ha recogido: por ser de priesa no se trae más. Lo que yo tengo aparejado para el emperador es todo el tesoro que he habido de mi padre y questá en vuestro poder y aposentos; que bien sé que luego que aquí vinistes abristes la casa y lo mirastes todo, y la tornastes a cerrar como de antes estaba. Y cuando se lo enviáredes, decille en vuestros amales y cartas: «Esto os envía vuestro buen vasallo Montezuma»; y también yo os daré unas piedras muy ricas que le envíes en mi nombre, que son chachivis, que no son para dar a otras personas sino para ese vuestro gran señor, que vale cada una piedra dos cargos de oro; también le quiero enviar tres cervatanas con sus esqueros y bodoqueras, y que tienen tales obras de pedrería, que se holgará de vellas, y también yo quiero dar de lo que tuviere, aunques poco, porque todo el más oro y joyas que tenía os he dado en veces». Y desque aquello lo oyó Cortés y todos nosotros, estuvimos espantados de la gran bondad y liberalidad del gran Montezuma, y con mucho acato le quitamos todos las gorras de armas y le dijimos que se lo teníamos en merced. Y con palabras de mucho amor le prometió Cortés que escrebiríamos a Su Majestad de la manificencia y franqueza del oro que nos dio en su real nombre. Y después que tuvimos otras pláticas de buenos comedimientos, luego en aquella hora envió Montezuma sus mayordomos para entregar todo el tesoro de oro y riqueza questaba en aquella sala encalada; Y para vello y quitalle de sus bordaduras y donde estaba engastado tardarnos tres días, y aun para lo quitar y deshacer vinieron los plateros de Montezuma de un pueblo que se dice Escapucalco. Y digo que era tanto, que después de deshecho eran tres montones de oro, y pesado hobo en ellos sobre seiscientos mill pesos, como adelante diré, sin la plata e otras muchas riquezas. y no cuento con ello los tejuelos y planchas de oro y el oro en granos de las minas. Y se comenzó a fundir con los indios plateros que dicho tengo, naturales de Escapucalco, y se hicieron unas barras muy anchas dello, de media como de tres dedos de la mano el anchor de cada barra; pues ya fundido y hecho barras, traen otro presente por sí de lo que el ran Montezuma había dicho que daría, que fue cosa de admiración de tanto oro, y las riquezas de otras joyas que trujo, pues las piedras chalchivis eran tan ricas algunas dellas, que valían entre los mismos caciques mucha cantidad de oro. Pues las tres cervatanas con sus bodoqueras, los engastes que tenían de pedrerías e perlas y las pinturas de pluma y de pajaritos llenos de aljófar y otras aves, todo era de gran valor. Dejemos de decir de penachos y plumas. y otras muchas cosas ricas, ques para nunca acabar de traello aquí a la memoria; digamos ahora cómo se marcó todo el oro que dicho tengo con una marca de hierro que mandó hacer Cortés y los oficiales del rey proveídos por Cortés y acuerdo de todos nosotros en nombre de Su Majestad, hasta que otra cosa mandase; que en aquella sazón eran Gonzalo Mexía tesorero y Alonso de Ávila contador,y la marca fue las armas reales como de un real y del tamaño de un tostón de a cuatro. Y esto sin las joyas ricas que nos paresció que no eran para deshacer. Pues para pesar todas estas barras de oro y plata, y las joyas que quedaron por deshacer no teníamos pesos de marcos ni balanzas, y paresció a Cortés y a los mesmos oficiales de la hacienda de Su Majestad como sería bien hacer de hierro unas pesas de hasta una arroba y otras de media arroba, y de dos libras, y de una libra, e de media libra, e de cuatro onzas, e de tantas onzas; y esto no para que viniese muy justo, sino media onza más o menos en cada peso que se pesaba. Y desque se pesó dijeron los oficiales del rey que había en el oro, así en lo que estaba hecho barras como en los granos de las minas y en los tejuelos y joyas, más de seiscientos mill pesos, sin la plata y otras muchas joyas que se dejaron de avaluar. Algunos soldados decían que había más, e como ya no había que hacer en ello sino sacar el real quinto y dar a cada capitán y soldado nuestras partes, e a los que quedaban en el puerto de la Villa Rica también las suyas paresce ser Cortés procuraba de no lo repartir tan presto hasta que hobiese más oro e hobiese buenas pesas y razón y cuenta de a cómo salían. Y todos los más soldados y capitanes dijimos que luego se repartiese, porque habíamos visto que cuando se deshacía de las piezas del tesoro de Montezuma estaba en los montones mucho más oro, y que faltaba la tercia parte dello, que lo tomaban y escondían, ansí por la parte de Cortés como de los capitanes, como el fraile de la Merced, y se iba menoscabando. E a poder de muchas pláticas se pesó en lo que quedaba; y hallaron sobre seiscientos mill pesos, sin las joyas y tejuelos, y para otro día habían de dar las partes. E diré cómo lo repartimos, y todo lo más se quedó con ello el capitán Cortés e otras personas. Y lo que sobrello se hizo diré adelante.

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