Imago (26 page)

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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Imago
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Seguíamos viejos senderos, cortados en las laderas, que quizá fuesen de antes de la guerra. Por debajo de nosotros, un ramal del río cortaba a través de una profunda y estrecha cañada. Por encima nuestro, las montañas eran altas y verdes, bordeando una franja de cielo azul y blanco que se ensanchaba delante de nosotros. El agua corría abundante y rápida bajo nuestros pies, verde y blanca, rompiéndose sobre grandes rocas. Yo quizá pudiese sobrevivir a una caída a ella, pero era muy poco probable que ninguno de los otros pudiera.

Pero mis cónyuges humanos estaban en su propio terreno y andaban con paso seguro y confiado. Yo me había preguntado si serían capaces de hallar su camino de regreso, pues sólo habían hecho este recorrido una vez, hacía ya casi dos años. Pero Jesusa, sobre todo, se orientó perfectamente en cuanto el paisaje se hizo más vertical que horizontal. La mayor parte del tiempo era ella la que abría camino, simplemente porque era obvio que le encantaba hacerlo y porque era mejor en ello que cualquiera de los demás. Cuando nuestro sendero, que en el mejor de los casos era un estrecho saliente en la montaña, se desvanecía, habitualmente era ella la primera en divisarlo por encima o por debajo, o iniciándose de nuevo alguna distancia más allá. Y, así que lo divisaba, lideraba la ascensión hacia el mismo. Nunca esperaba a ver lo que deseábamos los demás… simplemente, hallaba el mejor camino para cruzar. La primera vez que la vi pegada a la montaña, brazos y piernas abiertos, tanteando agarraderos para los pies y las manos en la vegetación y las rocas, escalando la pared lisa como si fuera una araña, me quedé helado, presa de un pánico absoluto.

—Es en parte lagarto —me dijo Tomás, sonriendo—. Es repugnante. Yo no es que sea un patoso…, pero a ella jamás la he visto caerse.

—¿Siempre ha hecho estas cosas? —preguntó Aaor.

—La he visto subir por una pared pelada —contestó Tomás.

Miré a Aaor, y vi que también él había reaccionado con miedo. Este viaje empezaba a hacerle bien: le forzaba a usar su cuerpo y a enfocar su atención en otra cosa que no fuese su propia pena. Y había hecho de la seguridad de los dos humanos su principal preocupación. Comprendía el sacrificio que estaban haciendo por él, y el sacrificio que ya habían hecho.

Él fue el último en cruzar el abismo, agarrándose con ambas piernas y los cuatro brazos.

—Sirvo mejor de insecto que vosotros —le dijo a Tomás, mientras llegaba hasta donde estábamos el resto y la seguridad.

Tomás rió, tanto con sorpresa como con placer. No creo que jamás antes hubiese oído a Aaor intentar siquiera hacer un chiste.

Había ocasiones en las que descendíamos hasta el río y caminábamos a su lado, o nos bañábamos en él. De vez en cuando, Jesusa y Tomás atrapaban peces, los cocinaban y se los comían, mientras Aaor y yo nos íbamos tan lejos como podíamos y enfocábamos en otras cosas.

—¿Por qué les dejas hacer eso? —me preguntó Aaor la segunda vez que sucedió—. No deberían de estar hambrientos.

—No lo están —acepté—. Jesusa me dijo que, al salir de las montañas, perdieron la mayor parte de sus vituallas…, que se les cayeron accidentalmente a uno de esos rápidos que pasamos hace dos días.

—¡Eso fue entonces! ¡Ahora no tienen que matar animales para comérselos! —Aaor sonaba quisquilloso y desgraciado. Apartó a un lado mi brazo sensorial cuando lo tendí hacia él, luego cambió de idea y lo agarró con sus brazos de fuerza.

Extendí mi mano sensorial y sondeé su cuerpo, para entender lo que no iba bien en él. Como siempre, fue como meterse en una versión algo distinta de mí mismo. Se sentía mal: lleno de náuseas, disgustado, extrañamente humano, y sin embargo incapaz de situarme a la altura de la humanidad de Jesusa y de Tomás.

—Cuando tengas cónyuges humanos —le dije—, tendrás que acordarte de dejarles ser humanos. Ellos han matado peces y se los han comido durante toda la vida. Saben que a nosotros nos repugna; pero de todos modos deben hacerlo…, por razones que no tienen mucho que ver con la nutrición.

Aaor me dejó tranquilizarlo, pero aun así me preguntó:

—¿Qué razones?

—A veces necesitan probarse a sí mismos que todavía son dueños de su propio destino, que aún pueden cuidar de sí mismos, que aún tienen cosas…, costumbres, que les son propias.

—Suena como una expresión del Conflicto Humano —comentó Aaor.

—Lo es —acepté—. Están probando su independencia en un momento en el que ya no son independientes. Pero si eso es lo peor que pueden hacer, ya me va bien.

—¿Dormirás con ellos esta noche?

—No. Y ellos lo saben.

—Ellos… —Se detuvo, se quedó absolutamente quieto, y me hizo una señal silenciosa—: ¡Hay otros humanos cerca!

—¿Dónde? —le pregunté, también en silencio e inmóvil, tratando de captar lo que veía u olía.

—Ahí delante. ¿No puedes olerlos? —Me transmitió una ilusión de olor, débil, extraño y peligroso. Incluso animado por él, no pude oler por mí mismo a los nuevos humanos; pero Aaor estaba totalmente enfocado en ellos.

—Machos —dijo—. Tres, creo. Quizá cuatro. Se alejan de nosotros. No hay hembras.

—Al menos se alejan… —susurré con voz audible—. ¿Huele alguno de ellos de modo parecido a Tomás? Por lo que me has pasado no puedo saberlo. ¿Y tú?

—Todos ellos huelen muy parecido a Tomás. Es por eso por lo que no puedo saber exactamente cuántos son. Como Tomás, pero incluyendo un cierto elemento extraño. Supongo que es el problema genético. ¿No puedes olerlos aún?

—Ahora sí. No obstante, están tan lejos que no creo que hubiese podido detectarlos yo sólo. Llevan con ellos un animal muerto, ¿te has fijado?

Aaor asintió con la cabeza, entristecido.

—Han estado cazando —le dije—. Ahora probablemente vuelven a casa. Aunque no huelo nada que pueda ser su poblado. ¿Y tú?

—No —me contestó—. Lo he estado intentando. Quizá sólo anden buscando un lugar en el que acampar…, un sitio en el que cocinar al animal y comérselo.

—Sean cuales sean sus intenciones, mañana tendremos que ir con cuidado. —Enfoqué en él—. Nunca te han disparado, ¿verdad?

—Nunca. Por alguna razón, la gente siempre te apunta a ti.

Agité la cabeza.

—Se te está contagiando el sentido del humor de Tomás. No sé qué pensarán de ello tus nuevos cónyuges. —Hice una pausa—. El que te peguen un tiro te hace más daño del que querría mostrarte. Probablemente ahora puedo controlar mejor el dolor, pero desearía no tener que hacerlo. Ni querría que tuvieras que hacerlo tú.

Se acercó más y se conectó a mí mediante sus tentáculos sensoriales.

—No estoy seguro de poder sobrevivir si me disparan un tiro —me dijo—. Creo que una parte de mí podría sobrevivir, pero no como yo.

No dije nada, pero lo cierto era que en él no había tenacidad, que no estaba claro el que pudiese soportar un dolor repentino e intenso. Él pensaba que se disolvería, y probablemente tuviese razón.

—Han acabado de comerse el pescado —le dije—. Volvamos.

Nos desconectamos el uno del otro y él dio la vuelta, cansinamente, para seguirme.

—¿Sabes que, antes de que nos fuésemos de casa, Ooan dijo que aún seguía sin hallar el fallo que había en nosotros, que no podía entender por qué necesitábamos cónyuges tan pronto? —me dijo—. Necesitábamos…, no simplemente deseábamos. Ni tampoco entendía por qué nos enfocábamos en humanos.

Hizo una pausa.

—¿Quieres otros cónyuges?

—Cónyuges oankali —le contesté—, no construidos.

—¿Por qué?

—Creo…, me parece que eso equilibraría las dos componentes que hay en mí: humana y oankali. No obstante, no sé lo que opinarán de esto los oankali.

—Si llegan a aceptarnos y encuentras a dos que te gusten, no les dejes tomar su decisión fríamente y a distancia.

Sonreí.

—¿Y qué me dices de ti? ¿Humanos y oankali?

Me echó un brazo de fuerza por los hombros. Casi nunca me tocaba con sus brazos sensoriales, pese a que aceptaba los míos de buena gana. Se comportaba como si aún no fuera maduro.

—¿Qué te digo de mí? —repitió—. Yo aún no puedo planear nada. Me resulta difícil incluso pensar que voy a sobrevivir de un día para otro.

Hizo un puño con su mano de fuerza libre, luego la relajó.

—La mayor parte de las veces me siento como si pudiese dejarme ir así…, y disolverme. A veces, me parece que es lo que debería hacer.

Esa noche dormí con él. A solas no podía hacer mucho en su favor, pero no podría tolerar a Tomás o Jesusa hasta que hubieran digerido su pescado. Y no podía imaginarme a Aaor no existiendo, realmente desaparecido, sin poder volver a tocarlo jamás…, sería como ya no ser capaz de tocarme nunca más mi propio rostro.

Dos días más tarde, Jesusa y Tomás me pidieron que les devolviese los estigmas de su enfermedad genética. Habíamos reptado montaña arriba, por el casi inexistente sendero, y bajado de nuevo al río. Habíamos cruzado la pista de los cazadores que habíamos olido antes. Eran cuatro y estaban por delante de nosotros. Y ahora, con el viento a favor, podía oler a más humanos, muchos más. La cabeza y los tentáculos craneales de Aaor no dejaban de barrer hacia delante, impelidos por el tentador aroma.

—Cuanto más humanos podáis haceros parecer, menos probable es que os disparen nada más veros —nos dijo Tomás. Mientras hablaba, estaba mirando a Aaor. Luego se volvió hacia mí—: Os he visto a los dos cambiar por accidente, ¿por qué no podéis hacerlo deliberadamente?

—Yo puedo —le dije—, pero el control de Aaor aún no es firme. Ya tiene el aspecto más humano que le es posible lograr.

Inspiró profundamente.

—Entonces, esto es lo más cerca que debéis acercaros. Tendríais que cambiarnos de aspecto y acampar aquí.

—Desde aquí ni siquiera podemos ver vuestro pueblo —protestó Aaor.

—Y los del pueblo no os pueden ver a vosotros. Sin embargo, si doblaseis la próxima curva, os resultaría visible una parte de nuestra población. Aunque, como el camino está vigilado, os dispararían.

Aaor pareció hundirse en sí mismo. Habíamos acampado, pero sin encender fuego. Mis cónyuges estaban uno a cada lado de mí, unidos conmigo. Aaor estaba solo.

—Deberías cambiar tu aspecto e ir con ellos —me dijo—. Funcionarían mejor si no estuvieran separados de ti. Y yo podría sobrevivir, solo, durante unos días.

—Si nos atrapan, nos separarán —intervino Jesusa—. Nos encerrarán en lugares distintos. Nos interrogarán. Y a mí, probablemente, me casarán muy pronto.

Se detuvo un instante.

—¿Qué sucederá si alguien quiere tener sexo conmigo, Khodahs? —me preguntó.

Agité la cabeza.

—Lucharás para que no lo logre. No podrás evitar el luchar. Y lucharás con tanta fiereza que incluso puede que ganes…, aunque el macho sea bastante más fuerte. O quizá lo que provoques es que te haga daño, o que te mate.

—Entonces, ella no puede ir —afirmó Tomás—. Tendré que hacerlo yo solo.

—Ninguno de los dos debería ir —espeté—. Si los cazadores vienen hasta aquí, entonces deberíamos esperarlos. Tenemos tiempo.

—Eso te conseguiría un hombre —indicó Jesusa—. Quizá varios. Pero las mujeres no van de caza.

—¿Qué es lo que hacen las mujeres? —pregunté—. ¿Qué es lo que las podría apartar de la protección del poblado?

Jesusa y Tomás se miraron el uno al otro, y Tomás sonrió con una mueca burlona.

—Se citan —me dijo.

—¿Se citan? —repetí, sin comprender.

—Los ancianos nos dicen con quién nos tenemos que casar —me explicó—, pero no pueden decirnos a quién tenemos que amar.

Sabía que los humanos hacían cosas así: casarse con éste, y luego aparearse con aquél, y aquél, y aquél… No había nada en la biología humana que lo impidiese. De hecho, la biología humana animaba a los machos humanos a tener relaciones con más de una hembra: para tener un hijo, la inversión del macho, en tiempo y energías, era mucho menor que la de la hembra. Y, sin embargo, el concepto seguía pareciéndome raro: tener una relación fija y, sin embargo, dejarla a un lado. Ciertamente, la mayor parte de los machos construidos jamás tenían verdaderas cónyuges: iban allá donde eran bien recibidos, y todo el mundo lo sabía. Pero no había entre ellos una unión perpetua, ni traición, ni una contradicción biológica con la que luchar.

—¿Se encuentra vuestra gente a escondidas, porque le gustaría aparearse de otro modo de como lo están? —pregunté.

—Algunos sí —me contestó Tomás—. Otros sólo sienten una atracción temporal.

—Sería bueno lograr para Aaor una pareja que ya sintiese algo entre ellos.

—Ya pensamos en esto —me dijo Jesusa—. Teníamos la idea de haber entrado en el pueblo y haber sacado a la gente con la que nos hubiesen casado de seguir allí. Pero esa gente no iban a salir para una cita: también son hermanos. En realidad son un hermano y dos hermanas.

—Sería mejor ir tras gente que ya se hubiera escapado de vuestro poblado. ¿Hay algún lugar en el que se reúna esa gente para sus citas?

Tomás suspiró.

—Cámbianos de aspecto esta noche. Por si acaso, vuelve a hacernos tan feos como éramos. Mañana por la noche os mostraremos algunos de los lugares en los que se encuentran los amantes. Pero, si vais allí, habrá de ser por la noche.

Pero a la noche siguiente nos descubrieron.

6

No supimos que nos habían visto. Mientras doblábamos la última curva que había antes de llegar al pueblo de los montañeses, nos manteníamos ocultos entre los árboles y la maleza. Lo único que podíamos ver de su poblado era alguna que otra terraza, hecha con piedras, en las laderas de las boscosas montañas. En esas terrazas estaban plantadas cosechas: una buena cantidad de maíz, algunos melones muy grandes, más de una especie de patata. Y otras cosas que no reconocí…, alimentos que ni yo ni Nikanj habíamos recolectado nunca y de los que no teníamos almacenados recuerdos. Esto resultaba sorprendentemente perturbador…, nuevas cosas allí esperando a ser probadas, recordadas. Mi yashi, situado entre mis dos corazones y ahora protegido por una ancha y plana placa de hueso en la que ningún humano hubiera reconocido un esternón, se sobresaltó…, o, mejor dicho, se contrajo como si hubiera sido un estómago humano, largo tiempo vacío, a la vista de alimentos. Cualquier percepción de nuevos seres vivos me atraía y distraía. Miré a Aaor, y vi que estaba absolutamente enfocado en el poblado propiamente dicho, en la gente.

Su desesperación había agudizado y dirigido sus percepciones.

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