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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

Impávido (19 page)

BOOK: Impávido
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—Mucha menos base real. —Duellos se encogió de hombros; parecía muy triste—. Y además, el capitán Falco se ha pasado mucho tiempo en un campo de trabajo, donde manda la rutina. ¿Se ha dado cuenta de lo mucho que le cuesta ahora adaptarse a algo inesperado, incluso en una conversación? No ha tenido que lidiar con emergencias, no ha estado combatiendo. Está terriblemente desentrenado en el mando de una nave. Ese es solo el lado mental del asunto. Físicamente está más viejo y ha estado viviendo bajo unas condiciones opresivas, con una alimentación pobre y falto de servicios médicos adecuados.

—Cuando me puse al frente de esta flota, había pasado un siglo desde la última vez que estuve al mando —advirtió Geary secamente.

Esta vez Duellos sonrió.

—Para nosotros. Para usted no habían pasado más que unas semanas. Y perdone si le soy franco, pero lo único que tiene en común con el capitán Falco es la insignia de su rango.

—Me alegra oír eso —admitió Geary sonriendo para dar a entender que no se tomaba el cumplido demasiado en serio—. De modo que cree que el capitán Falco no logrará dirigir bien su flota.

Duellos volvió a asentir con severidad.

—¿Y qué harán entonces esas naves? ¿Adentrarse en las fauces de la flota síndica en un glorioso ataque a muerte?

Duellos estuvo mirando un instante el visualizador estelar con gesto grave.

—No lo creo probable. Un glorioso ataque a muerte requiere que haya alguien que lo dirija. A menos que me equivoque, Falco se verá superado y será incapaz de hacerlo. Los demás capitanes con experiencia, como Numos y Faresa, no son ni inspiradores ni adecuados emocionalmente para acometer un acto de valerosa desesperación como ese. Así que no habrá líder que dirija un ataque. En el peor de los casos, pierden la razón y se dispersan, convirtiéndose en una presa fácil para los síndicos. En el mejor de los casos, recuerdan Ilión y emprenden el viaje de regreso manteniendo la formación unida para protegerse los unos a los otros. Los síndicos no se esperarán que vuelvan a saltar al espacio síndico, lo cual les daría una oportunidad de conseguirlo. Una pequeña, pero ahí está.

Geary asintió con los ojos clavados en las mismas estrellas.

—Parece que haya estado escuchando mis oraciones a mis antepasados. Rezo por que sea eso lo que hagan esas naves.

—Si vienen a Ilión —afirmó Duellos—, puede que haya síndicos persiguiéndolos. Muchos síndicos.

—Lo sé. Estaremos preparados si eso ocurre. Listos para salir de Ilión si las probabilidades son demasiado bajas, o para darle una patada en el culo a la fuerza síndica a mitad de camino de este sector si las probabilidades se ponen de nuestra parte.

—También debería haberles dicho eso a nuestros capitanes de navío —aconsejó Duellos.

—Lo haré, en un mensaje antes de saltar. —Geary tomó una buena bocanada de aire—. ¿Cree que alguien más se irá?

—¿Ahora? No. Incluso los que temen seguirlo a usted temen aún más abandonar la flota. Eso fue lo que evitó que se fueran con Falco.

Geary se echó a reír.

—Supongo que ese es el mejor respaldo que puedo esperar.

Duellos se levantó y saludó.

—Le veré en Sancere, capitán Geary.

Geary se puso firme y devolvió el saludo.

—Cuente con ello.

Para sorpresa de Geary, en el momento en que Duellos desapareció, la imagen de la comandante Crésida reapareció. Parecía ojerosa al saludarlo.

—Tengo algo que podría funcionar.

—¿De verdad? ¿Podemos limitar el despliegue energético del fallo de la puerta?

—En teoría. Si los cálculos son exactos. —Crésida esbozó un gesto de impotencia—. No sabremos si realmente puede funcionar hasta que lo probemos.

—Y si no funciona, no tendremos la oportunidad de probar otra cosa —señaló Geary con amargura—. Con todo, buen trabajo.

—Señor. —Crésida vaciló—. Hay algo más.

Geary sostenía en una mano un disco de datos mientras la flota efectuaba el salto, dejando atrás la hinchada silueta del sol de Cydoni. El salto a Sancere les llevaría dos semanas, un período ininterrumpido en el espacio de salto que ningún miembro de la flota salvo Geary había experimentado. Se levantó saludando a la capitana Desjani con un gesto, consciente de que debía de tener un aspecto algo distraído.

—Estaré en mi camarote.

Enfrascado en sus pensamientos, el camino hasta su camarote se le antojó extrañamente corto. Al llegar allí con lo que le pareció una sorprendente velocidad, Geary se sentó y dio un golpe seco a los comandos de comunicación.

—Señora copresidenta, necesito hablar con usted.

—Me temo que no es conveniente. —La voz de Victoria Rione no solo sonaba más fría que el propio espacio, sino también cansada.

—Me temo que debo insistir.

Se produjo un silencio antes de que llegara su respuesta.

—¿De qué se trata?

—Algo de extrema importancia.

—¿Se supone que debo confiar en su valoración?

Geary reprimió una réplica iracunda.

—Me da igual si confía en ella o no. La necesito aquí para hablar de algo. Si de verdad le interesa la seguridad de la Alianza, vendrá a hablar conmigo.

—¿Y si no lo hago?

Geary miró la pared que tenía enfrente. Podía amenazar con usar la fuerza, pero eso no predispondría a Rione a escuchar. Además, podría no funcionar. No con la copresidenta Rione.

—Por favor, señora copresidenta. Le juro por el honor de mis antepasados que se trata de algo que debe saber.

Esta vez la pausa fue más larga.

—Muy bien, capitán Geary. Sigo creyendo en el honor de sus antepasados. Estaré allí enseguida.

Geary se recostó pesadamente frotándose lo ojos.
Y pensar que hubo una vez en que esperaba con impaciencia las visitas de Rione. Pero esto es demasiado importante. No puedo eludirlo.

La campana de la escotilla sonó y Rione entró con el rostro impasible y los ojos brillantes como el hielo.

—¿Sí, capitán Geary?

Él señalo con un gesto un asiento que había delante de él.

—Siéntese, por favor.

—Estoy bien de pie.

—¡Que se siente! —Aquel bramido sorprendió tanto a Geary como a Rione—. Perdóneme. El asunto que tengo que discutir con usted es de extrema importancia.

El tono formal lo ayudó a mantener la voz baja.

Ella lo miró con los ojos entornados, pero se sentó despacio con la espalda bien erguida.

—¿De qué se trata, capitán Geary?

A Geary se le hacía difícil mirarla; sus ojos se desviaban hacia el paisaje estelar, imaginando los estragos que causaría en él una explosión de la magnitud de una supernova.

—He estado pensando en lo que puede suceder en Sancere, que tiene una puerta hipernética, como sabe. Suponía que los síndicos intentarían destruir esa puerta. Desde entonces se me ha informado de que la destrucción de las puertas hipernéticas podría liberar enormes cantidades de energía. O quizá ninguna en absoluto. Todo eso en teoría.

Su voz sonó tan fría como siempre.

—¿Enormes cantidades de energía? La construcción del sistema hipernético se aprobó mucho antes de que yo entrara a formar parte del senado de la Alianza, así que no sé mucho sobre los detalles técnicos. ¿Qué significa enorme?

—Al nivel de una supernova. —Por fin aquel dato provocó un cambio en Rione, cuyos ojos se abrieron de par en par, perplejos. Geary respiró profundamente—. Uno de los capitanes de navío, la comandante Crésida, sugirió una teoría sobre las puertas hipernéticas. Si su teoría es acertada, el modo en que se destruyan los ronzales, los tiempos exactos y la secuencia en que pierdan el agarre de la matriz de partículas calibrará el nivel de energía liberada. La red de la flota hizo los cálculos con cierta dificultad y propuso un algoritmo de uso armamentístico que podría permitirnos reducir la escala de cualquier cantidad de energía liberada a la mínima expresión.

Rione seguía empleando su frío tono de voz, aunque ahora dejaba traslucir también su asombro.

—¿Por qué le preocupa esto, capitán Geary? Admito que este dato acerca del potencial peligro que conllevan las puertas hipernéticas es sorprendente, pero si ha aprendido a controlar ese peligro, parece algo positivo.

Geary bajó la vista hacia el disco plateado que sostenía en la mano.

—Me preocupa, señora copresidenta, por el corolario. Para encontrar el modo de minimizar la liberación de energía, también hemos tenido que encontrar el modo de maximizarlo. —Alzó el disco y por fin la miró—. Tendríamos los medios para utilizar las puertas hipernéticas como si fueran las armas más destructivas de la historia de la humanidad. En teoría, podríamos destruir no solo sistemas estelares individuales, sino regiones espaciales enteras.

Victoria Rione lo estaba mirando con la angustia reflejada en el rostro.

—¿Cómo puede ser que las estrellas del firmamento permitan algo así? Creía que, cuando la humanidad dejó la ancestral Tierra, había eliminado la amenaza de la extinción racial, que la dispersión a lo ancho de las estrellas nos salvaría de eso. Pero armas como esta… —Sus ojos se fijaron en el disco—. ¿Qué es eso?

—El algoritmo para maximizar una explosión. La red de la flota tuvo que descifrar ambos, ya se lo he dicho. —Se lo lanzó y ella lo cogió automáticamente—. Prefiero que lo tenga usted antes que cualquier otra persona. Me he asegurado de borrarlo del sistema de la flota y que quede sobrescrito. Esa es la única copia que existe.

Ella miraba el disco como si fuera una serpiente venenosa.

—¿Porqué?

Geary decidió interpretar la pregunta como si esta estuviera refiriéndose a ella.

—Porque, señora copresidenta, es demasiado peligroso como para confiárselo a nadie más. Incluido yo.

Rione miró a Geary.

—¿Para qué confiárselo a nadie? ¿Para qué guardar siquiera una copia?

—Porque si nosotros hemos podido averiguarlo, entonces cualquiera puede hacerlo.

Esta vez Rione palideció.

—Cree que… Pero si los síndicos tuvieran esto…

—Probablemente la Alianza ya habría padecido las consecuencias —dijo Geary terminando la frase por ella—. Estoy de acuerdo. No creo que los síndicos se hayan parado a pensarlo. Ni siquiera creo que la comandante Crésida haya pensado que las puertas son armas terroríficas en potencia. Pero creo que hay alguien que sí lo sabe.

—No lo entiendo —dijo Rione, ahora acalorada a juzgar por su tono—. Si no cree que los síndicos se hayan dado cuenta de esto, ¿está diciendo que la Alianza sí lo ha hecho?

—No. Los síndicos no, y nadie de la Alianza. —Geary habló con franqueza a sabiendas de que sus palabras eran brutales, pero sintiendo que debía exponer sus razones—. He visto lo que piensan los oficiales de esta flota tras un siglo de guerra intercambiando atrocidades con los síndicos. Si la Alianza supiera que las puertas son armas, ya habría empezado a volarlas, a arrasar el sistema estelar síndico al por mayor. ¿Es correcto, señora copresidenta?

Rione permaneció sentada en silencio un momento, luego asintió.

—Creo que tiene muchas probabilidades de estar en lo cierto —admitió ahora con voz tranquila—. Entonces, ¿quién cree usted que tiene conocimiento de esto? No existe ningún mundo que no forme parte de los Mundos Síndicos o, al menos nominalmente, de la Alianza. No hay nadie más.

—Nadie que nosotros sepamos —corrigió Geary con los ojos clavados de nuevo en el paisaje estelar—. Nadie humano.

—¿Habla en serio? —Rione sacudía la cabeza de un lado a otro—. ¿Qué pruebas tiene?

—¿De dónde salió la hipernet?

La pregunta pareció pillarla por sorpresa y olvidó su hostilidad por un instante.

—Los avances se produjeron de forma muy súbita. Es lo único que sé.

—Y aún no comprendemos la teoría que hay detrás —añadió Geary—. Eso fue lo que dijo la comandante Crésida y lo que la base de datos de la flota confirmó. ¿Cuándo obtuvieron los síndicos la tecnología hipernética?

—Más o menos al mismo tiempo que la Alianza.

—Curiosa coincidencia, ¿no cree? —Hizo una pausa—. He oído que la Alianza cree que los síndicos robaron la tecnología. Es una hipótesis plausible.

Rione asintió con los ojos entrecerrados.

—Sí, pero yo he visto informes en los que se afirma que los síndicos piensan que fuimos nosotros quienes les robamos a ellos la tecnología. —Cerró los ojos en actitud reflexiva—. ¿De verdad está insinuando que fueron seres inteligentes no humanos los que nos proporcionaron la tecnología? ¿A ambas partes? Pero ¿por qué? La hipernet nos ha beneficiado enormemente. La capacidad de viajar tan velozmente de una estrella a cualquier otra de la red ha supuesto un tremendo impulso para las civilizaciones humanas.

Geary se hundió aún más en su asiento mientras se frotaba los ojos.

—¿Alguna vez ha oído mencionar algo llamado «caballo de Troya»? ¿Algo que parece un regalo atractivo, pero que en realidad es un arma peligrosa?

Rione se quedó mirándolo con el semblante pálido de nuevo.

—¿Cree que alguien, algo, nos dio esas puertas sabiendo que las construiríamos y que podían emplearse como armas contra nosotros?

—Sí. —Geary hizo un gesto con la mano señalando el visualizador—. Hay puertas hipernéticas en todos los sistemas estelares importantes de todas las culturas y agrupamientos humanos. Imagine lo que sucedería si en cada uno de esos sistemas explotara una supernova. Joder, hasta una nova. O incluso una mininova.

—Pero… ¿por qué?

—A lo mejor nos tienen miedo. Tal vez solo quieren evitar que los molestemos. Tal vez solo es un seguro por si alguna vez los amenazamos. O tal vez es su forma de combatir, escondiéndose entre las sombras y atrayendo a su enemigo hacia una trampa. —Geary sacudió la cabeza—. Esta guerra comenzó por razones que nadie acaba de entender y ha seguido durante tanto tiempo que ya no tiene sentido. Por desgracia, no tiene nada de excepcional en la historia del ser humano, pero esta guerra ha mantenido a la raza humana ocupada en un conflicto interno durante el último siglo. Por lo que sabemos, ni los síndicos ni ninguna parte de la Alianza han llevado a cabo ninguna expansión hacia nuevos sistemas estelares durante los últimos cien años. Lo he comprobado.

Victoria Rione tenía la mirada perdida y sus ojos se estrecharon.

—Sin embargo, sus ideas no dejan de ser una especulación. ¿Existe alguna prueba?

—No hay pruebas. Hubo algo raro en Kaliban, los marines descubrieron que alguien había abierto la cámara de seguridad síndica mediante el uso de herramientas no reglamentarias y nadie pudo explicarse por qué los síndicos harían algunas de las cosas que hicieron al abandonar el sistema. Pero eso no prueba nada, salvo la existencia de algo fuera de lo normal.

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