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Authors: Brian W. Aldiss

Tags: #Ciencia ficción

Invernáculo (16 page)

BOOK: Invernáculo
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Poyly y Gren corrían, dejando atrás a los últimos pastores, en una carrera cada vez más rápida a medida que la horrenda melodía crecía en poder. ¡Bajo un dosel de ramas se agigantaba la distante Boca Negra! Un grito ahogado —¿de qué? ¿de admiración? ¿de horror? —les brotó de los labios ante aquel espectáculo.

Ahora el terror, animado por el canto de la Boca Negra, tenía formas y piernas y sentimientos.

Hacia ella —lo vieron con los ojos vacíos —se volcaba un torrente de vida, acudiendo al llamado fatídico; atravesaba, veloz, el campo de lava, trepaba por las laderas volcánicas ¡y se arrojaba al fin triunfalmente a la gran abertura!

Otra visión escalofriante les golpeó los ojos. Por encima del borde de la Boca aparecieron tres dedos grandes, largos y quitinosos que ondulaban e incitaban al compás de la nefasta melodía.

Los dos humanos gritaron de horror al verlos… pero redoblaron la carrera pues los dedos grises los llamaban.

—¡Oh Poyly! ¡Oh Gren! ¡Gren!

Era un grito que atraía como un fuego fatuo. No se detuvieron. Gren consiguió echar una rápida mirada hacia atrás, a los negros y grises turbulentos de la selva.

Acababan de pasar junto a Yattmur; indiferente al canto de Iccall, la joven se desprendió de las correas que la sujetaban al árbol. Desmelenada, con los cabellos flotantes, se zambulló en la marea de vida, y corrió detrás de ellos. Como una amante en un sueño, tendía los brazos hacia Gren.

A la luz fantasmal, tenía el rostro gris, pero cantaba con coraje mientras corría, un canto como el de Iccall que se oponía a la melodía maléfica.

Gren miraba de nuevo hacia adelante, hacia la Boca Negra; ya se había olvidado de Yattmur. Los largos dedos incitantes le hacían señas a él, sólo a él.

Había tomado de la mano a Poyly, pero en el momento en que dejaban atrás una prominencia rocosa, Yattmur le alcanzó la otra mano.

Durante un momento afortunado miraron a Yattmur, durante un momento afortunado el canto valeroso de Yattmur fue más fuerte que todo. Con la celeridad de un relámpago, la morilla aprovechó la oportunidad para romper el hechizo.

—¡Desvíate a un lado! —tañó—. ¡Desvíate a un lado, si es que quieres vivir!

Justo a la orilla del camino crecía un matorral raro de brotes tiernos. Lentamente, tomados de la mano, fueron hacia ese incierto refugio. Un saltavilos se les adelantó y se internó en el matorral, buscando sin duda algún atajo. Se hundieron en una tiniebla gris.

Al instante la monstruosa tonada de la Boca Negra se debilitó. Yattmur se dejó caer sollozando contra el pecho de Gren; pero aún no habían escapado a todos los peligros.

Poyly tocó una de las cañas delgadas de alrededor y lanzó un grito. Una masa glutinosa resbaló por la caña y le cayó en la cabeza. Sin saber lo que hacía, se aferró a la caña y la sacudió.

Desolados, miraron en torno, y advirtieron que se encontraban en una especie de cámara pequeña. La visión empobrecida los había engañado: habían caído en una trampa. Ya el saltavilos que había entrado antes que ellos estaba irremisiblemente atrapado en aquella sustancia que exudaban las cañas.

Yattmur fue la primera en adivinar la verdad.

—¡Un tripaverde! —exclamó—. ¡Nos ha tragado un tripaverde!

—¡Abre una salida, pronto! —tañó la morilla—. ¡Tu espada, Gren… rápido, rápido! ¡Se cierra sobre nosotros!

Detrás de ellos el boquete había desaparecido. Estaban encerrados. El «techo» empezó a hundirse, a descender hacia ellos. La ilusión de que estaban en un matorral se desvaneció. Estaban en el estómago de un tripaverde.

Sacaron las espadas, listos para defenderse. A medida que las cañas de alrededor —unas canas tan engañosas que parecían troncos tiernos —se enroscaban y se insertaban unas dentro de otras, el techo descendía, y los pliegues rezumaban una gelatina asfixiante. Dando un salto, Gren clavó con fuerza la espada. Una gran rajadura apareció en la cáscara del tripaverde.

Las dos muchachas lo ayudaron a agrandarla. Cuando la bolsa se derrumbó, lograron sacar las cabezas por la rajadura.

Pero ahora la vieja amenaza parecía haber cobrado fuerzas. otra vez el lamento mortal de la Boca les tironeó de la sangre. Con una energía redoblada, hincaban los cuchillos en el tripaverde, para librarse y acudir a la espeluznante llamada.

Ahora estaban libres, excepto los pies y los tobillos, pegados aún a la gelatina. El tripaverde, firmemente adherido a la cara de una roca, no podía obedecer a la llamada de la Boca Negra. Ya se había desinflado por completo; sólo el ojo solitario, melancólico, impotente observaba ahora a los humanos que trataban de despedazarlo.

—¡Tenemos que ir! —gritó Poyly, y al fin consiguió liberarse. Con la ayuda de ella, también Gren y Yattmur se desprendieron de los despojos del tripaverde. Cuando al fin —echaron a correr, el ojo se cerró.

Se habían demorado más de lo que pensaban. La sustancia gelatinosa les entorpecía los pies. Se abrían paso por la lava como mejor podían, siempre tropezando, siempre empujados por otras criaturas. Yattmur estaba demasiado exhausta para volver a cantar. La voz de la Boca Negra los dejaba sin fuerzas.

Rodeados por una galopante fantasmagoría de vida, empezaron a escalar las laderas del cono. Allá arriba los tres dedos se movían siniestros invitándolos. Un cuarto dedo apareció, y luego un quinto, como si lo que había dentro del volcán estuviera subiendo y preparando la culminación de sí mismo.

A medida que la melodía aumentaba hasta hacerse insoportable, y los corazones les latían con fuerza, todo cuanto veían se transformaba en una mancha gris. Los saltavilos mostraban la razón de aquellas largas patas traseras; les permitían saltar las cuestas más escarpadas, pasaban veloces junto a ellos, llegaban de un brinco a la boca del cráter, y dando un último salto se precipitaban al interior del misterio.

Dominados por el deseo de conocer al terrible cantor, con los pies entorpecidos por la masa pegajosa, los humanos treparon a gatas los últimos pocos metros que los separaban de la Boca Negra.

La horrible melodía cesó de pronto en la mitad de una nota. Fue algo tan inesperado que los tres cayeron de bruces. Extenuados, aliviados, cerraron los ojos y allí se quedaron, tendidos, sollozando juntos. La melodía ya no se oía, ya no se oía.

Luego de muchos latidos, Gren abrió un ojo.

El mundo recobraba los colores naturales. El rosa invadía otra vez el blanco, el gris se transformaba en azul y verde y amarillo, el negro se disolvía en las tonalidades sombrías de la selva. Al mismo tiempo, el impulso inexorable que lo había llevado hacia la Boca se convirtió en horror por lo que podía haber ocurrido.

Las criaturas que se encontraban en las cercanías, las que habían llegado demasiado tarde para obtener el doloroso privilegio de ser engullidas por la Boca Negra, sentían sin duda la misma repulsión que él. Daban media vuelta y regresaban cojeando a la selva, al principio lentamente, luego a paso vivo, hasta imitar la carrera desenfrenada de un momento antes, en dirección opuesta.

Pronto el paisaje quedó desierto.

Un poco más arriba los cinco dedos terribles y largos estaban en reposo muy juntos sobre los labios de la Boca Negra. Luego, uno por uno, se fueron retirando, dejando en Gren la idea inconcebible de un monstruo que se escarbara los dientes luego de una comilona abominable.

—Sí no hubiera sido por el tripaverde ahora estaríamos muertos —dijo—. ¿Te sientes bien, Poyly?

—Déjame en paz —respondió Poyly, con la cara todavía hundida entre las manos.

—¿Tienes fuerzas para andar? Por los dioses, volvamos con los pastores —dijo.

—¡Esperad! —exclamó Yattmur—. Habéis engañado a Hutweer y los otros, haciéndoles creer que erais grandes espíritus. Os vieron correr hacia la Boca Negra, y ahora han de saber que no sois grandes espíritus. Por haberlos engañado, sin duda os matarán si regresáis.

Gren y Poyly se miraron descorazonados. Pese a las intrigas de la morilla, les había alegrado sentirse otra vez miembros de una tribu; la perspectiva de volver a una vida errante y solitaria no los seducía.

—No tengáis miedo —tañó la morilla, leyéndoles el pensamiento—. ¡Hay otras tribus! ¿Por qué no esos pescadores que ellos mencionaron? Parecen ser una tribu más dócil que los pastores. Pedidle a Yattmur que os conduzca a ellos.

—¿Están lejos de aquí los pescadores? —preguntó Gren a la joven pastora.

Ella le sonrió y le oprimió la mano.

—Con placer os llevaré hasta allí —dijo—. Desde aquí podéis ver dónde viven.

Yattmur señaló las laderas del volcán. En la dirección opuesta a aquella por la que habían venido, en la base misma de la Boca Negra, había una abertura. De la abertura brotaba una corriente de agua ancha y rápida.

—Por allí corre el Agua Larga —indicó Yattmur—. ¿Veis esos árboles raros y de troncos bulbosos, esos tres que crecen junto a la orilla? Allí es donde viven los pescadores.

Sonrió, mirando a Gren cara a cara.

La belleza de la joven le arrebató los sentidos como una cosa palpable.

—Alejémonos de este cráter, Poyly —dijo.

—Ese monstruo terrible que cantaba… —dijo ella, tendiéndole una mano. Gren la tomó y la ayudó a levantarse.

Yattmur los observaba sin hablar.

—En marcha, entonces —dijo con tono áspero.

Yattmur marchó adelante, y se deslizaron cuesta abajo, hacia el agua; a cada rato volvían la cabeza para cerciorarse de que nada había trepado fuera del volcán y venía tras ellos.

15

Al pie de la Boca Negra encontraron el río llamado Agua Larga. Una vez que escaparon de la sombra del volcán, se tendieron al calor de la orilla. Las aguas corrían obscuras, raudas y tranquilas. En la orilla opuesta, la selva comenzaba otra vez, mostrándoles una columnata de troncos. De este lado del río, la lava impedía hasta una distancia de varios metros el crecimiento de aquella vegetación lujuriosa.

Poyly hundió las manos en la corriente; era tan rápida que se abría en ondas alrededor de los dedos. Se salpicó la frente y se frotó la cara con la mano mojada.

—Estoy tan cansada —dijo—. Cansada y enferma. No quiero ir más lejos. Todos estos parajes son tan extraños… no son como los acogedores niveles medios de la selva, donde vivíamos con Lily-yo. ¿Qué le ocurre al mundo en este sitio? ¿Se ha vuelto loco o se está muriendo? ¿Se acaba aquí?

—El mundo tiene que acabar en algún sitio —dijo Yattmur.

—El sitio en que acaba puede ser apropiado para que empecemos otra vez —tañó la morilla.

—Cuando hayamos descansado un rato, nos sentiremos mejor —dijo Gren—. Y luego tú tendrás que regresar con los pastores, Yattmur.

Mientras la miraba, advirtió un movimiento, detrás de él.

Dio media vuelta, espada en mano, y al levantarse de un salto se topó con tres hombres velludos que parecían haberse materializado en el suelo.

Las muchachas se levantaron también de un salto.

—No les hagas daño, Gren —gritó Yattmur—. Son pescadores, gente por completo inofensiva.

Y en verdad, los recién llegados no parecían peligrosos. A la segunda mirada, Gren no estuvo tan seguro de que fueran humanos. Los tres eran gordos, y bajo el vello abundante, la carne parecía de una consistencia esponjosa, casi como una materia vegetal en putrefacción. Llevaban cuchillos en la cintura, pero las manos, les colgaban ociosas a los costados. No exhibían otro adorno que un cinturón trenzado de plantas trepadoras de la selva. En los tres rostros, la expresión de mansa estupidez era tan parecida que casi parecía un uniforme.

Gren reparó en otra característica significativa antes de que hablaran; todos ellos tenían colas, largas y verdes, tal como habían dicho los pastores.

—¿Traen algo para comer? —preguntó el primero.

—¿Han traído algo para nuestras panzas? —les preguntó el segundo.

—¿Podemos comer algo de todo lo que han traído? —preguntó el tercero.

—Creen que sois de mi tribu, que es la única que conocen —dijo Yattmur. Volviéndose hacia los pescadores, respondió —No tenemos comida para vuestras panzas, oh pescadores. No veníamos a veros, sólo estábamos de viaje.

—No tenemos ningún pescado para ellos —replicó el primer pescador, y en seguida los tres dijeron casi a coro—: Pronto será el tiempo de la pesca.

—No tenemos nada que dar en cambio de comida, pero en verdad nos gustaría probar un poco de pescado —dijo Gren.

—No tenemos pescado para ellos. No tenemos pescado para nosotros. Muy pronto será el tiempo de la pesca —dijeron los pescadores.

—Sí, ya os oí la primera vez —les dijo Gren—. Lo que quiero decir es esto: ¿nos daréis pescado cuando tengáis?

—El pescado es bueno para comer. Hay pescado para todos cuando viene.

—Bien —dijo Gren, y luego añadió, para que lo oyesen Poyly, Yattmur y la morilla—: Parecen gente muy simple.

—Simples o no —dijo la morilla —no los vi trepando enloquecidos hacia la Boca Negra. Tenemos que preguntarles cómo es eso. ¿Cómo resistían aquel canto terrible? Vayamos hasta donde viven, ya que parecen bastante inofensivos.

—Queremos ir con vosotros —dijo Gren a los pescadores.

—Nosotros atrapamos pescado cuando el pescado viene, pronto. Ellos no saben cómo atraparlo.

—Entonces iremos a ver cómo lo atrapáis.

Los tres pescadores se miraron y una vaga inquietud pareció turbar aquella superficie de estupidez. Sin añadir una palabra, dieron media vuelta y echaron a andar por la orilla del río. No había alternativa, y los otros los siguieron.

—¿Qué sabes acerca de esta gente, Yattmur? —preguntó Poyly.

—Muy poco. A veces hacemos trueque, como ya sabéis, pero mi gente los teme porque son tan extraños, es como si estuvieran muertos. Nunca se alejan de esta pequeña franja de la ribera.

—No pueden ser del todo tontos —dijo Gren observando los traseros rollizos de los tres hombres que caminaban delante—. Al menos saben cómo alimentarse bien.

—¡Mirad cómo llevan las colas! —exclamó Poyly. Son gente muy rara. Nunca vi nada parecido.

Me será fácil gobernarlos, pensó la morilla.

Al caminar, iban recogiendo y enrollando las colas con la mano derecha; lo hacían con tanta naturalidad que era evidentemente un acto automático. Por primera vez los otros advirtieron la extraordinaria longitud de aquellas colas; en realidad, las puntas no estaban a la vista. Nacían en la base de la columna vertebral, en una especie de almohadilla verde y blanda, y se extendían por la lava hasta perderse en los matorrales.

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