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Authors: Brian W. Aldiss

Tags: #Ciencia ficción

Invernáculo (17 page)

BOOK: Invernáculo
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De improviso, y al mismo tiempo, los pescadores se detuvieron y dieron media vuelta. —.

—No irán más adelante por ahora —dijeron—. Estamos cerca de nuestros árboles y no pueden venir con nosotros. Se quedan aquí y pronto traemos a todos el pescado.

—¿Por qué no podemos ir con vosotros? —les preguntó Gren.

De repente, uno de los pescadores se echó a reír.

—¡Porque no tienen cola! Esperan aquí y pronto traeremos pescado.

Y siguió andando con los otros, sin molestarse en volver la cabeza para ver si lo habían obedecido.

—Esta gente es muy rara —dijo Poyly otra vez—. No me gustan, Gren. No parecen personas. Vayámonos; no nos será difícil encontrar comida.

—¡Tonterías! En verdad, podrían sernos muy útiles —tañó la morilla—. Mirad, allá hay una barca o algo parecido.

Un poco más lejos, junto a la orilla, había varios pescadores trabajando. Todos tenían las mismas colas verdes. Trabajaban afanosos a la sombra de los árboles, arrastrando hacia una barca algo que parecía una red. La embarcación, una balsa pesada, flotaba contra la orilla, y de vez en cuando se hundía en la corriente. Los tres pescadores se unieron al grupo principal y ayudaron a tirar de la red. Aunque parecían tener prisa, trabajaban con movimientos lánguidos.

La mirada de Poyly iba y venía de los pescadores a los tres árboles a cuya sombra estaban trabajando. Nunca había visto árboles de aspecto tan insólito, y esto la intranquilizó todavía más.

Separados del resto de la vegetación, los tres árboles parecían de algún modo unas piñas gigantescas. Una gola de hojas espinosas, proyectadas hacia afuera desde el suelo mismo, protegía el carnoso tronco central, que en los tres casos era un ovoide abultado y nudoso. De los nudos del ovoide brotaban unos largos tallos rastreros; y en la cima crecían nuevas hojas, espinosas y afiladas, que se abrían y extendían por el aire hasta unos sesenta metros, o colgaban tiesas por encima del Agua Larga.

—Poyly, examinemos más de cerca esos árboles —tañó urgente la morilla:—. Gren y Yattinur nos esperarán y vigilarán desde aquí.

—No me gusta ni esa gente ni este lugar, morilla —dijo Poyly. Y no dejaré aquí a Gren con esa mujer; tú haz lo que quieras.

—No tocaré a tu compañero —dijo Yattmur, indignada—. ¿Cómo se te ocurre semejante tontería?

Poyly avanzó, tambaleándose, súbitamente apremiada por la morilla. Se volvió a Gren con ojos suplicantes; pero Gren estaba cansado y no la miró. Poyly se adelantó a regañadientes y no tardó en encontrarse bajo los árboles corpulentos. Se alzaban muy altos por encima de ella y proyectaban unas sombras puntiagudas. Los troncos hinchados parecían estómagos enfermos.

La morilla no pareció sentir la amenaza.

—¡Justo lo que yo suponía! —exclamó luego de una prolongada inspección—. Aquí es donde terminan las colas de los pescadores. Están unidos a los árboles por la rabadilla… nuestros ingenuos amigos pertenecen a los árboles.

—Los humanos no crecen en los árboles, morilla. ¿No lo sabías…? —Poyly enmudeció de repente, pues una mano le había caído sobre el hombro.

Se volvió. Uno de los pescadores la miraba de cerca, cara a cara, con una mirada inexpresiva e hinchando los carrillos.

—No tenías que haber venido bajo nuestros árboles —dijo—. La sombra de aquí es sagrada. Te dijimos que no vinieras bajo nuestros árboles y tú no lo recordaste. Te llevaré con aquellos que no han venido contigo.

Los ojos de Poyly seguían el recorrido de la cola del pescador. Tal como había declarado la morilla, estaba unida a la hinchazón del árbol espinoso más cercano. Estremeciéndose, se apartó de él.

—¡Obedécele! —tañó la morilla—. Hay un maleficio aquí, Poyly. Tenemos que combatirlo. Deja que nos lleve donde están los otros y entonces lo capturaremos y le haremos unas cuantas preguntas.

Eso nos traerá problemas, pensó Poyly, pero en seguida la morilla volvió a invadirle la mente, diciendo: —Necesitamos a esta gente y quizá necesitemos la barca.

De modo que Poyly cedió; el pescador la tomó por el brazo y la llevó de vuelta lentamente a donde estaban Gren y Yattmur, que observaban con curiosidad la escena. Mientras caminaban, el pescador iba desenrollando solemnemente la cola.

—¡Ahora! —le gritó la morilla cuando llegaron a donde estaban los otros.

Impulsada por la voluntad de la morilla, Poyly se abalanzó sobre la espalda del pescador. El ataque fue tan repentino que la criatura se tambaleó y cayó de bruces.

—¡Ayudadme! —gritó Poyly.

Pero ya Gren saltaba hacia adelante con el cuchillo preparado. En el mismo momento oyeron el griterío de los otros pescadores. Soltaron la gran red y juntos echaron a correr hacia Gren y el grupo, golpeando pesadamente el suelo.

—¡Pronto, Gren, córtale la cola! —dijo Poyly, acicateada por la morilla, mientras forcejeaba en el polvo para mantener derribado al pescador.

Sin una pregunta, pues ya le habían llegado también las órdenes de la morilla, Gren extendió el brazo y dio una cuchillada.

Había seccionado la cola verde a dos palmos de la rabadilla del pescador. En el mismo instante el hombre dejó de debatirse. La cola verde se retorció, se sacudió contra el suelo como una serpiente herida y los anillos apresaron a Gren. Gren le asestó una nueva cuchillada. Goteando savia, la cola se enroscó y con movimientos ondulantes se arrastró hacia el árbol. Como si aquello fuera una señal, todos los otros pescadores se detuvieron a la vez; por un momento fueron y vinieron sin rumbo y luego, indiferentes, reanudaron la tarea de cargar la red en la barca.

—¡Alabados sean los dioses! —exclamó Yattmur, echándose el cabello hacia atrás—. ¿Qué te impulsó a agredir a este pobre hombre, Poyly, a atacarlo por la espalda como hiciste conmigo?

—Estos pescadores no son como nosotros, Yattmur. No pueden ser humanos… esas colas que los sujetan a los árboles…

Sin enfrentar la mirada de Yattmur, Poyly clavó los ojos en el muñón de cola del individuo que lloraba a los pies de ella.

—Estos pescadores gordos son esclavos de los árboles —tañó la morilla—. Son repulsivos. Con esos tallos rastreros que les penetran en la columna vertebral, los obligan a cuidar de ellos. Mira a este pobre infeliz que se retuerce… ¡es un esclavo!

—¿Es peor que lo que haces con nosotros, morilla? —preguntó Poyly, a punto de llorar—. ¿Hay alguna diferencia? ¿Por qué no nos dejas en paz? Yo no tenía ningún deseo de atacar a este hombre.

—Yo os ayudo… os salvo la vida. Ahora, ocúpate de este pobre pescador y acaba de decir tonterías.

El pobre pescador ya se estaba ocupando de sí mismo. Sentándose, se examinó la rodilla que se había lastimado al caer sobre la roca. Los observaba con una ansiedad que no modificaba la estupidez de la expresión. Acurrucado en el suelo, parecía un bollo enorme, torpemente amasado.

—Puedes levantarte —le dijo Gren con afabilidad, mientras le tendía la mano para ayudarlo—. Estás temblando. No tienes nada que temer. No te haremos daño si respondes a nuestras preguntas.

El pescador estalló en un torrente de palabras, casi todas. ininteligibles, haciendo ademanes con las grandes manos.

—Habla pausadamente. ¿Te refieres a los árboles? ¿Qué estás diciendo?

—Por favor… El árbol panza, sí. Yo y ellos todo uno, todo panza o panzamanos. La panzacabeza piensa por mí donde yo sirvo a los árboles. Tú mataste mi cuerdapanza, y no hay buena savia en mis venas. Tu gente salvaje y perdida sin árbol panza, no tienen savia para entender lo que digo…

—¡Basta! ¡Habla claro, panzón! Eres humano ¿no? ¿A estas plantas infladas las llamas árboles panza? ¿Y tienes que servirlos? ¿Cuándo te capturaron? ¿Cuánto tiempo hace?

—No éramos altos cuando los árboles panza nos recogieron, cuidaron, mimaron como madres. Los bebés entran en los pliegues blandos, sólo visibles las piernas, y maman y maman de la panza. Nos atan a la cuerdapanza para caminar. Por favor, quiero volver, encontrar otra cuerdapanza; sin cuerdapanza soy un pobre niño perdido también yo.

Poyly, Gen y Yattmur lo miraban perplejos, no entendían ni la mitad de lo que decía. —.

—No entiendo —murmuró Yattmur—. Hablaba con más sensatez antes que le cortaras la cola.

—Te hemos devuelto la libertad —dijo Gren, siempre incitado por la morilla—, y libertaremos también a todos tus amigos. Os llevaremos lejos de estos panzudos inmundos. Seréis libres, libres de trabajar con nosotros y de empezar una nueva vida. ¡Ya nunca más seréis esclavos!

—¡No, no, por favor!… ¡Nosotros somos como las flores de los árboles panza! No queremos ser hombres salvajes como vosotros, sin encantadores árboles panza…

—¡Acaba de una vez con tus árboles!

Levantó una mano y el otro calló instantáneamente; se mordía los labios y se rascaba, angustiado, los muslos carnosos.

—Nosotros somos vuestros libertadores; tendríais que estarnos agradecidos. Dinos ahora, ¿qué es esa pesca de que nos han hablado? ¿Cuándo empieza? ¿Pronto?

—Pronto, sí, pronto, por favor —imploró el pescador mientras trataba de tomar la mano de Gren—. Los peces nadan poco en Agua Larga. Boca Negra está demasiado cerca. Y si no hay peces, no hay pesca ¿eh? Entonces Boca Negra canta a todas las cosas para que vengan a alimentarlo, y los árboles panza hacen grandes ruidos maternos y nos abrazan, no nos dejan ser comida para la Boca. Después, poco tiempo, hay una tregua, sin cantos, sin comida, sin, ruido. Y Boca Negra arroja lo que no necesita comer, arroja las sobras en el Agua Larga. Entonces vienen peces grandes con hambre grande a comer todas las sobras y pronto nosotros los pescadores hombres panza salimos y atrapamos peces grandes, hambre grande en red grande, y felices damos de comer a los árboles panza, a los hombres panza, todos a comer…

—Está bien, suficiente —dijo Gren.

El infeliz pescador calló sumiso. Trató de mantenerse en pie, apoyándose primero en una pierna, luego en la otra. En el momento en que los demás se enredaban en una excitada discusión, cayó al suelo, sosteniéndose la dolorida cabeza entre las manos.

Instigados por la morilla, Gren y Poyly pronto elaboraron un plan.

—Podemos librarlos a todos de esta existencia humillante —dijo Gren.

—Ellos no desean que los salvemos —le dijo Yattmur—. Son felices.

—Son horribles —dijo Poyly.

Mientras hablaban, el Agua Larga cambió de color. Miles y miles de restos y desechos irrumpieron de pronto en la superficie manchando el agua, que los barrió hacia los árboles panza.

—Las sobras del festín de la Boca —dijo Gren—. Vamos, antes que la barca zarpe y los pescadores empiecen a pescar. Sacad los cuchillos.

impulsado por la morilla, Gren echó a correr, y Poyly y Yattmur lo siguieron. Sólo Yattmur volvió un instante la cabeza para echar una mirada al pescador. Se revolcaba por el suelo en un arranque de desesperación, indiferente a todo lo que no fuese su propia desdicha.

Los otros pescadores ya habían cargado la red en la barca. Al ver los desechos que arrastraba el río lanzaron gritos de contento y treparon a la embarcación. A medida que subían a la barca, extendían las colas sobre la popa. El último estaba trepando cuando Gren y las mujeres llegaron a la carrera.

—¡Saltad a la barca! —gritó Gren, y los tres saltaron, y cayeron de pie al mismo tiempo sobre la tosca y crujiente cubierta. Los pescadores que se encontraban más cerca se volvieron juntos a enfrentarlos.

Aunque tosca y pesada, construida bajo la dirección de los seudointeligentes árboles panza, la barca estaba hecha para un propósito determinado: atrapar los grandes peces que acudían a Agua Larga a comer la carroña. No tenía remos ni velámenes, y sólo la utilizaban para transportar de una a otra orilla una red pesada. Para esto habían tendido una cuerda recia sobre las aguas atándola a un árbol en las dos márgenes del río. De este modo la barca, asegurada a la cuerda por una serie de anillas, no era arrastrada por la corriente. Y la simple fuerza bruta la llevaba de una a otra orilla: la mitad de los pescadores tiraba de la cuerda mientras el resto echaba la red. Así había sido desde los tiempos más remotos.

La vida de los pescadores estaba dominada por la rutina. Cuando los tres intrusos aterrizaron en medio de ellos, ni los pescadores ni los árboles panza supieron claramente qué hacer. Tampoco se pusieron de acuerdo, y la mitad de los pescadores resolvió continuar halando la barca aguas adentro, y la otra mitad lanzar un contraataque.

En una acometida uniforme, la fuerza de defensa se lanzó sobre Gren y las mujeres.

Yattmur echó una mirada atrás: era tarde para saltar otra vez a la orilla; ya se habían alejado demasiado. Sacó el cuchillo y aguardó, junto a Poyly y Gren. Cuando los pescadores atacaron, lo hundió en el vientre del que estaba más próximo. El hombre trastabilló, pero los otros cayeron sobre ella. El cuchillo de Yattmur resbaló por la cubierta y antes que pudiera desenvainar la espada, le habían inmovilizado las manos.

Los hombres gordos se abalanzaron sobre Poyly y Gren, y aunque los dos lucharon con denuedo, también fueron abatidos.

Al parecer, ni los pescadores ni los panzudos amos de la orilla habían pensado en utilizar cuchillos hasta que vieron el de Yattmur. Ahora, en un solo movimiento, todos sacaron a relucir los cuchillos.

En el cerebro de Gren, entre el pánico y la cólera, tañeron, furibundos, los pensamientos de la morilla.

—¡Micos sin seso! No perdáis más tiempo con estos mequetrefes. Cortadles el cordón umbilical, las colas, ¡las colas, imbéciles! ¡Cortadles las colas y no podrán haceros daño!

Echando maldiciones, Gren hincó una rodilla en la ingle y los nudillos en la cara de un atacante, y desvió de un revés un cuchillo de hoja curva. Acicateado por la morilla, aferró a otro pescador por el cuello, se lo retorció con furia salvaje y arrojó a la criatura a un lado. Ahora tenía el camino libre. De un brinco llegó a la popa.

Allí estaban las colas verdes, treinta juntas, extendidas hacia la orilla.

Gren lanzó un grito de triunfo y bajó la hoja.

¡Media docena de golpes secos, coléricos, y asunto concluido!

La barca osciló con violencia. Los pescadores se sacudieron, convulsos, y cayeron al suelo. La actividad cesó. Los hombres gemían y gritaban, tratando de levantarse unos a otros, y allí se quedaban, tendidos en un racimo impotente, con las amputadas colas colgando. Sin nadie que la moviera, la barca flotaba en el centro de la corriente.

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