Se sentó en otro cojín frente a mí y me sonrió.
El gesto de su rostro me transmitió confianza. Su presencia aportaba tranquilidad y su sonrisa ablandaba la dureza con la que constantemente me juzgaba.
—Tranquila, yo te ofrecí mi tarjeta. Sabía que algún día vendrías.
—Gracias.
—Todavía no me las des, aún no sé si puedo ayudarte, porque buscas ayuda, ¿verdad?
Su pregunta me dejó desconcertada; ¿por qué si no habría venido?
—He tenido algunas pesadillas más, después del taller y me gustaría consultarte porque no sé qué significan y siempre están relacionadas con lo mismo.
—Yo no puedo decirte qué son, pero puedo ayudarte a que tú misma saques tus propias conclusiones.
—¿Cómo? No sé.
—Yo te guiaré pero debes confiar en mí, pero sobre todo, debes confiar en ti misma.
Aunque tenía razón, para mí era difícil confiar en mí misma porque nadie lo había hecho nunca. Yo despreciaba mi propio juicio, jamás me enseñaron a creer en él, solo a seguir el criterio de personas que se decían más experimentadas y coherentes que yo, más racionales porque yo era clínicamente irracional, esquizofrénica, demente.
—¿Confías? —volvió a preguntarme.
Asentí vacilante, todavía tenía obstáculos que saltar para llegar a confiar plenamente en mi intuición, pero quería creer y esa fuerza era la que me empujaba, la que me ayudaba a crecer. Porque aunque no era consciente, seguía los impulsos de mi corazón cada vez más a menudo, de una manera suave y sutil.
Revolví en mi bolso y saqué el dibujo que supuestamente había hecho hacía más de veinte años. Lo desdoblé y se lo di.
Observaba los ojos de Kahul mirar el dibujo y comencé a ver en ellos gestos de sorpresa, también angustia.
—¿De dónde has sacado esto? —me preguntó, y en su tono de voz había impaciencia.
—Parece ser que lo pinté cuando era niña, aunque no lo recuerdo —me rasqué la cabeza —, como muchas otras cosas —añadí.
Levantó sus ojos del papel y los posó sobre los míos, parecía estar buscando algo a través de ellos. Sentí que podía leer dentro de mí.
Tuve que apartar la mirada, me sentía indigna y avergonzada. Pensé que quizá no esperaba que yo pudiera dibujar tremendas monstruosidades, creí que lo estaba decepcionando, que me veía un ser despreciable.
Tomó el papel y lo miró a trasluz. Cogió un trozo de servilleta y rascó parte del moho seco que había en él. Poco a poco vimos como surgía una figura que antes era difusa.
El rostro se le transformó.
Luego me miró y me preguntó:
—¿Recuerdas haber visto este símbolo en algún lugar?
Lo noté nervioso por primera vez desde que lo conocía.
Cogí el dibujo y miré con más atención y vi que la figura que había dibujado era similar a la del techo de la sala bajo el túnel, aunque peor dibujada, con trazos de una niña de cinco años.
No daba crédito. En mi mente sentía la confusión que me invadía. Intentaba atar cabos pero había algo que me impedía concentrarme y ver con claridad.
Kahul me cogió de la mano y con la otra levantó mi rostro y clavó sus ojos en los míos que andaban dispersos en algún lugar perdido de mis recuerdos.
—Irania, ¿dónde lo has visto? —insistió.
—Encontré un túnel y allí había una sala. Estaba todo muy oscuro y quizá me equivoco, creo… yo… creo que estaba dibujado en el techo. Era parecido a esto. Pero no recuerdo haber estado nunca en ese túnel, sin embargo había un pequeño bolso allí de cuando era niña y este dibujo estaba dentro. Estoy muy confundida, no tengo recuerdos de mi infancia, muy pocos e inconexos. Por eso no entiendo nada, ni las pesadillas que tengo.
—Debes llevarme allí.
Me impresionó su petición. Había venido pensando que Kahul me daría algún remedio natural o que me mandaría hacer unas respiraciones o incluso que se reiría en mi cara. Pero jamás pensé que creería ni un ápice de lo que le había contado, ni siquiera, que tuviera la más mínima importancia.
Me sentí por primera vez en mi vida comprendida y apoyada, una sensación que me reconfortó.
—¿Qué significa?— le pregunté.
Me escrutó con la mirada.
—No es el momento de saberlo. No quiero que te condicione. Todavía tienes que ver algo, algo que está dentro de ti.
—¿Qué es?
—Tienes que volver al túnel.
—Sí, te llevaré. Está a tres horas más o menos desde aquí.
—Me refiero en hipnosis, debes viajar con tu mente al pasado. Creo que es importante que veas cuando perdiste el bolso. Así quizá conozcas el porqué estaba allí.
—Es que ni siquiera estoy segura de haberlo encontrado allí. Quizá lo guardaba en la casa.
Kahul enterneció su gesto, tomó mi rostro en ambas manos y dijo:
—No tengas miedo, yo estoy aquí contigo. Nada malo va a sucederte.
Percibía mis emociones como si las tuviera escritas en la frente y no se equivocaba: estaba aterrada.
Como siempre, dudé durante segundos, quizá minutos. Pero sus ojos, su presencia, eran tan firmes y seguros que no tardé en confiar. Me relajé en el sofá y me dejé guiar por su suave voz hacia lo profundo de mi psique.
—Sandra, busca a la pequeña Sandra, ella te necesita. Ve al momento cuando perdiste el monedero —me dijo mientras yo ya había entrado en un profundo estado de relajación.
—Tengo mucho miedo, está oscuro —describí.
Me veía de pequeña pero tenía los ojos cerrados muy apretados.
—Yo estoy a tu lado, te tomo de la mano, siente mi mano, yo te protejo —dijo Kahul.
Apreté su mano con fuerza, sentí la energía que me transmitía, entonces me atreví a abrir los ojos dentro de mis recuerdos.
—Está oscuro —le dije.
—Abre los ojos.
—Ya los he abierto pero no veo nada.
—Escucha los sonidos de tu entorno, siente los olores… —me sugirió.
Puse atención a los recuerdos que me enviaba el subconsciente, me concentré y entonces escuché voces de hombres adultos.
Intenté moverme pero estaba atada. Toqué y sentí una cuerda que apretaba mi muñeca.
—Estoy atada.
Oí de pronto unos gritos aterradores.
Me removí del sofá.
—Puedes desatarte cuando quieras, ahora eres Irania, eres fuerte, tienes coraje.
Pero yo tenía miedo, no quería ver y las cuerdas eran mis propios bloqueos.
—Debes enfrentar tu miedo.
Seguía sintiendo como si fuera una niña de cinco años, seguía sintiéndome frágil, sin fuerza, perdida.
—Ahora estás libre, yo estoy contigo.
Sentí cómo apretaba mi mano y ese simple gesto me dio la fuerza para levantarme y deshacer el nudo que me impedía enfrentarme a los recuerdos bloqueados en mi mente.
Seguí un hilo de luz que salía de una pared en el túnel, de ahí comenzaron a salir gritos y voces, gruñidos de bestia.
—Algo malo pasa en el túnel, no quiero mirar.
—Ellos no te ven.
—Tengo mucho miedo, estoy en peligro.
Me acerqué poco a poco intentando no hacer ruido. Sentí como el corazón se me aceleraba al acercarme más y más a la rendija de luz que salía de la pared.
Cuando por fin llegué acerqué el ojo y miré.
—Irania, ¿qué sucede? —me preguntó.
Aunque parte de mi mente sabía que estaba en el apartamento de Kahul, que él estaba a mi lado, otra parte de mí, se sentía en peligro, aterrada, muerta de miedo y era una sensación tan poderosa que me impedía ver con claridad aquello tan horrible que estaba pasando tras la pared, algo que jamás debió ver una niña. Y era esa parte de mí que estaba dañada, la que tenía miedo, la que no quería avanzar, ni crecer.
Negaba repetidamente con la cabeza.
—No puedo. No puedo hacerlo, es feo.
—Sí puedes, ya lo has visto antes, recuerda dónde perdiste el monedero.
Volví a mirar aunque los gruñidos eran más fuertes, entonces los vi, humanos con cabeza de serpiente y fauces de dragón. Llevaban una túnica negra y capucha pero sus manos eran visibles, eran de piel verde y uñas largas.
—Son hombres con cabeza de serpiente, como reptiles.
—¿Qué están haciendo?
—Como una ceremonia o algo así, no lo sé. Veo velas negras en candelabros de oro. Oigo gritos de niño.
—Sigue Irania, lo estás haciendo muy bien.
Entonces vi un altar de piedra.
—Hay un niño sobre un altar.
—¿Quién es?
—Está tapado con un trapo negro, pero noto cómo se mueve.
—Irania puedes entrar, no hay peligro, yo estoy contigo. Debes destapar al niño.
No tenía valor para hacerlo, no podía traspasar la puerta. Los reptiles seguían allí; para mí aquella visión era tan real y dolorosa como una escena que pudiera vivir ahora.
—Ahora vas a ver al niño, vas a recordar qué le sucedió.
Entonces vi cómo uno de los seres reptil se acercaba al altar, el niño gritó al sentir las garras en los tobillos, intentaba desasirse sin remedio.
El reptil cogió el trapo y lo quitó.
—¡No! —grité.
—Tranquila, sigo contigo.
—¡Soy yo! —grité— ¡Me comen por los pies! ¡Suéltame!
Las pulsaciones de mi corazón se habían disparado.
—Irania, estás en mi apartamento no lo olvides, estoy a tu lado.
Pero yo me había quedado atrapada en mi mente, en aquel espantoso recuerdo que había grabado en ella.
Luego se acercó otro reptil y otro: me rodearon y me miraban mientras yo era comida viva. Les gustaba, sentía que disfrutaban con ello.
—Sigue observando la escena como una adulta, ya no eres ella, sigue mirando desde fuera Irania, no te impliques.
—¡Me comen por los pies! Me duele mucho, mucho.
—Ahora eres adulta, ahora puedes comprender, observa bien y lo verás con otros ojos.
Entonces me alejé y volví a ser una observadora, y me vi boca abajo, con mi cuerpecito desnudo ensangrentado, y aquel horrible monstruo violándome.
—¡No! ¡Dios mío! ¡No! —gritaba.
Aquella imagen era espantosa. Sentí asco de mi misma por siquiera pensarla.
—¡Estoy muerta! ¡Me han matado! ¡Estoy muerta!
—Irania, contaré hasta tres y vuelves al prado: uno… dos… tres.
Me incorporé de golpe gritando, estaba aterrada.
Kahul me abrazó.
—Tranquila, ya pasó todo.
Las lágrimas comenzaron a salir y lloré sin poder remediarlo.
No sé cuánto tiempo permanecí en sus brazos ni cuánto tiempo estuve llorando, pero aún así el dolor no desaparecía.
Kahul me dejó en el sofá y luego me trajo una infusión.
—Toma, es una mezcla de hierbas medicinales. Te harán bien.
La tomé a sorbos, era amarga, aunque no tanto como la tristeza que expulsaba mi llanto.
—Irania, siento lo que has visto. Sé que es doloroso pero debes reconciliarte con tu pasado, perdonar y olvidar.
—Eso no puede formar parte de mi pasado, no tiene lógica, no tiene sentido. Yo nunca he estado en esos túneles de pequeña, no existen los seres reptiles. Eso nunca sucedió. Lo estoy inventando todo. Ahora he entendido lo enferma que estoy.
— No estás enferma. Entiendo que lo que has visto quizá sea terrible, por eso mismo lo has bloqueado, pero no creo que estés inventándotelo todo. Puede que lo transfigures, pero yo te creo.
Lo miré y me devolvió una sonrisa, la sentí sincera.
—No distingo lo que es real de lo que no lo es.
—Esto es real —dijo enseñándome el dibujo que había pintado de niña—. Y el monedero también lo es. Algo malo te sucedió, algo que te ha impedido llevar una vida mentalmente sana y estás en el camino de descubrirlo. Pero si no crees en ti, todo el trabajo será inútil.
—Pero no tiene sentido. ¿Seguro que esta técnica es fiable?
Vi como el rostro de Kahul se tornaba serio.
Cogió las tazas vacías y la tetera de hierro forjado y las depositó de nuevo en la bandeja. Se levantó en silencio y se marchó, supuse hacia la cocina, dejándome desconcertada.
Al cabo de unos minutos llegó y me dijo:
—Bueno, creo que es suficiente por hoy. Debes descansar.
Aunque él lo hacía por mi bien yo pensé en ese momento que me estaba echando de su casa de manera elegante.
—Gracias por todo —le dije en el umbral de la puerta.
Me miró fijamente, sonrió con suavidad y me dijo:
—Vuelve cuando estés lista.
Quería volver atrás y borrar de mi mente todo lo que había visto en la regresión, porque aquellas imágenes aparecían en mis sueños, me estaban demoliendo la cordura, haciéndola añicos, dejando pedazos ajados aquí y allá. Desmontando toda la estructura que yo había creado a mi alrededor y que me hacía encajar medianamente bien. Una estructura que me daba seguridad, aunque fuera muy poca, pero a mí me bastaba para ir malviviendo. Al menos hacía que vivía, o fingía vivir, pero me di cuenta de que me daba igual. Una parte de mí quería seguir así, en el engaño de creer que todo había sido por mi culpa. Ya me había acostumbrado a ello, a pensar lo que me habían dicho de qué había nacido enferma. Era cómodo, ya que no tenía a nadie a quien culpar y me sentía víctima del caprichoso azar de la genética. Que había sido presa de la mala suerte. Pero entonces surgía la lucha, porque la otra parte de mí, que ya no quería callar, tampoco quería esconder lo que me había sucedido. Yo tenía pánico, terror a dejarme llevar por lo que mi mente me estaba mostrando porque me conducía a un estado jamás experimentado, un estado que pensé me conduciría al abismo más oscuro de la demencia, del que jamás podría volver. Y sentí que aquel lugar era un callejón sin salida donde me daría golpes contra la pared, y cuando quisiera volver ya no habría puerta, sino otra pared, arriba y abajo cada vez más estrecha que me aplastaría y me engulliría hasta hacerme desaparecer. Y jamás volvería a ser Sandra, ni Irania, ni nada, ni tan siquiera un recuerdo de consciencia de haber existido alguna vez.
Bajé la mirada,
extasiada de la luz que irradiabas.
Estuve semanas con la frase de Kahul rondando mi mente. Me había hecho sentir mal, como si lo hubiera defraudado y no debía importarme, pero sí, me importaba lo que pensara y comenzó a importarme lo que sintiera y la imagen que tuviera de mí.
No dejaba de pensar en lo que había vivido en regresión y seguía dudando de la historia que había montado mi mente y seguía sintiéndome cada vez peor, porque si mi mente era capaz de inventar esas monstruosidades desde que era una niña, es que yo debía ser algo malo. Pero Kahul creía en mí y era lo único que me daba esperanzas para no lanzarme al vacío desde cualquier azotea. Pensaba en el día de la semana que tenía clase de yoga para ir y simplemente verlo. Pero me sentía tan pequeña y sucia a su lado que al final me arrepentía y no iba.