James Potter y la Encrucijada de los Mayores (67 page)

BOOK: James Potter y la Encrucijada de los Mayores
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—Grawp se lo dijo. No sé cómo, pero aparentemente es cosa de gigantes. Simplemente recuerdan donde han estado y como llegar allí. Probablemente sea así como encuentran las casuchas de cada uno en las montañas. Yo no entendí el idioma del todo, pero parece que ella está bastante segura de sí misma.

Montar sobre Prechka fue una experiencia totalmente diferente a la de montar sobre Grawp. Donde el gigante había sido cuidadoso y delicado, la giganta se tambaleaba y aplastaba, sus pisadas hacían que se estremeciera todo su cuerpo, sacudiendo a los chicos. James pensó que debía parecerse mucho a montar sobre un gigantesco metrónomo andante. El bosque pasaba de largo, raro desde esta perspectiva extraña y elevada, como si estuviera arañando hacia el cielo. Después de un rato, James tiró de la túnica de arpillera de la giganta.

—Para aquí, Prechka. Estamos cerca y no quiero que nos oigan llegar si podemos evitarlo.

Prechka extendió una mano, deteniéndose contra un enorme y nudoso roble. Cuidadosamente se agachó y los chicos saltaron de sus hombros, deslizándose por su brazo hasta el suelo.

—Espera aquí, Prechka —dijo James a la gigantesca y torpe cara de la giganta. Ella asintió lenta y seriamente, y se puso de pie otra vez. James solo esperaba que entendiera sus deseos mejor que Grawp, que se había alejado en busca de comida después de solo unos minutos cuando les había llevado el año anterior.

—Por aquí —dijo Zane, señalando. James podía ver el destello de la luz de la luna sobre el agua a través de los árboles. Tan silenciosamente como fue posible, los chicos se abrieron paso entre los troncos de los árboles y la maleza. En pocos minutos, emergieron al perímetro del lago. La isla del Santuario Oculto podía verse más adelante en el borde del lago. Se erguía monstruosamente, habiendo crecido hasta proporciones de catedral para su última noche. El puente de la cabeza del dragón era claramente visible, con la boca abierta de par en par, dando la bienvenida y amenazando al mismo tiempo. James oyó tragar a Ralph. Silenciosamente, se dirigieron hacia él.

Cuando alcanzaron la apertura del puente, la luna salió de detrás de un montón de nubes etéreas y la isla del Santuario Oculto se desveló completamente bajo su brillo. No quedaba ya virtualmente ningún indicio de la salvaje y arbórea naturaleza de la isla. El puente de la cabeza del dragón era una cuidadosa escultura de horror, abriendo las mandíbulas ante ellos. En su garganta, las verjas entretejidas de enredaderas tenían un aspecto tan sólido y estaban tan ornamentadas como si fueran de hierro. James podía leer claramente el poema inscrito en ellas.

—Está cerrada —susurró Zane, bastante esperanzadoramente—. ¿Qué significa eso?

James sacudió la cabeza.

—No sé. Vamos, veamos si podemos entrar.

En fila india, los tres cruzaron de puntillas el puente. James, a la cabeza, vio como la mandíbula superior del puente se abría más aún mientras se aproximaban a las verjas. No rechinó esta vez. El movimiento fue silencioso y mínimo, casi imperceptible. Las verjas, sin embargo, permanecían firmemente cerradas. James hizo ademán de sacar su varita, y entonces se detuvo, siseando de dolor. Había olvidado el entablillado de su brazo derecho fracturado.

—Ralph, mejor lo haces tú —dijo James, haciéndose a un lado para que Ralph se adelantara—. Mi mano de la varita está inútil. Además, tú eres el genio de los hechizos.

—¿Q... Qué se supone que debo hacer? —tartamudeó Ralph, sacando la varita.

—Solo utilizar el hechizo de apertura.

—¡Uuoooo, espera! —dijo Zane, alzando la mano—. La última vez que lo intentamos casi acabamos comidos por los árboles, ¿recuerdas?

—Eso fue entonces —dijo James razonablemente—. La isla no estaba lista. Esta noche es la razón de su existencia, creo. Esta vez nos dejará. Además, es Ralph. Si alguien puede hacerlo, ese es él.

Zane hizo una mueca, pero no podía ofrecer ningún argumento. Dio un paso atrás, dejando espacio a Ralph.

Ralph apuntó nerviosamente con su varita a las puertas, la mano le temblaba. Se aclaró la garganta.

—¿Cómo es? ¡Siempre me olvido!

—Alohomora —susurró James animosamente—. Énfasis en la segunda y la cuarta sílaba. Lo has hecho un montón de veces. No te preocupes.

Ralph se tensó, intentando que dejara de temblarle el brazo. Tomó un profundo aliento y, con voz trémula, pronunció la orden.

Inmediatamente las enredaderas que formaban la verja empezaron a soltarse. Las letras del poema se disolvieron en rizos y hebras, apartándose de la forma arbórea de las puertas. Después de unos segundos, las verjas se abrieron silenciosamente.

Ralph miró hacia atrás a James y Zane, con los ojos muy abiertos y preocupados.

—Bueno, ha funcionado, supongo.

—Yo diría que sí, Ralph —dijo Zane, adelantándose. Los tres se internaron cautelosamente en la oscuridad de más allá de las verjas.

El interior del Santuario Oculto era circular y estaba en su mayor parte vacío, rodeado por árboles que habían crecido hasta formar pilares, que soportaban un techo grueso en forma de cúpula de ramas y hojas primaverales. El suelo estaba pavimentado de piedra, formando escalones que descendían hacia el medio. Allí, en el mismo centro, un círculo de tierra estaba iluminado en un haz de luz de luna, que atravesaba un agujero en el centro de la canopia abovedada. El trono de Merlín estaba en medio de ese haz de luz de luna, y delante de él, recortada contra la luz, de espaldas a ellos, Madame Delacroix.

James se sintió débil de miedo. Se quedó congelado, y solo de forma distante sintió la mano de Ralph tanteando hacia él, empujándole hacia atrás a la sombra de uno de los pilares. Se tambaleó un poco, y después se agachó tras la masa del árbol, junto a Ralph y Zane. Cuidadosa y lentamente, James se asomó, con los ojos abiertos y el corazón palpitante.

Delacroix no se había movido. Estaba todavía de espaldas a ellos y todavía estaba mirando inmóvil al trono. El trono de Merlín era alto, de respaldo recto y estrecho. Estaba hecho de madera pulida, pero en cierto modo era más delicado de lo que James había esperado. Su masa estaba formada por enredaderas y hojas, retorcidas y enmarañadas. Las únicas partes sólidas eran el asiento y el centro del respaldo. El trono parecía como si hubiera crecido en vez de haber sido tallado, como el propio Santuario Oculto. Nadie más estaba a la vista. Aparentemente, Delacroix había llegado pronto. James se estaba preguntando cuánto tiempo se quedaría ahí de pie, inmóvil, observando el trono, cuando se oyó el sonido de los pasos de alguien más tras ellos, en el puente. James contuvo el aliento, y sintió a Ralph y Zane agacharse tanto como podían junto a él, ocultándose entre la maleza que rodeaba los límites del Santuario.

La voz de un hombre pronunció una orden baja en algún extraño idioma que James no reconoció. Sonó a la vez hermoso y aterrador. Se produjo un sonido cuando las verjas de enredadera se desplegaron otra vez, y después pasos chasqueando huecamente sobre los escalones de piedra. El profesor Jackson salió a la vista, caminando resueltamente hasta el centro del Santuario Oculto, a la espalda de Madame Delacroix.

—Profesor Jackson —dijo Madame Delacroix, su pesado acento tintineó en el cuenco de piedra que era el Santuario—. Nunca deja usted de cumplir mis expectativas —dijo sin darse la vuelta.

—Ni usted las mías, madame. Ha llegado pronto.

—Estaba saboreando el momento, Theodore. Ha sido una larga espera. Me sentiría tentada a decir "demasiado larga", si creyera en la casualidad. No creo, por supuesto. Esto ha sido como debía de ser. He hecho lo que tenía que hacer. Incluso tú has jugado el papel que había previsto que realizaras.

—¿Realmente lo cree así, madame? —preguntó Jackson, deteniéndose a varios metros de Delacroix. James notó que Jackson tenía su varita de nogal en la mano—. Me sorprende. Yo, como ya sabe, no creo en la casualidad ni en el destino. Creo en las elecciones.

—No importa en lo que creas, Theodore, mientras tus elecciones te conduzcan al mismo fin.

—Tengo la túnica —dijo Jackson rotundamente, abandonando la pretensión de cortés conversación—. Siempre la he tenido. No conseguirá quitármela. Estoy aquí para asegurarme de ello. Estoy aquí para detenerla, Madame, a pesar de sus esfuerzos por mantenerme al margen.

James casi jadeó. Se cubrió la boca con la mano, ahogándola. ¡Jackson estaba aquí para detenerla! ¿Pero cómo? James sintió como un temor frío le acometía. Junto a él, Ralph susurró casi silenciosamente,

—¿Ha dicho...?

—¡Shh! —siseó Zane urgentemente—. ¡Escuchad!

Delacroix estaba emitiendo un extraño y rítmico sonido. Sus hombros se sacudían ligeramente al compás, y James comprendió que se estaba riendo.

—Mi querido, querido Theodore, nunca he tenido intención de frustrarte. Pero, si no hubiera mostrado el más mínimo rastro de resistencia a tu presencia en este viaje, nunca se te habría ocurrido venir en absoluto. Tu testarudez y naturaleza suspicaz fueron mis mejores armas. Y te necesitaba, profesor. Necesitaba lo que tú tenías, lo que creías tan ardientemente estar protegiendo.

Jackson se tensó.

—¿No creerás que soy tan tonto como para traer la túnica conmigo esta noche? Entonces eres más arrogante de lo que pensaba. No, la túnica está a salvo. Está protegida con los mejores maleficios y encantamientos contraconvocadores jamás creados. Lo sé, porque fui yo quien los creó. No la encontrarás, de eso estoy seguro.

Pero Delacroix reía con más fuerza. Todavía no se había dado la vuelta. El haz de luz que iluminaba el asiento parecía haberse hecho más brillante, y James comprendió que era la luz acumulada de los planetas. Se estaban colocando en su lugar. El momento de la Senda de la Encrucijada de los Mayores estaba al llegar.

—Oh, profesor, su confianza me anima. Con enemigos como usted, mi éxito será mucho más delicioso. ¿Cree que no sabía que ha guardado la túnica de Merlinus en su maletín todo este tiempo? ¿Cree que no estaba preparada para que la túnica me fuera entregada desde el momento en que llegué aquí? No he tenido que alzar ni un solo dedo, y aún así la túnica acudirá a mí por propia voluntad esta misma noche.

James tuvo una idea horrible. Recordó ese día en Defensa Contra las Artes Oscuras, cuando Jackson había seguido a Franklyn a la clase, hablando en voz baja. Madame Delacroix había llegado a la puerta para decir a Jackson que su clase le estaba esperando. James había bajado la mirada en ese momento, y el maletín se había abierto misteriosamente. ¿Era posible que Madame Delacroix hubiera hecho que ocurriera, solo para que James viera lo que había dentro? ¿Había intentado utilizarle de algún modo? Recordó a Zane y Ralph diciendo que la captura de la túnica había sido fácil. En cierto modo
demasiado
fácil. Se estremeció.

—James —susurró Ralph urgentemente—. No habrás traído la túnica contigo esta noche, ¿verdad?

—¡Por supuesto que no! —replicó James—. ¡No estoy loco!

Zane se inclinó para mantener la voz tan baja como era posible.

—¿Entonces que llevas en la mochila?

James sintió el terror y la furia mezclarse en su interior.

—¡El Mapa del Merodeador y la Capa de Invisibilidad!

Ralph levantó una mano y aferró el hombro de James, girándole hasta que quedaron cara a cara. La expresión de Ralph era horrible.

—¡James, tú no tienes la Capa de Invisibilidad! —su voz ronca se rompió—. ¡La tengo yo! La dejaste conmigo en el vestuario Slytherin, ¿recuerdas? ¡La utilicé para escapar! ¡Está en mi baúl, en los dormitorios de los chicos en Slytherin!

James simplemente se le quedó mirando, petrificado. Bajo ellos, en el centro del Santuario Oculto, Madame Delacroix continuaba cacareando.

—Señor James Potter —llamó entre risas—. Por favor, siéntase libre de unirse a nosotros. Traiga a sus amigos si lo desea.

James se sintió enraizado en el lugar. No bajaría, por supuesto. Huiría. Ahora sabía que tenía la túnica de Merlín en la mochila, que había sido engañado para traerla con él, engañado para pensar que era la Capa de Invisibilidad. Era el momento de huir. Y aún así no lo hizo. Ralph le empujó, urgiéndole a ponerse en marcha, pero Zane, al otro lado de James, se puso en pie lentamente y sacó su varita.

—La reina vudú se cree muy lista —dijo en voz alta, rodeando el pilar y apuntándola con su varita—. Eres tan fea como malvada
. ¡Crucio!

James jadeó cuando el rayo de luz roja salió disparado de la varita de Zane. Nunca habían visto una maldición imperdonable en acción, pero Zane estaba haciendo su mejor intento. La maldición golpeó a Madame Delacroix directamente en la espalda y James vio como se doblaba de dolor. Sin embargo no se movió, y James vio desmayado como el haz de luz roja la había traspasado. Golpeó el suelo cerca del trono y se desvaneció, inofensivo. Delacroix todavía reía cuando se giró para enfrentarse a Zane.

—¿Fea, yo? —Su risa murió mientras su mirada se cruzaba con la de Zane. Ya no estaba ciega, ni era vieja. Era, de hecho, su espectro, la versión proyectada de sí misma— ¿Malvada? Quizás, pero solo como hobby. —El espectro de Madame Delacroix alzó la mano y Zane fue alzado de sus pies rudamente. La varita cayó de su mano y golpeó contra un pilar, sus zapatos cayeron al suelo. Pareció quedarse atascado allí, como si colgara de un garfio—. Si fuera realmente malvada, te mataría ahora, ¿verdad? —Le sonrió, y después se giró, apuntando el brazo hacia el lugar donde James estaba escondido—. Señor Potter, por favor, es una tontería por su parte luchar conmigo. Usted es, después de todo, casi mi ayudante en esta empresa. Traiga al señor Deedle consigo. Disfrutemos todos del espectáculo ¿no?

Jackson se había girado cuando Zane se adelantó, observándolo todo con una notable falta de sorpresa, con la varita todavía lista pero apuntando al suelo. Ahora observó como James y Ralph se enderezaban a sacudidas, casi como si lo hicieran contra su voluntad, y empezaban a marchar por los escalones hacia el centro del Santuario. Sus ojos se encontraron con los de James, sus pobladas cejas bajas y furiosas.

—Alto, Potter —dijo tranquilamente, alzando la varita a medias, apuntando al suelo delante de James y Ralph. Sus pies dejaron de moverse, como si de repente hubieran pisado sobre pegamento.

—Oh, Theodore, ¿tenemos que prolongar esto? —suspiró Delacroix. Ondeó el brazo hacia él y efectuó un gesto complicado con los dedos. La varita de Jackson se sacudió en su mano como si estuviera atada a una cuerda de la que hubieran tirado. Él la agarró, pero de todos modos salió disparada y se alejó. Delacroix hizo otro gesto con la mano, y la varita se partió en medio del aire, como si la hubieran roto contra una rodilla. La cara de Jackson no cambió, pero bajó lentamente la mano, mirando con dureza a los dos trozos de su varita de nogal. Entonces, volvió a girarse hacia Delacroix, con la cara blanca de furia, y comenzó a acercarse a ella. La mano de Delacroix se movió como un relámpago, lanzándose entre los pliegues de su ropa y saliendo con la horrible varita que parecía una raíz entre los dedos.

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