Ganadora del concurso de ortografía. Nunca ha estado en la Antártida.
Judy Moody se tomó uno, dos, tres tazones de cereales. No hubo premio. Se echó cuatro, cinco y seis tazones. Por fin salió el Premio Misterioso. Abrió el envoltorio de papel.
¡Un anillo! Un anillo de plata con una piedra chula. ¡Un anillo del humor! Y una cartulina pequeña en la que ponía:
¿DE QUÉ HUMOR ESTÁS?
Judy se puso el anillo, apretó la piedra chula con el pulgar y cerró fuerte los ojos.
Mil uno, mil dos, mil tres… Esperaba que el anillo se pusiera púrpura, porque era el mejor color. Púrpura era
Encantado de la vida
.
Por fin se atrevió a mirar. ¡Oh, no! No se lo podía creer. ¡El anillo estaba negro! Ya sabía ella lo que significaba sin necesidad de que se lo dijeran. Negro era
Mal humor
,
¡imposible!
«A lo mejor he contado mal», pensó Judy. Cerró los ojos y volvió a apretar el anillo. Esta vez sólo pensó en cosas agradables y alegres.
Se acordó del día que Rocky, Frank y ella pusieron una mano de pega en el váter para gastarle una broma a Stink, de cuando le sacaron el codo en una foto del periódico, y también de cuando los de Tercero recogieron botellas suficientes para plantar árboles en el bosque tropical.
Pensó en cosas púrpuras: piedras y piruletas.
Judy Moody abrió los ojos.
¡Había fallado! El anillo seguía negro.
¿Estaría estropeado? ¡No! Era imposible que los anillos pudieran mentir y menos aún si venían con instrucciones.
Por si acaso, Judy tocó durante un rato un cubito de hielo con el pulgar y, después, volvió a apretar la piedra del anillo. ¡Negro!
Metió el dedo en agua caliente y apretó de nuevo… Negro, negro requetenegro. Ni un poquito de púrpura.
«Será que estoy de mal humor y ni siquiera lo sé», pensó Judy. «¿Cuál puede ser el motivo?».
Judy se fue a buscarlo.
Encontró a su padre fuera, plantando bulbos de otoño.
—¿Me llevas a Pelos y Plumas, papá?
A Judy no le gustaba nada cuando su padre tenía cosas que hacer y no podía llevarla a la tienda de mascotas. Era capaz de sentir cómo se iba poniendo de mal humor.
—Claro. Espera que me limpie las manos.
—¿De verdad? —preguntó Judy.
—De verdad.
—Pero tienes cosas que hacer. Y yo tengo deberes.
—No importa. Ya estaba acabando. Me lavo las manos y nos vamos.
—¿Y los deberes?
—Los haces después de la cena.
—Déjalo —respondió Judy.
—¿Ah sí? —se extrañó su padre.
Judy Moody siguió buscando otro motivo mejor para estar de mal humor.
Le fastidiaba que su madre le dijera que se peinara. Así que Judy se soltó las coletas aposta. Tenía los pelos de punta como las púas de un
Tiranosaurius Rex
y el flequillo le tapaba los ojos.
Encontró a su madre leyendo en la butaca rosa.
—Hola, mamá.
Su madre le sonrió.
—Hola, cariño.
—¿No vas a decir nada? —preguntó Judy.
—¿Como qué?
—Pues «Péinate. Apártate el pelo de los ojos. Tienes el pelo como un
Tiranosaurius Rex
». Qué sé yo.
—Es por las coletas, cariño. Se te pondrá bien en cuanto te lo laves esta noche.
—¿Y si viene alguien a casa y llama a la puerta ahora mismo?
—¿Quién? ¿Rocky?
—No, el presidente de los Estados Unidos.
—Pues le dices al presidente que enseguida bajas. Y luego subes a peinarte.
Era inútil, Judy Moody tenía que encontrar a Stink. Si había alguien capaz de ponerla de mal humor, ése era su hermano.
Judy subió y entró en el cuarto de Stink sin llamar a la puerta.
—¡Stink! ¿Dónde está mi maletín de médico?
—¿Qué maletín? Yo no lo tengo.
—Pues siempre lo tienes tú.
—Me dijiste que no tocase nada.
—¿Tienes que hacer caso a todo lo que se te dice?
Judy fulminó el anillo con la mirada.
—Este anillo del humor miente —se lo quitó y lo tiró a la basura.
Stink lo recogió.
—¡Un anillo del humor! ¡Mola! —se lo probó. Se puso negro, negro como el ala de un murciélago.
—¿Lo ves? —dijo Judy—. No funciona.
Stink apretó la piedra con el pulgar. ¡El anillo se puso verde! Verde como el cuello de un galápago, verde como la panza de una rana.
Judy no se lo podía creer.
—Déjame ver —ordenó; estaba verde de verdad—. Stink, ya me estás devolviendo ahora mismo el anillo del humor.
—Lo has tirado a la basura —respondió éste, haciéndole gestos con el anillo—. Ahora es mío.
—¡Puaf! Ese verde es feísimo.
—¡Mentira!
—El verde significa que estás celoso, que te gustaría ser yo. Stink, ¡estás verde de envidia!
—¿Por qué iba a tener envidia si tú no tienes ningún anillo del humor?
—Venga ya, Stink, que me he tomado siete tazones de cereales y no he ido a Pelos y Plumas para conseguirlo. Y además, me he congelado y me he quemado el dedo por el dichoso anillo.
—Sigue siendo mío.
—¡Grrr! —gritó Judy.
Al día siguiente, Judy estaba de un humor negro, como cuando se quema una tostada o el anillo se pone
¡imposible!
Tenía que convencer a Stink de que ella poseía poderes mágicos y que, necesitaba el anillo. ¿De qué vale un anillo del humor en manos de alguien sin poderes mágicos?
¿Dónde andaría el meticón de Stink?
Seguro que estaba abajo, en el salón, leyendo la enciclopedia, así que bajó corriendo.
Stink estaba tumbado en el suelo, rodeado de enciclopedias, tocándose un diente que se le movía.
—¡Ya lo sabía yo! —exclamó Judy—. He adivinado que estarías leyendo la enciclopedia. ¡Tengo poderes especiales, súper poderes mágicos para ver el futuro!
—Siempre estoy leyendo la enciclopedia. ¿Por qué letra voy?
—Por la M.
—¡NO! —exclamó Stink—. ¡Por la S!
—De todas formas, lo he adivinado.
¿Qué más podría adivinar?
Fue a la cocina a por una barrita de pescado para Mouse y la escondió en el bolsillo.
—Adivino que Mouse va a entrar en la habitación —anunció.
Se puso la barrita de pescado detrás de la espalda, donde Stink no pudiera verla. Mouse entró con sus andares ondulantes en el salón.
—¡Mouse! —exclamó Judy—. ¡Qué sorpresa! ¡Sólo que… yo lo había adivinado! ¡Ja!
—Mouse siempre viene donde estamos —respondió Stink en tono burlón.
—¿Y si pudiera leer el pensamiento de mamá?
—Yo prefiero leer la enciclopedia.
—¡Stink, tienes que venir conmigo! —insistió Judy—. ¡Para demostrarte mis fabulosos poderes de adivinación!
Stink la siguió al despacho de su madre.
—Hola, mamá —dijo Judy—. ¿Sabes una cosa?
—¿Qué? —le preguntó su madre, mirando por encima de las gafas.
—Sé en qué estás pensando —le aseguró Judy. Cerró mucho los ojos, arrugó la nariz y se llevó los dedos a las sienes—. Estás pensando… en que te gustaría que limpiara debajo de mi cama en lugar de molestarte. Estás pensando… en que te gustaría que Stink se quitara de en medio los deberes del fin de semana.
—¡Formidable! ¡Eso es exactamente lo que estaba pensando! —exclamó su madre.
—¿Lo ves? —Judy sonrió.
—¿Estabas pensando en eso de verdad, mamá? —preguntó Stink.
—Ahora adivino que papá va a entrar en casa —insistió Judy.
—Porque has oído la puerta del garaje —respondió Stink.
—Es verdad. Está bien, hoy le toca a papa hacer la cena. Adivino que serán espaguetis.
—No sabe hacer más que espaguetis y macarrones.
Stink corrió a la cocina. Judy fue tras él.
—¡Papá, papa! —gritó Stink—. ¿Qué hay para cenar?
—Espaguetis.
—Has acertado por casualidad.
—P-S-E, Poderes Súper Especiales —Judy se dirigió a su hermano.
—De acuerdo —concedió Stink—. Estoy pensando en un número.
—No funciona así.
—¡Venga! ¿Cuál es el número?
Judy fue a por un trapo de cocina y se lo puso en la cabeza como un turbante. Cerró los ojos, se llevó las yemas de los dedos a las sienes y comenzó a decir cosas raras.
—Alí Babá, abracadabra. Iny Miny Tiny Mitiny.
—¿El trapo de cocina te ayuda para los PSE? —preguntó Stink.
—¡Calla! Me estoy concentrando.
—Date prisa. ¿En qué estoy pensando?
—En que no tengo Poderes Súper Especiales.
—Correcto.
—En que con los PSE no tardaría tanto —continuó diciendo.
—¡Correcto! ¿Y lo del número?
El número favorito de Stink era siempre su edad.
—El siete.
—¡Muy bien! —exclamó Stink—. Ahora estoy pensando en un color.
—¿En el verde feísimo del anillo? —preguntó Judy.
—¡NO! Berenjena —dijo Stink.
—¡BERENJENA! ¡Berenjena no es un color! Es una hortaliza birriosa.
—Pues es en lo que yo estaba pensando.
—Reconócelo, Stink. Tengo poderes especiales hasta sin el anillo del humor.
—Así que no te hace ninguna falta —le respondió Stink, poniéndole el anillo delante de las narices.
—Una persona con poderes especiales como yo debe tener un anillo del humor. Es para adivinar el futuro, como una bola de cristal. ¿Se te ha puesto púrpura el anillo a ti?
—Pues no.
—¿Lo ves? Sólo se pone púrpura con las personas con poderes súper especiales. Y de color verde de envidia con los simples lectores de enciclopedias.
Stink se quedó mirando el anillo.
—En realidad, adivino que si no me devuelves el anillo, el dedo se te va a poner verde y se te caerá.
—No pienso quitármelo nunca.
—Eso ya lo veremos.
El sábado Stink estaba leyendo la enciclopedia ¡otra vez! Se le movía un poco más el diente. Por supuesto, se lo tocaba con el dedo del anillo del humor. La piedra resplandecía, lanzaba destellos. Stink se rascaba la cabeza con él unas cien veces por minuto.
—Stink, ¿tienes piojos o qué? —preguntó Judy.
—No. ¡Tengo un anillo del humor! —se echó a reír como un loco.
El muy piojoso estaba empezando a sacar a Judy de sus casillas. No podía seguir un minuto más en la misma habitación viendo su-anillo-que-no-era-suyo. Necesitaba pensar.
Judy se asomó por la puerta de atrás. Fuera estaba lloviendo. Se puso las botas de agua, cruzó el jardín corriendo y entró en el local del club de la Rana Meona (también conocido como la vieja tienda azul).
La lluvia hada
plip-plop
,
plip-plop
. El local del club parecía desierto con ella sola allí. Le habría gustado que estuvieran los demás miembros del club, por lo menos Rocky y Frank, pero Stink no.
Hasta echó de menos a Ranita. Tal vez no debería haberla dejado suelta, aunque fuera para salvar el mundo.
¡Croa-croa!
¡Zas! A Judy se le ocurrió una idea de pronto. Una idea perfecta para demostrarle a Stink que podía adivinar el futuro.
Ella, Judy Moody, adivinó que su hermano no tardaría en devolverle el anillo del humor. No necesitaba más que un envase de yogur, un poco de suerte y una rana.
* * *
Judy abrió el paraguas y se agachó para buscar ranas. Miró en un montón de leña, dentro de la manguera enrollada del jardín, debajo de la vieja bañera de detrás del cobertizo.
¡Croa-croa!
Podía oír como un millar de ranas, pero no veía ni una. Seguro que había por allí alguna como la que había tenido. No estaba buscando precisamente un escarabajo tigre ni nada de eso.
Ya estaba a punto de dejarlo para volver a casa cuando oyó algo en el porche de atrás que hacía
¡croa-croa!
¡Era Mouse! ¡Mouse hacía un ruido igual que una rana!
La gata estaba bebiendo agua de su plato.
¡Espera! No era Mouse, más bien era el plato el que croaba. ¡Había una rana nadando en el plato del agua de Mouse!
Judy respiró hondo. Sacó muy despacio el envase de yogur.
—¡Ja! —la atrapó con él. Se preguntó si se parecería a Ranita y levantó el envasé.
—
¡Croa-croa!
—la rana se puso a dar saltos por el porche, bajó las escaleras y se metió en la hierba mojada.
—Ranita, Ranita. Ranita buena. Bonita ven con Judy.
—
¡Croa-croa! ¡Croa-croa!
—¡Te pillé! —esta vez Judy la agarró.
Era del mismo tamaño que la que había tenido. Con sus mismas manchas, verrugas y bultos. ¡Hasta tenía una banda blanca en el lomo!
—¡Igual-igual!
De pronto, Judy sintió algo cálido y húmedo en la mano.
—¡Ranita Dos! —exclamó.
* * *
Judy escondió sigilosamente a Ranita Dos en la tienda debajo de un cubo. Luego fue a buscar a Stink.
—Oye, Stink —chilló Judy chorreando a la entrada—. Vamos a cazar algo al jardín de atrás.
Stink estaba leyendo la S de la enciclopedia y ni siquiera levantó la vista.
—«Sábado» empieza por S —dijo Judy—. ¡«Salir» también! Así que
sal
de ahí o te voy a
soltar
un grito que ya verás.
Stink pasó una página.
—¿Vas a venir o te vas a quedar ahí sentado?
—Me voy a quedar aquí sentado.
Judy dio unos golpecitos con el pie en el suelo. Chascó los dedos.
—¡
Shh
empieza por S! —dijo Stink—. Estoy leyendo que hay un lagarto al que se le pone la cola azul. Un escíncido.
—Tú sí que eres un escíncido —dijo Judy. Stink no le hizo caso.
A ella, Judy Moody, le importaban un bledo los escíncido de cola azul. Pero no estaba por la labor de
sentarse
, que también empieza por S. Tenía que sacar fuera a Stink. ¡Deprisa!
—Antes he visto uno de esos escíncidos.
—¿Dónde? —preguntó Stink.
—En el jardín de atrás. ¡Vamos a por escíncidos!
—¿Tú crees? —su hermano cerró la enciclopedia.
—¡Cuando llueve es el mejor momento para cazarlos! —afirmó Judy.
Stink buscó en las grietas del porche de atrás, en la maceta, debajo del plato de Mouse…
—¿Qué te hace pensar que podemos encontrar uno? —preguntó.
—PSE. Poderes Súper Especiales para Escíncidos. Sigue buscando.
—Ya lo hago, ya lo hago.
—Quien primero encuentre uno se gana un helado en la heladería. Espera. ¿Qué es eso?