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Authors: George R.R. Martin

Tags: #Fantástico

Juego de Tronos (102 page)

BOOK: Juego de Tronos
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—Mis cicatrices son gloria, mujer oveja. —Khal Drogo se sentó y sus campanillas tintinearon. Flexionó el brazo, y frunció el ceño.

—No bebas vino, ni la leche de la amapola —le advirtió—. Sufrirás dolor, pero tu cuerpo debe estar fuerte para combatir a los espíritus venenosos.

—Soy el
khal
—dijo Drogo—. Escupo sobre el dolor, y bebo lo que quiero. Cohollo, dame mi chaleco.

El jinete de mayor edad salió a cumplir el encargo.

—Antes hablaste de unos cantos para el parto... —dijo Dany a la fea mujer.

—Conozco todos los secretos del lecho ensangrentado, Dama de Plata, y jamás he perdido un bebé —replicó Mirri Maz Duur.

—Se acerca la hora del nacimiento —siguió Dany—. Si estás de acuerdo, quiero que me atiendas tú.

—Luna de mi vida, a un esclavo no se le hacen preguntas —dijo Drogo riéndose—, se le dan órdenes. Hará lo que quieras. —Bajó de un salto del altar—. Vamos, sangre mía. Los sementales llaman, este lugar está en ruinas. Es hora de cabalgar.

Haggo siguió al
khal
hacia la salida del templo, pero Qotho se demoró lo justo para mirar a Mirri Maz Duur.

—Recuerda,
maegi
, lo que le pase al
khal
será lo mismo que te pase a ti.

—Como tú digas, jinete —replicó la mujer al tiempo que recogía las jarras y frascos—. El Gran Pastor vela por su rebaño.

TYRION (8)

En la cima de una colina desde la que se divisaba el camino real, bajo un olmo, se había colocado una larga tabla de pino sobre caballetes, cubierta con un paño dorado. Allí, bajo su pabellón, Lord Tywin cenó con sus principales caballeros y señores vasallos. Su estandarte escarlata y dorado ondeaba al viento.

Tyrion llegó tarde, dolorido tras tantas horas en la silla de montar, y amargado, demasiado consciente de lo cómico que debía de resultar su aspecto al subir por la ladera hacia su padre. La marcha de aquel día había sido larga y agotadora. La perspectiva de emborracharse aquella noche le parecía de lo más tentadora. Las luciérnagas parecían dar vida al aire del ocaso.

Los cocineros estaban sirviendo la carne: cinco cochinillos de piel tostada y crujiente, cada uno con una fruta diferente en la boca. El olor le hizo la boca agua.

—Disculpad el retraso —dijo.

—Debería encargarte la misión de enterrar a nuestros muertos, Tyrion —bufó Lord Tywin—. Si llegas tan tarde a la batalla como a la mesa, cuando te dignes a aparecer la lucha habrá terminado.

—Vamos, Padre, al menos me reservarás un par de labriegos, ¿no? —replicó Tyrion—. Tampoco muchos, no quiero ser codicioso. —Se llenó la copa de vino y observó cómo uno de los criados trinchaba el lechón. La piel crujiente se quebraba bajo el cuchillo y corrían los jugos calientes de la carne. Era el espectáculo más hermoso que Tyrion había visto en mucho tiempo.

—La avanzadilla de Ser Addam dice que la hueste de los Stark se mueve hacia el sur de Los Gemelos —le informó su padre al tiempo que le llenaban el plato de tajadas de lechón—. Los hombres de Lord Frey se han unido a él. No creo que esté a más de un día de viaje hacia el norte.

—Por favor, Padre —dijo Tyrion—. Que estoy a punto de comer.

—¿Y la perspectiva de enfrentarte al joven Stark te acobarda, Tyrion? A tu hermano Jaime le encantaría tenerlo delante.

—Yo lo que deseo es tener delante ese lechón. Robb Stark no es tan tierno, y jamás ha olido tan bien.

—Espero que vuestros salvajes no compartan esa desgana —dijo Lord Lefford, el ave de mal agüero que se encargaba de las provisiones, inclinándose hacia adelante—, o habremos desperdiciado mucho acero en ellos.

—Mis salvajes utilizarán muy bien ese acero, mi señor —replicó Tyrion.

Cuando le dijo a Lefford que necesitaba armas y armaduras para los trescientos hombres que había llevado Ulf de las montañas, fue como si le pidiera que les entregara a sus hijas vírgenes para que se divirtieran.

—Esta mañana he visto al grande —dijo Lefford con el ceño fruncido—, el peludo, el que se empeñó en que necesitaba dos hachas de combate, de esas grandes de acero negro con dos hojas en forma de luna.

—Es que a Shagga le gusta matar a dos manos —dijo Tyrion, sin apartar los ojos del plato de cochinillo humeante que acababan de poner ante él.

—Y todavía llevaba el hacha de madera a la espalda.

—Shagga es de la opinión de que tres hachas son mejor que dos. —Tyrion cogió un generoso pellizco de sal entre el índice y el pulgar, y espolvoreó la carne.

—Hemos pensado que vos y vuestros salvajes deberíais estar en la vanguardia cuando comience la batalla —intervino Ser Kevan inclinándose hacia adelante.

Ser Kevan rara vez pensaba nada que Lord Tywin no hubiera pensado antes. Tyrion había pinchado un trozo de carne con la daga y se lo estaba llevando a la boca. Lo volvió a bajar al oír aquello.

—¿La vanguardia? —repitió, dubitativo.

O su señor padre sentía de pronto un respeto desconocido ante la habilidad de Tyrion, o había decidido librarse de una vez por todas de la vergüenza que le suponía un hijo tullido. Tyrion tenía el sombrío presentimiento de que era lo segundo.

—Tienen un aspecto muy feroz —señaló Ser Kevan.

—¿Feroz? —Tyrion se dio cuenta de que estaba repitiendo las palabras de su tío como un pájaro bien entrenado. Su señor padre lo miraba, sopesando cada palabra—. Os contaré hasta qué punto son feroces. Anoche un Hermano de la Luna apuñaló a un Grajo de Piedra por una salchicha. Hoy, al montar el campamento, tres Grajos de Piedra le abrieron la garganta. No sé, quizá quisieran recuperar la salchicha. Por suerte Bronn consiguió impedir que Shagga le cortara la verga al cadáver, pero aun así, Ulf exige compensación económica por la sangre, y desde luego Conn y Shagga se niegan a pagar.

—Si a los soldados les falta disciplina, la culpa es de su lord comandante —señaló su padre.

Su hermano Jaime siempre había logrado que los hombres lo siguieran de buena gana, que dieran la vida por él si era necesario. Tyrion no tenía aquel don. Compraba la lealtad con oro, e imponía obediencia con su nombre.

—Un hombre más alto podría meterlos en cintura. ¿No es eso lo que intentas decir, mi señor?

—Si los hombres de mi hijo no obedecen sus órdenes —dijo Lord Tywin Lannister a su hermano—, la vanguardia no es el lugar que le corresponde. Sin duda se sentirá más a su gusto en la retaguardia, con los carromatos del equipaje.

—No me hagas favores, Padre —dijo, airado—. Si no tienes otro mando que ofrecerme, iré a la cabeza de tu vanguardia.

—No he hablado de darte ningún mando. —Lord Tywin miró a su hijo enano—. Servirás a las órdenes de Ser Gregor.

Tyrion mordió un trozo de cochinillo, lo masticó un instante y lo escupió, furioso.

—No tengo tanta hambre como pensaba —dijo mientras se bajaba torpemente del banco—. Ruego a mis señores que me disculpen.

Lord Tywin inclinó la cabeza en gesto de despedida. Tyrion se dio media vuelta y se alejó. Al cojear colina abajo, sentía los ojos de todos clavados en la espalda. Oyó una carcajada compartida, pero no se volvió. Deseó fervorosamente que se les atragantara el lechón asado.

El crepúsculo hacía que todos los estandartes parecieran negros. El campamento Lannister se extendía kilómetros y kilómetros entre el río y el camino real. Era fácil perderse entre tantos hombres, caballos y árboles, y eso fue lo que hizo Tyrion. Pasó junto a una docena de grandes pabellones y un centenar de hogueras donde se preparaban las cenas. Las luciérnagas revoloteaban entre las tiendas como estrellas errantes. Le llegó el olor de salchichas con ajo, especiadas y sabrosas, tan tentador que el estómago le empezó a rugir. A lo lejos se oían voces que entonaban una canción grosera. Una mujer pasó corriendo junto a él, riendo, desnuda bajo una capa oscura, mientras su perseguidor, borracho, tropezaba con las raíces de los árboles. Más adelante, dos hombres con lanzas se enfrentaban separados por un estrecho arroyo, practicando lanzamientos y esquivando a la escasa luz, con los torsos desnudos y empapados de sudor.

Nadie se fijó en él. Nadie le dirigió una mirada. Nadie le prestó atención. Estaba rodeado de hombres que habían jurado lealtad a la Casa Lannister, un vasto ejército de veinte mil hombres, pero se encontraba solo.

Cuando oyó el rugido de la risa de Shagga en la oscuridad, lo siguió hasta el rincón donde se encontraban los Grajos de Piedra. Conn, hijo de Coratt, le mostró una jarra de cerveza.

—¡Tyrion Mediohombre! Ven, siéntate junto a nuestro fuego, comparte carne con los Grajos de Piedra. Tenemos un buey.

—Ya lo veo, Conn, hijo de Coratt. —El enorme trozo de carne roja estaba suspendido sobre el fuego, atravesado por un espetón del tamaño de un árbol pequeño. Probablemente se trataba de un árbol pequeño. Dos Grajos de Piedra daban vueltas a la carne, y la sangre y la grasa goteaban sobre las llamas—. Te lo agradezco. Llamadme cuando esté hecho. —Por el aspecto de la carne, quizá fuera antes de la batalla. Se alejó de allí.

Cada uno de los clanes tenía su hoguera. Los Orejas Negras no comían con los Grajos de Piedra, los Grajos de Piedra no comían con los Hermanos de la Luna, y con los Hombres Quemados no comía nadie. La modesta tienda que había conseguido sacarle a Lord Lefford se alzaba en el centro de las cuatro hogueras. Tyrion vio a Bronn, que compartía un pellejo de vino con uno de los nuevos criados. Lord Tywin le había enviado un caballerizo y un asistente personal, incluso se empeñó en que tuviera escudero propio. Todos estaban sentados en torno a una hoguera pequeña. Los acompañaba una muchacha delgada, de pelo oscuro, que no aparentaba más de dieciocho años. Tyrion examinó su rostro un momento, antes de ver las espinas entre las cenizas.

—¿Qué habéis comido?

—Truchas, mi señor —dijo el caballerizo—. Las pescó Bronn.

«Truchas —pensó—, cochinillo asado... Maldito sea mi padre.» Contempló los restos con tristeza. Le rugía el estómago.

Su escudero, un muchacho llamado para su desgracia Podrick Payne, se tragó algo que estaba a punto de decir. El muchacho era primo lejano de Ilyn Payne, el verdugo del rey... y parecía tan silencioso como su pariente, aunque no por falta de lengua. En cierta ocasión Tyrion lo había obligado a enseñársela para estar seguro.

—Pues sí, es una lengua —dijo en aquella ocasión—. Quizá algún día aprendas a utilizarla.

Pero esa noche carecía de la paciencia necesaria para intentar hacer hablar al chico. Tenía la sensación de que se lo habían asignado como broma cruel. Concentró su atención en la chica.

—¿Es ella? —preguntó a Bronn.

La muchacha se levantó con un gesto grácil, y lo miró desde la cima de su altura, un metro y medio, quizá más.

—Sí, mi señor, y si te parece bien puede hablar por sí misma.

—Soy Tyrion, de la Casa Lannister —dijo Tyrion inclinando la cabeza hacia un lado—. Los hombres me llaman el Gnomo.

—Mi madre me llama Shae. Los hombres me llaman... a menudo.

Bronn se echó a reír, y el propio Tyrion no pudo contener una sonrisa.

—Vamos a la tienda, Shae, si tienes la amabilidad. —Levantó el ala de la tienda para que pasara. Una vez dentro, se arrodilló para encender una vela.

En la vida del soldado había ciertas compensaciones. Todo campamento tenía un grupo de personas que lo seguía. Al final del día, Tyrion había enviado a Bronn a que le buscara entre ellas una prostituta bonita.

—Me gustan razonablemente jóvenes, y mejor si son lindas —le indicó—. Si se ha lavado este año, mucho mejor; si no, báñala antes. No te olvides de decirle quién soy, y sobre todo, cómo soy.

En ocasiones, Jyck se había olvidado de hacerlo. Y las chicas ponían una cara extraña al ver al señor a quien debían complacer... una cara que Tyrion Lannister no quería volver a ver.

Alzó la vela y la examinó. Bronn se había esmerado; tenía ojos de gacela y era esbelta, con pechos pequeños y firmes, y una sonrisa a ratos tímida, a ratos insolente, en ocasiones traviesa. Eso le gustaba.

—¿Me quito el vestido, mi señor? —preguntó.

—Todo a su tiempo. ¿Eres doncella, Shae?

—Si vos lo deseáis, mi señor... —contestó con recato.

—Lo que deseo es la verdad, muchacha.

—Sí, pero eso os costará el doble.

—Soy un Lannister —dijo Tyrion, que comprendió que se iban a llevar muy bien—. Si algo me sobra es oro, y no tardarás en ver que soy generoso. Pero querré de ti algo más que lo que tienes entre las piernas, aunque eso también, claro. Compartirás mi tienda, me servirás el vino, reirás mis chistes, me darás masajes en las piernas para quitarme el dolor tras la jornada de marcha... y, tanto si te conservo a mi lado un día como si es un año, mientras estés conmigo no habrá otros hombres en tu cama.

—Me parece justo. —Se inclinó, se cogió el borde del vestido y se lo sacó por la cabeza en un solo movimiento fluido, antes de tirarlo a un lado. Bajo él sólo llevaba la piel—. Si mi señor no deja esa vela se va a quemar los dedos.

Tyrion dejó la vela, la cogió de la mano y la atrajo con gentileza hacia él. La muchacha se inclinó para besarlo. La boca le sabía a miel y a especias, y los dedos con que desató los lazos de sus ropas eran diestros y hábiles.

Cuando la penetró, ella lo recibió con susurros cariñosos y estremecimientos de placer. Tyrion sospechaba que era fingido, pero lo hacía tan bien que no importaba. No necesitaba tanta verdad.

En cambio, como comprendió más tarde, mientras la muchacha yacía tranquila entre sus brazos, sí la había necesitado a ella. O quizá a alguien como ella. Hacía casi un año que no estaba con una mujer, desde que partiera hacia Invernalia en compañía de su hermano y el rey Robert. Quizá muriera al día siguiente, y si era lo que le deparaban los dioses, prefería irse a la tumba pensando en Shae, y no en su señor padre, en Lysa Arryn, ni en Lady Catelyn Stark.

Sentía la suavidad de los pechos de la chica contra el brazo. Era agradable. Una canción le llenó la mente. Empezó a silbar, muy bajito.

—¿Qué sucede, mi señor? —preguntó Shae, acurrucada junto a él.

—Nada —respondió—. Una canción que aprendí de niño, nada más. Duerme, pequeña.

Cuando ella cerró los ojos, y su respiración se hizo lenta y pausada, Tyrion salió de su abrazo con delicadeza, para no turbarle el sueño. Salió al exterior desnudo, tropezó con su escudero, y fue tras la tienda para orinar.

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