Read La aventura de los godos Online

Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Historia

La aventura de los godos

BOOK: La aventura de los godos
7.51Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

 

Los godos fueron testigos de un periodo asombroso en la crónica mundial, vieron caer Imperios como el Romano, y levantarse otros como el Musulmán y, mientras tanto edificaban un Estado en el solar Hispano. En sus tres siglos de hegemonía se movieron al compás dictado por el destino, fueron nómadas bárbaros, saquearon campos y ciudades, buscaron desesperadamente un territorio al que llamar patria. Lucharon ferozmente por la supervivencia; durante trescientos años ni una sola generación de godos escapó al hambre o a las guerras. Amigos y enemigos de todos los pueblos que les rodeaban escribieron su particular historia en el contexto de eso que los investigadores llaman la Era Oscura europea; escasos documentos de la época nos han dado una imagen, más o menos cercana, de un pueblo al que le tocó diseñar el prólogo de la Edad media española.

Bienvenidos a la aventura de los godos, seguro que disfrutarán con su lectura descubriendo sorprendentes secuencias de una historia que no es otra sino la nuestra.

Juan Antonio Cebrián

La aventura de los Godos

ePUB v1.3

Perseo
17.06.12

Título original:
La aventura de los godos

Juan Antonio Cebrián, 2002

Diseño/retoque portada: Perseo, basada en la original

Editor original: Perseo (v1.0 a v1.3)

Corrección de erratas: Perseo

ePub base v2.0

Introducción

El esperanzado propósito que me mueve al escribir esta obra no es sino el de reconciliarme con la historia de mi país. Hubo un tiempo en el que sólo mencionar la terrible lista de los Reyes Godos provocaba el pánico de los enflaquecidos alumnos de la posguerra española. La aridez y la supuesta inutilidad de ese episodio creaban enormes cefaleas entre los niños de los años cuarenta y cincuenta. Poco a poco, el dichoso enunciado monárquico fue quedando relegado al olvido; hoy en día, me atrevería a defender que son muy escasos los que conocen o dominan los avatares de aquellos brumosos siglos.

Los godos son algo más que una pesada lista de reyes; fueron testigos de un período asombroso de la crónica histórica mundial, vieron caer imperios como el romano, levantarse otros como el musulmán y, mientras tanto, edificaban un Estado en el solar hispano. En sus tres siglos de hegemonía se movieron al compás dictado por el destino, fueron nómadas bárbaros, saquearon campos y ciudades, buscaron desesperadamente un territorio al que llamar patria, y cuando lo encontraron se aferraron a él como un niño a su madre. Lucharon ferozmente por la supervivencia; durante trescientos años ni una sola generación de godos escapó al hambre o a las guerras. Amigos y enemigos de todos los pueblos que los rodeaban escribieron su particular historia en el contexto de eso que los investigadores llaman la Era Oscura europea; escasos documentos de la época nos han dado una imagen, más o menos cercana, de un pueblo al que le tocó diseñar el prólogo de la Edad Media española. Dejaron atrás el ancestral paganismo para enarbolar la bandera cristiana, ora arrianos, ora católicos.

En sus monarcas —cuyas vidas estamos a punto de descubrir— encontramos los diferentes perfiles de la condición humana: el carisma de Alarico, fundador de la saga y dominador de Roma; el odio de Sigerico, capaz de asesinar por venganza; el empuje de Walia, luchando contra sus hermanos germánicos para crear un reino. La prudencia de Teodorico, en busca de la estabilidad de su pueblo; el ímpetu de Turismundo, intentando aniquilar al mismísimo Atila; la diplomacia de Teodorico II y sus pactos con Roma; la mesura de Eurico, con su legislación para los pueblos bajo su mando; el abatimiento de Alarico II, viendo cómo se perdía el reino tolosano; la ilusión de Gesaleico mientras conducía a los godos hacia la definitiva Hispania; la impaciencia de Amalarico por gobernar en lugar de su abuelo; el equilibrio mostrado por los ostrogodos Teudis y Teudiselo; la intolerancia de Agila; la imprudencia de Atanagildo; la certeza de Liuva; las dudas de Leovigildo, combatiendo a su propio hijo Hermenegildo; la convicción de Recaredo, convertido al catolicismo; la candidez de Liuva II; la determinación de Witerico por volver al arrianismo; el sentido de Gundemaro; la cultura de Sisebuto; la brevedad de Recaredo II; la energía de Suintila expulsando a los bizantinos; el «conspiranoico» Sisenando; la increíble longevidad de Chintila, que reina hasta los noventa años; la incapacidad de Tulga; la visión de Estado de Chindasvinto; el orden y esplendor de Recesvinto; la fuerza de Wamba; la debilidad de Ervigio; la decadencia de Egica; la reacción de Witiza y, por último, la desolación de Rodrigo; todo ello nos acerca, aunque parezca mentira, a nosotros mismos. En efecto, los españoles de hoy en día somos una consecuencia de las actuaciones y mestizajes de aquellas gentes que, con tanto afán, buscaban un lugar bajo el sol.

Ojalá que tras la lectura de este libro sean muchas las personas que rehabiliten el sitio que los godos nunca debieron perder dentro de la Historia española. Esta obra no ha sido pensada para deleitar a mentes eruditas —para eso hay otros libros—; lo único que pretende es divulgar, de la forma y manera más asequibles, un momento crucial de la Historia de España. Las frases que encabezan cada reinado han sido idealizadas pensando en la vida y personalidad de los reyes.

Los invito a adentrarse en la aventura vital de los godos, seguro que no salen decepcionados. Espero que lo disfruten tanto como yo.

J
UAN
A
NTONIO
C
EBRIÁN

De todas las tierras cuantas hay desde Occidente hasta la India, tú eres la más hermosa, ¡oh, sacra España, madre siempre feliz de príncipes y de pueblos! Bien se te puede llamar reina de todas las provincias…; tu honor y ornamento del mundo, la más ilustre porción de la tierra, en quien la gloriosa fecundidad de la raza goda se recrea y florece.

Natura se mostró pródiga en enriquecerte; tú, exuberante en frutas, henchida de vides, alegre en mieses…, tú abundas de todo, asentada deliciosamente en los climas del mundo, ni tostada por los ardores del sol, ni arrecida por glacial inclemencia… Tú vences al Alfeo en caballos y al Clitumno en ganados; no envidias los sotos y los pastos de Etruria, ni los bosques de Arcadia…

Rica también en hijos, produces los príncipes imperantes, a la vez que la púrpura y las piedras preciosas para adornarlos. Con razón te codició Roma, cabeza de las gentes, y aunque te desposó la vencedora fortaleza Romulea, después el florentísimo pueblo godo, tras victoriosas peregrinaciones por otras partes del orbe, a ti amó, a ti raptó, y te goza ahora con segura felicidad, entre la pompa regia y el fausto del Imperio.

San Isidoro,
De Laude Spanie

I
 
Alarico

Desde que tomé Roma en mis manos, nadie ha vuelto a menospreciar el poder de los godos. Lo que impulsó el afán de conquistas y el deseo de aventuras dio grandeza a un pueblo necesitado de patria.

Alarico I, rey de los visigodos, 395-410

Los godos, tribu en expansión

De lo más profundo de los bosques del norte y arropados por una bruma ancestral, surgieron los bárbaros para azote de la civilizada Roma. Quisieron el destino y los siglos que uno de ellos encarnara el máximo poder de las tribus visigodas para dar golpe de gracia al tambaleante Imperio; su nombre: Alarico. Alarico I está considerado por buena parte de la comunidad de investigadores históricos como el primer gran rey de los visigodos. Su aparición en la historia es decisiva para entender algo más el declive y la caída del Imperio Romano.

Este rotundo guerrero era la viva imagen de un pueblo orgulloso y entregado a la única causa de la supervivencia. Alarico fue un amante de la belleza; él se consideraba a sí mismo bello, vamos, un Narciso de los godos. Lo cierto es que algo de razón tenía, su imagen representaba la de un hombre alto, bien musculado y de pelo rubio trenzado en barba y melena, dando al conjunto un aspecto muy varonil a la par que atractivo. Su nacimiento lo podemos fijar en el año 370, en una de las islas que pueblan uno de los lugares más sugerentes de toda Europa: Perice, en el delta del río Danubio. En esa privilegiada zona se encontraba asentada la tribu de los baltingos, descendientes del gran jefe Baltha, que significa audacia. Por tanto, nuestro héroe pertenece al linaje de los baltingos que, como veremos, dará mucho que hablar a lo largo de este libro. Sin embargo, para que la tribu de Alarico llegara al Danubio, antes tuvo que pasar por siglos y guerras en una lenta migración no apta para espíritus débiles o cuerpos delicados. Bueno será que echemos la vista atrás, para averiguar por todos los estudiosos como el más civilizado de los invasores bárbaros.

Dejemos mientras tanto al pequeño Alarico jugando con sus amigos en su aldea natal, cuando el peligro de los temibles jinetes hunos se abate sobre ellos dando un giro a los acontecimientos.

Escandinavia fue la tierra original de los pueblos germánicos; el godo lo era, como otros tantos que manaron de aquellas frías latitudes. Hemos de buscar en el área del mar Báltico entre la zona meridional y Alemania. En este último territorio se asentarán los godos entre los siglos II a.C. y el III.

No hay que descartar la isla sueca de Gotland como punto de arranque oficial de la expansión goda. Ésta se iniciaría aproximadamente hacia el 50 a.C. De aquella isla báltica, de unos 3.100 kilómetros cuadrados, saltaron al continente, donde se organizaron en tres grupos con el objetivo de dominar el Vístula. Estos contingentes tenían sus nombres: greutungos o «de las piedras», tervingos o «de los bosques», y visos o «de las praderas», y fueron absorbidos finalmente por los gauti, nombre original de los godos. Vencieron a rugios y vándalos hasta que los gépidos los empujaron hacia el este por el río Dniéster en Ucrania a mediados del siglo II.

Un siglo más tarde ya habían sido divididos por las migraciones en dos grupos perfectamente delimitados: por un lado, los ostrogodos, es decir, godos orientales; por otro, los visigodos o godos occidentales. Los primeros se asentaron en los territorios ucranios, dominando a germanos, eslavos, fineses y sármatas; los segundos, al oeste del Dniéster, ocupando Besarabia, Moldavia y Transilvania. Era evidente que los visigodos se consolidaron como firmes candidatos a ser los primeros en entrar en contacto con el Imperio Romano y así fue.

A lo largo del siglo III mantuvieron diferentes enfrentamientos bélicos con Roma que les procuraron entradas en Misia, Tracia y Dacia, abandonadas definitivamente por el emperador Aureliano en el año 271. En esas tierras crecieron los godos (mesogodos) como agricultores, mientras estrechaban cada vez más sus lazos con el Imperio. Años más tarde, en el 332, romanos y visigodos sellaban un pacto por el cual el emperador Constantino concedía a los bárbaros el status de federados con el objeto de frenar las incursiones germanas en la zona fronteriza del Danubio. Era el comienzo de una extraña amistad.

Alianzas y desacuerdos con Roma

El siglo IV también supuso para los godos su entrada en el mundo cristiano; ésta se produjo de la mano de Ulfilas, un obispo godo que acometió la ardua tarea de traducir a su lengua natal la Biblia, utilizando para ello una mezcolanza lingüística donde abundaban caracteres latinos, griegos y nórdicos. Ulfilas (340-383) transmitió a los suyos el cristianismo de tendencia arriana; ya no abandonarían esta herética corriente hasta el III Concilio de Toledo, celebrado en el año 589.

BOOK: La aventura de los godos
7.51Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Blade of Tyshalle by Matthew Woodring Stover
A Hope Beyond by Judith Pella
Listening to Mondrian by Nadia Wheatley
Jurassic Heart by Anna Martin
Feel the Heat: A Contemporary Romance Anthology by Evelyn Adams, Christine Bell, Rhian Cahill, Mari Carr, Margo Bond Collins, Jennifer Dawson, Cathryn Fox, Allison Gatta, Molly McLain, Cari Quinn, Taryn Elliot, Katherine Reid, Gina Robinson, Willow Summers, Zoe York
An Echo in the Bone by Diana Gabaldon
Plum Pie by P G Wodehouse