La aventura de los godos (9 page)

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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Historia

BOOK: La aventura de los godos
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Poco a poco, obispos de esa fe que pertenecían en su mayoría a la aristocracia latifundista hispano-romana se fueron incorporando a la sociedad dominante. Todo hacía ver que arrianos y católicos estaban por fin condenados a entenderse.

Ya hemos visto cómo algunas ciudades de Hispania comenzaron a cobrar más importancia en estos años, como por ejemplo la nueva capital establecida en Emérita Augusta, pero, sobre todo, fueron dos las que emergieron con luz propia: Sevilla y, por supuesto, la futura capital, Toledo, Allí elaboró Teudis el único documento legislativo de su reinado, la ley de costes judiciales, promulgada el 21 de noviembre del 546. Este texto jurídico visigótico servía para regular los abusos constantes que se cometían en los costes procesales que debían pagar las partes litigantes a unos jueces que, con demasiada frecuencia, aceptaban suculentos sobornos. La ley de Teudis reflejaba una esperanzadora unidad jurisdiccional; en una de sus frases se puede leer: «Se aplicará a todos los provinciales y a todos nuestros pueblos», lo que nos viene a decir que en ese año 546 la justicia impartida abarcaba a todos los súbditos, bien fueran godos o hispano-romanos. Todo esto suponía un grandísimo avance respecto a unos años antes; además, su publicación en la ciudad de Toledo ponía sobre la pista de la importancia creciente que la plaza estaba adquiriendo. El documento se encuentra hoy día en la catedral de León, en donde se conserva fragmentariamente en un palimpsesto que contiene partes del Breviario de Alarico.

El rey Teudis tuvo un excelente reinado de diecisiete años que quedó truncado, como casi siempre, por el asesinato. Cuenta la vieja crónica que el rey pasaba unos días de esparcimiento en su palacio, ajeno a una aviesa conjura nobiliaria que se estaba gestando a sus espaldas. A pesar de los buenos resultados que estaba obteniendo Teudis, no faltaban contumaces enemigos y aspirantes al trono. La farsa que rodeó la muerte del rey se asemeja a una opereta italiana. Un soldado de su guardia, al que supuestamente los confabulados habían pagado una buena suma, fingió una repentina locura, y la enajenación lo llevó a moverse como un poseído por la estancia donde se encontraba el asombrado Teudis. Finalmente, sin que nadie pudiera evitarlo, el loco fingido clavó un cuchillo en el pecho real. Los cortesanos fieles a Teudis se abalanzaron sobre el soldado, y cuando estaban prestos para acabar con su vida, la voz del agonizante Teudis lo impidió. Dice la leyenda que en esos momentos el veterano monarca se acordó del asesinato que él había encargado para Amalarico y, más arrepentido que nunca, solicitó el perdón para su asesino. Una vez cumplido ese último deseo, el rey Teudis falleció.

XIII
 
Teudiselo

Las ricas tierras de la Bética son mi máximo interés; por eso fortaleceré Sevilla, estableciendo allí mi corte.

Teudiselo, rey de los visigodos, 548-549

Fin del intermedio Ostrogodo

Con la muerte del rey Teudis en el año 548 quedaban atrás más de tres lustros de prosperidad en Hispania. La asamblea de nobles se enfrentaba, por tanto, a un gran reto que solucionó nombrando a Teudiselo nuevo rey de los visigodos.

El pueblo no tuvo el menor problema a la hora de ratificar esa decisión, pues el personaje era muy querido y valorado por todos; no olvidemos la brillante actuación del duque ostrogodo en el año 541 poniendo fin a la invasión franca.

Duques y condes eran las dignidades jerárquicas más próximas al rey, y esos títulos habían sido heredados desde los tiempos hegemónicos del Imperio Romano. Los condes eran nobles con misiones específicas, como la diplomacia, educación, gestión o gobierno de ciudades. Los duques eran superiores en rango a los condes y se encargaban principalmente de la conducción y dirección de tropas, o de la administración de grandes territorios.

Teudiselo se propuso dar continuidad a la obra de su predecesor Teudis. En lo social se siguió profundizando en la hispanización visigoda; en lo militar se establecieron pactos mediante el pago de tributos a los francos con el fin de evitar futuras internadas de éstos; acuerdos que duraron poco, llegándose a la eliminación física de los pocos francos residentes en el valle del Ebro. Por el sur permanecía candente el problema que suponía la provincia Bética, siempre dispuesta al levantamiento, a la disensión o, en último extremo, a la hipotética ocupación por parte de los expansionistas bizantinos de Justiniano.

Teudiselo decidió trasladar su corte a Sevilla con el ánimo de ejercer desde la ciudad sureña una política más meridional, dado el interés que los visigodos mantenían por las riquezas de esa zona peninsular. Se supone que el recordado rey Teudis fue asesinado en el palacio que tenía en esa localidad. A pesar de ese mal presagio, Teudiselo acondicionó las defensas y calles de Sevilla para mayor comodidad de sus habitantes.

El rey Teudiselo había acreditado con creces su aptitud para la guerra, pero era más relajado en su comportamiento cotidiano: conocidas eran sus aventuras extraconyugales y su desmedida afición por todo lo que oliera o supiera a vino. Estos condicionantes no impidieron que la gran mayoría de la población hispana mostrara cariño y admiración por el monarca ostrogodo. Desgraciadamente, su reinado sería breve, tan sólo dieciocho meses.

A finales del año 549, el rey organizó un suculento banquete en su palacio sevillano, siendo invitada la flor y nata de la ciudad. Según parece, Teudiselo comió y bebió en exceso hasta muy avanzada la noche, donde, aprovechando la circunstancia, fue asesinado por un grupo de conspiradores. Como es habitual, no tenemos noticias fiables sobre quién o quienes auspiciaron el suceso. Unos dijeron que los asesinos fueron maridos ultrajados que buscaban venganza por el «uso» indebido que de sus mujeres había hecho el potente rey; otros contaron que todo ocurrió gracias a la conjura de los nobles de la estirpe puramente visigoda, a cuya cabeza se encontraba Agila, pretendiente al trono real y disconforme con la idea de mantener más tiempo a los ostrogodos en el poder. Lo cierto es que tuvieran unos u otros razón, Teudiselo murió, y con él se cerraban treinta y ocho años de influencia goda oriental, desde la regencia de Teodorico el Grande, pasando por Teudis, para finalizar en Teudiselo. Tres reyes que hicieron todo lo posible por fundir a hispano-romanos y visigodos, otrora irreconciliables, bajo una misma causa.

Casi todos los investigadores históricos coinciden en afirmar que esta floreciente época se puede llamar la del intermedio ostrogodo. Después de eso comenzaría un período de inquietudes intestinas y confusión que desembocaría en fatales contiendas fratricidas.

XIV
 
Agila

Desde los tiempos de Alarico II, soy el primer rey de sangre enteramente hispana; a pesar de eso, buena parte de la nobleza se levanta contra mí y pide ayuda a los bizantinos que no buscan sino apropiarse de Hispania.

Agila, rey de los visigodos, 549-554

Estalla la guerra civil

El Aula Regia visigoda movió con presteza sus hilos para proclamar al presunto conspirador Agila como nuevo rey. Su linaje era antiguo y estrictamente arriano, con lo que se mostraba claramente intolerante hacia la causa católica. Esa férrea actitud provocó de inmediato la réplica hispano-romana. Numerosas ciudades, principalmente de la Bética, se sublevaron contra el opresor político y religioso, incluso buena parte de la nobleza visigoda no vio de buen grado la llegada de Agila al trono por considerarle un ambicioso y cruel tirano. Habían sido muchos años de fructífera convivencia para las dos comunidades que habitaban Hispania, y el nuevo monarca parecía decidido a estropearlo todo.

La siempre rebelde Córdoba no aceptó ninguna hegemonía que viniera de Agila, levantándose contra él y su ejército real. En Sevilla se encontraba Atanagildo, un notable miembro de la alta nobleza visigoda muy afín a las ideas impuestas por las monarquías anteriores. Al aristócrata se unieron otros como él, produciéndose el inevitable estallido social y militar. Agila dio respuesta enviando tropas contra Córdoba, a cuyo frente se puso él mismo. En la expedición cabalgaba su hijo y la mayor parte del tesoro regio. La batalla que se produjo en las cercanías de la ciudad cordobesa dio como resultado una derrota aplastante para el ejército leal al rey Agila, que además perdió a su primogénito y buena parte de la riqueza que portaba. Con los escasos efectivos que pudo salvar, el rey se retiró hacia Mérida, donde esperaba reorganizarse para preparar un ataque masivo sobre la ya rebelde Sevilla. Allí se encontraba la facción de Atanagildo, muy mermada de poder militar después del primer año de guerra civil.

Los combates se localizaron mayoritariamente en la Bética, pero abarcaron la práctica totalidad del territorio dominado por los visigodos en esos momentos, incluida la provincia de Septimania en las antiguas Galias.

A finales del año 551 la situación era bastante delicada para los seguidores de Atanagildo, quien, temiendo una débil respuesta ante el ataque del rey Agila sobre Sevilla, buscó la ayuda militar de los bizantinos. Éstos, siempre dispuestos para reconstruir el viejo Imperio Romano, esperaban un buen pretexto para invadir Hispania y éste llegó en bandeja de plata gracias a su alianza con Atanagildo.

Corría el mes de junio del año 552, cuando un contingente bizantino comandado por el magister militum de ochenta años Liberius desembarcaba en la Península Ibérica. Son varias las zonas que se barajan como punto exacto de la maniobra: el estrecho de Gibraltar, Málaga o, el que parece más factible, Cartago Nova, por disponer esta ciudad de un magnífico puerto ideal para el desembarco de tropas. Por otra parte, la hipótesis de Cartago viene avalada por la proximidad de esta plaza con Baleares y el norte de África que ya eran posesiones orientales.

El refuerzo bizantino supuso un cambio de rumbo en los acontecimientos; Atanagildo, muy vigorizado por la presencia de sus nuevos aliados, recuperó la iniciativa asestando un difícil revés al rey Agila en las cercanías de Sevilla. El combate fue desigual, quedando diezmado el ejército real que, a duras penas, se retiró una vez más a Mérida, último reducto para los escasos partidarios de Agila.

Éstos, viendo su causa perdida, optaron por lo que parecía más razonable en esa época: asesinar a su rey Agila, es decir, acabar con el problema que suponía su presencia física, poniéndose a bien con el futuro rey Atanagildo a la espera de clemencia después de cinco años de guerra fratricida.

Agila fue muerto a cuchilladas en el año 554, el mismo que vio llegar al trono al noble Atanagildo. El precio para que esto ocurriera había sido muy alto, ya que los bizantinos iban a cobrar muy cara la ayuda prestada a los rebeldes en la guerra civil. Comenzaba la etapa bizantina en la Península Ibérica que se prolongaría hasta bien entrado el siglo XII. ¿Cómo reaccionarían los visigodos ante el nuevo peligro?

¿Intentaría el victorioso rey Atanagildo subsanar el fatídico, pero necesario, error cometido?

XV
 
Atanagildo

Desde mi corte en Toledo intentaré devolver a los godos tiempos de paz y esplendor, empezando por expulsar a los otrora aliados bizantinos.

Atanagildo, rey de los visigodos, 554-567

El reino de Toledo

Una de las primeras medidas adoptadas por el rey Atanagildo fue trasladar la capitalidad del reino a la ciudad de Toledo. La plaza venía cobrando una importancia creciente desde los tiempos de Teudis y, además, la posición geográfica toledana permitía estar más cerca de cualquier conflicto que se produjera en tierras visigodas. La decisión seguramente se tomó para mayor protección de los intereses godos ante la invasión bizantina.

Como sabemos, el emperador Justiniano había iniciado una política expansionista por el Mediterráneo. Las conquistas bizantinas desde el 533 al 563 darían como resultado la anexión y control del Mediterráneo central y occidental y, por consiguiente, del flujo económico de esta zona. Todo giraba alrededor del plan concebido por Justiniano, llamado
Renovatio Imperii Romanorum
, es decir, la reunificación de los territorios que una vez estuvieron bajo el poder o influencia del viejo y temido Imperio Romano.

En Hispania las disputas internas entre los seguidores de Atanagildo y Agila propiciaron la llegada de una primera flota que desembarcó en el verano del 552. A pesar de los pocos efectivos que transportaba, no tuvo el menor problema para hacerse fuerte en algunas ciudades de las provincias Cartaginense y Bética, desde donde los bizantinos veían complacidos cómo los visigodos se destrozaban entre sí.

En el 554 Bizancio desbanca al reino ostrogodo de Italia, con lo que pudo liberar tropas para enviarlas hacia Hispania, donde siguió el ambicioso plan territorial del emperador oriental.

Atanagildo, ahora desde Toledo, tuvo que enfrentarse a varias prioridades a fin de asegurar sus cada vez más mermadas fronteras. En el comienzo de su reinado existían tres líneas que delimitaban el reino visigodo: en el noroeste los inquietos suevos, con los que se mantenía una agitada relación de incierto resultado —cabe destacar que durante el reinado de Atanagildo se produjo un hecho clave para entender la historia de España; en ese tiempo los suevos se convirtieron de forma masiva al catolicismo, lo que traería fructíferas circunstancias que facilitaron el molde de la fusión posterior—. En el norte, los francos, de los que se obtuvo un pacto de no agresión gracias a los enlaces matrimoniales que el rey buscó para su descendencia. Las hijas del rey Atanagildo se desposaron con dos de los reyes francos más influyentes. Por un lado, la primogénita Geleswinta se unió al rey Chilperico de Neustria en la zona noroeste de la antigua Galia; y la pequeña Bruniquilda marchó a la zona oriental para casarse con el rey Sigeberto de Austrasia. Con estos matrimonios se evitaban momentáneamente conflictos mayores con los eternos enemigos francos. Quedaba el grave problema que suponían los antaño aliados bizantinos, convertidos ahora en implacables invasores, cada vez más reforzados en las tierras y ciudades que habían ocupado por el sur y este peninsular.

Al rey Atanagildo no le quedó más remedio que luchar con denuedo para intentar frenar la marea bizantina. Al fin llegaría a un acuerdo de paz por el que se reconocería a Bizancio la propiedad de una franja de territorio que comprendía desde la desembocadura del río Guadalete hasta Denia, dejando para los visigodos el control de Sevilla y sus zonas adyacentes. Los bizantinos denominaron a sus nuevas posesiones como provincia de Spaniae con capital en Cartago Spartaria (Cartagena), bajo el mando de un magister militum hispaniae.

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