En el año 672 Recesvinto, muy mermado por la enfermedad, se retira a sus posesiones patrimoniales en Gerticos. Este emplazamiento, seguramente su lugar natal, se encontraba en la calzada que iba desde Toledo a Salamanca a unos pocos kilómetros de Valladolid. El rey confiaba en su recuperación, pero el 1 de septiembre de ese mismo año fallecía sin que nada más se pudiera hacer sino enterrarlo en el monasterio de Santa María, sito en la misma localidad que, desde entonces, adoptó el nombre de su sucesor Wamba. Alguna centuria más tarde, Alfonso X el Sabio ordenó trasladar sus restos a la iglesia de Santa Leocadia en Toledo.
Recesvinto consiguió en sus veintitrés años de reinado extender la paz por todo el territorio peninsular. Apenas se produjeron actos militares, lo que provocó la estabilidad necesaria para que las diferentes poblaciones pudieran prosperar a ritmo adecuado. Es curioso que en este tiempo no encontremos datos que nos permitan hablar de personajes cultos relevantes como en otros reinados, donde aparecieron insignes figuras o el gran cronista en tiempos de Leovigildo, Juan de Biclaro. La excepción la encontramos en Ildefonso de Toledo, metropolitano continuador de la obra de su antecesor Eugenio y autor de
De viris illustribus
, texto histórico que recrea vida y obra de personajes ilustres desde Gregorio Magno a Eugenio de Toledo.
Detuve con mano firme usurpaciones y revueltas, pero ahora estoy cansado. ¿Tendrá mi pueblo fuerza suficiente para evitar la inminente marea?
Wamba, rey de los visigodos, 672-680
Wamba está considerado como el último de los grandes reyes visigodos. Noble veterano fiel a Recesvinto, acompañó a éste en sus momentos finales y llegó a dirigir exequias y funerales en memoria del buen rey fallecido. La desaparición de Recesvinto planteó muchas incertidumbres en el horizonte godo, ya que había facciones disidentes, principalmente en el clero y en la nobleza asentada en los territorios orientales del reino. Los magnates adeptos a Recesvinto vieron en Wamba a un líder apacible y continuista de la obra anterior. Se sabe que Wamba no aceptó —dada su avanzada edad— el cargo que se le ofrecía, pero la enérgica actitud de un conde palatino con espada en mano parece que hizo a Wamba reconsiderar su decisión. Se cuenta que aquel oficial impetuoso espetó al futuro rey que «de la sala mortuoria de Recesvinto saldría hecho rey o muerto»; decididamente, el anciano optó por lo primero. De esta forma tan accidentada, Wamba era elegido por los nobles el 1 de septiembre del 672 en el mismo lugar y el mismo día de la muerte de Recesvinto.
Siguiendo la ley goda, faltaba un acto que ratificara a Wamba como rey y no era otro sino su unción en Toledo a cargo del metropolitano; la aprobación eclesial era necesaria para el buen funcionamiento del Estado. El 19 de septiembre Wamba entraba en Toledo siendo ungido por el obispo Quirico. Aunque conocemos la existencia de otras unciones reales anteriores, ésta es la primera que queda documentada gracias a la eficaz labor del obispo Julián de Toledo, que así lo reflejó en su obra
Historia Wambae regis
, donde nos ofrece buenos datos sobre los primeros años del reinado que nos ocupa —nada tranquilo por cierto—, en el que pronto comenzaron los acontecimientos bélicos.
Los vascones, aprovechando la coyuntura, lanzaron ataques sobre el valle del Ebro y Cantabria; en esta ocasión se debieron exceder bastante de lo que habitualmente se les consentía, ya que el propio Wamba se puso al frente del ejército real iniciando una campaña de represalia y sometimiento sobre la zona de la actual La Rioja. Cuando las tropas visigodas se encontraban en este empeño, llegaron terribles noticias desde la Septimania; allí se habían sublevado algunos nobles, lo que ponía en peligro a un reino cada vez más frágil. El cabecilla se llamaba Hilderico, conde de Nimes, que estaba apoyado por buena parte de la Iglesia regional además de por un numeroso grupo de judíos muy perjudicados por la política antisemita de reinados anteriores. La rebelión se extendió por algunas zonas de la Narbonense y Tarraconense. Wamba, sin calcular bien la repercusión contra los vascones, envió a Paulo, uno de sus duques de confianza, para sofocar aquella insurgencia. Todo se volvió en contra del rey. Paulo, una vez que llegó con su columna a la Tarraconense, vio que la gran oportunidad se presentaba ante él y decidió apostar fuerte negociando con las tropas rebeldes de las provincias sublevadas. La disposición, educación y fuerza militar de aquel duque, posiblemente griego, hizo que muchos condes locales acataran su mando sin poner ninguna traba a su proclamación como rey de los visigodos en aquella región. Durante un tiempo el reino visigodo de Toledo quedó fraccionado, encontrándose Paulo coronado en el este, mientras que el legítimo rey Wamba recibía las noticias, para mayor perplejidad, en su base militar de Cantabria. La guerra civil era inminente. Wamba atacó con ímpetu a los vascones que en tan sólo siete días fueron reducidos, como siempre, a sus montañas. Para evitar males mayores, los jefes vascones entregaron rehenes, tributos y la promesa de no participar en el futuro conflicto. Con el problema momentáneamente resuelto, Wamba ordenó a sus duques reunir una poderosa hueste para lanzarla contra las posesiones rebeldes. El ejército real quedó conformado por unos 70.000 efectivos que, a sangre y fuego, arrasaron literalmente la provincia Tarraconense. Poblaciones como Barcino o Gerunda tuvieron que rendirse ante el empuje de las tropas occidentales, muy bien dirigidas por los leales a Wamba. La Tarraconense cayó en pocas semanas, quedando los reductos de la Narbonense que no se rendirían sin presentar cruel batalla; Wamba entonces organizó a su ejército en tres divisiones.
Las columnas avanzaron por caminos distintos, recibiendo además el apoyo de una potente flota naval que participó decisivamente en la toma de Narbona, y una tras otra las plazas fueron cayendo. Finalmente, tras la rendición de Nimes, Paulo fue apresado y ridiculizado ante sus hombres. La victoria para Wamba fue total, las provincias levantiscas fueron sometidas y en sus ciudades importantes quedaron instalados nobles afectos al rey legítimo. La entrada de Wamba y sus tropas en Toledo recordó la época imperial romana por la vistosidad y el entusiasmo de las gentes cuando recibieron a sus héroes. En la comitiva se podía ver a las tropas victoriosas vistiendo y cabalgando de forma impecable, mientras se mofaban de una gran hilera de prisioneros decalvados y descalzos a cuyo frente se situaba el pobre Paulo, vestido como un rey de comedieta.
El triunfo era gozoso, pero se habían tenido que utilizar todos los recursos existentes en el reino para poder culminar con éxito aquella guerra; llegar al límite inquietó al prudente Wamba, que siempre vio con malos ojos el distanciamiento del Estado que mantenían nobles y clero. Wamba quiso fortalecer las posiciones monárquicas centralistas como única solución viable para el reino visigodo. Los nobles y el clero pensaban otra cosa; seguramente estaban más interesados en disfrutar de sus posesiones latifundistas alejadas todo lo posible de un rey siempre exigente a la hora de pedir tributos. Las posturas se distanciaron tanto que en el 673 Wamba promulgó una ley militar que forzaba a la aristocracia y al clero a movilizar los recursos necesarios —bien fueran económicos o militares— en caso de necesidad por parte del Estado.
Wamba se preocupó por mejorar la condición de las infraestructuras existentes, intentó restaurar y rehabilitar algunos edificios y acueductos de la época romana, y asimismo organizó un plan de nuevas construcciones en el casco urbano de Toledo. En su tiempo la cultura tuvo un ligero rebrote a cargo de autores como Julián de Toledo que, además de la obra ya citada sobre Wamba, nos legó lo que se ha considerado como el primer ensayo autónomo de escatología de la literatura cristiana, el llamado
Prognosticon futuri saeculi
.
Tras la caída de la bizantina Cartago, los árabes se extendieron por el norte de África y comenzaron a constituir una más que peligrosa amenaza para los intereses visigodos, ya que en ese terreno aún se mantenían plazas como Ceuta.
Parece que Wamba tuvo que hacer frente a un primer intento de invasión musulmana. El resultado fue un formidable combate naval en el que los árabes perdieron 270 naves, pero debemos tener cuidado, pues las fuentes son del todo punto imprecisas y brumosas, sin que podamos dar fiabilidad a ese suceso.
En esos años se convocó el XI Concilio de Toledo, con la única participación de obispos y delegados de la provincia Cartaginense, quedando clara la postura real frente a la eclesial.
El mando ejercido por el honrado Wamba terminó por crispar el ánimo de la nobleza y el clero, que pronto se conjuraron para decidir la caída del monarca. Muy pocos de los miembros de esos poderes fácticos querían ver a un líder poderoso y dominador de la situación territorial y fiscal; sin duda, el reino visigodo cabalgaba sin bridas hacia su final.
El 14 de octubre del año 680 la intriga tomó cuerpo en la figura del conde Ervigio, que, abusando de su presunta lealtad, suministró un brebaje o infusión al confiado Wamba, quien tenía por costumbre beber pócimas confeccionadas con hierbas naturales. Sin sospechar nada ingirió el líquido con un alto contenido en esparteína, un potente hipnótico. A los pocos segundos Wamba caía víctima de un letargo que hizo pensar en una muerte próxima. Sin perder un minuto, los nobles conjurados hicieron correr la noticia llamando al obispo Julián para que suministrara el
Ordo Poenitentiae
; este ritual religioso procuraba la tonsura y los hábitos a fin de facilitar el paso a los cielos del fallecido. La sorpresa vino cuando el rey Wamba despertó una vez finalizado el efecto de la droga; sin embargo, ya era demasiado tarde para él, la ley de los godos impedía reinar a cualquiera que vistiera hábitos. El desconcierto fue general, Wamba trató de recuperar su trono, pero los nobles lo impidieron amparándose en la norma. Después de esto, al anciano no le quedó más remedio que aceptar su nueva situación y retirarse a un monasterio en Pampliega (Burgos), donde falleció siete años más tarde, siendo su cadáver trasladado a la iglesia de Santa Leocadia en Toledo.
La maquiavélica intriga palaciega había dado muy buenos resultados; los nobles desafectos a Wamba sonreían al ver coronado a su títere Ervigio. Desde entonces todo sería más fácil para nobleza y clero, pero sin duda se habían dado pasos firmes hacia la desintegración del reino toledano. Quedaban poco más de treinta años.
Reforzaré el papel preponderante que la aristocracia y el clero habían perdido en época de Wamba, aunque eso merme el protagonismo monárquico.
Ervigio, rey de los visigodos, 680-687
Ervigio fue coronado y ungido el domingo 21 de octubre del 680, dejando atrás los oscuros sucesos que rodearon la caída de Wamba. Es evidente el abuso de confianza demostrado por el nuevo usurpador, dado el favoritismo que Wamba había volcado sobre él en detrimento de otros. Ervigio era posiblemente de origen griego; su padre, Ardabasto, llegó expulsado de la corte bizantina a Hispania, donde fue gratamente acogido por su matrimonio con una princesa goda prima del rey Chindasvinto. Él mismo contrajo matrimonio con una prima de Wamba llamada Liuvigoto, con lo que su entronque con la casa real visigoda quedaba muy fortalecido para futuras reivindicaciones.
Una vez consumada la coronación, al flamante monarca no le faltó tiempo para convocar el XII Concilio de Toledo, inaugurado el 9 de enero del 681. En la reunión quedó manifiesta la intención del rey para rehabilitar la fortaleza perdida por el clero en el reinado de Wamba, recrudeciéndose además las medidas contra el pueblo judío, capítulo animado incomprensiblemente por Julián de Toledo, cuya familia era de origen semita, aunque conversos. La prohibición de practicar la fe judía fue tajante para una comunidad cada vez más hostigada por un reino que no les quería. También se planteó la penuria por la que atravesaba el Estado debida, en buena parte, a la pésima cosecha anual; parece ser que en ese invierno la población visigoda rozó con mucha frecuencia la hambruna.
Ervigio invitó a la Iglesia católica a una implicación más tangible en los mecanismos estatales de gobierno. Desde entonces los obispos tendrían poder ejecutivo sobre las instituciones y altos funcionarios, entregándoles el derecho a elegir y deponer obispos y sacerdotes.
Estas medidas abrieron las puertas para Ervigio ante la Iglesia católica, muy enojada por la decisión de Wamba de obligarles a participar en las cuestiones militares del reino con el consiguiente perjuicio económico y de poder.
En el reinado de Ervigio se revisaron los textos legales visigodos; por ejemplo, la ley militar de Wamba y el
Liber Iudiciorum
, a los que se incorporaron nuevas leyes y se corrigieron otras de difícil interpretación jurídica. Se convocaron nuevos concilios como el XIII de Toledo, en el que se reforzó el papel nobiliario y se llegó incluso a perdonar al rebelde Paulo y a sus seguidores. Se devolvieron tierras y patrimonio incautados en la época anterior y se intentó regular el fisco, pero tanta magnanimidad con Iglesia y nobleza no arrojó otro resultado que la ruina económica para un Estado ya muy debilitado. Ervigio, sin pretenderlo, aceleró el hundimiento del reino visigodo, los poderes establecidos se desentendían cada vez más de obligaciones comunes. El desmembramiento comenzaba a ser un hecho.
En la nueva ley militar se contemplaba la participación en el ejército del pueblo llano, liberando a nobles y obispos de la recluta forzosa que hasta entonces se hacía entre sus fieles. Esta medida no gustó nada a la mayoría y además fomentó la creación de numerosas milicias privadas en torno a duques, condes y obispos.
El XIII Concilio de Toledo, celebrado entre el 4 y el 13 de noviembre del 683, también sirvió para establecer una defensa de la herencia familiar que los reyes visigodos dejasen a su muerte; ya vemos cómo desgraciadamente estos y otros, sin importarles el sufrimiento o la angustia de un pueblo deprimido y abandonado a su suerte. En el siglo VII hubo florecimiento, eso es indudable, pero es triste comprobar que el distanciamiento entre los tres poderes y la población dejaba señalada una regla que se prolongaría durante la Edad Media. En noviembre del 684 se convocó el XIV Concilio de Toledo con objeto de cumplir con la lectura de una epístola enviada por el papa León II, en la que se comunicaban las decisiones adoptadas en el III Concilio de Constantinopla. Poco más cabe destacar sobre la figura del traidor Ervigio, sólo que organizó un matrimonio entre su hija Cixilona y el sobrino de Wamba, Egica, a fin de calmar el mal ánimo imperante en la facción de magnates fieles al anterior rey. En noviembre del 687 cayó gravemente enfermo y designó como sucesor a su yerno Egica para morir pocas horas más tarde.