La aventura de los godos (16 page)

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Authors: Juan Antonio Cebrián

Tags: #Historia

BOOK: La aventura de los godos
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Chindasvinto persiguió en menor grado a los judíos, mostrándose un poco más tolerante que sus antecesores, aunque sin dejar de condenar a los conversos cristianos. Asimismo, se preocupó por un fenómeno que se estaba extendiendo a lo largo del siglo VII, el de las prácticas hechiceras y mágicas que cada vez contaban con mayor número de adeptos, todo ello favorecido por el distanciamiento, con más o menos intensidad, de las antiquísimas fórmulas paganas.

El personaje eclesial más relevante de ese tiempo junto a la figura de Eugenio de Toledo es, sin duda, el obispo Braulio de Zaragoza; conocidas son sus cuitas y enfados con el poder papal y en ocasiones con el monárquico. Braulio era culto como su maestro Isidoro, protector del arte y la ciencia, apostó decididamente por el género epistolar y, gracias a eso, se ha podido averiguar o intuir cómo fueron o actuaron los habitantes de ese tramo tan brumoso de la historia. Por su parte, Eugenio de Toledo ofrece en su poemario una de las pocas muestras literarias del siglo VII que no pertenecen a escritos meramente religiosos o judiciales. Eugenio fue nombrado metropolitano de Toledo tras el VII Concilio, convocado el 18 de noviembre del año 646, a cuya cita asistieron cuarenta y un obispos o delegados que ratificaron el poder real, añadiendo a la famosa ley de traición la excomunión para todos aquellos que se opusieran a los designios monárquicos. Chindasvinto, después de solucionar sus problemas internos, empezó a planificar una continuidad dinástica en la figura de su hijo Recesvinto.

En el año 648 Chindasvinto tenía ochenta y cinco años, aunque no lo parecía dada su fuerte personalidad. Sobre su familia poco se sabe, sólo que se casó con Riceberga, una bella joven de dieciséis años con la que tuvo tres hijos y una hija; hubiese tenido más, pero a los siete años de matrimonio la muchacha falleció por motivos desconocidos. De los tres varones el mayor era Recesvinto; de los otros oficialmente no sabemos nada, únicamente la leyenda les buscó nombre diciendo que uno fue Teodofredo, padre del futuro rey don Rodrigo, y otro Favila, padre de don Pelayo.

La ancianidad del rey y el presunto peligro generado por los enemigos internos y foráneos provocó una solución aliviadora de tensiones. Chindasvinto, con el beneplácito de la mayor parte de nobleza y clero, asoció al trono a su hijo mayor contraviniendo las normas establecidas por el Aula Regia y los concilios que prohibían la sucesión hereditaria del trono. La potencia de Chindasvinto y la personalidad de su hijo Recesvinto cubrieron cualquier tipo de oposición a una postura que se concretó en enero del 649. Desde ese momento se puede considerar a Recesvinto como rey de los godos, aunque sólo asumiría el poder militar, dejando para su padre los asuntos políticos. En cuanto a los religiosos sabemos que en sus últimos años Chindasvinto trató de reconciliarse con la Iglesia, devolviéndole tierras y riquezas, e intentó aumentar sus obras caritativas. Mandó construir algunos monasterios como el de San Román de la Hornija, en la ribera del Duero, para que a su muerte reposaran sus restos en un sepulcro junto a su esposa Riceberga.

El 30 de septiembre del año 653 moría el rey Chindasvinto; lo hacía en paz a la edad de noventa años. En su reinado el Estado visigodo fue saneado, se eliminaron corrupciones, se sofocaron revueltas y se impulsaron nuevas leyes que igualaron la condición ante los tribunales de godos e hispano-romanos. El reino toledano avanzó, en definitiva, por buen camino. Fue duro, cruel e implacable con sus enemigos, atando en corto a la nobleza y clero. No es de extrañar que el metropolitano Eugenio escribiera este epitafio recordatorio de Chindasvinto:

Amigo de los hechos malvados, responsable de crímenes, impío, infame, repulsivo y malvado, que no procuraba lo mejor y valoraba lo peor.

Después de leer esto, me temo que al metropolitano no le caía muy bien el veterano rey. La historia dijo otra cosa, y por lo menos su hijo Recesvinto cumplió honrosamente con su deber.

XXIX
 
Recesvinto

Las leyes y personalidad de los godos han procurado más de veinte años de paz para un pueblo que ya no permanecerá por más tiempo dividido.

Recesvinto, rey de los visigodos, 653-672

Un tiempo de paz

Tras la muerte de su padre, Recesvinto asumió la corona sin la obligada elección de nobleza y clero. Chindasvinto en sus años postreros había manipulado convenientemente a todos los sectores implicados, de una u otra manera, en los engranajes electivos de la corte y curia toledanas. El reinado fue largo y sorprendentemente pacífico. Recesvinto dio muestras de inusitada energía, similar a la de su regio progenitor.

El único obstáculo militar destacable lo podemos encontrar en los tiempos de su asociación al trono cuando, ante la inminente desaparición física de Chindasvinto, muchos nobles se revolvieron al ver en Recesvinto un peligro más que concreto para el reino visigodo. La sucesión dinástica no terminaba de convencer, nadie olvidaba la prepotencia de Chindasvinto y su actitud negativa hacia aristocracia e Iglesia. Como siempre, el foco de rebelión partió de la agitada provincia Narbonense. En ese lugar, un noble aspirante al trono llamado Froya lideró la facción de los descontentos, donde se incluían refugiados y prófugos de reinados anteriores, además de los siempre combativos vascones. Las columnas del ejército rebelde se internaron por la provincia Tarraconense dispuestas a devastar todo lo que le saliera al paso: aldeas, campos, incluso iglesias fueron destruidas, cientos de cadáveres daban idea de lo que pretendían aquellos sublevados. El valle del Ebro ardió con intensidad, llegando las llamas a la propia Caesar Augusta, que quedó sitiada. Recesvinto, al comprobar la gravedad de aquella campaña —pues los hombres de Froya parecían no querer parar hasta Toledo—, decidió ponerse él mismo al frente del ejército real. En pocos días se plantaron ante la antigua Caesar Augusta presentando batalla y destrozando al contingente leal a Froya.

La lucha debió ser desigual, pues muy pronto los rebeldes fueron masacrados y su líder decapitado, consiguiendo escapar sólo unos pocos rumbo a las provincias galas. Recesvinto venció pero, con la lección aprendida, el levantamiento de Froya y los suyos le hizo aceptar que si buscaba un reinado tranquilo y próspero debía ser con el acuerdo de todos los estamentos sociales dominantes. En consecuencia, convocó el VIII Concilio de Toledo, quedando inaugurado el 16 de diciembre del año 653 en la iglesia de los Santos Apóstoles; en él se dieron cita sesenta y dos obispos y delegados, además de ilustres seglares, principalmente condes, que dejaron por primera vez su opinión y firma en las decisiones conciliares.

El propio rey pidió ser liberado del juramento real contra los traidores que había institucionalizado Chindasvinto. Recesvinto entendió que perdonar era más ventajoso que castigar, y así después del VIII Concilio muchos exiliados pudieron regresar para incorporarse a una sociedad muy necesitada de efectivos cualificados. Por otro lado, se retomó el sentimiento antijudío, muy aplacado en tiempos de su padre. Recesvinto asumió como algo personal la persecución de la herejía y el judaísmo, y se recrudecieron las penas para los cristianos conversos. Las condenas para los judíos que no quisieran aceptar la realidad católica iban desde los latigazos hasta la lapidación y hoguera. Asimismo, se estableció que todos los que insultaran a la monarquía serían desposeídos de la mitad de su patrimonio, además del castigo físico que el rey estimara oportuno. Si el insulto se lanzaba tras la muerte del monarca, el autor recibiría cincuenta latigazos. Con los poderes fácticos más o menos convencidos, Recesvinto vio nacer en el año 654 la gran obra legislativa emprendida por su padre y perfeccionada por él, el
Liber Iudiciorum
o
Lex Visigothorum
. El código comprendía doce volúmenes que trataban de forma sistemática los aspectos legislativos del reino, atrás quedaban el derecho romano y otras leyes godas derogadas definitivamente en favor del nuevo tratado. Por fin hispano-romanos y godos veían culminar el proceso de la unificación poblacional, incluso se llegó a suprimir la odiada ley de los matrimonios mixtos para dejar en igualdad ante los tribunales a gentes de las dos procedencias. Aunque algunos autores afirman que en tiempos de Recesvinto se produjo un distanciamiento entre las dos razas, lo cierto es que las leyes y la mezcla producida en los últimos decenios no permitía pensar en ningún retroceso en cuanto al tratamiento de unos y otros.

La desventaja social para los hispano-romanos quedaba reducida a la imposibilidad de acceder a los altos cargos públicos, pero en cambio seguían nutriendo las filas de la Iglesia católica. Dos nuevos concilios toledanos se inscriben en el reinado de Recesvinto, el IX, contemplado como un mero sínodo de la provincia cartaginense, y el X, de caldo menor, acaso por las disputas existentes entre una cada vez más fuerte monarquía y una Iglesia dispuesta a ejercer su preponderancia.

De arquitectura poco hay que atribuir al pacífico Recesvinto; ni él ni sus iguales se interesaron mucho por esta disciplina. En los tres siglos visigodos las edificaciones no fueron sobresalientes, únicamente nos quedan de esa época escasos vestigios, así como algunas iglesias y monasterios. En el año 661 el rey fundó la iglesia de San Juan de Baños en la actual Palencia. Cuenta la leyenda que el monarca sufría males nefríticos y que advertido por los médicos acudió a un lugar de rancia tradición pagana. En el sitio existía una fuente consagrada a las ninfas cuyas aguas salutíferas eran muy populares. Recesvinto bebió esas aguas y mejoró notablemente. En premio a la recuperación del rey se levantó la iglesia en Baños de Cerrato bajo la advocación de san Juan Bautista.

El arte visigodo no ha pasado a la historia como el más esplendoroso o sugerente, sólo se limitó a continuar con el estilo impuesto por el Imperio Romano, empobreciéndose a medida que se alejaba de esa época. La sociedad visigoda era aplastantemente rural, por eso trasladó sus construcciones al campo que es donde precisamente se han encontrado mayores muestras; las urbanitas han sido muy difíciles de localizar, seguramente porque el empuje musulmán acabó con los edificios y monumentos de los conquistados. La principal aportación arquitectónica gira en torno al muro de sillería, el arco de herradura y las cubiertas solucionadas con bóvedas de cañón o de aristas. Las plantas son genéricamente basilicales de una sola nave. Las artes plásticas son muy pobres, geometrizantes y de temas religiosos. En cambio mana un cierto brillo de los talleres orfebres; allí se consiguió un buen tratamiento de metales como el oro —aunque no era de muy buena calidad— y las piedras preciosas. Se crearon fíbulas, cruces o espléndidas coronas votivas que más tarde integraron los tesoros visigodos. Desde luego que las necrópolis excavadas en las dos mesetas peninsulares son fidedignas fuentes de suministro a la hora de interpretar la evolución de la orfebrería visigoda.

Estos datos, junto a los aportados por las escasas construcciones supervivientes, nos dan una idea más o menos cercana a la definición vital de aquellas gentes.

Durante el siglo VII florecieron talleres especializados en los tratamientos del metal, situados principalmente en Toledo, la capital, si bien no hay que descartar que surgieran otros en áreas periféricas. El cometido esencial de los artesanos metalúrgicos fue el de surtir a las iglesias y monasterios de toda clase de objetos litúrgicos (patenas, jarrillos, incensarios), así como recibir encargos de la nobleza y casa real. El buen resultado en el engarce de piedras preciosas y metales lo podemos constatar cuando observamos los restos supervivientes de los dos tesoros más importantes encontrados hasta la fecha, el de Guarrazar y el de Torredonjimeno, este último lamentablemente deteriorado por la ignorancia de sus descubridores. El hecho se produjo en esa localidad jienense en 1926: unos lugareños encontraron varias piezas entre los restos de lo que luego se supo fue una iglesia dedicada a las santas Justa y Rufina. En principio no se atribuyó mayor valor al hallazgo y se las entregaron a los niños para que jugasen. Cuando circuló la noticia entre los expertos ya poco se pudo hacer, pues la totalidad de ellas habían sido mutiladas, quedando poco visibles. Hoy en día se encuentran repartidas por los museos arqueológicos de Córdoba, Barcelona y Nacional de Madrid. Los objetos de Torredonjimeno integraban un listado en el que aparecían coronas, cruces y otros adminículos de escaso valor. Eran piezas rudas si las comparamos con las del tesoro de Guarrazar, por lo que podemos deducir que fueron acabadas en talleres que copiaban los diseños toledanos. Guarrazar ofrece una visión más clara sobre cómo entendieron los visigodos el arte. El tesoro fue escondido como el anterior a fin de salvarlo de la inclemencia musulmana. Descubierto en el año 1858 en una huerta del mismo nombre perteneciente a Guadamur, localidad cercana a Toledo, pronto desató la ambición de todos. Después de múltiples aventuras rocambolescas, incluidas su salida ilegal de España hacia Francia y el robo en 1921 de la corona perteneciente a Suintila, por fin buena parte del tesoro se pudo reunir en 1945 para ser instalado definitivamente en el Museo Arqueológico Nacional de Madrid. Lo más llamativo del tesoro es sin duda la gran corona de Recesvinto, símbolo claro del poder visigodo en el siglo VII. Como sus hermanas, fue ofrecida a la Iglesia para ser colgada y expuesta sin que jamás se ciñera a la cabeza del rey que la mandó forjar.

Guarrazar constituye el máximo exponente de un arte visigodo dominado siempre por influencias externas. Roma, Bizancio y los propios aires germánicos influyeron en buena parte del estilo visigodo. La propia corona de Recesvinto es un ejemplo de ello: la diadema es calada y está decorada con incrustaciones de granates, perlas y zafiros, y cuelga de tres cadenas con eslabones en forma de corazón de oro calado que penden de una flor doble y un capitel decorado en la parte superior. La parte inferior la componen unas letras colgantes que forman el nombre y la ofrenda del monarca, pudiéndose leer
«Recesvinthus Rex Offeret»
. La cruz colgante de la corona es una pieza peculiar que parece provenir de un broche entregado por el propio rey para ser incorporado al conjunto. Está ornamentada por ambas caras: en una hay seis zafiros sin tallar y ocho perlas; en la otra, una chapa de oro repujada y calada.

En el tesoro español de Guarrazar sobreviven seis coronas y cinco cruces; es una lástima que la de Suintila no se recuperara y que otras piezas permanezcan en Francia.

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