Las revueltas bagaudas se mantuvieron de forma intermitente durante cuatro siglos, siendo especialmente virulentas en los territorios de Britania, Galias e Hispania. En esta última cabe destacar el levantamiento del 441 combatido por Teodorico I, sin que éste llegara a controlar totalmente la situación; de estas sublevaciones se aprovecharon los suevos que, en ocasiones, se aliaban con los bagaudas para dar batidas por las desguarnecidas provincias hispanas.
La situación en el 453-454 fue tan apurada para los grandes propietarios de la Tarraconense, que al emperador Valentiniano III no le quedó más remedio que enviar una expedición punitiva para restablecer el orden. Al frente de ese ejército compuesto por varias legiones y tropas visigodas se puso el rey Teodorico II. En pocos meses, los bagaudas fueron aplastados y se recuperó una momentánea calma. Al fin los terratenientes podían respirar aliviados.
Mientras Teodorico II se empeñaba en resolver el problema bagauda, en Roma se sucedían los acontecimientos. Valentiniano III, siempre medroso y desconfiado, organizaba una conjura para asesinar a su gran general Aecio, pues seguramente el emperador temía el poder acumulado por el brillante militar. La muerte de Aecio se produjo en septiembre de 454, con lo que Roma se quedó privada de uno de sus mejores talentos. La venganza no se hizo esperar. En 455 Valentiniano moría víctima de los lugartenientes de Aecio.
Desaparecidos por un lado el nexo de unión de los pueblos bárbaros con Roma y por otro el último representante de la dinastía teodosiana, el caos se adueñó una vez más del mortecino Imperio. Comenzó aquí una sucesión de mandatarios títeres que abocaron a la flamígera Roma a la autodestrucción.
La muerte de Valentiniano III cogió por sorpresa a Teodorico II que, por entonces, se encontraba guerreando en Hispania. El rey visigodo tenía su propio elegido para la púrpura Augusta: Avito, antiguo amigo de su padre y profesor de retórica suyo, además de un hombre muy elogiado por su cultura y diplomacia. Pero el Senado romano tenía otro candidato, nombrado un día después de la muerte de Valentiniano, que llevaba por nombre Petronio Máximo, a quien no se le ocurrió otra cosa que casarse con Eudoxia, viuda del anterior. Para completar el desaguisado, Petronio ordenó el matrimonio de su hijo Palladio con la hija de su nueva mujer, llamada Eudocia. Ésta era la prometida del príncipe Honorico, hijo del rey vándalo Genserico, al que no sentó nada bien la noticia, pues al poco sitió Roma con un potente ejército con la intención de recuperar a la princesa, además de asolar la capital del mundo. El 31 de mayo del 455, Petronio Máximo intentaba eludir el cerco vándalo cuando fue detectado por una muchedumbre enloquecida por la situación. Los romanos, viendo que su cobarde emperador quería escapar, comenzaron a lanzarle piedras hasta causarle la muerte por lapidación. Dos días más tarde, Genserico entraba en Roma devastándola.
Tras estos acontecimientos, llegaron a marchas forzadas Teodorico II y los suyos para aprovecharse del vacío de poder creado y nombrar como nuevo emperador a Marco Mecilio Avito que, seguramente, atendería mejor los intereses de los que ya se podían considerar como el pueblo federado más influyente de todo el Imperio.
Al mismo tiempo que el rey Teodorico II solventaba los pequeños problemas, optaba por la guerra al no reconocer al emperador impuesto por los visigodos. Requiario ha pasado a la historia como el primer rey germánico que adoptó la fe católica, aunque no lo parecía por sus actos. Pronto las tropas suevas lanzaron despiadados ataques contra la Bética, la Cartaginense y la Tarraconense; el ambicioso Requiario nunca quiso valorar la fuerza de sus oponentes y eso fue su perdición.
En el año 456 un imponente ejército visigodo irrumpía en Hispania para acabar con el problema suevo. En esa tropa se encontraba un contingente de soldados burgundios comandado por su rey Gundioco que servían de auxiliares de Teodorico II.
Los suevos se replegaron ante el empuje visigodo y se prepararon para un combate decisivo en las riberas del río Órbigo, a unos 20 kilómetros de la actual Astorga. En aquellos páramos se midieron las dos fuerzas el 5 de octubre del 456. Tras un brutal combate con centenares de bajas a un lado y otro, los suevos se retiraron en desbandada; entre ellos se encontraba un perplejo Requiario que no daba crédito a lo acontecido.
Teodorico II ordenó la persecución y captura del suevo. Durante casi tres meses estuvieron persiguiéndolo por Lusitania, primero en Braga y finalmente en Oporto, donde fue detenido. No olvidemos que desde el 449 Requiario era cuñado de Teodorico por haberse casado con su hermana y esto hizo que el joven rey albergara la convicción de ser perdonado con la promesa de no volver a salir jamás de sus territorios. Pero Teodorico II no estaba dispuesto a sufrir más desaires por culpa de su levantisco cuñado. En diciembre del 456, el rey Requiario fue ejecutado sin ningún miramiento. En su lugar, Teodorico puso a uno de sus lugartenientes de confianza, Agiulfo, dejando con él a numerosa tropa para custodiar la frontera con los suevos, que quedaron limitados a sólo una parte de la Gallaecia. El resto de Hispania tendría desde entonces colorido visigodo. Sólo quedaban pequeños grupos resistentes entre cántabros y vascones, además de algunas ciudades. En el 457 se enteró de las terribles noticias que llegaban desde Roma: su protegido y fiel emperador Avito había sido depuesto por un lejano pariente del visigodo, de nombre Ricimero. Este nieto del rey Walia se iba a convertir en juez y parte del último tramo de la historia romana.
A Teodorico II no le quedó más remedio que tomar el grueso de su ejército para volver a uña de caballo hacia sus posesiones en la Galia. Una vez llegó, sus nobles le informaron de la nueva situación: el suevo visigodo Ricimero había puesto en lo más alto del Imperio a un general amigo suyo llamado Julio Mayoriano. Teodorico II no reconoció al nuevo emperador, lanzándose a una campaña para intentar expandir un poco más el reino de Tolosa.
Mayoriano se convirtió en un duro oponente. No estaba dispuesto a permitir la osadía goda y en consecuencia preparó un ejército que conquistó Arlés, obligando a los visigodos a firmar un tratado de paz que los mantendría calmados los tres años siguientes, los cuales coinciden con los que vivió el pobre Mayoriano, que, tras su intento fallido de arrebatar el norte de África a los vándalos, fue depuesto y asesinado en el 461, después del desastre naval que sufrieron los romanos a manos vándalas cerca de las costas alicantinas. El propio Ricimero nombró al general Libio Severo como nuevo títere del Imperio de Occidente. Mientras tanto, Teodorico II y sus huestes se fijaban decididamente en la Septimania y Narbona tras su ocupación. Por el norte de la Galia un general de las provincias llamado Egidio se autoproclamaba rey de los francos y en lucha contra éstos murió el príncipe Frederico, cuando intentaba tomar Orleáns. Por otra parte, el rey visigodo, muy apenado por la muerte del hermano que había sido su cómplice en el asesinato de Turismundo, vio colmada su felicidad cuando una de sus hijas se casó con el rey suevo Remismundo, lo que propició la llegada del arrianismo a la Gallaecia.
La frontera con los francos se estableció en el río Loira. Esto hizo que Teodorico se volviera un poco más prudente, tornando su mirada hacia la Roma de Ricimero y Libio Severo, con los que estableció conversaciones para futuros pactos. La decisión real no gustó lo más mínimo a buena parte de los nobles visigodos, en especial al único hermano que le quedaba vivo, el príncipe Eurico, que no quería, bajo ningún concepto, el acercamiento a un Imperio en plena decadencia. No es de extrañar este enfado; el pueblo visigodo tenía mejores argumentos que el romano para sentirse potencia hegemónica de la época. No había que negociar nada con los perdedores. Eurico buscó el apoyo de los nobles y en el 466 asesinó a su hermano repitiendo la misma historia ocurrida trece años atrás.
La caída de Roma supuso un gran caos pero no para los godos; mi pueblo mantuvo el orgullo y la identidad gracias al código de leyes que yo ordené crear.
Eurico, rey de los visigodos, 466-484
Cuando llegó al poder, Eurico contaba unos cuarenta y seis años de edad; eso era mucho si tenemos en cuenta las biografías anteriores. Sin embargo, al hijo menor de Teodorico I le iba a dar tiempo en sus dieciocho años de reinado de completar la máxima expansión para el reino de Tolosa. Eurico se convertiría en uno de los principales monarcas de su época. Con sus conquistas los visigodos dominarían casi un millón de kilómetros cuadrados de territorio, es decir, la Galia e Hispania en su práctica totalidad, a excepción de algunas zonas regidas por otros pueblos germánicos y de grupúsculos urbanos gobernados por la aristocracia desconectada ya, sin remedio, del agónico Imperio occidental. A Roma tan sólo le quedaban diez años de vida; en ese espacio Ricimero fue colocando emperadores de su conveniencia hasta su muerte en el 472. La situación era francamente caótica para los romanos. Eurico no reconoció a casi ninguno de estos monigotes, sí en cambio a Julio Nepote, de procedencia oriental y del que obtuvo el reconocimiento a su autoridad e independencia.
En el 476 el general romano de origen hérulo Odoacro deponía a Rómulo Augústulo, último César de la orgullosa Roma imperial. Esto suponía el fin de la Antigüedad y el comienzo de la Edad Media, pero en ese momento nadie pareció percatarse. En Oriente quedaba Zenón al mando de los restos imperiales que, bien organizados, pasarían a llamarse desde entonces Bizancio, con una supervivencia de mil años; pero de los bizantinos nos ocuparemos más adelante.
En estos años inciertos Eurico estuvo preocupado por la anexión de más posesiones y la consolidación de las mismas. Conocidas son, por ejemplo, sus campañas por la Hispania, donde consiguió en pocos años una suerte de victorias sobre los suevos que propiciarían un eje fundamental para el dominio sobre buena parte de la Península Ibérica.
Desde el año 468, los visigodos se encuentran ya definitivamente instalados en Hispania actuando independientemente de Roma. Toman plazas tan importantes como León, Palencia (los campos palentinos pasarían a llamarse campos góticos), Caesar Augusta (Zaragoza) o Pamplona. Se crea una línea que empieza en Barcelona, pasa por Toledo y termina en Sevilla y Emérita Augusta (Mérida), la gran metrópoli de la Lusitania. Los suevos quedan relegados, así, a una zona delimitada por los ríos Duero y Esla, lo que es hoy Galicia, norte de Portugal y regiones de León, Zamora y Salamanca. Desde Eurico los suevos serán vasallos de los visigodos; curiosamente, serán estos últimos los que tendrán que pagar un alto precio para cobrar ese vasallaje, ya que después de tanta guerra apenas había ciudadanos leales que ocuparan las ciudades conquistadas. Se produjo entonces la migración de grandes contingentes poblacionales que fortalecieron las fronteras con suevos, cántabros, astures y vascones; ese traslado masivo de habitantes debilitará a la postre el reino de Tolosa. Durante el reinado de Eurico la población visigoda se situaba en torno a los 200.000 individuos, una cifra claramente insuficiente para dominar tantas tierras cuajadas de ejércitos enemigos. Por si fuera poco, el arrianismo que practicaban los visigodos les enfrentaba directamente al catolicismo mantenido por galos e hispano-romanos.
Tras la caída en agosto del año 476 del Imperio Romano de Occidente, el reino de Tolosa se queda solo como gran potencia en esa parte del continente europeo. Es entonces cuando el rey Eurico toma la decisión más importante de su vida. Ésta no es otra sino la creación de un código de leyes que sirviera para dirigir de forma única los designios de tantos pueblos bajo su cetro. Eurico era un brillante general, pero también un hombre cruel y despiadado que no reparaba en nada a la hora de aumentar su poder. La diplomacia no era su mejor virtud; en cambio, destacaba por su habilidad, astucia e inteligencia. Es por ello que aceptó de buen grado los consejos de León de Narbona, un intuitivo canciller que supo orientar con mano maestra al rey Eurico para la confección del famoso y ya mencionado código. Este compendio de leyes pasaría a la historia con el nombre de su artífice y desde su publicación todos los pueblos bajo la influencia visigoda sabrían a qué atenerse en caso de dudas territoriales, penales o civiles. Nacía así el Codex Euricianus, conocido por todos como el Código de Eurico.
Existía entre los godos una latente necesidad de ser gobernados por algo más que simples costumbres orales tradicionales. Con Eurico esas costumbres pasan al papel, siendo muy romanizadas por los jurisconsultos que las tradujeron y escribieron. El Código de Eurico, también llamado de Tolosa, se diseñó para atender las necesidades de la población visigoda. Por el momento, los pueblos sometidos a la influencia goda quedarían al margen de cualquier legislación; este asunto sería subsanado más adelante como veremos. Por tanto, le cabe el honor al rey Eurico de pasar a la historia como el primer monarca germánico capaz de crear un cuerpo legislativo y, en consecuencia, gobernar mediante leyes escritas. Aunque su padre y hermano dieron algunas normas, éstas tuvieron un carácter más próximo a la casuística gubernativa y diaria que a un proyecto legislativo pensado y ejecutado.
En el código se recogían todas las costumbres germánicas que ordenaban la vida de la nación goda. En lo poco que se ha podido recuperar se comprueban actuaciones en terrenos tan distintos como las disputas por límites vecinales, depósitos, herencias, ventas o regalos. Los investigadores también han deducido leyes sobre tribunales, jueces, acusaciones, derecho de asilo en las iglesias, ladrones, heridos, fugitivos, violaciones de sepulcros, mercaderes extranjeros, doctores, incendios provocados, violaciones, divisiones de la tierra y otros.
El Código de Eurico se dividía en unos 400 capítulos de los que apenas se han podido recuperar unos 50 (del 276 al 336), gracias al hallazgo que en el siglo XVIII efectuaron los monjes maurinos de Saint Germain de Pres mientras trabajaban en sus archivos. En la actualidad, el documento se encuentra en la Biblioteca Nacional de París. En principio parece que su fecha de promulgación fue la del 476, pero estudios posteriores nos hacen pensar que, como año de aparición, es más plausible el 480. El código logró desvincular la mentalidad política goda de la romana. Parte de la filosofía de este tratado legislativo fue recogida posteriormente en otras como el Codex Revisus o Código de Leovigildo.