La batalla de Corrin (4 page)

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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La batalla de Corrin
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Cinco años antes de que Serena Butler lanzara su gran Yihad, una armada de naves de la Liga había tratado de liberar el planeta sincronizado de Honru. La armada se lanzó con entusiasmo sobre aquel mundo, animada por el Gran Patriarca Ginjo. Pero los espías de Omnius les habían dado informaciones falsas sobre el número de efectivos enemigos que les esperaban.

Diez mil naves robóticas esperaban emboscadas y rodearon completamente a la armada. Los humanos respondieron con medidas de combate desesperadas, pero naves robóticas suicidas eliminaron a las naves de los yihadíes en órbita. Entretanto, en la superficie, una marea de robots de combate aniquiló poblaciones enteras de humanos que esperaban ser rescatados.

La liberación de Honru se convirtió en una desbandada, una matanza que se prolongó hasta que la última de las naves humanas quedó destruida. Además del incontable número de bajas en tierra, más de quinientos mil soldados de la humanidad libre murieron en un único enfrentamiento.

«Ya hace mucho tiempo que tendríamos que habernos vengado», pensó Quentin.

—Los escuadrones de kindjal han salido, primero —dijo su lugarteniente.

—Que las tropas para la invasión terrestre que asegurará nuestros avances estén preparadas. Quiero que todo se haga ordenadamente. Que aterricen los transportes de personal mientras las jabalinas los cubren desde el aire. —Y se permitió esbozar una sonrisa discreta pero confiada.

Quinientos kindjal partieron desde las ballestas nodriza. En Honru, la flota robótica se estaba organizando, ya habían empezado a enviar naves a órbita; otras regresaban de los puestos de observación en los límites del sistema.

—Preparados para el combate —dijo Quentin—. Que los escudos Holtzman se activen en cuanto las naves robóticas aparezcan en nuestros radares, pero no antes.

—Sí, primero. Nos mantendremos firmes.

Quentin estaba convencido de que su flota podía evitar sin problema a las naves enemigas, así que se concentró en sus hijos. Faykan y Rikov dividieron los escuadrones de kindjal y cada uno siguió una táctica acorde con su propio estilo; aquella combinación de estrategias ya había demostrado su eficacia en anteriores enfrentamientos. Ese día, los famosos hermanos Butler añadirían una nueva victoria a su historial.

Con un profundo pesar en el corazón, Quentin deseó que Wandra hubiera podido verlos en aquellos momentos, pero en su estado no se enteraba de nada de lo que sucedía a su alrededor.

El día que dejaron a Wandra en la Ciudad de la Introspección, hacía dieciocho años, sus dos hijos mayores le habían visto llorar. Fue una de las pocas veces que el héroe se permitió mostrarse tan vulnerable.

—Vayamos donde vayamos, hay tanto dolor, padre… —le dijo Faykan en aquella ocasión.

Pero Quentin meneó la cabeza.

—No son lágrimas de angustia o de pesar las que derramo, hijo mío. —Y extendió los brazos para abrazarlos a los dos—. Lloro de alegría por todo lo que vuestra madre me ha dado.

Quentin no había abandonado a Wandra. Cada vez que volvía a Salusa la visitaba, porque en el fondo de su corazón estaba convencido de que su esposa le recordaba. Cuando sentía su pulso y el latido de su corazón, intuía que era su amor lo que la mantenía con vida. Él seguía luchando por la Yihad, y le dedicaba en silencio cada victoria.

Quentin miraba los continuos informes que llegaban desde Honru, escuchaba las transmisiones entusiastas de las kindjal de sus hijos. Las naves se lanzaban en picado sobre las posiciones de las máquinas, dejando caer montones de explosivos de impulsos que emitían descargas de energía Holtzman destructiva.

—Todos los descodificadores desplegados, primero —anunció Faykan—. La ciudad principal está lista para la segunda fase.

Quentin sonrió. En órbita, el primer grupo de naves robóticas atacó inútilmente a las naves de la Yihad. Mientras los escudos Holtzman no se sobrecalentaran, más que una amenaza eran un incordio.

Quentin desplegó sus fuerzas.

—Que las jabalinas desciendan a la atmósfera. Todas las baterías preparadas para un bombardeo desde arriba. Que las tropas de choque de Ginaz cojan sus espadas de impulsos y se preparen para una batida por la ciudad. Espero que acaben con cualquier vestigio de resistencia robótica que quede allí abajo.

Sus subcomandantes recibieron la orden y el primero se recostó en su asiento mientras sus inmensas naves cerraban el cerco para asegurar la conquista.

El vehículo blindado de Quentin Butler avanzaba entre las ruinas de la principal ciudad de las máquinas. El comandante victorioso contempló toda aquella devastación, y sintió un gran pesar al pensar que un planeta tan hermoso se había echado a perder de aquella forma. Fábricas y líneas de producción ocupaban un paisaje que antaño cubrían los campos de cultivo.

Los humanos corrían por las calles, perplejos, buscando refugio, liberándose de las celdas donde los retenían, abandonando cadenas de montaje donde los robots guardianes ahora colgaban aturdidos e inútiles tras el bombardeo de impulsos.

Quentin recordó la liberación de Parmentier, en sus primeros años de carrera militar. En Parmentier, la gente no acababa de creerse que las máquinas pensantes habían sido derrotadas. Ahora, después de años de prosperidad en los que había cedido temporalmente el gobierno del planeta a Rikov, aquella gente los adoraba, los veía como salvadores.

Pero los supervivientes de Honru no gritaban ni lanzaban vítores como Quentin esperaba. Parecían demasiado sorprendidos para saber cómo reaccionar…

Grupos de avezados mercenarios y maestros de armas se adentraron en las zonas donde quedaban bolsas de resistencia mecánica. Eran demasiado independientes para formar una buena unidad organizada de combate, pero como luchadores y tropas de demolición eran muy eficaces. Buscaban robots que siguieran funcionando.

Durante el primer bombardeo de impulsos, las máquinas de trabajo y los centinelas que la supermente consideraba prescindibles habían quedado destruidos. Ahora empezaron a salir los meks de combate, que seguían luchando, a pesar de estar algo desorientados. Con sus espadas de impulsos, los rápidos y mortíferos mercenarios eliminaron a sus enemigos uno a uno.

Desde su vehículo de mando, que avanzaba dando tumbos, Quentin podía ver la ciudadela blindada a través de la que la supermente estaba conectada a la ciudad. Los mercenarios avanzaban con rapidez en dirección a este objetivo, sin preocuparse por el riesgo que corrían.

Quentin dio un suspiro. Ojalá hubiera tenido más hombres como aquellos quince años antes, durante la segunda defensa de Ix. No se habrían perdido las vidas de tantos soldados ni tantos civiles. En aquella ocasión, juró que Omnius no les arrebataría ninguno de los planetas que hubieran liberado, y repelió la incursión de las máquinas a un altísimo precio, por bien que necesario. Él mismo quedó atrapado en una cueva subterránea y, de no haber sido rescatado, habría muerto, enterrado vivo… La batalla había reforzado su reputación de héroe y le hizo ganar más partidarios de los que quería.

Mientras los mercenarios registraban la ciudad de Honru, Quentin vio otro grupo de humanos harapientos que se acercaban. Aquella gente llevaba estandartes improvisados hechos con trapos viejos, pintura, con todo lo que encontraban. Iban cantando, coreando, gritando el nombre de la mártir Serena Butler. Aunque no tenían armas válidas, se arrojaron al combate.

Quentin los observaba desde su vehículo de mando. Ya había visto martiristas otras veces.

Por lo visto incluso en el mundo oprimido de Honru, los humanos cautivos hablaban de la sacerdotisa de la Yihad, su hijo asesinado y el primer Gran Patriarca. Seguramente habían ido recibiendo noticias a través de los prisioneros de los mundos que Omnius conquistaba. En su cautiverio, habían rezado en secreto por los tres mártires, con la esperanza de que sus ángeles bajaran del cielo y acabaran con Omnius. En los Planetas No Aliados, los mundos de la Liga e incluso allí, bajo el yugo opresor de Omnius, la gente juraba sacrificarse por la causa de la humanidad, igual que habían hecho Serena, Manion el Inocente e Iblis Ginjo.

En aquellos momentos, los martiristas corrían enfervorecidos. Se arrojaban contra las máquinas que aún quedaban en activo, destrozando artefactos aturdidos o abalanzándose sobre meks de combate. Según cálculos de Quentin, por cada robot que conseguían desactivar, morían cinco fanáticos, pero eso no les disuadía. La única forma de salvar a aquella gente era poner fin definitivamente al combate… y eso significaba aniquilar a Omnius en la ciudadela central.

Si todo lo demás fallaba, Quentin siempre podía lanzar bombas atómicas de impulsos enriquecidas sobre la ciudad. Las ojivas desintegrarían de forma instantánea a Omnius y acabarían con el dominio de las máquinas sobre Honru… y con la vida de todas aquellas personas. Quentin no quería la victoria a ese precio. No mientras tuviera otras opciones.

Tras finalizar las incursiones aéreas con sus kindjal, Rikov y Faykan buscaron el vehículo de mando de su padre y le informaron personalmente. Cuando vieron a los martiristas, los hermanos Butler llegaron a la misma conclusión.

—Tenemos que lanzar un ataque localizado de comandos —dijo Rikov—. Ahora.

—En el campo de batalla soy vuestro primero, no vuestro padre —le recordó Quentin—. Y tenéis que dirigiros a mí como tal.

—Sí, señor.

—Pero eso no quita que tenga razón —agregó Faykan—. Deje que me ponga al frente de un grupo de mercenarios y vayamos directamente a la ciudadela. Colocaremos explosivos y destruiremos a la supermente.

—No, Faykan. Ahora eres un oficial de alto rango, no un soldado temerario. Semejantes aventuras corresponden a otros.

Rikov habló de nuevo.

—Señor, entonces déjeme escoger a los mercenarios. En menos de una hora habremos destruido a Omnius… yo mismo los dirigiré.

Quentin volvió a menear la cabeza.

—Los mercenarios ya saben lo que tienen que hacer.

Apenas acababa de pronunciar aquellas palabras cuando una fuerte explosión sacudió las zonas más alejadas de la ciudad. La ciudadela de Omnius estalló y se desintegró con un resplandor cegador, y la onda expansiva empezó a derribar otros edificios en un radio cada vez más extenso. Cuando el resplandor empezó a remitir, apareció el polvo. No quedaba absolutamente nada de la fortaleza de Omnius.

Momentos más tarde, el líder del comando de mercenarios se presentó ante el vehículo de mando.

—El problema ha sido resuelto, primero.

Quentin sonrió.

—Eso es. —Cogió las manos de sus hijos y las levantó en un gesto triunfal de salutación—. Un buen día de trabajo. Y otra importantísima victoria sobre Omnius.

4

El camino que lleva a la victoria no siempre es recto.

T
LALOC
,
La hora de los titanes

Cuando Agamenón supo que Omnius había enviado una nueva flota de guerra a la base de los cimek en Richese, gruñó ante la persistencia de la supermente.

—Si se supone que un cerebro de circuitos gelificados es tan avanzado, ¿cómo es que Omnius nunca aprende? —A través de los simuladores de voz de su intimidatoria forma móvil, la voz sintetizada del general tenía un claro deje de irritación.

No esperaba que su robot rehén contestara, pero lo hizo.

—Con frecuencia la implacabilidad ha favorecido a las máquinas pensantes. A lo largo de los siglos nos ha dado muchas victorias… como bien sabes, general Agamenón.

A pesar de la aparente falta de resistencia de Seurat —después de todo, no era más que un estúpido robot— sus respuestas y sus consejos eran particularmente inútiles. Parecía estar jugando con sus captores cimek, se negaba a darles respuestas, les ocultaba información necesaria. Después de más de cinco décadas, resultaba de lo más frustrante. Pero Agamenón no podía destruirlo todavía.

El general titán caminó dando grandes zancadas por la inmensa sala, furioso por la llegada inminente de la flota robótica. Su cuerpo móvil con forma de cangrejo era mucho mayor que los que había utilizado cuando no era más que el perro faldero de Omnius, antes de que él y los titanes supervivientes se rebelaran y se libraran del yugo de los Planetas Sincronizados. Cuando un virus informático —que el propio Seurat extendió sin saberlo— dejó casi fuera de combate a las máquinas en Bela Tegeuse, Agamenón y sus cimek conquistaron el planeta, y luego se hicieron con Richese, que ahora utilizaban como base de operaciones.

El general gruñó.

—Es la séptima vez que Omnius nos manda una flota aquí o a Bela Tegeuse. Cada vez repelemos el ataque, y sabe perfectamente que tenemos tecnología descodificadora. Está atrapado en un bucle de retroalimentación, es incapaz de seguir adelante y dejarnos en paz. —Sin embargo, no mencionó que en esta ocasión el contingente bélico era considerablemente mayor que la vez anterior. «A lo mejor después de todo sí que aprende…»

El rostro cobrizo y liso de Seurat siempre era plácido, inexpresivo.

—Tus cimek han destruido muchas esferas de actualización de Omnius, provocando un daño significativo a los Planetas Sincronizados. La supermente debe responder hasta que consiga el resultado deseado.

—Preferiría que dedicara su tiempo a combatir a los hrethgir. Quizá la escoria humana y las fuerzas robóticas se destruirán mutuamente… y nos harán un favor a todos.

—Yo no lo consideraría un favor —dijo Seurat.

Agamenón se alejó con gran estrépito impulsado por sus piernas reforzadas con émbolos. Las alarmas defensivas automáticas habían empezado a sonar.

—No sé por qué no te desmonto.

—Yo tampoco. Quizá tendríamos que buscar una respuesta entre los dos.

El general nunca había permitido que Seurat conociera sus verdaderas motivaciones. Lo había capturado porque el robot independiente había pasado mucho tiempo con su hijo traidor, Vorian Atreides. En otro tiempo Vorian fue un humano de confianza y se le concedieron muchos privilegios y poder. Pero el amor de una mujer, Serena Butler, hizo que lo echara todo a perder, que se volviera en contra de las máquinas y huyera con los humanos libres.

Durante muchos años, el general no había sabido entender por qué Vorian le había traicionado, a él, su propio padre. Tenía tantas esperanzas puestas en él, tenía tantos planes… Su idea era convertir a Vor en cimek, un digno sucesor de los titanes. Pero ahora ya no tenía ninguna posibilidad de perpetuar su estirpe. No habría más descendencia…

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