El pequeño vampiro y la guarida secreta

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Authors: Angela Sommer-Bodenburg

Tags: #Infantil

BOOK: El pequeño vampiro y la guarida secreta
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Anton descubre la vivienda de Igno Rante, una casa con las ventanas tapiadas por gruesos tablones. Mientras, Rüdiger prosigue con la terapia y Anna considera la posibilidad de prestarse también a ella.

Angela Sommer-Bodenburg

El pequeño vampiro y la guarida secreta

El pequeño vampiro -11-

ePUB v1.0

Eibisi
22.06.12

Título original:
Der kleine Vampir und der Lichtapparat

Angela Sommer-Bodenburg, 1990.

Traducción: José Miguel Rodríguez Clemente

Ilustraciones: Magdalene Hanke-Basfeld

Editor original: Eibisi (v1.0)

ePub base v2.0

Este libro es para Burghardt, que quiere como a la niña de sus ojos, a la Sommer-Bodenburg… con todo bicho viviente (algunos con capa de vampiro, otros sin ella).

Angela Sommer-Bodenburg

En plena forma… para quedarse en la cama

Aquella mañana de domingo a Anton le despertaron unos extraños brincos junto a su cama. Abrió los ojos y vio a su padre, que —por extraño que pudiera parecer— ¡estaba a los pies de la cama haciendo gimnasia!

Y además no llevaba puesto ni el pijama ni el albornoz, sino el chándal y las zapatillas de deporte (algo completamente inusitado para ser domingo por la mañana).

Anton tenía la sensación de estar en mitad de un sueño; o mejor dicho: de una pesadilla…

Cerró los ojos y los volvió a abrir pestañeando cuidadosamente, pero su padre aún seguía allí.

—¿Por qué me despiertas tan temprano? —gruñó.

—¿Temprano? —se rió el padre de Anton— ¡Son casi las once! ¡Mamá y yo acabamos de decidir que vamos a empezar este domingo un programa de entrenamiento en toda regla!

—¿Vamos? —preguntó desconfiado Anton, que poco a poco empezaba a comprender por qué su padre estaba dando brincos precisamente delante de su cama—. ¿Acaso yo también?

—¡Pues claro que sí! —contestó su padre—. ¡Tú eres el que más necesita el entrenamiento!

—¡Oh, no! —se quejó Anton tapándose con la manta hasta la punta de la nariz.

—Oh, sí —dijo su padre—. ¡Esta mañana no tienes muy buen aspecto que digamos!

Y con una risita de complicidad añadió:

—Te quedaste viendo la televisión, ¿eh? ¿Qué pusieron? ¿«Drácula abandona la cripta»? ¿O «La viuda de Frankenstein»?

—¿Viendo la televisión? —dijo Anton frunciendo los labios—. ¿
Los Alegres Músicos Ambulantes
? ¡No, gracias!

—¿Y la película de por la noche? —bromeó su padre—. ¿Es que no te iba?

—Primero: sabes perfectamente que no me dejáis ver la película de por la noche —repuso Anton—. Y segundo: ¡A esas horas yo ya estaba durmiendo!

Aquello era cierto: después de la visita de la tarde anterior a la consulta del señor Schwartenfeger, en la que el pequeño vampiro había conocido el programa contra los miedos fuertes… y Anton había tenido que emprender completamente solo el vuelo de regreso a casa. Había llegado a su habitación bastante agotado y se había ido a la cama enseguida.

—Ah, ¿de verdad? —dijo su padre guiñándole un ojo como si estuviera conchabado con él.

Anton le miró muy digno… y se calló.

—¿Estáis ya listos?

Para terminar de ponerle de mal humor a Anton, ahora encima apareció su madre en la habitación, también con un chándal azul oscuro.

—¡Cómo! ¿Anton está todavía en la cama? —exclamó.

—Nuestro hijo no está hoy en plena forma —bromeó su padre—O mejor dicho: está en plena forma… ¡para quedarse en la cama!

—Ja, ja, ja —se burló Anton sin pestañear.

A cámara lenta retiró la manta.

—¡
Nosotros
sí tendríamos más motivos para estar cansados! —dijo el padre de Anton guiñándole un ojo a la madre.

—Sí, pero ¡quién sabe hasta cuándo habrá tenido la luz encendida Anton! —observó ella.

Anton se rió burlón aún más.

—Sí, quién sabe…

Sin embargo, su madre se limitó a reponer secamente:

—Date prisa en vestirte.

Y luego se marchó de la habitación.

—¡Hasta pronto, pues, amigo deportista! —dijo el padre de Anton siguiéndola.

Olvidado, sin más

Cuando sus padres se marcharon, Anton se quedó aterrado. De repente se había acordado de que la noche anterior se había dejado la bolsa en casa del señor Schwartenfeger… la bolsa en la que estaba también su nuevo chándal amarillo. En esas circunstancias, ¿no sería mejor quedarse en la cama? Podría decir, por ejemplo, que le dolía la cabeza… Pero entonces su madre le trataría con vendas y bolsas de hielo.

No, no le quedaba otro remedio: ¡tenía que levantarse! Con una sensación de malestar se puso los pantalones vaqueros y el jersey verde con capucha. Mientras tanto, se rompió la cabeza intentando encontrar una buena excusa, que convenciera también a su madre, para explicar por qué
no
se ponía aquel día el chándal nuevo.

—¿Anton?

Aquella era ya la voz de su madre, y poco después estaba en la puerta de la habitación.

Exactamente como Anton se había imaginado, cuando le vio exclamó perpleja:

—¿Te has puesto tu ropa
vieja
?

—Hummm, sí —dijo Anton.

—¿Y eso justo hoy que es domingo?

Anton intentó poner cara de indiferencia.

—No sabía yo que contigo se tuviera uno que vestir bien los domingos.

—¡Uno no! —repuso ella indignada—. Pero si yo te compro un chándal nuevo —y el amarillo ha sido bastante caro, ¡lo sabes muy bien!—, ¡espero que te lo pongas!

—Yo, eh…

Al principio Anton iba a contestar que se había puesto la ropa vieja para no estropear su chándal nuevo, pero supuso que su madre no se tragaría aquella excusa; así que reconoció:

—Me lo he dejado olvidado.

—¿Olvidado? ¿Así, sin más, olvidado? —dijo ella resoplando—. ¿Y dónde?

Anton dudó.

Mal podía decir que en casa de Ole… ¡pues entonces ella se empeñaría en que fuera a recoger inmediatamente el chándal!

¿Y si decía que en casa de Rüdiger von Schlotterstein? Sus padres creían que el pequeño vampiro y su hermana Anna se habían trasladado a otra ciudad y que, con ello, habían desaparecido definitivamente de la vida de Anton. Sin embargo, podría haber llegado el momento de informarles del regreso de Rüdiger y Anna…

Pero Anton también desechó enseguida aquel plan. De todas formas, al pensar en el pequeño vampiro se le ocurrió una idea.

—Me he dejado el chándal olvidado en casa de Jürgen —dijo; ¡y aquello respondía incluso a la verdad!

—¿En casa de Jürgen? —dijo su madre mirándole incrédula—. Es la primera vez que oigo ese nombre.

—¡Es posible! —exclamó Anton riéndose para sus adentros.

«Jürgen»… Anton se refería al señor Schwartenfeger.

Y probablemente la madre de Anton el nombre de pila del psicólogo sólo lo había
leído…
¡en el cartel de la puerta de la consulta del señor Schwartenfeger!

—¿Es un nuevo compañero de clase? —preguntó ella entonces.

—¿Un nuevo compañero de clase? —repitió Anton para ganar tiempo.

Le vino a la cabeza un sueño que había tenido una vez: iba a ingresar como nuevo miembro de la familia Von Schlotterstein…

—¡Más bien un nuevo colega!

—Sí, sí, ya estás otra vez con tus chistes —repuso su madre bastante airada—. Pero te voy a decir una cosa: sea el tal Jürgen un colega de la clase que sea… ¡mañana por la tarde el chándal tendrá que estar otra vez colgado aquí en tu armario!

Tras decir aquellas palabras salió rápidamente de la habitación.

—¿Tengo que quedarme en casa ahora? —le gritó esperanzado Anton—. Lo digo por lo de la ropa vieja siendo hoy domingo.

—¡Por supuesto que
no
! —le gritó a su vez su madre.

—¿Y la gente? —volvió a intentarlo Anton—. ¿Te da igual lo que vayan a pensar de nosotros por andar yo por ahí un domingo con una ropa viejísima?

—¡Naturalmente! —dijo ella con una falta de educación inusitada—. Puedes mantenerte siempre a un metro de distancia.

—¡Con mucho gusto! —gruñó Anton.

Y para indignarla añadió:

—¡Mejor a un
kilómetro
!

Ella esta vez no respondió; así que Anton salió trotando malhumorado al pasillo.

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