La batalla de Corrin (89 page)

Read La batalla de Corrin Online

Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La batalla de Corrin
11.48Mb size Format: txt, pdf, ePub

Abulurd inclinó la cabeza.

—Los informes dejan muy claras mis motivaciones. Podéis aceptarlas o rechazarlas. Al final, por los motivos que fueran, realmente no fue necesario matar a dos millones de rehenes inocentes. Si he de pagar por esa decisión, que así sea.

La gente que había en la sala se quejaba. No habría castigo lo bastante duro para el traidor.

—La pena por traición es de todos sabida —dijo Faykan—. Si sigues negándote a ofrecer una alternativa, esta asamblea no tendrá más remedio que condenarte a la ejecución.

Abulurd dejó caer la cabeza y no dijo más. En la sala se hizo un mortal silencio.

—¿Desea alguien hablar a favor de este hombre? —preguntó el virrey recorriendo la sala con la mirada. Se negaba a llamarlo hermano—. Porque yo no lo haré.

Abulurd seguía con la vista clavada en el suelo. Ya había decidido no mirar los rostros de los presentes. Aquel silencio se le hizo interminable.

Finalmente, cuando el virrey levantó la mano para dictar sentencia, en primera fila, el bashar supremo se puso en pie lentamente.

—Con grandes reservas, propongo que se retire la acusación de traición contra Abulurd Harkonnen y se cambie por la de… cobardía.

En la sala todos contuvieron la respiración, sorprendidos. Abulurd levantó la vista con brusquedad.

—¿Cobardía? No lo haga, por favor, se lo suplico.

—Pero —dijo Faykan—, técnicamente cobardía no es el término exacto si tenemos en cuenta sus crímenes. Sus actos no se corresponden con los criterios…

—Aun así, una acusación de cobardía le dolerá mucho más que ninguna otra. —Sus palabras pinchaban como punzones. Vor siguió hablando, con voz más fuerte—. En otro tiempo, Abulurd sirvió valientemente en la lucha contra las máquinas pensantes. Durante la plaga, coordinó la evacuación y la defensa de Salusa Secundus, y luchó a mi lado cuando las pirañas mecánicas atacaron Zimia. Y sin embargo, se negó a hacerlo cuando su oficial de mando legítimo se lo ordenó. Y cuando se le obligó a afrontar las terribles consecuencias de su decisión, manifestó un miedo deshonroso y dejó que este guiara sus actos. Es un cobarde, y tendría que ser exiliado de la Liga.

—Eso es peor que la muerte —exclamó Abulurd.

Vor entrecerró sus ojos grises y se inclinó hacia delante.

—Sí, Abulurd… yo también lo creo.

Con aire totalmente deshecho, Abulurd dejó caer los hombros y empezó a temblar. Después de todo lo que había luchado para lograr que retiraran los cargos contra su abuelo Xavier, aquella acusación le llegó al alma.

Faykan no desaprovechó la ocasión.

—¡Una idea excelente, bashar supremo! Decreto que la sentencia propuesta es adecuada y ordeno que se aplique. Abulurd Harkonnen, se te juzga como cobarde… el cobarde más grande que ha existido nunca tal vez, por el daño que hiciste y por el que podías haber hecho. Tu nombre será despreciado mucho después de que el de tu abuelo Xavier Harkonnen ya esté olvidado.

Vor le habló en ese momento a Abulurd como si no hubiera nadie más en la gran cámara.

—Me fallaste cuando más te necesitaba. Jamás volveré a mirar tu rostro. Lo juro. —Y, con un gesto dramático, le dio la espalda—. A partir de este día, que todo aquel que lleve el nombre de Atreides escupa sobre el de los Harkonnen.

Y sin mirar siquiera por encima del hombro, el bashar supremo salió del edificio y dejó a Abulurd solo en su desgracia. Tras vacilar brevemente, Faykan Corrino también le dio la espalda a su hermano y salió de la sala sin decir una palabra.

Musitando entre ellos, todos los oficiales allí reunidos hicieron otro tanto. Se pusieron en pie al unísono y abandonaron a Abulurd a su destino, un destino solitario e ignominioso.

Uno a uno, los representantes políticos se levantaron también, dieron la espalda al cobarde y se fueron. La sala se vaciaba por momentos.

Abulurd permaneció en pie en medio de la sala cavernosa, sacudiéndose. Habría querido gritar, pedir perdón, clemencia, o incluso la ejecución, lo que fuera con tal de no tener que vivir siempre con aquel estigma sobre su nombre. Pero pronto no quedó ningún miembro respetado de la Liga de Nobles, salvo sus dos guardias. Cada uno de los asientos de la sala estaba vacío.

Abulurd Harkonnen no se resistió cuando los guardias se lo llevaron y lo mandaron al exilio de por vida.

114

No podemos avanzar sin nuestro pasado. Lo llevamos con nosotros, no como una carga, sino como una bendición sagrada.

R
EVERENDA MADRE
R
AQUELLA
B
ERTO
-A
NIRUL

Aunque no había nacido en Rossak, Raquella se había ganado el respeto de las pocas hechiceras que sobrevivieron a la epidemia. La vacuna que creó utilizando sus anticuerpos había salvado a miles de personas, pero aquel mundo selvático tardaría mucho tiempo en recuperarse de los terribles efectos del retrovirus.

Ahora que Ticia Cenva no estaba, las mujeres pidieron a Raquella que fuera su líder.

Y Raquella, iluminada por aquellas extrañas revelaciones, aceptó, aunque no la movía ningún deseo personal de poder. Su transformación interior le había mostrado la senda generacional a su historia genética. Y le intrigaba la gran cantidad de información genética que las hechiceras habían ido reuniendo a lo largo de generaciones. ¡La raza humana tenía tantísimo potencial!

Las máquinas secretas e ilegales donde conservaban los registros genéticos estaban ocultas en lo más profundo de las cuevas de la ciudad. No podían permitir que la oleada de fervor antitecnológico que sacudía a la Liga dañara los valiosísimos datos sobre líneas genéticas que tenían. «¡Utilizar máquinas pensantes para mejorar la humanidad!».

Al superar los efectos de la epidemia y el veneno, Raquella había alcanzado una profunda y diferente conciencia de su composición celular. Y ahora deseaba compartirla con las perplejas hechiceras que quedaban. ¿Podrían aprender otras mujeres a manipular sus procesos bioquímicos? ¿Sería necesario que pasaran por una prueba tan dura como ella? ¿Qué terribles instrucciones y pruebas tendrían que superar las candidatas?

Saldrían de entre las más poderosas hechiceras y serían una élite, una orden con capacidades especiales, vinculada al pasado lejano y el lejano futuro. «Todo empezará aquí».

Tras la recuperación milagrosa de Raquella, Mohandas había bajado a toda prisa de su laboratorio orbital. Ella salió a recibirlo, sintiendo que de pronto los separaba un gran abismo. Pero, entre todas las vidas y recuerdos que conservaba en su interior, también estaban los suyos, su propia historia. Y buena parte de esa historia la había compartido con Mohandas.

En la pista de aterrizaje polimerizada, sobre las copas de los árboles, Mohandas bajó de la lanzadera y la abrazó con entusiasmo.

—¡Creí que te había perdido!

—Sí, estaba perdida… pero encontré muchas cosas inesperadas por el camino.

Él la aferró, le besó el cuello, pensando únicamente que volvían a estar juntos. Raquella sintió que sus recuerdos afloraban, y los utilizó para contener todos los otros que llevaba en su interior. Ella y Mohandas nunca habían tenido una relación excesivamente apasionada, pero su amor y su relación profesional los habían mantenido unidos un cuarto de siglo.

—Aún hay tanta gente que necesita ayuda… —dijo ella—. Los enfermos no se han recuperado del todo. Se me ocurren mil detalles, y hay que enterrar a tantos muertos, hay que purificar el agua y la comida, el…

Mohandas la atrajo hacia sí y no dejó que se apartara.

—Nos hemos ganado un poco de tiempo para nosotros. Solo una hora.

Raquella no podía discutírselo. Buscaron un lugar donde pudieran estar a solas y se exploraron el uno al otro, recordando lo que significaba ser humano. Hicieron el amor, y para Raquella fue algo refrescante y alegre, una celebración de la vida. Después de ayudar durante tantos años a enfermos y moribundos, después de superar aquella epidemia que había matado a tanta gente en Rossak, era una forma discreta pero significativa de afirmarse.

A Raquella le entristeció pensar que ya nunca recuperarían la inocencia del pasado, pero ella ya no era la misma… no solo a nivel celular, tampoco en su mente. Abrir la puerta a todos aquellos antiguos recuerdos en su interior le había permitido acceder a una historia mucho más extensa, conocer la saga de sus antepasadas femeninas y comprender lo lejos que había llegado el humano… y lo lejos que podía llegar.

Con aquel nuevo control que ejercía sobre su cuerpo, descubrió que también podía manipular su sistema reproductor. Con su ojo interior, Raquella vio con asombro que concebía un hijo. A su lado, sintiendo su calor, Mohandas no sabía nada. Raquella lo abrazaba, pero en realidad estaba concentraba en las misteriosas profundidades de su ser. Sería una niña…

Más tarde, Mohandas le habló de sus planes.

—Hemos pasado por un siglo de Yihad, luego vino la plaga y ahora esta epidemia. La humanidad debe prepararse para afrontar las tragedias que el universo nos tiene reservadas. Cuando el destino de nuestra raza está en juego, en los hospitales se consiguen victorias tan importantes como en el campo de batalla. —Cogió a Raquella de las manos, y ella sintió su calor, su apasionamiento—. Podemos escoger a los mejores, a los investigadores más dotados, a los médicos más hábiles, y crear una escuela de medicina como no se ha visto nunca en la Liga. Debemos asegurarnos de que nuestros médicos y nuestras instalaciones sean de tal calidad que ninguna máquina, ninguna guerra ni ninguna plaga puedan volver a hacernos daño.

Dejándose llevar por su entusiasmo, Raquella sonrió.

—Si alguien puede hacerlo eres tú, Mohandas. Tendrás mucho más éxito que tu tío el gran Rajid. Has superado con mucho sus habilidades como médico de campaña. —Aunque, en los días en que los dos trabajaban en el modesto Hospital de Enfermedades Incurables de Parmentier, jamás lo habría imaginado.

Los ojos oscuros de Mohandas brillaban.

—Y tú vendrás conmigo, desde luego. Sin ti, ninguna de estas personas se habría curado.

Ella meneó la cabeza lentamente.

—No, Mohandas. Yo… yo debo quedarme en Rossak. Tengo un importante trabajo que terminar con estas mujeres.

Su respuesta pareció desconcertarle.

—¿Qué puede haber más importante que lo que propongo, Raquella? Piensa en todo lo que podríamos lograr juntos…

Ella le interrumpió, colocando un dedo con suavidad sobre sus labios.

—La decisión está tomada, Mohandas. Las cosas que he visto, las capacidades que puedo manifestar… esconden muchos misterios, muchas maravillas. Estas mujeres tienen grandes poderes y necesitan una líder racional y digna que las guíe hacia el futuro. —Quizá, pensó Raquella, incluso podría hacer algo por Jimmak y los Defectuosos.

Mohandas meneó la cabeza con incredulidad, los ojos se le llenaron de lágrimas. Aunque no solían exteriorizar sus sentimientos con frecuencia, en aquel momento Raquella vio que su amor por ella seguía siendo muy fuerte. Pero los sentimientos de Raquella habían cambiado para siempre. Lo abrazó y le apoyó la cabeza en su hombro para no tener que mirarle a la cara.

—Lo siento…, mi futuro está aquí.

Una tarde, cuando Mohandas partió con el
Recovery
para tratar de cumplir su sueño, Raquella estaba en lo alto de uno de los precipicios azotados por el viento, esperando a que las mujeres se reunieran con ella. Había convocado a las hechiceras en aquel lugar tan elevado para señalar el inicio de una nueva organización entre ellas.

Por necesidad, el suyo era un grupo muy unido de mujeres dotadas con importantes secretos y una gran confianza entre ellas. Raquella prometió que su «hermandad» se basaría en la tolerancia, la flexibilidad, la planificación real a largo plazo. Ahora, con la perspectiva que le daba poder abarcar todas las generaciones anteriores de sus antepasadas, entendía lo que eso significaba.

Si los humanos convertían en realidad todo el potencial que tenían, su capacidad de adaptación sería infinita, incluso en las circunstancias más duras. Después de la Yihad, después de más de mil años de abusos por parte de las máquinas mecánicas, la raza humana tenía que dar el siguiente paso.

—Una voz de mis antepasadas —dijo Raquella a las allí reunidas— me llamó desde mi interior y me dijo lo que teníamos que hacer. La voz era de una armonía destacable, como si miles de mujeres hablaran al unísono. Y me dijo que a partir de ahora debíamos unirnos para alcanzar nuestro objetivo común de fortalecer los caracteres genéticos de la especie.

Ella y sus seguidoras seguían vistiendo con túnicas negras, pero eran de un corte más clásico que las que llevaron las hechiceras durante la epidemia. Ahora tenían cuello alto y capuchas que, cuando se las echaban sobre la cabeza, les daban el aspecto de pájaros exóticos.

—Nosotras abarcaremos generaciones y sistemas estelares, y estaremos atentas a aquello que debilita y aquello que fortalece a la humanidad.

Karee Marques estaba junto a Raquella, y en ese momento se volvió a mirarla. La brisa agitaba su túnica y sus largos cabellos. Aquella joven, que tenía el potencial para estar entre las más fuertes de aquella hermandad, habló.

—Ciertas familias nobles, en especial los Butler, están tratando de reescribir la historia, en un intento por ocultar su relación genética con los cobardes Harkonnen, Xavier y Abulurd. En unas pocas generaciones ya nadie lo recordará. ¿No tendríamos que asegurarnos de preservar la verdad de alguna forma?

—Nosotras mantendremos nuestros registros privados… —dijo Raquella—, los correctos.

Y miró a lo lejos, por encima de la bóveda plata y púrpura de la selva, que tanta vida escondía en su interior… incluidos Jimmak y sus amigos. Era como si en la naturaleza las cosas realmente valiosas trataran de pasar inadvertidas, igual que la combinación genética ideal que ella buscaba. Ella y sus hermanas estaban a punto de embarcarse en una búsqueda épica que requeriría una paciencia y una dedicación infinitas.

Pero, ahora que el imperio de las máquinas había desaparecido y un nuevo imperio humano mucho más extenso se hallaba en estado embrionario, la humanidad estaba imbuida de una energía creativa nunca vista en la historia, un renacimiento. Y alguien tenía que velar por ella.

—Viajaréis a mundos lejanos, poniendo siempre por delante nuestras metas políticas para que la hermandad conserve su fuerza durante siglos. Infiltraos en todas las casas nobles. Imaginaos cuántas cosas podremos ver y aprender como empleadas, esposas, amantes y guerreras, manteniendo siempre nuestra lealtad a la hermandad.

Other books

On wings of song by Burchell, Mary
Full Tilt by Dervla Murphy
Submitting to Cetera by Shayla Ayers
Dead Embers by T. G. Ayer
Best Friend Next Door by Carolyn Mackler
Flawless by Bagshawe, Tilly
Vet Among the Pigeons by Gillian Hick
The English Patient by Michael Ondaatje
First Kiss by Tara Brown
Stripping Asjiah I by Sa'Rese Thompson